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Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011)


Crimen y castigo.

En los últimos años Hollywood ha buscado sus fuentes de inspiración en dos ámbitos bien diferenciados para poder realizar sus propias adaptaciones y así convertirlas en una engrasada maquinaria de generar ingresos: los best-sellers literarios y los éxitos cinematográficos procedentes de otros países. Si además el best-seller literario pertenece a una exitosa trilogía, en ese caso ya se les hace el culo pepsi-cola. En ese sentido, no resulta sorprendente que cuando la trilogía Millenium, escrita por el fallecido Stieg Larson, empezó a vender libros como churros y su posterior adaptación cinematográfica, made in Suecia, fue todo un éxito en las taquillas de media Europa, las pupilas de los mandamases de los estudios cinematográficos más potentes de la meca del cine empezaran a dilatar y a soltar chiribitas, ante lo que muchos entendieron como “el negocio padre”. La adaptación americana llegó por fin a principios de este dos mil doce, algo más tarde de lo esperado, con un director y un actor de peso en cartel.

Al rojo vivo (1949)


La cima del mundo

Hay actores que se recuerdan por haber encarnado casi siempre al mismo personaje en la gran pantalla, sea por sus características físicas o porque nadie les dio la oportunidad de poder demostrar otras habilidades interpretativas. Y un claro ejemplo lo tenemos con el inimitable James Cagney, un gran actor que vivió la época dorada de Hollywood y que fue alabado por directores como Orson Welles, al que es muy fácil asociar con el papel de gángster (normalmente como villano), como en la película de William A. Wellman que le convirtió en una estrella, El enemigo público (1931), o como en Al rojo vivo (1949), de Raoul Walsh, un clásico del cine negro en el que Cagney demuestra de mil maneras el por qué le quedaba tan bien este personaje y las dotes que tenía para meterse de lleno en este tipo de papeles.

No habrá paz para los malvados (2011)


Teniente corrupto.

No habrá paz para los malvados es una de ese tipo de películas que parece que quieran decir: tenemos un personaje principal tan cojonudo que vamos a dejar que todo el peso de la película recaiga sobre él y a ver qué sucede (algo parecido a aquellos equipos de futbol que confían en que su estrella les resuelva un partido complicado). Lo que suele pasar en estos casos es que si el personaje es tan bueno como sus creadores habían imaginado, y el actor encargado de interpretarlo consigue hacerse con él y meterse en el papel hasta el fondo, la película suele llegar a buen puerto, mientras que, en el caso contrario, la cosa termina por naufragar al poco de arrancar. La película que nos ocupa logra llegar a buen puerto porque: a) el personaje principal es fantástico, engancha, convence y está bien escrito; y porque b) José Coronado clava la interpretación y consigue meterse en la piel de un decrépito policía en horas bajas. Pero llega a puerto con los responsables achicando agua como locos porque, a todo esto, entre medio hay una trama, así como policiaca, que empieza francamente interesante pero que va perdiendo fuerza a medida que avanza y únicamente logra sobrevivir gracias a su hilo conductor: el personaje de Santos Trinidad (si es que hasta el nombre ya es molón).

Drive (2011)

¿Te gusta conducir?

Nada más empezar, la película nos presenta a un protagonista de mirada aviesa, porte chulesco, cazadora molona, guantes de cuero, palillo en la comisura de los labios y una alarmante parquedad de palabras, haciendo rugir el motor de un potente coche justo antes de iniciar una espectacular persecución por el centro de la ciudad de Los Ángeles. Y es justamente en ese momento, cuando uno puede llegar a pensar que estamos ante una posible secuela/precuela/remake del personaje de Mario Cobretti, que aparecen sobreimpresionados los títulos de crédito del film con una tipografía que parece sacada de una película de John Hugues protagonizada por Molly Ringwald. Esa extraña mezcla y el desconcierto que provoca en el espectador se irá claramente acentuando a medida que la trama avance, convirtiéndose en la marca de la casa de la cinta.

Brick (2005)


Buscando a Emily desesperadamente

Si en una película ponemos a unos cuantos jóvenes estudiantes, tanto los malos como los buenos, los chulos o los que ni van a la escuela, algunos metidos en el mundo de las drogas y las bandas y ambientado todo descaradamente dentro del cine negro, el resultado que conseguiremos será el mismo que en Brick (2005), un film escrito y dirigido por Rian Johnson, en el que todos los tópicos de dicho género son utilizados para que el espectador se mantenga enganchado a la pantalla. Precisamente, en la historia encontramos a la mítica femme fatale o al detective que se cree muy seguro de sí mismo y que consigue como sea las pistas necesarias para seguir al jefe de una banda. Lástima que la más o menos aceptable dirección, alternando casi siempre planos generales con primeros planos (aunque con algún fallo de raccord), no se adecúe con lo que vemos, sin ser tan atrayente como realmente debería de ser. Es decir, Johnson sí que consigue momentos de suspense o de tensión, sobre todo en una de las escenas del final, pero juega con el espectador haciéndole creer que la historia es muy interesante cuando en realidad en pocos momentos sabe acertar con el tono de la película, introduciendo algo de humor que para nada viene a cuento y obteniendo en su contra un supuesto juego en el que los jóvenes protagonistas parecen querer ser unos tipos duros como en las pelis de gánsters, con unos diálogos totalmente pretenciosos y que chirrían un tanto al salir de sus bocas.

