En esta primera década del 2000, el documental musical ha tenido un auge bastante espectacular y con una alta calidad. El director inglés Julien Temple ha realizado tres: Glastonbury (2000), sobre un Festival de Música Pop-Rock, La mugre y la furia, (2001), sobre los Sex Pistols, y Joe Strummer: Vida y muerte de un cantante (2007), sobre el fallecido líder de The Clash. Pero ha habido otros documentales destacados, como: Dig! (2004), de Ondi Timoner, sobre los grupos The Brian Jonestown Massacre y The Dandy Warhols, consiguiendo el Premio Especial del Jurado del Festival de Sundance; Metallica: Some Kind of Monster (2004), de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky; The Devil & Daniel Johnston (2005), de Jeff Feuerzeig; Los Estados Unidos contra John Lennon (2006), de David Leaf y John Scheinfeld; y Shine a Light (2008), de Martin Scorsese, sobre The Rolling Stones.
Ahora le toca al aclamado documental Anvil - El sueño de una banda de rock (2008), de Sacha Gervasi, para narrar la inexplicable desaparación de una banda canadiense de heavy metal que influyó a otros grupos tan conocidos como Metallica, Slayer, Megadeth o Anthrax. Y es que, a diferencia de estos, la banda de Anvil no pudo mantenerse a flote debido a la mala suerte de no tener detrás a un buen mánager ni a una buena compañía discográfica.
En los primeros minutos del film se presenta a la banda con unas cuantas opiniones de componentes de grupos ya mencionados como Metallica, Anthrax, Slayer, o hasta Slash de los Guns 'N' Roses, coincidiendo todos ellos en que Anvil les dejó maravillados. Querían parecerse a ellos y a todos les sorprendió su rápida desaparición del mapa. El documental es un seguimiento de la vida actual de los dos únicos componentes de la banda original, el cantante Steve "Lips" Kudlow y el batería Robb Reiner, que después de más de 30 años estando juntos siguen ensayando con las mismas ganas, sin dejar de soñar en que algún día serán estrellas del rock. Pero en la película hay momentos muy duros en los que los dos amigos se echan en cara bastantes cosas, debido al estrés acumulado durante tanto tiempo por conseguir el sueño de sus vidas.
Sacha Gervasi es el autor de la película, un amigo de la banda cuyo primer contacto mutuo fue cuando Gervasi tenía sólo 16 años, ya que Anvil le ofreció, por ser un fan acérrimo, ocuparse del stand de merchandising de toda una gira. Para la realización del documental, Gervasi se dedicó a filmar algunos shows de la banda durante el 2005 y el 2006, entrevistando también a familiares de Lips y Robb, utilizando además algunas imágenes de ellos durante su adolescencia. En varias escenas se ve la relación fraternal que tienen, aunque frecuentemente tienen serias discusiones que les hacen pensar si están haciendo lo correcto o de verdad es una pérdida de tiempo. Y Gervasi acierta al montar coherentemente la película mezclando entrevistas, ensayos y conciertos, logrando que te interese la vitalidad de estos dos tipos aunque guste o no el tipo de música que toquen. Por eso, la película ha logrado varios premios, recibiendo muy buenas críticas desde que se estrenó en el festival de Sundance. Y es inevitable que su historia recuerde a la película de culto de 1984, This is Spinal Tap, de Rob Reiner, aunque esta era un falso documental sobre una banda de rock.
