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Los paraguas de Cherburgo (1964)


Canciones de amor y desesperanza

Dentro del movimiento cinematográfico francés llamado Nouvelle Vague hubo un director que quiso apostar por un proyecto musical que cuando se hizo realidad sorprendió tanto a crítica como a público. Ese hombre fue Jacques Demy y su película en concreto Los paraguas de Cherburgo (1964), cuya propuesta fue tan novedosa que resultó ser revolucionaria. La historia es un apasionante retrato del amor, plasmado con todo sentimiento a través de diálogos cantados, algo que era inusual en el género siendo el primer film en realizarlo enteramente (además sin ninguna coreografía). Su estreno resultó ser tan formidable que tuvo un gran éxito internacional y se ha convertido con creces en un clásico del cine europeo. Hay que decir que cuando Demy presentó su idea a su productor éste la rechazó y en Cannes de 1962 no hubo ningún comprador que le interesara el proyecto; pero, paradojas de la vida, en 1964 la película ganó la Palma de Oro en dicho festival de cine (también fue nominada en los Oscar como mejor película de habla no inglesa).

All That Jazz (Empieza el espectáculo) (1979)


The Show must go on

Si en una película el protagonista no tiene nada de carisma es obvio que el espectador pierda casi todo su interés en verla pero, por suerte, en la historia del cine hay varios ejemplos en los que una buena película tiene un gran protagonista, y uno muy claro es el personaje de Joe Gideon (muy bien interpretado por Roy Scheider) en All that Jazz (Empieza el espectáculo) (1979), film dirigido por Bob Fosse, coreógrafo y director norteamericano, que, siendo el cuarto de los cinco que rodó, e influenciado por Fellini, ocho y medio (1963) de Federico Fellini, representa parte de su vida, justamente cuando estaba acabando de montar su film Lenny (biopic sobre el controvertido cómico Lenny Bruce) y, a la vez, preparaba el musical Chicago para Broadway. Con esta historia, Fosse consiguió la Palma de Oro en Cannes (ex aequo) y 9 nominaciones a los Oscars, de las que únicamente obtuvo premio en las categorías de mejor canción original, dirección artística, vestuario y montaje. El premio en la categoría de mejor película, a la que también estaba nominada, fue a parar a Kramer contra Kramer, y ocurrió lo mismo en la categoría de mejor actor que en vez de dárselo merecidamente a Roy Scheider lo recibió Dustin Hoffmann por dicho film. Y esto es algo que deja entrever lo previsible que es casi siempre la Academia de Hollywood.

Cantando bajo la lluvia (1952)


¡Soy feliz otra vez!

Aunque cualquier amante del cine se decline más por unos géneros que por otros, hay clásicos que perduran en la memoria pertenezcan al género que sea. En este caso, un servidor no es muy adepto de los musicales, pero ante obras maestras como Cantando bajo la lluvia (1952), de Stanley Donen y Gene Kelly (que tres años antes habían realizado juntos Un día en Nueva York), uno no puede evitar caer en la tentación de disfrutar de todo el encanto que el visionado de esta gran película produce. Cada uno de sus fotogramas rebosa autenticidad y frescura debido a un guión y unos diálogos que no han envejecido en absoluto.


El mismo inicio ya indica el tono satírico que se va a usar durante toda la película, con una gran escena en la que una mujer llamada Dora Bailey presenta a las grandes estrellas que van llegando al Teatro Chino de Hollywood para ver el estreno de una película protagonizada por la pareja más aclamada del momento: Don Lockwood (Gene Kelly) y Lina Lamont (Jean Hagen, nominada al Oscar). De este par de actores la señora Bailey comenta que son "más conocidos que los huevos fritos" y cuando le propone a Don que hable sobre cómo conoció a Lina, el espectador ve su pasado mediante un flashback en el que vemos los tiempos difíciles de su infancia hasta su comienzo como actor, mientras Don explica una versión totalmente optimista a su entregado público que se ha dignado a esperar su llegada. A este falso pasado que Don rememora se une su relación sentimental con Lina de la que todo el mundo piensa que acabará en boda, algo que para nada es real; pero como se dirá más adelante, ese es el precio de la fama.


No hay que olvidar que el argumento de la película se basa en el cine dentro del cine, mostrándonos los sets de rodaje con todos los decorados y situando la acción exactamente en el final del cine mudo, con la aparición de la película El cantor de jazz (1927), cuyo estreno resulta ser apoteósico, algo que muchos creían que no iba a suceder. Este exitoso suceso hace que la productora en la que trabajan Don y Lina se plantee por obligación que la nueva película de esta popular pareja sea hablada, con un problema que no han tenido en cuenta hasta entonces: la horrible voz de Lina. La revolución que se produce a causa del cambio al cine sonoro provoca que los musicales triunfen y ese será el destino final de la película de Don y Lina, sustituyendo la voz de Lina por la de Kathy Selden (Debbie Reynolds), una aspirante a actriz que conoce Don aterrizando en su coche desde un tranvía ya que huye de sus enloquecidas fans.


Habría que comentar que a los espectadores que no les suela gustar los musicales quizás encuentren algunos bailes aburridos o otros un tanto largos, como el que protagoniza el amigo y compañero de trabajo de Don, Cosmo Brown (Donald O'Connor), con la canción Make them laugh (ya que hace demasiadas piruetas y caídas tontas en el suelo, aunque sea un gran bailarín); o la secuencia casi al final sobre Broadway (con una coreografía excelente, todo hay que decirlo). Pero también hay que mencionar la escena más popular y una de las más famosas y maravillosas de la historia del cine, la que da por título a la película con un Gene Kelly en estado de gracia.