Chantaje en Broadway (1957)


Más dura será la caída

La ambición que uno pueda tener para conseguir poder o fama se ha mostrado en varias ocasiones en el cine, y casi siempre ese objetivo de querer subir a lo más alto ha sido obra de tipos que son verdaderos trepas, capaces de hacer todo lo posible para conseguir el puesto deseado. Y un claro ejemplo se puede ver en Chantaje en Broadway (1957), de Alexander MacKendrick, una inteligente película donde se retrata muy bien a estos personajes. En este caso, un tipo llamado Sidney Falco (Tony Curtis) es un agente que contrata a columnistas para un importante periódico llamado The New York Globe, en el que últimamente no le publican nada ya que su director, el déspota J.J. Hunsecker (Burt Lancaster), le tiene atado de pies y manos hasta que no consiga que su hermana Susie, de 19 años, rompa con un guitarrista de una banda de jazz llamado Steve Dallas. A partir de aquí veremos artimañas, engaños, trucos, chantajes, todo para que tanto Sidney como Hunsecker consigan su objetivo. Aunque es el personaje de Sidney el que intentará por todos los medios salirse con la suya al precio que haga falta y entrometiéndose en cualquier tema.

El secreto de sus ojos (2009)

Caso abierto.

Una de las categorías en la que saltaban más chispas de la pasada entrega de los premios Oscar, era la de mejor película de habla no inglesa, con dos potentes gallos en un mismo gallinero: la alemana "La cinta blanca" y la francesa "Un profeta". Todo parecía decantarse, pues, a que una de las dos películas se alzaría con el premio, aunque muchos eran quienes le otorgaban una pequeña ventaja a la cinta de Haneke. A la hora de la verdad, la ganadora resultó ser, contra todo pronóstico (el mio incluido), la tercera en discordia, a la que todo el mundo se empeñaba en augurar escasas posibilidades, la cinta argentina El secreto de sus ojos.

Y es que fuimos muchos los que no caímos en la cuenta de que, no nos engañemos, en esto de los Oscar muchas veces se vota más por coleguismo que otra cosa y el director de "El secreto de sus ojos", Juan José Campanella, es bastante conocido en Estados Unidos, especialmente, a raíz de su trabajo en televisión, donde ha colaborado en series tan populares como Ley y Orden, 30 Rock o, sobretodo, House. No obstante, no deja de ser curiosa la trayectoria como director del bueno de Campanella, pues al contrario que la gran mayoría de los directores importantes de cine no norteamericanos, que empiezan sus carreras en su país de origen para, más tarde, trasladarse a EEUU, Campanella siguió el camino contrario. Así pues, empezó realizando dos películas en Estados Unidos, El niño que gritó puta y ...Y llegó el amor, para trasladarse, desde entonces, a su Argentina natal para realizar el resto de su filmografía, donde dirigió películas tan conocidas como El mismo amor la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, además de la serie co-producida entre España y Argentina llamada Vientos de agua.

El Secreto de sus ojos es una película fragmentada en dos tiempos: el presente y el pasado. La película empieza en el presente, donde conocemos a un agente de la justicia federal ya jubilado que decide emplear su recién adquirido tiempo libre para escribir una novela acerca de un caso que le dejó marcado veinticinco años atrás. Aquí es, justamente, donde entra en escena el pasado, que nos muestra al personaje cuando todavía trabajaba en el juzgado, junto con su inseparable compañero de profesión (al que le gusta empinar el codo más de lo aconsejable por el bien de su hígado) y su joven y atractiva superior. Así pues, estando en el pasado podremos conocer de primera mano el crimen que tanto marcó a nuestro protagonista, la violación y posterior asesinato de una joven en el interior de su propia casa. A partir de este momento, la trama se irá moviendo entre las dos épocas para contarnos los hechos sucedidos a raíz de la investigación y lo escurridizos que pueden llegar a resultar, en ocasiones, algunos criminales.

Lo cierto es que la película juega a muchas bandas a la vez y lo que en un principio pudiera parecer un simple thriller policíaco al estilo de "atrapa al malo" (que lo es), también se termina destapando como un film que analiza las relaciones personales (tanto afectivas como románticas) de sus protagonistas, radiografía una época especialmente combulsa de la historia Argentina (tanto a nivel social como político), e incluso se permite el lujo de mostrar un humor mordaz a través de unos diálogos tan ágiles como divertidos. Todo ello, por si fuera poco, con un empaque visual excelente, una gran dirección por parte de Campanella, unos actores en un constante estado de gracia y, en definitiva, una sensación de estar viendo cine en estado puro. Y todo ello para dejarnos con la moraleja final, que por sabida no resulta menos cierta, de que los asuntos sin resolver (véase un crimen, véase una historia de amor) terminan dejando una brecha que jamás termina de cerrar.

Para esta nueva película, Campanella vuelve a confiar en Ricardo Darín para el papel principal, actor con el que ya había trabajado en sus tres anteriores trabajos en Argentina y probablemente uno de los actores Argentinos de mayor tirada internacional. Darín borda su papel y acaba siendo tan efectivo y carismático que a uno, como espectador, le resulta prácticamente imposible no ponerse de su parte en todo momento, además de lograr resultar rematadamente convincente en las dos épocas distintas que narra la historia, algo que no siempre resulta ser todo lo fácil que en un principio podría parecer. A su lado, encontramos a la actriz y cantante Soledad Villamil (Goya a la mejor actriz revelación, a pesar de llevar actuando desde 1997), en el papel de la Jueza que investiga el crimen, que ya había colaborado con Campanella y Darín en El mismo amor la misma lluvia y también había aparecido en la comedia No sos vos, soy yo, junto a Diego Peretti.