Anvil - El sueño de una banda de rock es un verdadero estudio de la lucha por una ilusión, algo que se intenta alcanzar por todos los medios, aunque parezca imposible. Desde que conoces el tipo de vida que llevan tanto Lips como Robb, trabajando en cosas que no tienen nada que ver con su música, te das cuenta de la necesidad que tienen de seguir creando temas para intentar ser felices. Su tenacidad hace que quieran sacar su álbum número 13, que lleva por título "Este es el 13". Pero para entender mejor la mala suerte que tiene la banda son impagables todas las secuencias del tour que hacen por Europa con una especie de mánager, bastante poco experta, llamada Tiziana Arrigoni, novia del otro guitarrista de la banda. A la vuelta de varios conciertos pierden los trenes o los encuentran llenos, siendo el único medio que tenían para que les llevara al hotel. En algunos sitios donde tocan ni les pagan, como en un bar de Praga, donde Lips se cabrea muy seriamente con el dueño; en otros acuden menos de diez personas. Pero el caso más bochornoso ocurre al final del tour, en un festival llamado Monsters of Transylvania, donde según Tiziana van a acudir entre 5.000 o 10.000 personas. Al final asisten a su concierto 174 fans.
"Un buen documental que no sólo va dirigido a amantes del heavy metal; la historia de Anvil es una lucha constante por algo que uno cree posible, aunque sea después de 30 años"
Viscosidad es el acertadísimo título con el que se distribuyó en España The Incredible Melting Man, una nebulosa película de finales de los 70’s que hoy en día es recordada como uno de los puntos más bajos de la ciencia ficción. La cinta se demuestra viscosa en multitud de sus aspectos; narrativos, técnicos, artísticos y plásticos, y lo único que posee cierta coherencia es el título. Aunque se trata de una obra con intenciones (por decir algo) serias, está llena de detalles jocosos y delirantes que provocan la sonrisa del espectador más desacomplejado. Quien sienta predisposición ante este tipo de felonías cinematográficas puede disfrutar de todo un completo abanico de lo que jamás debe hacer una película, porque la acumulación de despropósitos puede resultar tan simpática como infructuosa. Pero quien no sienta ningún fetichismo por subproductos de serie Z que se ahorre el tormento, tan solo sería un acto de crueldad hacia sí mismo.
La historia comienza en algún punto inconcreto del espacio-tiempo de la década de los 70’s, con una secuencia que se desentiende de la más elemental narrativa y que mezcla sin ton ni son imágenes de archivo del espacio con otras de tres actores disfrazados de astronautas metidos en una minúscula cabina (la crisis inmobiliaria ha llegado a la Nasa). La película nos cuenta como el Scorpio V, una nave que jamás veremos en pantalla, llega a los anillos de Saturno, un lugar que tampoco veremos jamás (la cámara escamotea lo indecible a causa de la precariedad de medios). A continuación hay un resplandor y unas extrañas radiaciones chamuscan a los astronautas.
Regresamos a la Tierra y nos situamos en las instalaciones médicas donde reposa el único superviviente de la expedición espacial. Dicho astronauta, que va vendado como una momia egipcia, protagoniza una de esas escenas clásicas que tanto gustan a los aficionados; tras despertarse y deshacerse de sus ataduras, se sitúa frente al espejo para quitarse los vendajes, dejando al descubierto el terrible horror perpetrado por la radiación cósmica. El pobre está hecho un flan y enloquece. A continuación irrumpe una enfermera en la habitación trayendo consigo dos frascos de plasma sanguíneo que deja caer sobre el suelo y su calzado, aunque en la siguiente escena la vemos corriendo por el pasillo con los zapatos limpios y unos misteriosos arañazos en el rostro que no sabemos de dónde han salido. La susodicha cruza una puerta de cristal sin antes abrirla y finalmente es atrapada por el increíble hombre viscoso, que hace su aparición de repronto.
A partir de aquí se suceden las escenas en que Viscosito va por el campo degollando al personal, mientras un médico y un militar se las ingenian para perder una y otra vez el evidente rastro de muerte y materia pegajosa que deja tras de sí el monstruo, no sea que la película se acabe demasiado rápido. De entre las payasadas de rigor destaca cuando una pareja de ancianos viaja en coche por la zona. El espectador sabe de antemano que deben bajar del vehículo para que puedan acabar fiambres a manos de nuestro licuado protagonista, pero la película cae presa de una inexplicable indecisión (¿Paran para comprar unos dulces o para hacer una llamada?). Tras varios titubeos se detienen en mitad de la noche porque (redoble de tambores)... Quieren coger limones de los árboles, ¡bravo!