Por eso, creo que hay que recordar este clásico no sólo por algunos buenos momentos musicales, sino por esa pura ironía mezclada con sarcasmo que muy acertadamente está introducida en la película, sobre todo, durante la primera mitad. Es casi imposible no verla con una sonrisa, con escenas tan memorables como las reprimendas que se echan en cara Don y Lina en una toma, las clases de dicción de los actores, o los problemas que se irán encontrando durante el rodaje a la hora de rodar con micrófono, algo que se verá en el pre-estreno unido a la mala sincronización del sonido con la imagen. Esto último será la gota que colma el vaso, dando al final con una esperada solución: salvar la película haciéndola un musical.


"Un clásico que se ha convertido en el musical más famoso de la historia del cine, lleno de simpatía, humor y sarcasmo"



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El pueblo de los Gigantes (Village of the Giants, 1965)


Los problemas crecen.

Hay películas que se inspiran en sus efectos especiales, e incluso hay cineastas que consagran su carrera a ellos, pero Bert I. Gordon es toda una singularidad por la dedicación que ha demostrado a un único y deslucido efecto especial; la retroproyección. Un burdo trucaje con el que ha abordado de manera insistente un subgénero que, si me permiten el juego de palabras, le viene grande; el gigantismo. Dinosaurios, cíclopes, saltamontes, tarántulas e incluso gallinas de gran tamaño, pueblan una filmografía con tendencia a los excesos y que le ha ganado el apodo de «Mr. Big», un mote que puede hacer referencia tanto a sus iniciales como a su interés por los monstruos agigantados. En El pueblo de los gigantes Bert I. Gordon afronta su temática habitual, la de los bichos con problemas de crecimiento, y la mezcla con las películas playeras de la época, en lo que viene a ser una desinhibida antología del cine juvenil de los 60’s. Probablemente la película también se podría haber titulado «El ataque de los adolescentes de 50 pies» o «Yo fui un gigante adolescente».


La mecánica del filme queda bien establecida desde la primera escena, en ella un coche conducido por un grupo de jóvenes de la gran ciudad se ha estrellado contra un poste de teléfonos a causa de una tormenta, pero no hay ningún herido. Los chicos salen del auto en un estado de euforia que les durará todo el metraje; gritan, bailan, beben cerveza y se lamen los unos a los otros bajo la lluvia, mientras en la radio suena una melodía pegadiza a todo trapo. El desenfreno yeyé deriva hacia una lucha en el barro donde todos participan, en lo que viene a ser una celebración hedonista de su estupidez y juventud. La secuencia nos plantea al menos tres cuestiones clave: 1) ¿qué sentido tiene todo esto?; 2) ¿cómo cabía toda esta gente en un solo coche?; y 3) ¿hasta cuándo pueden alargar esta escena? Tanto despropósito puede generar altas dosis de desasosiego en el espectador y por eso conviene echar mano de la infinita sabiduría de Homer Simpson, que en una ocasión parecida dijo: «Es una fiesta Marge, no le busques lógica.»


La historia [sic] continúa en un pueblo cercano, donde un niño se divierte con su juego de química. El chaval al parecer es todo un genio, tiene el sótano lleno de probetas humeantes y sin querer provoca una explosión, lo que en argot cinematográfico equivale casi a un doctorado en ciencias. El resultado del estallido es el «goo», una pasta rosada capaz de aumentar el tamaño de quien la ingiere, los primeros en comprobar sus asombrosos efectos son un gato, un perro y un par de patos. El filme sostiene la idea de que si un perro haciendo monerías encandila al público, un perro que es cuatro veces su tamaño normal encandilará al público el cuádruple, un argumento que la película defiende sin sonrojarse. Lo siguiente que sucede tiene que ver con los patos, que huyen y se cuelan en un guateque donde The Beau Brummels, una banda de pop-rock con cierta repercusión a mediados de los 60’s, toca música en directo. La trama no está dispuesta a dejar escapar la ocasión de mostrarnos un número de baile, aunque para ello deba meter en la pista a un par de patos gigantescos.


A partir de aquí hay diversas escenas que tienen que ver con las tentativas de los chicos malos de la ciudad por hacerse con el «goo», hasta que finalmente logran su cometido y adquieren un tamaño desproporcionado. Beau Bridges, el hermano de Jeff, interpreta a uno de los hiperbólicos adolescentes, y un jovencísimo Ron Howard, el futuro director de Un, dos, tres... ¡Splash! (1984), Willow (1988) o El Código Da Vinci (2006), da vida al pequeño genio que inventa el «goo». Pero el actor con una carrera de mayor éxito en el filme, es sin duda Orangey, el gato. Este minino ya había llevado a cabo un papel similar en El increíble hombre menguante (1957), pero también ha intervenido en películas como Esta isla, la tierra (1955) o Desayuno con diamantes (1961), además de ser el único gato que ha ganado dos veces el premio Patsy, la versión animal de los Oscar. Lo que lo convierte en algo así como el Jack Nicholson del mundo felino, supongo.