La trama consigue enganchar al espectador con cierta facilidad a partir de una historia con un truculento crimen como punto de partida y unos personajes atrayentes, con mención aparte para el personaje secundario y compañero de trabajo del personaje de Darín como contrapunto cómico. Cabe destacar el espectacular ritmo narrativo de la película (si el arranque te engancha, el ritmo se encarga de no soltarte) que va hilando los sucesos de tal forma que no permite que baje la intensidad. Ya llegados a la mitad de la película, Campanella nos regala una escena que transcurre en un campo de fútbol con un plano secuencia de más de cinco minutos que provocó que mis huevos se desprendieran de mi cuerpo, se cayeran por el suelo y empezaran a rodar. Quizás lo único que se le pueda recriminar a la película es que el punto álgido de la cinta llega hacia la mitad de la misma, con lo cual, todavía nos queda por delante una hora más de metraje que, a pesar de resultar seguir siendo sobresaliente, ya sólo puede ir hacia abajo, incluido un final o epílogo alargado en exceso, por muy efectista que resulte.

Resumiendo: Desconozco si la película merecía el Oscar a mejor película de habla no inglesa o no. De hecho, me la suda un rato. De lo que si que estoy seguro es de que estamos frente a un peliculón como la copa de un pino.



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El demonio de las armas (1949)

Esplendor en la serie B

Para conocer el origen de las películas de serie B nos tenemos que remontar al crack del 29, cuando los estudios de Hollywood a raíz de la caída de público optaron por ofrecer en las salas de cine dos largometrajes por el precio de uno: el primero era una gran producción (clase A) y el segundo era más barato y de más baja calidad (clase B). De ahí que las películas de tipo B se caractericen por su bajo presupuesto, por utilizar a actores poco conocidos y por rodarse en poco tiempo, convirtiéndose en sinónimo de cine de peor calidad. Aunque muchos films de serie B de la década de los 40 y 50 se han convertido con el paso de los años en auténticos clásicos, como La mujer pantera o Yo anduve con un zombie, ambos de Jacques Tourneur, o las películas de Edgar G. Ulmer que solía rodarlas en tan sólo seis días.

Joseph H. Lewis fue también un director habitual de este tipo de películas. De sus obras habría que destacar My name is Julia Ross (1945), So dark the night (1946), o la interesante Relato criminal (1949), con la que contó con una estrella, Glenn Ford. Pero su film más reconocido y del que se sintió más satisfecho, aunque no tuvo el reconocimiento en taquilla, es El demonio de las armas (1949), con el que contó con un mayor presupuesto (unos 400.000 $) convirtiéndose en una obra digna de elogio, resuelta con variados recursos y rodada en treinta días. Su título inicial fue Deadly as the female (Letal como una mujer) y después pasó a ser Gun Crazy (traducido al español como ya se conoce). Esta película nos cuenta la historia de un chico, Bart Tare, enamorado de las armas de fuego, cuya obsesión hace que cometa un delito rompiendo un escaparate de una tienda para robar un revólver y munición, pillado in fraganti en su huida cuando se cae delante mismo de un guardia. El juez que se encarga de su caso lo envía a un reformatorio donde permanece cuatro años. A su vuelta y después de haber estado también en el ejército, acude a una feria que hay en la ciudad con sus dos amigos de la infancia y allí se asombra de una pistolera, Anni Laurie Starr, a la que conoce cuando ella reta a cualquiera que se crea capaz de ganarle en puntería. Apartir de aquí empezará una crucial relación entre estos dos personajes ya que él la superará en el reto y será contratado por Packie, el manager de ella, para formar parte del espectáculo. Al final ambos serán despedidos por el mismo Packie, celoso de la relación entre los dos y harto de que ella no le haga ningún caso. Entonces Bart y Annie vivirán un viaje sin retorno lleno de persecuciones por un robo que cometerán.

Buena actuación de la pareja protagonista John Dall y Peggy Cummins, que son recordados por su gran papel en esta película y por su corta carrera cinematográfica. Él tuvo otro papel estelar el año anterior a este film, concretamente en La soga, de sir Alfred Hitchcock, y también fue nominado en 1945 como actor de reparto en su papel en El trigo está verde, con Bette Davis. Peggy tuvo algún papel protagonista, como en una película de Joseph L. Mankiewicz, El mundo de George Apley (1947), o La noche del demonio (1957), de Jacques Tourneur, pero su femme fatale de El demonio de las armas sigue siendo su personaje más memorable, consiguiendo que cambie de opinión el bueno de Bart ante sus virtudes para la seducción.

Ambos están muy bien dirigidos por el señor Lewis, que empezó su carrera cinematográfica cuando era niño cargando películas en la Metro, siendo luego auxiliar de cámara, de ahí pasando a supervisor de montaje, y después director de un departamento de montaje (sin haber montado una película en su vida, simplemente observando a los montadores con los que trabajó). Toda esa experiencia se percibe en El demonio de las armas, en la que utiliza coherentemente flash-backs y elipsis para relatar lo más significativo, aunque a veces utilice demasiado el recurso del fundido encadenado. En varias escenas de la película Lewis consigue encuadres formidables, utilizando el recurso del zoom hacia un plano corto para resaltar un rostro o un gesto. El momento más conocido y laureado de la película es el plano secuencia del robo a un banco ejecutado de forma aparentemente sencilla en el que el espectador se siente partícipe por situarse la cámara en el asiento de atrás del coche (véase al final el vídeo de la escena).