También hay momentos tan burdos e inconsistentes que uno duda de si la comicidad es buscada o no, como cuando el doctor decide explicarle la delicada situación al sheriff local. En escenas anteriores el médico ha puesto al corriente a su mujer y se ha llevado un rapapolvo del General, enfadado porque el tema es alto secreto y no debe enterarse personal no autorizado. Pero ahora que la situación lo impone y el sheriff le pide explicaciones, se cura en salud y le hace prometer que no podrá decirlo a nadie, ni siquiera a su esposa. Tras unos segundos de silencio ambos se dan la mano en señal de conformidad, pero no sin que el sheriff le recuerde antes que él es soltero.
Rick Baker, una de las grandes leyendas de los efectos especiales, hace lo imposible por facilitar algo de terror a tan anodina aventura, pero el famoso maquillador tampoco se cubre de gloria precisamente. El espectador se angustia ante la espantosa presencia del increíble hombre que se derrite, pero lo hace porque sabe que debajo de toneladas de inmundicia y materia pringosa se encuentra Alex Rebar, un sufrido actor. Este y no otro es el auténtico horror de un filme que funciona como una antología del disparate cinematográfico y está pésimamente escrito, dirigido, interpretado y montado.
La frase:«¡Es increíble, gana fortaleza a medida que se va derritiendo!»
Las obras de los grandes pintores de la historia del arte tienen un valor casi incalculable. En las subastas se puja muchísimo dinero por ellas, superando muchas veces las cifras anteriores y marcando nuevos récords. Pero no todo el mundo tiene la noción de la verdadera importancia de esas pinturas. Algunos sí que ven belleza en ellas y un significado vital dentro de la cultura universal; pero a otros lo único que les interesa es la importancia que tienen en cuanto al valor monetario y no a su calidad artística. Esto se puede ver claramente en la muy entretenida película El tren, de John Frankenheimer, situada en la Segunda Guerra Mundial, más exactamente, en el 2 de agosto de 1944. Debido a la inminente liberación de París y de la llegada de los aliados en unos días, el coronel Von Waldheim (Paul Scofield) decide llevarse consigo para el Tercer Reich los mejores cuadros que se encuentran en el museo de Jeu de Paume de París, que son obras de varios autores relevantes del siglo XIX y XX, como Renoir, Gauguin, Picasso, Miró, Braque, entre otros. La responsable del museo no puede hacer nada para evitar que se los lleven, pero le queda un último recurso: pedir al inspector de zona de los ferrocarriles, Labiche (Burt Lancaster), que haga todo lo posible para impedir que el tren que lleva esos cuadros salga de viaje hacia Alemania. La difícil hazaña de conseguir que el tren no llegue a su destino será un trabajo arduo de varios hombres unidos para sabotear a los alemanes nazis y salvar el Patrimonio Nacional de Francia.
Al inicio de la película, una voz en off nos avisa de que los productores del film quieren "manifestar su tributo de admiración a los ferroviarios franceses cuyo magnífico espíritu y valor han inspirado esta historia". La verdad es que el mensaje queda claro en la película, con todo el heroísmo de los que participan en el sabotaje por el orgullo nacional de Francia, unos cuadros que para muchos de los que colaboran ni son conocidos; sólo lo hacen para que los alemanes no se lleven lo que no es suyo. El mismo Labiche se niega al principio a jugarse la vida de varios hombres por unos simples cuadros, pero, alentado por algunos de sus compañeros maquinistas y por un hecho fatal que ocurre, decide unirse y ponerse al mando del grupo de sabotaje.