El pueblo de los gigantes toma prestada su premisa de una novela de H.G. Wells, pero cualquier rastro de El alimento de los dioses se diluye en una orgía de psicodelia yeyé y fantasía naïf. El filme parece un producto hecho a medida de los autocines de la época, y ofrece básicamente gigantismo, humor, chicas en bikini, largos números musicales y algunos colosos con las hormonas descontroladas, mientras la trama trivializa sobre el conflicto generacional, la angustia adolescente y la rebeldía. Al final, lo que queda, es la inevitable lectura que se obtiene del «goo», entendiendo esta sustancia química como una alegoría inversa de las drogas, ya que el subidón anímico que habitualmente se relaciona con ellas, aquí se materializa en un estado corporal excedido. Algo que, si lo piensan bien, tiene su miga. Para terminar, un detalle, es posible que el tema principal de la banda sonora compuesta por Jack Nietzsche les suene de algo, ya que recientemente Quentin Tarantino lo ha incluido en Death Proof (2007).



La frase: «En esta ciudad, por primera vez en mi vida, soy de veras un gran hombre, en todo el sentido de la palabra.»

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Anvil - El sueño de una banda de rock (2008)


This is not Spinal Tap

En esta primera década del 2000, el documental musical ha tenido un auge bastante espectacular y con una alta calidad. El director inglés Julien Temple ha realizado tres: Glastonbury (2000), sobre un Festival de Música Pop-Rock, La mugre y la furia, (2001), sobre los Sex Pistols, y Joe Strummer: Vida y muerte de un cantante (2007), sobre el fallecido líder de The Clash. Pero ha habido otros documentales destacados, como: Dig! (2004), de Ondi Timoner, sobre los grupos The Brian Jonestown Massacre y The Dandy Warhols, consiguiendo el Premio Especial del Jurado del Festival de Sundance; Metallica: Some Kind of Monster (2004), de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky; The Devil & Daniel Johnston (2005), de Jeff Feuerzeig; Los Estados Unidos contra John Lennon (2006), de David Leaf y John Scheinfeld; y Shine a Light (2008), de Martin Scorsese, sobre The Rolling Stones.


Ahora le toca al aclamado documental Anvil - El sueño de una banda de rock (2008), de Sacha Gervasi, para narrar la inexplicable desaparación de una banda canadiense de heavy metal que influyó a otros grupos tan conocidos como Metallica, Slayer, Megadeth o Anthrax. Y es que, a diferencia de estos, la banda de Anvil no pudo mantenerse a flote debido a la mala suerte de no tener detrás a un buen mánager ni a una buena compañía discográfica.

En los primeros minutos del film se presenta a la banda con unas cuantas opiniones de componentes de grupos ya mencionados como Metallica, Anthrax, Slayer, o hasta Slash de los Guns 'N' Roses, coincidiendo todos ellos en que Anvil les dejó maravillados. Querían parecerse a ellos y a todos les sorprendió su rápida desaparición del mapa. El documental es un seguimiento de la vida actual de los dos únicos componentes de la banda original, el cantante Steve "Lips" Kudlow y el batería Robb Reiner, que después de más de 30 años estando juntos siguen ensayando con las mismas ganas, sin dejar de soñar en que algún día serán estrellas del rock. Pero en la película hay momentos muy duros en los que los dos amigos se echan en cara bastantes cosas, debido al estrés acumulado durante tanto tiempo por conseguir el sueño de sus vidas.


Sacha Gervasi es el autor de la película, un amigo de la banda cuyo primer contacto mutuo fue cuando Gervasi tenía sólo 16 años, ya que Anvil le ofreció, por ser un fan acérrimo, ocuparse del stand de merchandising de toda una gira. Para la realización del documental, Gervasi se dedicó a filmar algunos shows de la banda durante el 2005 y el 2006, entrevistando también a familiares de Lips y Robb, utilizando además algunas imágenes de ellos durante su adolescencia. En varias escenas se ve la relación fraternal que tienen, aunque frecuentemente tienen serias discusiones que les hacen pensar si están haciendo lo correcto o de verdad es una pérdida de tiempo. Y Gervasi acierta al montar coherentemente la película mezclando entrevistas, ensayos y conciertos, logrando que te interese la vitalidad de estos dos tipos aunque guste o no el tipo de música que toquen. Por eso, la película ha logrado varios premios, recibiendo muy buenas críticas desde que se estrenó en el festival de Sundance. Y es inevitable que su historia recuerde a la película de culto de 1984, This is Spinal Tap, de Rob Reiner, aunque esta era un falso documental sobre una banda de rock.


Anvil - El sueño de una banda de rock es un verdadero estudio de la lucha por una ilusión, algo que se intenta alcanzar por todos los medios, aunque parezca imposible. Desde que conoces el tipo de vida que llevan tanto Lips como Robb, trabajando en cosas que no tienen nada que ver con su música, te das cuenta de la necesidad que tienen de seguir creando temas para intentar ser felices. Su tenacidad hace que quieran sacar su álbum número 13, que lleva por título "Este es el 13". Pero para entender mejor la mala suerte que tiene la banda son impagables todas las secuencias del tour que hacen por Europa con una especie de mánager, bastante poco experta, llamada Tiziana Arrigoni, novia del otro guitarrista de la banda. A la vuelta de varios conciertos pierden los trenes o los encuentran llenos, siendo el único medio que tenían para que les llevara al hotel. En algunos sitios donde tocan ni les pagan, como en un bar de Praga, donde Lips se cabrea muy seriamente con el dueño; en otros acuden menos de diez personas. Pero el caso más bochornoso ocurre al final del tour, en un festival llamado Monsters of Transylvania, donde según Tiziana van a acudir entre 5.000 o 10.000 personas. Al final asisten a su concierto 174 fans.


