Ladrones y amantes
Es muy agradable encontrar una película que cautive por su simpática historia y por estar llena de momentos ingeniosos que engrandecen aún más su brillante resultado, y eso es exáctamente lo que ocurre al ver Un ladrón en la alcoba (1932), una comedia romántica de la Paramount que podría ser la predecesora de las "screwball comedies" tan populares en los años 30 y 40 (se suele considerar como la primera de ellas a Sucedió una noche, de 1934).
El autor de esta admirable película fue el gran Ernst Lubitsch que sabía demostrar a la perfección por qué era considerado un mago de las comedias sofisticadas, dejando su marca y su estilo con el "toque Lubitsch", que consistía en enseñar ciertos detalles que simplificaban una idea, sin usar palabras ni imágenes concretas, para evadir astutamente a la censura y dejar que el espectador intuyera de forma bastante clara lo que quería transmitir. Y es obvio que el sexo era uno de esos temas tabúes que el director alemán tan bien sabía retratar, mostrando a veces puertas que se abren y se cierran y que son vistas desde fuera de las habitaciones. Pero ahí no se queda todo, concretamente, esta dulce y estimable comedia es tan elegante y va adquiriendo tanto interés mientras avanza su historia, que al espectador se le quedará una sonrisa en el rostro y un poso de felicidad al acabar de verla.
El autor de esta admirable película fue el gran Ernst Lubitsch que sabía demostrar a la perfección por qué era considerado un mago de las comedias sofisticadas, dejando su marca y su estilo con el "toque Lubitsch", que consistía en enseñar ciertos detalles que simplificaban una idea, sin usar palabras ni imágenes concretas, para evadir astutamente a la censura y dejar que el espectador intuyera de forma bastante clara lo que quería transmitir. Y es obvio que el sexo era uno de esos temas tabúes que el director alemán tan bien sabía retratar, mostrando a veces puertas que se abren y se cierran y que son vistas desde fuera de las habitaciones. Pero ahí no se queda todo, concretamente, esta dulce y estimable comedia es tan elegante y va adquiriendo tanto interés mientras avanza su historia, que al espectador se le quedará una sonrisa en el rostro y un poso de felicidad al acabar de verla.
El argumento nos presenta a dos ladrones, Gastón Monescu (Herbert Marshall) y Lily (Miriam Hopkins), que se conocen en Venecia en una noche inolvidable ya que cenan juntos en la habitación del hotel donde se hospeda él. Lo único que no saben es que ambos desconocen sus verdaderas facetas y él se hace pasar por un barón y ella por una condesa, intentando que su papel sea creíble en la velada que él ha preparado con tanta exquisitez e intención. Pero un robo que ha ocurrido en una de las habitaciones del hotel unos minutos antes de su cita, en el que un tal Monsieur Filiba (Edward Everett Horton) ha sido agredido y al que le han cogido la cartera con bastante dinero en efectivo, hace que ella sospeche y le confiese que cree que él ha sido el autor de ese atraco, un gesto de sinceridad que a Gaston no parece afectarle ya que él aún va más allá, diciéndole de todo corazón que ella también es una ladrona ya que le ha sacado la misma cartera de su bolsillo en el momento que le ha abrazado. Aquí es cuando se irán desvelando las cosas que se han robado el uno al otro en el tiempo que llevan juntos e instantáneamente se dan cuenta de que son dos almas gemelas, lanzándose ella a sus brazos, prendada de su gran habilidad y preguntándole quién es en realidad, descubriendo que es el popular ladrón Gastón Monescu.
En esta inolvidable noche empezará una historia de amor que dará sus frutos ya que un año más tarde los veremos viviendo juntos en París, donde robarán en un teatro un bolso de 125.000 francos perteneciente a Madame Colet (Kay Francis), dueña de la empresa de perfumes "Colet & Company". Pero a raíz de la recompensa que hay para quien encuentre ese bolso, Gaston y Lily decidirán devolverlo a su dueña dando comienzo una nueva situación que cambiará el rumbo de sus vidas ya que la señora Colet quedará prendada con la visita de Gastón debido a su capacidad para persuadir (él se hace pasar por Monsieur La Valle). Es por ello que al haber despedido recientemente a su anterior empleada, ella decidirá contratar a Gastón como su secretario y hasta como su asesor financiero.
Está claro que llegado a este punto el espectador ya estará metido de lleno en la historia, disfrutando de los embrollos en los que se va metiendo y resolviendo el gran Gastón Monescu. Precisamente, hacía tiempo que un servidor no veía en una película un personaje tan interesante como el que crea Herbert Marshall. Con su magnífica interpretación consigue que se le vea como un virtuoso y seductor ladrón, tan metódico, sutil y sagaz, que desprende una seguridad aplastante para salirse de cualquier situación comprometida. Y eso que el señor Marshall tenía una pierna ortopédica, ya que la perdió durante la Primera Guerra Mundial, y en las escenas en las que sube rápido las escaleras fueron rodadas por su doble. También hay que destacar a su compañera Miriam Hopkins (que obtuvo su primer gran éxito con esta película) que hace muy bien su papel congeniando a la perfección con Marshall, mostrando buenas cualidades para la comedia, y a la que Gastón denomina dulcemente, al final de la escena de la cena, como "mi pequeña ratera y carterista". Kay Francis, que en el mismo año del estreno de la película pasaría a firmar un contrato con la Warner y sería la actriz mejor pagada de los Estados Unidos, da el pego como mujer poderosa, capaz de tener a los hombres a sus pies y que intentará atraer a Gastón tanto con sus dotes de seducción como dándole bastante poder en su empresa. De ahí que no sea de extrañar que ella tenga otros pretendientes, como el mencionado anteriormente Monsieur Filiba y el Alcalde (Charlie Ruggles), dos personajes bien resueltos que no se pueden ni ver, debido a su lucha por Madame Colet, pero que en un momento de la película tendrán una conversación formidable en la que aparentan estar ya reconciliados ya que ninguno de los dos ha podido conquistarla.
Entre esas genialidades que se le ocurrían a Lubitsch se encuentran la gran cantidad de elipsis que hay en la película, algunas muy ocurrentes y divertidas y otras tan eficaces como la del primer plano en el que vemos un reloj de la casa de Madame Colet y con fundidos vamos viendo que van pasando las horas y se van oyendo conversaciones entre los personajes, algo que ya nos da a entender lo que está sucediendo. También hay otras peculiaridades, como el guión de Samson Raphaelson (que trabajó varias veces con Lubitsch), adaptado para la película por Grover Jones, basándose en la obra de un tal Laszlo Aladar, en el que hay una gran ironía y mucha chispa, con unos diálogos muy brillantes (recomiendo enérgicamente verla en v.o.s.e.), y todo muy bien acompañado por la música de W. Franke Harling, que hasta juega con la comicidad de algunas escenas. Y, para acabar, les dejo el vídeo de parte de esa escena de la cena, que si no les resulta simpática o interesante (a mí me parece gloriosa), no hace falta que vean el resto de la película.
"Una gran comedia romántica de la mano del gran Ernst Lubitsch, con una interpretación memorable del actor Herbert Marshall"
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