Frankenheimer logra con esta trama un film lleno de intriga y de acción, bien dirigido y con un guión bien desarrollado, aunque utiliza el truco del zoom para destacar detalles fundamentales, dejando demasiado obvia la señal de atención para el espectador. El personaje del coronel está muy bien interpretado por Paul Scofield, dando órdenes a todo el mundo y desobedeciendo a sus superiores para conseguir que los cuadros lleguen a Alemania antes de que ataquen los aliados. Su particular guerra con Labiche es lo mejor de la película, con un duelo interpretativo de alto calibre. Burt Lancaster protagoniza todas sus escenas de acción y encarna a la perfección su papel de ferroviario. Con Frankenheimer trabajó también en Los jóvenes salvajes (1961), El hombre de Alcatraz (1962), Siete días de mayo (1964) y Los temerarios del aire (1969). También aparece la gran actriz francesa Jeanne Moreau en un papel crucial, pero que en algún momento perjudica al ritmo de la historia. Hay que destacar la buena fotografía conseguida por Jean Tournier y Walter Wottitz y la banda sonora de uno de los primeros trabajos del gran compositor francés Maurice Jarre, que murió en marzo del año pasado.
John Frankenheimer tuvo una carrera cinematográfica muy irregular, dividida prácticamente en dos etapas: en la primera destacan sus títulos más importantes, como las mencionadas El hombre de Alcatraz (1962) y Siete días de mayo (1964), o la interesante Yo vigilo el camino (1970); la segunda contiene títulos tan abominables como Tiro mortal (1989) o La isla del Dr. Moreau (1996).
"Un film muy entretenido ubicado en la Segunda Guerra Mundial, con una buena dirección de John Frankenheimer, una buena fotografía y un duelo interpretativo entre Paul Scofield y Burt Lancaster"
Planeta Prohibido llegó a los cines justo cuando la ciencia ficción empezaba a superar su infancia, y por ello se beneficia de una maravillosa dualidad. Por un lado tenemos una aventura espacial sensacionalista y alocada, que se nutre de la fiebre por los platillos volantes y que conecta directamente con los miedos colectivos de aquellos días. Y por otro la película nos ofrece una madurez formal muy superior a la mayoría de los productos de la época, además de una notable armonía visual y cierta riqueza temática, debido a que la trama está elaborada a partir de La tempestad (1611), una pieza dramática de Shakespeare que el filme sitúa en un contexto futurista plagado de pistolas láser, robots, monstruos y cielos imposibles.
El relato empieza cuando un crucero espacial llega a Altair IV, un lejano planeta donde tiempo atrás se dio por perdida una expedición. El Comandante John J. Adams (Leslie Nielsen) contacta por radio con un superviviente, el Dr. Morbius (Walter Pidgeon), que le hace extrañas advertencias y le pide que regrese a la Tierra. A pesar de ello el Comandante sigue con su misión y una vez en el planeta conocen a Robby el robot, que los lleva en presencia de Morbius. Allí el doctor les relata cómo los demás integrantes de su tripulación fueron eliminados por una fuerza planetaria desconocida, y que solo él y su hija Altaira (Anne Francis), son inmunes a dicho poder.
Altaira es una atractiva joven aficionada a las minifaldas que ha crecido sin tener contacto con otros hombres y que siente mucha curiosidad ante la presencia de estos viriles aventureros espaciales, algo que despierta cierto recelo en su padre. Más tarde Morbius también explica sus estudios sobre los nativos extintos del planeta, los Krells, una raza alienígena muy avanzada científicamente y que desapareció inexplicablemente tiempo atrás, durante el transcurso de una fatídica noche.
La narración pasa por tres niveles tecnológicos distintos y cada uno de ellos pretende ser superior al anterior. Primero nos sitúa en el crucero espacial de los Planetas Unidos que se dirige a Altair IV, un hipervehículo capaz de rebasar la velocidad de la luz. Luego nos ubicamos en Villa Morbius, un lugar que se supone de una tecnología superior a la humana. Y más tarde descendemos al complejo subterráneo de los Krells, donde podemos apreciar la cumbre de esta civilización alienígena en todo su esplendor. La estructura in crescendo incluye un divertido error de apreciación que el espectador moderno no pasará por alto. Se cree que debemos asombrarnos con Robby y los demás ingenios mecánicos del hogar de Morbius, como el atomizador de basuras, pero sin duda todos palidecen ante una astronave capaz de lograr velocidades superlumínicas.