"Un buen documental que no sólo va dirigido a amantes del heavy metal; la historia de Anvil es una lucha constante por algo que uno cree posible, aunque sea después de 30 años"



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Nadie sabe nada de gatos persas (2009)


En busca de la música prohibida

Basada en hechos, lugares y personas reales, la última película del director kurdo-iraní Bahman Ghobadi, Nadie sabe nada de gatos persas, profundiza en el tema de la prohibición total en Irán de la música procedente de occidente, con una carga reivindicativa del derecho a la libertad de poder hacer la música que uno quiera. Para ello, Ghobadi quería explicar una historia de dos cantantes lesbianas pero conoció a una pareja de jóvenes músicos, Ashkan Koshanejad y Negar Shaghaghi, a los que pidió que antes de que se marcharan a Londres protagonizaran su película (parte de su caso es el mismo que se explica en la película). La historia fue escrita por Ghobadi en dos días y el rodaje duró unos dieciocho, poco antes de que estos tuvieran que partir. La historia es la de un chico y una chica que acaban de salir de la cárcel y quieren formar un grupo de rock indie, pero conseguir los permisos para hacer un concierto en Teherán es casi una utopía. Él desea salir de Irán porque quiere hacer música de verdad, pero tendrán que buscar unos pasaportes y visados para poder marcharse. Con la ayuda de un tal Nader (Hamed Behdad), un tipo que les hace tanto de mánager como de productor, intentarán escaparse de su propio país.


Dirigida como un documental mezclando el formato de videoclip musical, Ghobadi ha querido mostrar su opinión crítica sobre la prohibición de algo que tanto le apasiona, la música. Algo que ya quedó claro en su anterior trabajo, Media luna (2006), donde el protagonista, un músico llamado Mamo, consigue por fin el permiso para dar un concierto en el Kurdistan iraquí. En la historia también aparece una aldea de mil trescientas mujeres exiliadas a las que se les prohíbe en Irán cantar en público, sobre todo delante de los hombres. Y es que desde hace unos treinta años, la música occidental ha sido prácticamente prohibida por las autoridades iraníes, habiendo miles de bandas que intentan hacer su propia música a escondidas. Hasta el mismo Ghobadi ha tenido problemas en muchas ocasiones para obtener permisos para realizar sus películas, de ahí que aparezca al inicio de esta película cantando en un estudio como claro mensaje reivindicativo. También fue encarcelado por haber criticado al presidente del país, Mahmud Ahmadineyad, y sus películas se pueden ver en su país únicamente de forma clandestina. Ahora vive entre Irak, Alemania y EEUU.


Sin embargo, aunque sus intenciones para esta película sean bastante acertadas y muy necesarias, Ghobadi falla a la hora de darle un hilo argumental a la historia. Lo mejor de la película son las buenas canciones de la banda sonora, aunque no están muy bien unidas con la historia, sirviéndole únicamente a Ghobadi para hacer vídeos musicales mostrando imágenes de Teherán. Eso sí, el espectador puede disfrutar tanto de música indie, como heavy metal o rap persa. Lástima que el resultado no haya sido tan interesante como la propuesta. Quizás Ghobadi tenga que volver a sus películas dramáticas, o más bien trágicas como Las tortugas también vuelan (2004) o Un tiempo para los caballos borrachos (2000), con sus frecuentes toques de humor. En esta película encontramos un leve atisbo del humor de sus anteriores películas, pero poco o nada del acierto cinematográfico.

"Floja historia narrada en modo documental, en la que destacan las intenciones de Bahman Ghobadi y la buena banda sonora"




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I'm not there (2007)


¿De dónde vengo o de dónde soy?

En el biopic o película biográfica se intentan destacar los rasgos más importantes del personaje que se quiere mostrar, centrándose en las partes más relevantes de su vida. Y el éxito de lo expuesto se ve reflejado en la emoción del espectador, contagiándose, en gran medida, por la misma motivación que ha influido al autor de la película, el carisma del personaje. Pero no nos engañemos, influye mucho la manera de enfocar el desarrollo de su historia, ocupando más tiempo ciertas etapas de la vida del personaje que el mismo autor ha elegido. Todo esto es lo que el director Todd Haynes ha querido cogérselo a su manera, cambiando radicalmente el concepto de biografía en I'm not there, utilizando a seis actores para encarnar a seis personajes distintos que personifican de alguna forma la manera de ser y de pensar del legendario músico, cantante y poeta estadounidense, Bob Dylan. El problema grave de este proyecto es que las escenas de esos personajes se entrecruzan tanto, mezclando ficción y documental y compaginando imágenes en blanco y negro y color, que el resultado es un experimento desconcertante y muy extraño, llegando a ser lastimosamente soporífero mientras va avanzando la historia.


Hay que decir que la idea es bastante original y que se puede apreciar el interés de Haynes por hacer algo fuera de lo convencional, intentando respetar la figura de Dylan (recibiendo la aprobación de él mismo, quizás sorprendido por el planteamiento de la historia), pero la cosa falla por la extensa duración y por el aburrimiento que provoca. Al inicio, el director quiere atrapar al espectador con sugerentes planos en blanco y negro, presentando a los seis actores que van a interpretar a Dylan: Ben Whishaw es un tipo que se llama Arthur Rimbaud, presentando la faceta de poeta del cantante; Marcus Carl Franklin es un niño negro fugitivo acompañado siempre de una guitarra, que se hace llamar Woody Guthrie, en referencia al nombre de un conocido e influyente músico folk estadounidense; Christian Bale es un cantante de música folk llamado Jack Rollins; Heath Ledger es un actor rebelde llamado Robbie; Richard Gere es Billy, haciendo el papel de Billy the Kid (la banda sonora de la película de Sam Peckinpah la compuso Bob Dylan); y Cate Blanchett es Jude Quinn, el cantante andrógino que cambia la música folk por otra más guitarrera y eléctrica. A estos personajes hay que añadir la voz en off, en la versión original, del también cantante (y actor) Kris Kristofferson; y a Julianne Moore, que interpreta a una tal Alice Fabian, una cantante de folk y activista (clara alusión a Joan Baez) a la que entrevistan en la película, como si fuera un documental, para que hable sobre Jack Rollins. De todos estos, el personaje mejor conseguido y el que tiene más protagonismo es el de Cate Blanchett, cuya caracterización e interpretación son de lo mejor de la película. Aunque la aparición de su personaje da lugar a la parte más lenta y con más diálogos, algo que repercute mucho al ritmo de la historia.


