La cima del mundo
Teniente corrupto.
No habrá paz para los malvados es una de ese tipo de películas que parece que quieran decir: tenemos un personaje principal tan cojonudo que vamos a dejar que todo el peso de la película recaiga sobre él y a ver qué sucede (algo parecido a aquellos equipos de futbol que confían en que su estrella les resuelva un partido complicado). Lo que suele pasar en estos casos es que si el personaje es tan bueno como sus creadores habían imaginado, y el actor encargado de interpretarlo consigue hacerse con él y meterse en el papel hasta el fondo, la película suele llegar a buen puerto, mientras que, en el caso contrario, la cosa termina por naufragar al poco de arrancar. La película que nos ocupa logra llegar a buen puerto porque: a) el personaje principal es fantástico, engancha, convence y está bien escrito; y porque b) José Coronado clava la interpretación y consigue meterse en la piel de un decrépito policía en horas bajas. Pero llega a puerto con los responsables achicando agua como locos porque, a todo esto, entre medio hay una trama, así como policiaca, que empieza francamente interesante pero que va perdiendo fuerza a medida que avanza y únicamente logra sobrevivir gracias a su hilo conductor: el personaje de Santos Trinidad (si es que hasta el nombre ya es molón).
Buscando a Emily desesperadamente
Más dura será la caída

Una de las categorías en la que saltaban más chispas de la pasada entrega de los premios Oscar, era la de mejor película de habla no inglesa, con dos potentes gallos en un mismo gallinero: la alemana "La cinta blanca" y la francesa "Un profeta". Todo parecía decantarse, pues, a que una de las dos películas se alzaría con el premio, aunque muchos eran quienes le otorgaban una pequeña ventaja a la cinta de Haneke. A la hora de la verdad, la ganadora resultó ser, contra todo pronóstico (el mio incluido), la tercera en discordia, a la que todo el mundo se empeñaba en augurar escasas posibilidades, la cinta argentina El secreto de sus ojos.


Lo cierto es que la película juega a muchas bandas a la vez y lo que en un principio pudiera parecer un simple thriller policíaco al estilo de "atrapa al malo" (que lo es), también se termina destapando como un film que analiza las relaciones personales (tanto afectivas como románticas) de sus protagonistas, radiografía una época especialmente combulsa de la historia Argentina (tanto a nivel social como político), e incluso se permite el lujo de mostrar un humor mordaz a través de unos diálogos tan ágiles como divertidos. Todo ello, por si fuera poco, con un empaque visual excelente, una gran dirección por parte de Campanella, unos actores en un constante estado de gracia y, en definitiva, una sensación de estar viendo cine en estado puro. Y todo ello para dejarnos con la moraleja final, que por sabida no resulta menos cierta, de que los asuntos sin resolver (véase un crimen, véase una historia de amor) terminan dejando una brecha que jamás termina de cerrar.



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¿Ustedes recuerdan a Michael Jordan? Michael Jordan era, con total seguridad, uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos (por no decir el mejor) y, de echo, era tan bueno, que se aburrió y decidió probar suerte en otras modalidades. Así pues, el hombre, decidió pasarse al béisbol, donde fichó por los Chicago White Sox, un equipo de la American League, con resultados más bien discretos. Como se dio cuenta de sus limitaciones, apenas año y medio después, Jordan, decidió volver a la NBA y a lo que mejor sabía hacer. Sin duda alguna, Frank Miller tiene mucho que aprender de Michael Jordan.




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Un saludo!
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La historia empieza en Los Ángeles, en el año 1948, una época en la que todo el mundo usa la magia y las artes oscuras. Bueno, no exactamente todo el mundo. Howard Phillip Lovecraft es un detective de la vieja escuela y no está dispuesto a transigir. Su total oposición a utilizar patas de conejo y varitas mágicas se convierte en una de las principales razones por las que un magnate le encarga un nuevo trabajo: recuperar un tratado sobre ciertos tipos de magia esotérica que le ha sido robado. Dicho libro tiene un nombre de pila que, si el sentido común no me falla, no les va a resultar del todo desconocido; se llama Necronomicón.

Lovecraft, Chtulhu, un club llamado Dunwich Room, el Necronomicón… La película ofrece un sin fin de guiños a los Chuthulutianos de pro. Un gesto que en ocasiones puede resultar acertado y en otras, algo más gratuito, pero que a la hora de la verdad no juega ni a favor ni en contra del filme, porque si uno sabe ver más allá del envoltorio pretendidamente bizarro de la cinta, se topará con una buena película, entretenida y mordaz. No abundan las ocasiones en que el humor y la serie B se unen con buenos resultados, pero este filme, a diferencia de otros como Zone Troopers, parece saber que el choque de géneros tan solo es la premisa del chiste y no la broma en sí.