Precisamente, en el indispensable libro de entrevistas de Peter Bogdanovich, Who the devil made it (traducido de aquella manera al español como El director es la estrella), el mismo Lewis explica que consiguió esta escena diciéndoles a los técnicos que quería una "dolly" dentro del coche, o sea que quería conseguir poder mover la cámara hacia delante y hacia atrás. Entonces se colocaron dos tablones en un cadillac poniendo una silla de montar y untando de grasa uno de los tablones para que el operador pudiera ser movido hacia delante y hacia atrás; unos técnicos de sonido se situaron en la parte trasera del coche con micrófonos muy pequeños metidos en gafas de sol (era la primera vez que los utilizaban) y en la baca había dos técnicos más para capturar el sonido del exterior. Ocupando en el guión unas diecisiete páginas, el plano dura casi cuatro minutos consiguiéndose en una sola toma y resultando brillante; hasta hubo algo de improvisación en los diálogos de Bart y Annie. Quizás este sea un buen ejemplo por el que la Nouvelle Vague consideró esta película como un claro referente a su ideal cinematográfico.

"En El demonio de las armas vemos unas actuaciones creíbles y una puesta en escena portentosa de un director que siempre quería seguir su propio estilo, sin dejar que nadie se interpusiera en su proceso creativo"




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The Spirit (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus. Verán, el hombre es un ser complicado. Y es que resulta que cuando tuve las primeras noticias sobre esta película e iban apareciendo los primeros nombres, reconozco que me sentí interesado por el proyecto, pero que, a medida que iban llegando imágenes y los primeros trailers, mi emoción del principio se fue desinflando poco a poco como un globo. Ya cuando la película se estrenó, por allá finales del año pasado, las críticas no fueron demasiado buenas y una voz dentro de mi gritaba con todas sus fuerzas que perder el tiempo en esto no era una muy buena idea. Pero, como les decía, el hombre es un ser complicado, y desobedeciendo todas las señales de alerta que parpadeaban a mi alrededor, el otro día me puse a ver, inocente de mi: THE SPIRIT... ¡Empezamos!

Un agente de policía que cae en acto de servicio regresa de la muerte para convertirse en el protector de Capital City, una ciudad viciada y corrupta, y defender a sus ciudadanos de las amenazas que rondan sus oscuros callejones. Y como todo héroe tiene que tener su alter ego (ya lo decían en El Protector), The Spirit deberá luchar una y otra vez con el villano de turno, Octopus (no confundir con el malo de Spiderman) y sus secuaces, alguien que, quizás, tenga más en común con nuestro protagonista de lo que en un principio él mismo imagina. Para que el resultado final tenga un empaque visual más atractivo, los responsables de la película se han encargado de llenar el metraje de un buen puñado de femmes fatales que harán las delicias, o no, de nuestro protagonista.

La película esta basada en el popular cómic de Will Eisner, que, por suerte, ya no vive para poder ver en que han convertido su personaje, del que me había leído algún número ya hace mucho tiempo aunque del que, reconozco, jamás fui un fiel seguidor, a pesar de sus innumerables virtudes. Y el encargado de llevarlo a la gran pantalla es, nada más ni nada menos, que Frank Miller, personaje de gran popularidad en el mundo de los cómics a raíz de sus excelentes trabajos en Daredevil, Born Again; Elektra, Lives Again; Batman, The Dark Knight Returns; o Sin City, entre muchos muchos otros (incluyendo, el posteriormente adaptado a la gran pantalla, 300). En cuanto a su incursión en el séptimo arte, la cosa es bastante más escueta, contando en su haber, tan solo, con los guiones de Robocop 2 y 3 y con la co-dirección de la adaptación de su propio cómic, Sin City, de la que ya se prepara una segunda entrega.

¿Ustedes recuerdan a Michael Jordan? Michael Jordan era, con total seguridad, uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos (por no decir el mejor) y, de echo, era tan bueno, que se aburrió y decidió probar suerte en otras modalidades. Así pues, el hombre, decidió pasarse al béisbol, donde fichó por los Chicago White Sox, un equipo de la American League, con resultados más bien discretos. Como se dio cuenta de sus limitaciones, apenas año y medio después, Jordan, decidió volver a la NBA y a lo que mejor sabía hacer. Sin duda alguna, Frank Miller tiene mucho que aprender de Michael Jordan.

Lo que si que consiguió Frank Miller, para su estreno en solitario como director, es un elenco importante de actores, que ya querrían muchos. Así pues, en la película encontramos nombres como los de Gabriel Macht, un panoli que consigue su primer protagonista después de muchas películas actuando como secundario de los secundarios; Samuel L. Jackson (¿pero cuantas películas ha hecho ya este hombre?); Scarlett Johansson, también conocida por ser la futura madre de mis hijos y que con lo deseada que está en Hollywood no debería perder el tiempo haciendo estas mierdas; Eva Mendes, una de los pocos que realmente se toma en serio su personaje y la película, quizás por ser, junto al protagonista, quién más tenga que demostrar; Paz Vega, que sigue intentando meter un pie en la meca del cine, aunque sea con un papel de mierda donde lo único que brilla de su breve actuación sea su traje; y, como curiosidad, también decir que aparece el padre de la serie Aquellos maravillosos años, como jefe de policía gruñón.