Quizás sea verdad aquello de que si no eres fan de Bob Dylan no te gustará esta película, aunque a un servidor, sin ser un seguidor suyo, le ha interesado bastante la banda sonora, formada por composiciones de Dylan y elegida por componentes de Sonic Youth y Calexico, con algunas versiones, como la de Knocking' on heaven's door a cargo de Antony & the Johnsons en las letras de crédito del final. Otras canciones a destacar son Tombstone blues, versionada por el mismo Marcus Carl Franklin y Richie Havens, o Blind Willie McTell, con Dylan al piano y Mark Knopfler a la guitarra acústica. Y lo que permanecerá en mi memoria, destacando por encima de todo, es la impresionante fotografía de Edward Lachman, con el que Todd Haynes también trabajó en su anterior película, Lejos del cielo (2002). Y en cuanto al resto de su filmografía, encontramos otros trabajos musicales, como su ópera prima, Superstar: The Karen Carpenter Story (1987), un mediometraje de animación en el que se retrata, con muñecas de Barbie y Ken, la influencia de la música de The Carpenters en los años 70 y la pelea de la cantante contra la anorexia; y Velvet Goldmine (1998), sobre el glam rock de los 70. Pero en el caso de I'm not there, exponer parte de la biografía de Bob Dylan de una manera anodina es un reto tan grande que es difícil descifrar todas sus incógnitas. Haynes ha querido escenificar los cambios personales y artísticos de Dylan creando historias (reales o no) y personajes diferentes, pero lo único que ha conseguido es meter al espectador en un embrollo tras otro, provocándole el hastío absoluto.


"Un biopic, totalmente diferente de cualquier otro, sobre la figura de Bob Dylan, en el que uno se pierde y se aburre por completo, disfrutando únicamente con las canciones de Dylan y con las imágenes preciosas creadas por la cámara de Edward Lachman"
 



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glee. 1ª Temporada

Cantad, cantad, malditos.

¿Una serie sobre unos adolescentes americanos, miembros del coro del instituto, que se dedican a cantar por los pasillos del centro a la vez que practican imposibles coreografías? Por el amor de Dios, ¡que venga alguien y me arranque el corazón con sus propias manos para evitarme tan magno sufrimiento! Algo tal que así debía ser lo primero que me pasó por la cabeza al oir hablar, de esta serie, por considerarla, en un primer momento, un intento a la desesperada de seguir exprimiendo la fórmula que tan buenos dividendos dio con High School Musical. Evidentemente, como suele ser costumbre en mi persona, una vez más, estaba equivocado porque esto es otra cosa. Esto es glee.

Y a pesar de todo, los paralelismos con High School Musical son tantos que resulta imposible pasarlos por alto. En glee también tenemos a una protagonista a la que le gusta más cantar que a un tonto un lápiz, al capitán del equipo de fútbol americano (en esta ocasión no es baloncesto) quien descubrirá que hacer gorgoritos con los miembros del coro le empezará a gustar más de lo que en un principio se hubiera imaginado, lo que, evidentemente, le comportará ciertos problemas con sus compañeros de deporte quienes no acabarán de entender su nueva vocación e intentarán sabotearla con la finalidad de que deje de hacer el moñas y vuelva al redil (en un diálogo sueltan frases como: “no veo a ninguno de mis chicos queriendo unirse al club glee, el mes pasado pillaron a un compañero de equipo y le afeitaron las cejas sólo porque ve Anatomía de Grey”). Si, el punto de partida de glee es el mismo que el del telefilm High School Musical, pero la diferencia radica, precisamente, en que glee, contra todo pronóstico, parece estar hecho por alguien con dos dedos de frente.

La serie arranca cuando el profesor de español del instituto se hace cargo de las riendas del club de canto al cual perteneció en su época de estudiante. A pesar del entusiasmo inicial, el tutor rápidamente se dará cuenta de que los tiempos han cambiado y que en lo que antaño era un club lleno de gente molona actualmente no pasa de ser un reducto de parias sociales. La cosa cambiará debido, en parte, a dos motivos esenciales: el ingreso del capitán del equipo de fútbol americano, el tipo más popular del instituto y pareja de la animadora jefe (que a su vez es la presidenta del club de castidad de la escuela) y el ingreso de tres de las animadoras, con la oscura misión de sabotear el club desde dentro obedeciendo órdenes de la entrenadora de animadoras, a quien le han quitado parte de la subvención anual en beneficio del club glee.
Precisamente el personaje de Sue, la malhumorada entrenadora de las animadoras, y probablemente el mejor de toda la serie, nos sirve para entender como funciona la creación de personajes, pues no deja de ser un personaje clásico y estereotipado hasta la médula, pero que, en este caso, han optado por exagerar hasta el extremo, lo que acabará provocando las situaciones más cómicas (especialmente potenciadas con su guerra particular contra el club glee en general y su tutor en particular). A partir de aquí se va completando el elenco: el capitán del equipo de fútbol de bueno es tonto, la estrella del club es una niña creída que se sabe una estrella en potencia (su concepción de la vida es: “hoy en día ser desconocido es peor que ser pobre”), la psicóloga de la escuela (perdidamente enamorada del profesor de español) tiene un evidente desorden obsesivo con la higiene, el entrenador de fútbol americano es lo más parecido que se pueden encontrar a un saco de patatas y, evidentemente, la jefa de las animadoras es terriblemente malvada y calculadora. Suma y sigue. Es cierto, nada nuevo bajo el sol, pero las caricaturas en las que se acaban convirtiendo funcionan, y mucho.