En el transcurso de esta escalada tecnológica se nos atormenta con sesudos e inconsistentes diálogos pseudocientíficos que pretenden dotar de peso a la acción, pero que fracasan alegremente en su cometido (¡Necesitaremos una fuerza motriz capaz de cortocircuitar la continua a 5 o 6 pársecs!). Y como contrapartida encontramos diversos momentos cómicos, casi todos a mayor gloria de Robby, destinados a aligerar la considerable carga dramática del filme. Pero lo que enriquece de veras el relato es la edípica relación entre el Dr. Morbius y su joven hija, no exenta de oscuras alusiones incestuosas. El subtexto sexual sobreviene el auténtico motor de un filme que, a la postre, materializa en su recta final una inquietante máxima; el sueño de la razón produce monstruos.
El encanto de Planeta Prohibido es sobretodo cuestión de forma, el director Fred M. Wilcox se empapa de los orígenes pulp del género y elabora un impecable diseño de producción, cuyos mecanismos no han perdido ni un ápice de sugestión. La ambientación retrofuturista es la principal baza de esta fantasía colorista y naif, donde la imaginación visual campa a sus anchas por espacios marcianos y mundos subterráneos, convenientemente arropada de una banda sonora íntegramente electrónica (la primera de la historia del cine, por cierto). Planeta Prohibidose aleja de lo real para elaborar una ópera espacial que explora el lado más maravilloso de la ciencia y que aun con sus defectos de fábrica, su alegre ingenuidad y esa dificultad inherente a la hora de sintonizar con el público actual, solo queda empañada por la presencia de un desangelado Leslie Nielsen, mucho más hábil en otro tipo de papeles (¡Frank Drebin, brigada policial!).
El filme causó furor en su momento, sirvió de inspiración a muchas películas y puso la semilla que más tarde originaría la famosa serie televisiva Star Trek (1966), un legado que curiosamente también se extendería al attrezzo. En La reina del espacio exterior (1958) por ejemplo, podemos reencontrarnos con los uniformes de los aventureros espaciales y con alguno de los modelitos de Altaira. Sin contar que Robby el robot se hizo tan popular que siguió apareciendo en pantalla, haciendo cameos en multitud de películas y series, como Perdidos en el espacio (1965-68), La dimensión desconocida (1959-64), La familia Addams (1964-66) o The Rocky Horror Pictures Show (1975), por nombrar algunos.
La frase:«Preparen sus mentes para una nueva escala de valores de la ciencia física, señores.»
The blind Side (Un sueño posible) es un film que consiguió importantes logros. La película se coló entre las diez nominadas a mejor película de la pasada edición de los premios Oscar, consiguió en la misma gala el de mejor actriz para su estrella protagonista, Sandra Bullock, y superó los doscientos cincuenta millones de dólares de recaudación en taquilla, convirtiéndose en uno de los títulos sorpresa del año pasado en EE.UU. No obstante, la película también ha logrado otros hitos dignos de resaltar, como el de convertirse en la película más asquerosamente falsa, blanda e insoportable de los últimos tiempos, capaz de lograr mi indignación en numerosos momentos de su extenso metraje, y el de colarse en el número uno de mi ránquing personal de películas basadas en hechos reales menos creíbles de la historia.