Años antes de rodar un par de entregas de la saga Bond, Martin Campbell asumió la realización de este cruce entre el cine fantástico y El halcón maltés. Un telefilme donde Fred Ward (Remo, desarmado y peligroso, Temblores) interpreta al cínico detective de respuestas rápidas y afiladas, una jovencísima Julianne Moore (Boggie nights, El gran Lebowski) hace de seductora vampiresa, Clancy Brown (Los inmortales, Carnivàle) interpreta al gangster sin escrúpulos, y Raymond O’Connor, da vida a su hombre de confianza. Una serie de papeles que en su día ya interpretaron Humphrey Bogart, Rita Hayworth, Orson Welles y Peter Lorre, en otro tipo de producciones.

La película fue concebida para la televisión, así que no tiene un acabado visual demasiado vistoso y es probable que, teniendo en cuenta su temática, hubiese lucido más y mejor en blanco y negro. Algunos decorados dan el pego, otros no. Los efectos especiales son completamente artesanales, llenos de marionetas y muñequitos articulados, algo que imprime carácter a la cinta porque, ¿qué pasaría si fueran hechos por ordenador? Probablemente que parecería un Harry Potter de tercera y perdería gran parte de su encanto. Hay una escena en la que Lovecraft dice: “Mi camisa está raída y mis zapatos necesitan lustre, pero no tengo una hipoteca sobre mi alma.” Esta frase define a la perfección la aptitud del filme.

Ésta es una de esas películas en las que se fuma y se bebe mucho, y en la que todas las escenas empiezan o acaban con Lovecraft encendiéndose un cigarrillo. Algunos diálogos pueden resultar demasiado artificiosos, pero la mayoría están construidos con mucha chispa, lo que los convierte en uno de los platos fuertes del filme. Abundan las salidas del tipo “He oído salir cosas más inteligentes de unos pantalones de pana”, sumadas a diversas referencias a la magia y los monstruos, todas ellas en tono desenfadado.

Hechizo letal se conforma como un digno crisol de recursos cinematográficos, un homenaje cariñoso y sincero a dos de los géneros más carismáticos del cine. Un pastiche que funciona porque no se muestra cínico con su propio material, sino que se empapa en él. Un filme modesto, en definitiva, que aún teniendo escenas algo desmañadas y algún momento flojo, desprende mucha magia y honestidad. Una dosis muy entrañable de mitomanía y sentido del humor.
Como éste es un mundo extraño, la película propició una improbable secuela que cuenta en sus filas con pesos pesados como Paul Schrader y Dennis Hopper, pero que no cuajó y es bastante olvidable.
La frase: “Cuando empecé en esto me dije que haría unas cosas y otras no, algunos empiezan como yo y se venden por el camino, pero cuantos más caen, más sencillo resulta. Sí, todo el mundo transige, todo el mundo engaña, todo el mundo utiliza la magia. Vacían sus bolsillos de ideales y le cargan el mochuelo al vecino para no hacerlo a sí mismos. Así es como funciona, y yo a eso digo que no. Mi camisa está raída y mis zapatos necesitan lustre, pero no tengo una hipoteca sobre mi alma. Es mía, límpia y libre.”
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La historia comienza en México, en una ciudad fronteriza con Estados Unidos, cuando un tipo coloca una bomba en el maletero de un coche que explota nada más pasar la frontera. Es entonces cuando empieza una investigación por parte del capitán Hank Quinlan (Orson Welles) y el inspector de policía, un alto funcionario del gobierno, Mike Vargas (Charlton Heston), el primero americano y el segundo mexicano, que aunque al principio parece que sus averiguaciones vayan por el mismo bando, pronto Vargas sospechará de las pruebas poco creíbles de Quinlan.

Hay tantas cosas para destacar en esta película que intentaré ser lo más explícito posible. Primeramente, quiero destacar el famosísimo inicio, con un primer plano de la bomba, siguiendo después al tipo (proyectándose su sombra en la fachada de un edificio) hasta el coche, mientras se va elevando la cámara con una grúa, mostrando la calle por donde circula el vehículo, bajando después cuando aparece en escena la pareja recién casada Mike (Heston) y Susie Vargas (Janet Leigh), llegando hasta la aduana donde los oficiales reconocen a Mike por haber desarticulado a los Grandi y haber atrapado a uno de ellos. Y en el justo momento en que la pareja se da un beso, ya en suelo americano, explota el coche. Este plano-secuencia dura unos 4 minutos y está ejecutado de manera impecable, con varios extras que se van cruzando con la pareja protagonista.