La serie es una absoluta memez, un culebrón para adolescentes que no pierde la oportunidad de buscar situaciones en las que sus protagonistas deban ponerse a cantar. Pero, lo cierto, es que, además, resulta terriblemente entretenida, colorista, con diálogos ágiles (excesivamente en algunos casos, lo que provoca que vayas de culo leyendo los subtítulos) cargados de mala baba (a pesar de que pueda resultar algo blanda a simple vista), con unos personajes protagonistas que a pesar de no salirse de los clichés típicos de este tipo de productos resultan entrañables y provocan una sensación de amor/odio con el espectador, a la vez que se encargan de inyectar un chute de buenrollismo generalizado.

Pocos hubieran apostado de entrada por esta serie, lo que le ha valido para convertirse en una de las sorpresas del año (rápidamente renovada para una segunda temporada) y le ha servido para hacer saltar la banca y convertirse en una de las favoritas de cara a la próxima entrega de los globos de oro al conseguir las nominaciones de mejor comedia, actor (el profesor de español), actriz (la estudiante que aspira al estrellato) y actriz secundaria (la entrenadora de las animadoras) y hacerse, ya de paso, con el título de serie más nominada del año. En España, recientemente, Antena 3 se ha echo con los derechos de su emisión al llegar con un acuerdo con la Fox, así que se tendrá que estar atentos a ver de que forma se encargan de maltratarla. Se admiten apuestas.

Resumiendo: Un culebrón donde los adolescentes se ponen a cantar a la mínima insinuación de nota musical, tan divertida y entretenida como vacía de intenciones (y que conste que esto último no lo digo como algo malo).

Control (2007)

Elprimerhombre ha visto Control, de Anton Corbijn, una película que nos muestra los últimos siete años de vida de Ian Curtis, el cantante peculiar de la banda mítica de mediados de los setenta que fue un icono del post-punk inglés, Joy Division, que resulta ser otro biopic que llega a nuestras pantallas aunque con dos años de retraso.

Control es una película independiente en blanco y negro con actores desconocidos, realizada por un fotógrafo y director de vídeos musicales que nos quiere dejar constancia de la extraña sensibilidad y del controvertido carácter de uno de los personajes más influyentes en la música de los últimos veinte o treinta años. Ian Curtis era un chico demasiado introvertido que vivía en Manchester y escuchaba a artistas como David Bowie, Lou Reed o Iggy Pop. Su manera de ser tan diferente debió sorprender a Deborah Curtis, su esposa en la vida real con la que tuvo una hija, cuya biografía sobre Ian editada en 1995 es la base de esta historia. Dado el trato que recibió de Ian tan poco considerable con el amor que le profesaba ella, Deborah decidió escribir sobre algo que le debió amargar durante mucho tiempo, recordando el amor que Ian tuvo con una chica francesa llamada Annik que trabajaba en la embajada de Bélgica, cuya afición por la música y el misterio que le producía aquel chico escuálido y tan especial hizo que quisiera hacerle como excusa una entrevista como periodista para un fanzine musical. La atracción que surgió entre ambos se puede decir que casi fue inevitable y los sentimientos contradictorios del mismo Curtis entre el amor de esas dos mujeres, unidos a una incipiente epilepsia, fueron provocando una lenta destrucción en su forma de ser y de pensar, no llegando finalmente a concentrarse en los conciertos ni a saber qué debía hacer con su vida. El 18 de mayo de 1980, destrozado anímicamente cuando sólo contaba con 23 años de edad, se suicidó en la cocina de su casa donde había vivido con Deborah y su hija Natalie.

El difícil retrato de este personaje, verdaderamente complicado de plasmar en pantalla, está muy bien logrado por la actuación de Sam Riley, un joven actor desconocido que se mete de lleno en su papel, bailando y cantando las canciones sin playback, petición que hizo a Corbijn para que resultara más fidedigno. Y es que los temas de la banda están muy bien llevados y bien escogidos para explicar los sentimientos de Curtis a lo largo de la película, apareciendo un tema tras otro en pantalla concorde con lo que le está pasando, acompañado todo por una dirección realmente eficaz y muy correcta, demostrando Corbijn que los años de experiencia realizando vídeos musicales no pasaron en vano. Hay que decir que él mismo fue el responsable de algunos vídeos de la banda, como Atmosphere y que les fotografió varias veces, como a tantos artistas durante décadas. La mencionada canción Atmosphere es la escogida para el final trágico de la historia y otra vez hay que decir que es totalmente idónea para el momento.