La película gira en torno a “Big Mike”, un orondo adolescente negro a quien le falta un hervor pero que resulta ser todo un portento en deportes, gracias a lo cual el chico logra ingresar en una escuela católica privada, donde tampoco acaba de encajar. El chico se ha quedado solo en el mundo después de ser separado de su madre (adicta a las drogas) y pasar por varias instituciones sin demasiada fortuna. Su suerte cambiará el día en que se cruce en su camino la familia Tuohy y decidan ofrecerle el sueño americano servido en bandeja de plata. La escena a la que me refiero es la siguiente: La familia adinerada viaja en coche bajo una noche lluviosa cuando ven a “Big Mike” cruzar la calle con una bolsa de plástico donde lleva su única muda de recambio. Rápidamente la madre (que como más tarde podremos comprobar es quien lleva los pantalones en la familia) le ofrece cobijo en su hogar. La sensación, viendo la escena, es de que la familia se ha encontrado a un cachorro abandonado bajo la lluvia y deciden quedárselo, pero resulta que en lugar de un cachorro se trata de un tipo negro de casi de dos metros que ya hace tiempo que empezó a afeitarse.
Lo que en principio iba a ser una estancia de una noche termina alargándose más de lo previsto, lo que comportará una serie de cambios tanto en el joven adoptado, como en la familia de clase alta. El primero deberá abrirse y aprender a confiar más en su nueva “familia” y los adoptantes recibirán unas valiosas lecciones de humanidad por parte del nuevo inquilino. Lo dicho se podrá apreciar en la siguiente escena: Es el día de acción de gracias y la familia ingiere comida recién adquirida en un super, sentados en el sofá de la casa, cada uno a su bola, mientras ven el partido de fútbol por televisión. De repente buscan a “Big Mike” pero nadie lo encuentra. ¿Donde està?, se preguntan todos. Al cabo de poco lo encuentran sentado solo en la mesa del comedor a punto de empezar a comer. En el siguiente plano vemos a toda la familia sentada junta en la mesa, con la tele apagada, cogidos de las manos, mientras dan gracias por los alimentos que están a punto de ingerir. Cabe advertir que dicha escena puede provocar un nudo en la garganta del espectador o, por el contrario, una potente arcada, como fue mi caso.
Como les contaba, el chico no es que sea el más espabilado de su barrio, pero resultará ser todo un portento jugando a fútbol americano, después de entrenar duro con su nuevo hermano pequeño, uno de los niños más odiosos de toda la historia del cine, se lo puedo asegurar. El problema es que para poder ingresar con una beca de deportes en una buena universidad deberá mejorar sus paupérrimas notas, por lo cual la familia (que llegados a este punto, ya no le viene de aquí), optará por ponerle una profesora particular al muchacho, quien intentará esforzarse al máximo para lograr los resultados deseados. A la vez, la madre y cabeza de familia, deberá hacer frente a las dudas que despertará la presencia del nuevo miembro de la familia entre sus más allegados, viéndose en la obligación de tener que cerrar más de una boca. En un momento del film una amiga de la madre le comenta que está cambiando la vida del chico, a lo que ella, muy segura de si misma y con la mirada perdida en el infinito le responde: no, él está cambiando la mía. Si llegados a este punto hubiera optado por salir a la calle armado con una escopeta y hubiera empezado a disparar a la gente de forma aleatoria, les aseguro que gracias a este diálogo hubiera podido alegar enajenación mental transitoria frente al juez y, seguramente, hubiera sido absuelto .
Éste miserable telefilm con ínfulas de grandeza está dirigido por el sr. John Lee Hancock (nada que ver, que sepamos, con la película de Will Smith), en su tercer trabajo detrás de las cámaras, habiendo dirigido anteriormente la también deportiva El novato, centrada en el mundo del béisbol y el western El Álamo: la leyenda. Para esta película ha contado con la estrella Sandra Bullock, en un papel donde intenta alejarse de su rol habitual en comedias románticas al uso y con Kathy Bates (Misery), en el papel de la profesora particular del muchacho.
Mucho se habló del Oscar a la mejor actriz que se llevó la Bullock por este papel. A Hollywood siempre le ha gustado premiar a sus estrellas más comerciales que, en un momento dado, optan por arriesgar un poco más (la puntita nada más) a la hora de encarnar un personaje. En ese caso, los melodramas acostumbran a ser la mejor opción para llevarse la estatuilla. Ni el papel que interpreta Sandra Bullock ni su interpretación merecen otra cosa que no sean bostezos por mi parte, a pesar de lo cual, finalmente logró llevarse el gato al agua.