Sin decaer en ningún momento el suspense, todo lo que ocurre en este film encaja a la perfección. La dirección de Welles es propia de un maestro, con unos contrapicados muy sugerentes y una fotografía en blanco y negro que penetra en los ojos del espectador hasta permanecer en su memoria para siempre. Casi toda la acción ocurre de noche y parece transcurrir a tiempo real, con sucesos paralelos (como todo lo que le ocurre a la mujer de Vargas) muy bien estructurados con el tema central del film y un enfrentamiento entre Welles y Heston (cuyas actuaciones son indiscutiblemente brillantes) que es de lo más interesante de la película.

La caracterización de estos dos personajes es muy acertada. Charlton Heston tiene la tez morena, con un bigote bien perfilado y con un acento mexicano a veces difícil de entender (hay que verla en V.O.S.). Orson Welles lleva gabardina, sombrero y un bastón (por una bala en una pierna) que le hace resaltar hasta en una distancia bien lejana. Su caracterización aporta al personaje un carisma bastante llamativo, con una gran cantidad de maquillaje y un relleno de unos 25 kilos, unido a un rostro que denota un cansancio físico agotador. Hay que decir que Welles tenía 42 años cuandó rodó esta película y nadie lo diría viendo su personaje.

Es curiosa la aparición en la película de Marlene Dietrich como dueña de un local de alterne. Sólo aparece en 4 escenas rodadas en un día. Fue el propio Welles que pensó en ella durante el rodaje y ella aceptó como un favor personal. Utilizó la peluca morena que llevaba en la película En las rayas de la mano. Lo curioso es que la Universal no sabía nada de su aparición y cuando la vieron en el premontaje inicial, usaron su nombre para la promoción de la película, pagándole al final un buen sueldo.

Por cierto, la Universal tomó el control del montaje y hechó a Welles del proyecto. Y como es obvio, el resultado no agradó nada a su creador, que llegó a escribir 58 puntos donde se había cambiado su planteamiento original. Estos puntos acabaron en las manos de Heston y basándose en ellos se realizó la restauración y reestreno de la copia para DVD en 1998, en la que se insertaron 15 minutos nuevos.
En definitiva, una rotunda obra maestra que no decepciona a nadie, con una dirección y unas actuaciones absolutamente perfectas.
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La historia se centra en un tipo llamado Tony el Estefanés, que después de haber estado 5 años en prisión por encubrir a un amigo, se une con tres compinches para abrir la caja fuerte de una joyería. Uno de ellos es Jo, el tipo al que no delató, otro es Mario, al que se le ha ocurrido la idea del robo y el tercero es César, el Milanés, un especialista en cajas fuertes. La posible recompensa les motiva para llevar a cabo tan difícil tarea, estudiando todos los movimientos que se producen en la joyería desde que se abre hasta que se cierra. El plan debe salir a la perfección, comprobando toda la seguridad del establecimiento, por eso, en una escena, vemos a los cuatro intentando averiguar la manera de desactivar una alarma parecida a la que tienen en la joyería, ya que unos sensores situados por todas las puertas y ventanas responden a la menor vibración, haciendo que la alarma se ponga en funcionamiento.

Y a pesar de que la etapa clave del Cine Negro se sitúa en los años 40 y 50, según casi todos los historiadores de Cine (siendo El Halcón Maltés su primer ejemplo), Rififí, de 1955, tiene bastante calidad para ser considerada como una buena película dentro de este género o subgénero. Hay que decir que para Dassin es su segunda película fuera de Estados Unidos (antes había rodado en Gran Bretaña, con Richard Widmark, Noche en la ciudad) ya que tuvo que exiliarse por el tema de la Caza de Brujas.


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El personaje principal es un criminal que tiene aterrorizada a toda una ciudad. Ha acabado con la vida de varias niñas inocentes y la sociedad está harta de que no lo capturen. Esto hace que la policía aumente su vigilancia y empiecen las redadas diarias a bares nocturnos de los barrios bajos, impidiendo desarrollar la actividad del hampa, ya que se verá perjudicada con la intromisión de la Ley en su ámbito de trabajo. De esta manera, una banda organizada decidirá acabar con el villano, reclutando a varios mendigos de la ciudad y situándolos en distintas zonas con la intención de que vigilen a cualquier sospechoso que se acerque a las niñas. Así, el criminal es acosado tanto por los mafiosos como por la policía y a partir de aquí el film contiene escenas que casi seguro permanecerán imborrables en la memoria del espectador.


La recomiendo encarecidamente a los amantes del buen cine, del cine con mayúsculas, porque estamos ante una obra que exalta el ánimo por su perfecta armonía, por su fuerza visual, por las actuaciones de sus personajes y por un Peter Lorre que con sus ojos desorbitados y sus marcadas expresiones nos hace creer que dentro suyo subyace un ser diabólico que le induce a actuar malvadamente cuando ve a una niña.

Un saludo!
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