Sin embargo, la buena dirección y la calidad de las canciones no son suficientes para que las dos horas que dura la película resulten del todo emocionantes. La demasiada atención en el tema del amor de las dos mujeres, sobre todo a raíz de la aparición de Annik casi a la hora de metraje, hace que el ritmo se ralentice demasiado, disminuyendo una parte del interés despertado al inicio de la película. Hasta en algún momento se echa de menos el centrarse más en la banda y no tanto en los pensamientos de Curtis, bastante perdido y ofuscado. A mi parecer hubiera sido mejor reducir la duración de la película, ayudando de esta manera a que la historia fuera más ágil. También he de comentar que no sé qué reacción tendría al ver la película si no me gustara la música de Joy Division. Seguramente el punto de vista cambiaría, aunque cinematográficamente destacaría igualmente el trabajo realizado.

Para acabar, me gustaría resaltar algunos biopics musicales que se han realizado hasta la fecha en el cine, destacando por ejemplo, Amadeus, de Milos Forman, un brillante retrato de la figura de Mozart, en el que curiosamente resultaba más atrayente la figura de Salieri, un compositor coetáneo que le tenía una envidia suprema. También no tendría que dejarme Bird, de Clint Eastwood, considerada por algunos como "la mejor película que se ha hecho nunca sobre jazz". O En la cuerda floja, de James Mangold, biopic sobre Johnny Cash premiado y nominado en los Oscars y en los Globos de Oro de 2005. Aunque la película más cercana a Control es Sid & Nancy, de Alex Cox, un biopic sobre Sid Vicious, líder de la banda de punk Sex Pistols, cuya vida estará llena de drogas y alcohol. No hay que olvidar que los Sex Pistols y Joy Division fueron contemporáneos, igual que The Buzzcocks, y eso se ve en la película. La gran diferencia de esta película con la de Alex Cox es que esta es menos corrosiva y contiene una dirección mucho más sugerente. En Sid & Nancy es más impactante el hecho de ver a Gary Oldman totalmente drogado, con un carácter del todo inaguantable, aunque en conjunto resulte bastante aceptable. Y se está preparando o apunto está de ponerse en marcha The Passenger, un biopic sobre Iggy Pop en su época en The Stooges, cuyo papel será interpretado por Elijah Wood (¿?).

En definitiva, Control es una película idónea para los fans de Joy Division y bastante aconsejable para el amante del cine en blanco y negro ya que la dirección de Anton Corbijn está llena de detalles; sin embargo, la larga duración y los sentimientos enfrentados de Ian Curtis llegan a cansar demasiado.

Un saludo!



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Alrededor de medianoche (1986)

Elprimerhombre ha visto Alrededor de medianoche, de Bertrand Tavernier, una película que se centra más en hacer un retrato de un artista del jazz que no en relatarnos una buena amistad entre dos personas.

Basada en algunos incidentes de la vida de Bud Powell, un trompetista al que también se homenajea al final de la película, Tavernier nos cuenta una historia de amistad entre Dale Turner (Dexter Gordon), un saxofonista tenor, y Francis (François Cluzet), un hombre enamorado de la música de Dale que pasa por un momento crítico por estar sin trabajo, viviendo con su hija desde que su ex-mujer la dejó a su cargo. Estamos en 1959 y el tal Dale decide marcharse de Nueva York para quedarse por un tiempo en París, con ya una larga carrera a sus espaldas. Cada noche tocará en el club de jazz Blue Note, donde Francis lo escucha desde la calle al no tener mucho dinero (aunque incomprensiblemente lo veamos más adelante invitar a Dale unas cuantas veces). Una noche, Francis decide esperarle y el propio Dale se le acerca y le pide que le invite a una cerveza, empezando entonces una fiel relación entre ambos, más por parte de Francis que tendrá que vigilarlo a todas horas para que no caiga en la bebida, algo casi inevitable. Al final Dale llegará a vivir con él y con su hija.

Dexter Gordon hace el papel de Dale Turner, siendo también su mismo personaje ya que él fue el verdadero saxofonista tenor que se presenta en la película, casi olvidado en los años 80 y volviendo a renacer gracias al film de Tavernier (hasta es nominado en los Oscar). Su presencia impresiona por su altura y su voz tan carismática (aún más afónica que la de Tom Waits), logrando un personaje vital para la película aunque parezca que casi siempre esté borracho sin a veces haber bebido. Françoise Cluzet, con un tremendo parecido a Dustin Hoffman tanto en el físico como en su manera de actuar, hace un papel correcto, salvo esos elocuentes enfados en las escenas que se vuelve demasiado excéntrico por causas del guión.

En principio, la amistad que hay entre estos dos tipos debería ser lo más sugerente o lo más interesante de esta película, pero a pesar de algunos pocos diálogos que habría que destacar entre ellos dos, las demás escenas juntos se dejan ver pero no tienen mucho más peso que lo que se ve en pantalla, sin ser lo suficientemente resolutivas. Tavernier tiene más empeño en filmar bien las actuaciones de Dale y en contarnos sus problemas con la bebida que en enfatizar con buenos diálogos o buenas escenas la relación entre ambos. Sin contarnos nada nuevo, describe además con pinceladas el personaje de Francis, resaltando demasiado sus problemas económicos como si fuera una obligación para profundizar de alguna forma en su vida, quedando descaradamente forzado en la película. De este modo, realmente son más llamativas y hasta más emotivas otras escenas, como por ejemplo, en la escena que oímos por un breve momento la voz en off de Dale, con la cámara en lento movimiento por un pasillo y con la música de fondo de Herbie Hancock (que ganó el Oscar por la banda sonora teniendo también un papel en la película), o en la que vemos a Dale divagar delante de la cámara, hablando de su experiencia en el ejército. Pero aún con el desarrollo de la película un tanto lento e insulso a veces, encontramos también otros detalles de calidad que no hay que pasar por alto, destacando obviamente la ambientación y la fotografía del film y quedándome con la secuencia en el piso nuevo de Francis, en el que se encuentran todos los amigos de Dale, logrando juntos una fiesta a lo grande bien realizada.