Llegados a estas alturas, quizás sobre decir que la película es una soberana mierda de dimensiones épicas, ofensiva a tantos niveles, ya sea tanto para el cómic original como, para todo el séptimo arte en general, que no encuentro adjetivos suficientes para calificarla. Es imposible encontrar en ella algún atisbo de originalidad ya sea en el tratamiento de la historia (de lo más sobada y lamentable que pueden encontrar en los últimos tiempos) como en su formato visual (visto ya en la anterior Sin City, aunque sin su magia). La mayor parte del tiempo estás contemplando a unos actores fuera de sí, absolutamente descolocados, haciendo payasadas sobre un fondo prácticamente neutro, sin vida ni nada que se le parezca y compitiendo entre sí por ver quien suelta el monólogo más absurdo. Todos ganan.

En la película hay un problema básico, es absolutamente imposible que el protagonista te caiga bien. Y no solo eso, además vas aumentando el odio hacia él a medida que avanza la trama. Normalmente cuando esto me pasa tiendo a solidarizarme con los malos, pero es que en esta película es imposible solidarizarse con nadie. El personaje de Octopus consigue alterarme y aburrirme a partes iguales según el minuto de película y sus secuaces tampoco ayudan en nada, más bien todo lo contrario, solo consiguen que aumente mi ira. Para colmo, en los momentos dramáticos me entra la risa y en los momentos de risa me entra la vergüenza ajena. Nada funciona como debería. Es cierto que en el cómic original abundaban los contrapuntos cómicos, pero en la película lo único que se logra rozar es el ridículo.

Resumiendo: En cierta ocasión se me cagó encima una paloma. La sensación fue poco más desagradable que la de ver esta película.



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Perdición (1944)

Elprimerhombre, a raíz de la reciente fecha conmemorativa de los 50 años de la muerte de Raymond Chandler, se dispone a contarles una historia cargada de puro magnetismo que les dejará estupefactos, con la certidumbre de estar presenciando una de las mejores obras de cine negro que se hayan realizado jamás. Me estoy refiriendo a Perdición, de Billy Wilder, una película que cuenta con un trío protagonista inimitable, con una soberbia Barbara Stanwyck en su papel de femme fatale.

Y no es para menos el sucumbir ante tan inteligente relato, con una propuesta tan brillante del propio Wilder, inspirado junto con Raymond Chandler para obsequiarnos con una adaptación de una novela negra de bolsillo de James M. Cain, Pacto de sangre (Double Indemnity), autor también de una obra tan conocida como El cartero siempre llama dos veces, llevada al cine por Tay Garnett en 1946 y por Bob Rafelson en 1981. Este autor solía introducir el personaje de la femme fatale en sus historias y en Perdición, título español bien diferente del original, la trama ocurre en Los Angeles, en el verano de 1938, y empieza de noche, con la llegada del protagonista herido de bala, Walter Neff (Fred MacMurray), a la oficina de seguros donde trabaja con la intención de dejar como epílogo un memorándum en una especie de grabadora para su jefe, el encargado de reclamaciones Barton Keyes (Edward G. Robinson), confesando el crimen que ha cometido por dinero y por amor a una mujer.

Mediante el flashback y la voz en off, nos cuenta el inicio de esa relación fatal entre los dos, con su visita a la casa de un tal señor Dietrichson, un ejecutivo de una empresa petrolífera, para renovar el seguro de sus dos automóviles, que al estar ausente, es atendido por su mujer, Phyllis (Barbara Stanwyck), produciendo una gran atracción en Walter. En la siguiente cita de ambos, ella le propone hacer un seguro de accidentes a su marido sin que él lo sepa, sospechando Walter de las trágicas intenciones de esa misteriosa mujer, negándose en rotundo a tal insinuación creyendo que de verdad quiere acabar con él. Pero Walter no cesará de pensar en lo que le ha propuesto y en una visita nocturna de ella a su piso, surge la pasión escondida que había entre los dos, entregándose él totalmente a ayudarla en su plan de asesinar a su marido. Dos días después, Walter irá a la casa del señor Dietrichson y este firmará el seguro de los dos coches, pero también firmará una segunda copia sin saber que es el seguro de accidentes, cuya póliza contiene una cláusula especial de "doble indemnización", en la que se paga el doble por accidentes que casi nunca ocurren. Por eso harán que el señor Dietrichson vaya en tren en un viaje que debe realizar, multiplicándose por dos el capital.

Aunque no lo tendrán nada fácil, Walter teme por la inteligencia y la sagacidad de su jefe, Barton Keyes, el personaje más definitivo y vital de la historia, con un papel estelar del irrepetible Edward G. Robinson, un actor con un carácter arrollador y un talento innato. Su manera de estar en escena apostaba por una increíble construcción del personaje, logrando siempre actuaciones memorables. En el mismo año de Perdición trabajó con Fritz Lang en La mujer del cuadro y al año siguiente repetiría con Lang en Perversidad, con un personaje muy estimable para el espectador, con otra femme fatale en la historia, interpretada por Joan Bennett. En Perdición, a causa de las investigaciones y las dudas sobre el asesinato ocurrido, conoceremos al "hombrecillo" que dice llevar dentro que le hace desconfiar de muchos casos, sobre todo al ser el máximo responsable a la hora de encontrar fraudes en los accidentes de sus clientes. Pero durante el desarrollo de la trama, también otros personajes irán cogiendo fuerza y protagonismo, como Lola, hija del primer matrimonio del señor Dietrichson, que revelará a Walter su odio hacia su madrastra; o también su novio, Nino Zachetti, que sin su existencia, aunque salga sólo en dos ocasiones, la trama no podría llegar al final de la historia.