The blind side resulta ser un producto francamente detestable, por tramposo y artificial. A pesar de estar basada en un hecho real nada en ella resulta mínimamente creíble. La historia, que empieza como un drama con todas las letras rápidamente da un extraño giro hacia una trama terriblemente domesticada y moñas con el fin de poder llegar al máximo número de público posible, que estará encantado de poder comprobar que existen las segundas oportunidades incluso para la gente más pobre, gorda y tonta del mundo. La película nos vende que sigue habiendo gente buena en el mundo (en los barrios adinerados, por supuesto, que en las afueras todo el mundo va armado hasta los dientes y fuma crack), lo importante del estamento familiar y de la fuerza de sus lazos. Pero la película, en todo momento, se queda en la superficie y no se atreve a rascar un poco para poder encontrar que se encuentra debajo, desaprovechando así sus más de dos horas de duración en una continua colección de bonitas postales en la que podemos ver como una familia rica invita a un pobre a su mesa, le viste y le enseña a creer en sí mismo para superar sus límites. Muy bonito todo, ciertamente, pero resulta frustrantemente vacío, tópico, fácil y transparente.
Resumiendo: The Blind side es, probablemente, el mayor montón de mierda que he tenido la desgracia de sufrir en mucho mucho tiempo.
Normalmente, cuando un cinéfilo mira un clásico que por A o por B nunca había visto antes se pueden producir varios hechos, entre ellos los siguientes: que de verdad crea que es una película gloriosa que corrobore tan alta categoría; que no piense que sea una historia tan brillante pero que contenga detalles absolutamente destacables; o que le resulte una decepción bastante grande por la calidad que le es atribuido al film en cuestión.
En esta ocasión, un servidor, que se considera un gran amante del cine, ha podido saborear por suerte, con mucho interés y entusiasmo, la primera sensación expuesta en el anterior párrafo (junto con Cecil B. Demente), gracias al visionado de una obra maestra indiscutible como es Fellini, ocho y medio (8 1/2) (1963), del irrepetible Federico Fellini. El hallazgo fue tan conmovedor que durante el desarrollo de la historia iban aumentando mis halagos, hasta tal punto de darme cuenta de que estaba viendo, sin dudarlo en ningún momento, una de las obras cumbres de la historia del cine.
Fellini, con todo su talento, consiguió un resultado espeluznante con este relato autobiográfico, lleno de tantos entresijos que parece mentira que pudiera dar coherencia a todas las escenas. El protagonista, Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) de 43 años, no es otro que él mismo trasladado a la gran pantalla, un director de cine con bastante fama que se encuentra en un balneario para cambiar de aires haciendo una cura termal, tratando mientras de planear su próxima película. Durante su estancia intenta pensar en los detalles de la película, recibiendo la visita de su amante Clara (Sandra Milo), de su mujer Luisa (Anouk Aimée), con la que tendrá severas discusiones, y más adelante de su musa Claudia (Claudia Cardinale), con la que querrá hacer la película. Pero tampoco podrá evitar tener pesadillas y sueños en los que aparecen sus padres; recordará sucesos importantes de su infancia (como el personaje de la oronda mujer Saraghina, típico personaje felliniano que resultará ser una clara influencia para las películas de John Waters), mezclándose también fantasías como un harén donde están las mujeres que han aparecido en su vida.