Por todo lo dicho, Bertrand Tavernier hace una buena filmación sobre jazz como hizo Clint Eastwood en Bird dos años más tarde (aunque esta última es considerada por algunos como la mejor pelicula sobre jazz), pero cae en el típico sentimentalismo que debería haber evitado. Tavernier supo resolver mejor sus planteamientos en películas como Ley 627 (1992), Capitán Conan (1996) o sobre todo Hoy empieza todo (1999), con un gran Philippe Torreton en estas dos últimas.

En definitiva, una historia que resalta por encima de todo la figura de Dexter Gordon pero que no cuaja del todo con la amistad entre este y un enamorado de su música.

Un saludo!





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Mamma Mia! (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, hoy es viernes y, como parece que en las televisiones, radios y periódicos todo el mundo sigue hablando de crisis, desempleo y mal rollito vario, ¿que mejor que ponernos a cantar, bailar y hacer el ganso a ritmo de la música de ABBA? (De hecho, hay un estudio que confirma que en épocas de crisis los musicales arrasan, y quizás sea por eso por lo que últimamente estamos viviendo una auténtica avalancha). Lo dicho, hoy ¡Mamma Mia!... ¡Empezamos!

Pues la historia transcurre en una muy mediterranea isla griega, donde una pareja de empalagosos pimpollos, que cada vez que aparecían juntos en pantalla me subía el azúcar en sangre, preparan su bodorrio. El problema es que la chica, a sus veinte primaveras, todavía no conoce a su padre y, después de rebuscar en el diario secreto de su madre, la ama de casa que se lo hacía con Harry el Sucio en los Puentes de Madison, descubre que hay tres posibles candidatos (si, la mujer de joven era algo Hippie y bastante ligera de cascos por lo que se ve). Total, que ni corta ni perezosa manda tres invitaciones de boda a sus tres posibles padres (de como consigue las direcciones después de 20 años y con apenas el apodo en alguno de los casos, no hace falta ni decir que se lo van a pasar por el forro). Los tres, Remington Steele, el que se lo quería montar con Britget Jones y el mismísimo Goya en la peli de Milos Forman, acuden raudos y veloces a la cita, sin saber demasiado bien para que los han invitado, ante la sorpresa de la madre de la novia, por su presencia en el enlace. A todo esto súmenle dos amigas de la madre algo alocadas, dos amigas de la novia bastante sosas y un buen puñado de griegos caracterizados como unos putos paletos (supongo yo que es que faltaban extras para los números musicales). Bueno, pues eso, que esto es una comedia de enredos y, apenas con lo que os he adelantado el lío ya está más que seguro. Además, de por medio, se irán enlazando las canciones más conocidas, y fácilmente tarareables, del grupo sueco ABBA, que no es que vuelvan a estar de moda, que va, más bien es que nunca han dejado de estarlo desde hace ya un porrón y medio de años.

La directora de la cosa ésta es una tal Phyllida LLoyd, muy conocida en su casa a la hora de la cena, que se estrena en la gran pantalla con esta adaptación del musical de teatro que está arrasando en medio mundo (por eso en Hollywood han perdido el culo por adaptarla lo más rápidamente posible). Entre los actores que prestan cara y voz (algunos más y otros bastante menos) encontramos a Meryl Streep, actriz con pasmosa facilidad por combinar el drama (Kramer contra Kramer, La habitación de Marvin, Las horas), la comedia (La muerte os sienta tan bien, El diablo viste de Prada) y el romanticismo (Memorias de África, Los puentes de Madison); Pierce Brosnan, conocido por sus papeles de galán (que vuelve a repetir en esta película) y penúltimo James Bond; Colin Firth, actor inglés abonado a las comedias (románticas en su mayoría) y Stellan Skarsgard, secundario habitual y protagonista ocasional (El exorcista: el comienzo, Waz).

Cuando en una película están bastante más interesados en cantar que en contarnos una historia, no hay duda en que algo no va bien, y en ésta parecen, realmente, muy interesados en cantar, tanto, que hay momentos en los que las canciones de ABBA se van atropellando sin, siquiera, dejar espacio para que la trama vaya creciendo (aunque a la hora de la verdad hay poco para crecer). Creo que en una ocasión incluso empalman dos seguidas sin que venga demasiado a cuento de nada. Las canciones son de sobras conocidas por todos y se convierten en auténtica piedra angular, siendo de lo poco con verdadera fuerza en la película (y los fans del grupo se lo pasarán en grande). Por el contrario, en el otro extremo encontramos las actuaciones (más bien parece una función de final de curso de cole de barrio, más interesados en pasarlo bien que en convencer), la trama (es la que es, no se han roto mucho la cabeza pensándola) y los números musicales (bastante flojitos en su global y con alguno francamente pobre y malo, desaprovechando todo lo que puede significar el traspaso de la historia al medio cinematográfico). Aunque soy muy consciente que a la gente que le haya gustado la peli, todo esto se la va a sudar mucho, pues aquí de lo que se trata es de pasarlo bien y de salir contento del cine tarareando Dancing Queen.

Resumiendo: Musical muy facilón que, sin embargo, es un chute brutal de buen rollito, ideal para gente deprimida: o se animan o se pegan un tiro.



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