Por todo esto, no es exagerado decir que el maestro Wilder hace las cosas con absoluta precisión y la verdad es que en Perdición todo acontece con un ritmo narrativo perfecto, con una intriga que irá en aumento, pareciéndonos percibir en el ambiente un olor a madreselva, asimilando, como Walter, su fuerte olor con el inminente asesinato. Destaca la secuencia de la coartada que Walter ha planeado, con fundidos entre planos explicándonos todas sus artimañas para no ser relacionado por el crimen que pronto va a cometer. Y el recurso de la voz en off, la luz tenebrosa que penetra en las ventanas o la música de Miklos Rozsa, serán también otros componentes indispensables para la historia. Dicho todo esto, hay que remarcar que el señor Wilder defraudó pocas veces a lo largo de su fascinante carrera cinematográfica en la que se encuentran varias obras maestras. Sin ir más lejos, en 1950 creó un guión original junto con D.M. Marshman Jr. y Charles Brackett, para realizar Sunset Boulevard, conocida en España como El crepúsculo de los dioses, con muchos puntos que recuerdan a Perdición, con Los Angeles otra vez como lugar para contar la historia, el flashback y la voz en off del protagonista masculino.

En definitiva, Perdición es un clásico del cine negro realizado por uno de los mejores directores de la historia del cine, con unos protagonistas tan convincentes como brillantes, destacando un Edward G. Robinson colosal.

Un saludo!



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Hechizo letal/El sello de Satán (Cast a deadly spell, 1991)


Si podéis imaginar Los mitos de Chtulhu escritos por Raymond Chandler, tendréis una idea aproximada de lo que es ver Hechizo letal, una película que convierte el terror cósmico en cosa de detectives. La trama contiene un gran número de clichés del cine negro, como el antihéroe atenazado por un oscuro pasado, la mujer fatal y el ex policía corrupto, pero también incluye a Chtulhu y su trouppe de Primigenios, a varios zombis, algún unicornio, una tenebrosa gárgola y… Ah, sí, los gremlins, no nos olvidemos de los gremlins.


La historia empieza en Los Ángeles, en el año 1948, una época en la que todo el mundo usa la magia y las artes oscuras. Bueno, no exactamente todo el mundo. Howard Phillip Lovecraft es un detective de la vieja escuela y no está dispuesto a transigir. Su total oposición a utilizar patas de conejo y varitas mágicas se convierte en una de las principales razones por las que un magnate le encarga un nuevo trabajo: recuperar un tratado sobre ciertos tipos de magia esotérica que le ha sido robado. Dicho libro tiene un nombre de pila que, si el sentido común no me falla, no les va a resultar del todo desconocido; se llama Necronomicón.


Lovecraft, Chtulhu, un club llamado Dunwich Room, el Necronomicón… La película ofrece un sin fin de guiños a los Chuthulutianos de pro. Un gesto que en ocasiones puede resultar acertado y en otras, algo más gratuito, pero que a la hora de la verdad no juega ni a favor ni en contra del filme, porque si uno sabe ver más allá del envoltorio pretendidamente bizarro de la cinta, se topará con una buena película, entretenida y mordaz. No abundan las ocasiones en que el humor y la serie B se unen con buenos resultados, pero este filme, a diferencia de otros como Zone Troopers, parece saber que el choque de géneros tan solo es la premisa del chiste y no la broma en sí.


Años antes de rodar un par de entregas de la saga Bond, Martin Campbell asumió la realización de este cruce entre el cine fantástico y El halcón maltés. Un telefilme donde Fred Ward (Remo, desarmado y peligroso, Temblores) interpreta al cínico detective de respuestas rápidas y afiladas, una jovencísima Julianne Moore (Boggie nights, El gran Lebowski) hace de seductora vampiresa, Clancy Brown (Los inmortales, Carnivàle) interpreta al gangster sin escrúpulos, y Raymond O’Connor, da vida a su hombre de confianza. Una serie de papeles que en su día ya interpretaron Humphrey Bogart, Rita Hayworth, Orson Welles y Peter Lorre, en otro tipo de producciones.


La película fue concebida para la televisión, así que no tiene un acabado visual demasiado vistoso y es probable que, teniendo en cuenta su temática, hubiese lucido más y mejor en blanco y negro. Algunos decorados dan el pego, otros no. Los efectos especiales son completamente artesanales, llenos de marionetas y muñequitos articulados, algo que imprime carácter a la cinta porque, ¿qué pasaría si fueran hechos por ordenador? Probablemente que parecería un Harry Potter de tercera y perdería gran parte de su encanto. Hay una escena en la que Lovecraft dice: “Mi camisa está raída y mis zapatos necesitan lustre, pero no tengo una hipoteca sobre mi alma.” Esta frase define a la perfección la aptitud del filme.


Ésta es una de esas películas en las que se fuma y se bebe mucho, y en la que todas las escenas empiezan o acaban con Lovecraft encendiéndose un cigarrillo. Algunos diálogos pueden resultar demasiado artificiosos, pero la mayoría están construidos con mucha chispa, lo que los convierte en uno de los platos fuertes del filme. Abundan las salidas del tipo “He oído salir cosas más inteligentes de unos pantalones de pana”, sumadas a diversas referencias a la magia y los monstruos, todas ellas en tono desenfadado.


Hechizo letal se conforma como un digno crisol de recursos cinematográficos, un homenaje cariñoso y sincero a dos de los géneros más carismáticos del cine. Un pastiche que funciona porque no se muestra cínico con su propio material, sino que se empapa en él. Un filme modesto, en definitiva, que aún teniendo escenas algo desmañadas y algún momento flojo, desprende mucha magia y honestidad. Una dosis muy entrañable de mitomanía y sentido del humor.

Como éste es un mundo extraño, la película propició una improbable secuela que cuenta en sus filas con pesos pesados como Paul Schrader y Dennis Hopper, pero que no cuajó y es bastante olvidable.

La frase: “Cuando empecé en esto me dije que haría unas cosas y otras no, algunos empiezan como yo y se venden por el camino, pero cuantos más caen, más sencillo resulta. Sí, todo el mundo transige, todo el mundo engaña, todo el mundo utiliza la magia. Vacían sus bolsillos de ideales y le cargan el mochuelo al vecino para no hacerlo a sí mismos. Así es como funciona, y yo a eso digo que no. Mi camisa está raída y mis zapatos necesitan lustre, pero no tengo una hipoteca sobre mi alma. Es mía, límpia y libre.”

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Sed de mal (1958)

Elprimerhombre se ha vuelto a quedar boquiabierto con Sed de mal, de Orson Welles, una asombrosa película llena de planos increíbles y con una perfecta puesta en escena.


La historia comienza en México, en una ciudad fronteriza con Estados Unidos, cuando un tipo coloca una bomba en el maletero de un coche que explota nada más pasar la frontera. Es entonces cuando empieza una investigación por parte del capitán Hank Quinlan (Orson Welles) y el inspector de policía, un alto funcionario del gobierno, Mike Vargas (Charlton Heston), el primero americano y el segundo mexicano, que aunque al principio parece que sus averiguaciones vayan por el mismo bando, pronto Vargas sospechará de las pruebas poco creíbles de Quinlan.



Hay tantas cosas para destacar en esta película que intentaré ser lo más explícito posible. Primeramente, quiero destacar el famosísimo inicio, con un primer plano de la bomba, siguiendo después al tipo (proyectándose su sombra en la fachada de un edificio) hasta el coche, mientras se va elevando la cámara con una grúa, mostrando la calle por donde circula el vehículo, bajando después cuando aparece en escena la pareja recién casada Mike (Heston) y Susie Vargas (Janet Leigh), llegando hasta la aduana donde los oficiales reconocen a Mike por haber desarticulado a los Grandi y haber atrapado a uno de ellos. Y en el justo momento en que la pareja se da un beso, ya en suelo americano, explota el coche. Este plano-secuencia dura unos 4 minutos y está ejecutado de manera impecable, con varios extras que se van cruzando con la pareja protagonista.


Sin decaer en ningún momento el suspense, todo lo que ocurre en este film encaja a la perfección. La dirección de Welles es propia de un maestro, con unos contrapicados muy sugerentes y una fotografía en blanco y negro que penetra en los ojos del espectador hasta permanecer en su memoria para siempre. Casi toda la acción ocurre de noche y parece transcurrir a tiempo real, con sucesos paralelos (como todo lo que le ocurre a la mujer de Vargas) muy bien estructurados con el tema central del film y un enfrentamiento entre Welles y Heston (cuyas actuaciones son indiscutiblemente brillantes) que es de lo más interesante de la película.


La caracterización de estos dos personajes es muy acertada. Charlton Heston tiene la tez morena, con un bigote bien perfilado y con un acento mexicano a veces difícil de entender (hay que verla en V.O.S.). Orson Welles lleva gabardina, sombrero y un bastón (por una bala en una pierna) que le hace resaltar hasta en una distancia bien lejana. Su caracterización aporta al personaje un carisma bastante llamativo, con una gran cantidad de maquillaje y un relleno de unos 25 kilos, unido a un rostro que denota un cansancio físico agotador. Hay que decir que Welles tenía 42 años cuandó rodó esta película y nadie lo diría viendo su personaje.


Es curiosa la aparición en la película de Marlene Dietrich como dueña de un local de alterne. Sólo aparece en 4 escenas rodadas en un día. Fue el propio Welles que pensó en ella durante el rodaje y ella aceptó como un favor personal. Utilizó la peluca morena que llevaba en la película En las rayas de la mano. Lo curioso es que la Universal no sabía nada de su aparición y cuando la vieron en el premontaje inicial, usaron su nombre para la promoción de la película, pagándole al final un buen sueldo.


Por cierto, la Universal tomó el control del montaje y hechó a Welles del proyecto. Y como es obvio, el resultado no agradó nada a su creador, que llegó a escribir 58 puntos donde se había cambiado su planteamiento original. Estos puntos acabaron en las manos de Heston y basándose en ellos se realizó la restauración y reestreno de la copia para DVD en 1998, en la que se insertaron 15 minutos nuevos.


En definitiva, una rotunda obra maestra que no decepciona a nadie, con una dirección y unas actuaciones absolutamente perfectas.


Leer critica Sed de mal (Touch of Evil) en Muchocine.net

Rififí (1955)

Elprimerhombre ha visto Rififí, de Jules Dassin, una película muy entretenida por su ritmo narrativo, que no decae en ningún momento, y por el robo a una joyería que se recordará siempre por su secuencia en silencio y por estar pensado hasta el último detalle, consiguiendo que el espectador tenga casi la misma tensión que los personajes.

La historia se centra en un tipo llamado Tony el Estefanés, que después de haber estado 5 años en prisión por encubrir a un amigo, se une con tres compinches para abrir la caja fuerte de una joyería. Uno de ellos es Jo, el tipo al que no delató, otro es Mario, al que se le ha ocurrido la idea del robo y el tercero es César, el Milanés, un especialista en cajas fuertes. La posible recompensa les motiva para llevar a cabo tan difícil tarea, estudiando todos los movimientos que se producen en la joyería desde que se abre hasta que se cierra. El plan debe salir a la perfección, comprobando toda la seguridad del establecimiento, por eso, en una escena, vemos a los cuatro intentando averiguar la manera de desactivar una alarma parecida a la que tienen en la joyería, ya que unos sensores situados por todas las puertas y ventanas responden a la menor vibración, haciendo que la alarma se ponga en funcionamiento.

El personaje de el Estefanés está encarnado por Jean Servais, un actor belga que seguramente hace el papel de su vida, metiéndose en la piel de un tipo amargado, enfermizo y hasta un poco mayor para estos asuntos sucios. Aún así, consigue un personaje con carisma, que ayuda a que el espectador crea en sus tácticas y en su manera de actuar. Jules Dassin, junto con el escritor Auguste Le Breton, autor de la novela en la que está basada la historia, hicieron un personaje con una seguridad envidiable, confiando más en sí mismo que en los demás.

Y a pesar de que la etapa clave del Cine Negro se sitúa en los años 40 y 50, según casi todos los historiadores de Cine (siendo El Halcón Maltés su primer ejemplo), Rififí, de 1955, tiene bastante calidad para ser considerada como una buena película dentro de este género o subgénero. Hay que decir que para Dassin es su segunda película fuera de Estados Unidos (antes había rodado en Gran Bretaña, con Richard Widmark, Noche en la ciudad) ya que tuvo que exiliarse por el tema de la Caza de Brujas.

En esta película, Dassin construye con eficacia una historia en la que el guión está muy bien estructurado, con un dominio de la cámara destacable, acompañando el movimiento de los personajes y hasta a veces su mirada. Un buen ejercicio de puesta en escena en el que desde el primer minuto nos tiene atrapados, con unos giros en el guión que hacen que nuestro interés aumente en cada momento, con una gran actuación de Jean Servais.

Como curiosidad, en España se hizo una especie de parodia del atraco perfecto, al modo de este film, Atraco a las tres, dirigida por José María Forqué e interpretada por Cassen, José Luís López Vázquez, Manuel Alexandre, Gracita Morales y Alfredo Landa.

Un saludo!


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M, el vampiro de Düsseldorf (1931)

Elprimerhombre se ha visto inmerso en una trama que le ha dejado estupefacto, una historia atrayente con la que no ha sido capaz de apartar la mirada de la pantalla durante todo el metraje. Me estoy refiriendo a M. El vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang.

El personaje principal es un criminal que tiene aterrorizada a toda una ciudad. Ha acabado con la vida de varias niñas inocentes y la sociedad está harta de que no lo capturen. Esto hace que la policía aumente su vigilancia y empiecen las redadas diarias a bares nocturnos de los barrios bajos, impidiendo desarrollar la actividad del hampa, ya que se verá perjudicada con la intromisión de la Ley en su ámbito de trabajo. De esta manera, una banda organizada decidirá acabar con el villano, reclutando a varios mendigos de la ciudad y situándolos en distintas zonas con la intención de que vigilen a cualquier sospechoso que se acerque a las niñas. Así, el criminal es acosado tanto por los mafiosos como por la policía y a partir de aquí el film contiene escenas que casi seguro permanecerán imborrables en la memoria del espectador.

Fritz Lang nos ofrece una obra de lujo, de puro arte, en la que no falla nada. El guión está trazado con exactitud, discurriendo con delicadeza por todos los puntos donde debe ocurrir la historia, con la ayuda de una cámara incisiva, con planos picados o contrapicados, con acercamientos a los personajes y con descubrimientos que el espectador recibe con un placer nunca imaginado, dando por seguro que lo que está viendo es algo extraordinario. Una puesta en escena impecable, unos toques de humor sutiles, unos personajes caricaturescos y un Peter Lorre que está inconmensurable en su primer papel en la gran pantalla. La última secuencia es extraordinaria, de lo mejor que se ha visto nunca en el cine. Su resolución es perfecta por la fuerza que tiene el drama de la situación y la actuación de Lorre es estremecedora, logrando crear ese clímax al que llegan las grandes obras.

Lang es uno de los grandes creadores de la historia del Cine. Películas como Metrópolis, El testamento del Doctor Mabuse, Perseverancia o La mujer del cuadro son un claro ejemplo de su extensa y carismática cinematografía. Sus dotes para el cine son infinitas, con un claro acercamiento al expresionismo, con esos grandes espacios marcados con fuertes claroscuros o esas distorsiones en las formas, dando mucha importancia a la luz, al decorado o a las masas humanas revelándose en contra de la justicia, como es el caso de esta película.

La recomiendo encarecidamente a los amantes del buen cine, del cine con mayúsculas, porque estamos ante una obra que exalta el ánimo por su perfecta armonía, por su fuerza visual, por las actuaciones de sus personajes y por un Peter Lorre que con sus ojos desorbitados y sus marcadas expresiones nos hace creer que dentro suyo subyace un ser diabólico que le induce a actuar malvadamente cuando ve a una niña.

En definitiva, un placer poder ver una película de tan alto calibre, con tanta calidad que calificarla con un solo adjetivo resulta casi imposible.

Un saludo!


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