Aún así, al principio Fellini no sabía qué profesión iba a tener el protagonista, pensando al final la figura del director y reconociendo al acabar la película que Guido era él mismo. Todo el drama de hacer una película conlleva al personaje a sentir la impotencia creativa y a que salgan a la luz sus secretos mejor guardados. Y en definitiva, los cambios de humor y las incertidumbres del personaje fueron los mismos que tuvo que soportar Fellini durante el rodaje. En algún momento el equipo no tenía las ideas muy claras sobre si el director sabía lo que tenía entre manos, quizá pensando en los rumores que corrían de que ya no tenía ideas después de realizar La dolce vita (1962). Además, el título definitivo del film fue elegido por Fellini en el último momento, después de haberse llamado La bella confesione o Film comico. Y es que, aunque el estado de ánimo de Fellini era más bien trágico, le interesaba mucho que la película fuese divertida, tanto que en la cámara se pegó un aviso: "No olvides que es una película cómica". Curiosamente, Ocho y medio es la primera película en la que el nombre de Fellini aparece junto al título en las letras de crédito.
Para el personaje de Guido, Fellini pensó primero en Alberto Sordi y Vittorio de Sica, pero al final tuvo que ser Marcello Mastroianni, con el que realizó seis películas en su carrera y con el que tuvo una relación muy especial, haciendo tonterías juntos en los rodajes y conociendo a sus familias respectivas. Mastroianni hace una interpretación memorable, como muchas de las que nos tiene ya acostumbrados. La gran fotografía de la película fue lograda por Gianni di Venanzo (con el que repitió en 1965 en Giulietta de los espíritus), con un blanco y negro excepcional. El responsable de la banda sonora, cómo no, fue Nino Rota, su músico desde El jeque blanco (1952) hasta su última colaboración en Ensayo de orquesta (1979), debido a la muerte del gran compositor.
Fellini tenía por costumbre grabar el sonido durante el proceso de montaje ya que le permitía cambiar en la historia lo que le pareciera necesario. Además, sentía que de esta manera daba más libertad a los actores sin que tuvieran que preocuparse de memorizar tanto los diálogos. Para la puesta en escena, dio rienda suelta a su talento y saber hacer, como ya se puede ver en la escena inicial de la pesadilla en la que Guido se encuentra en un atasco y en la escena que vemos por primera vez el balneario. Y lo que resalta más en la película es la importancia que da Fellini a todos los personajes que pasan por delante de la cámara, tanto principales como secundarios, obteniendo dinamismo en todas las escenas. En ningún momento la historia parece decaer ya que Fellini tiene varios ases guardados en la manga. Cuando uno menos se lo espera, aparece algún personaje que nos deja atónitos, como la escena nocturna en el balneario en la que está Guido con el productor y algunas de las actrices que quieren aparecer en su película y se ilumina el escenario para ver en acción a un prestidigitador y su ayudante Maya, una mujer que adivina mentalmente los objetos que él le transmite con la mente; la escena en que vemos al Cardenal en un ascensor o en la que las dos sobrinas de uno de los ayudantes de Guido aparecen únicamente durante unos minutos pero que son suficientes para dar un punto de humor a la historia.
Y siendo un clásico como es, la película de Fellini ha inspirado a muchas otras posteriores, como La noche americana (1973), de François Truffaut, All that Jazz (1979), de Bob Fosse, o Recuerdos (1980), de Woody Allen. Y en 1982 se estrenó un musical de Broadway, llamado Nine, que Fellini permitió pero con la condición de que en el cartel no apareciera ni su nombre ni el título de su película. Precisamente, el año pasado se estrenó en el cine una adaptación de este musical realizado por Rob Marshall, titulado con el mismo nombre, Nine, aunque sin obtener buenas críticas.
"Una obra de arte de Federico Fellini que comprende un grandioso retrato autobiográfico lleno de brillantes escenas, con un gran Marcello Mastroianni y una impecable fotografía"
El hombre lobo es mi personaje de terror favorito, aunque el cine siempre insiste en que debo replantearme mis preferencias. La película realizada por John Johnston, el director de Roqueteer (1991), Parque Jurásico III (2001) o Hidalgo (2004), es un remake que capta con fidelidad el espíritu de la cinta original, lo que sería una buena noticia si no fuera porque el clásico de la Universal era ya de por sí muy malo. El lector puede revisar el Drácula (1931) de Tod Browning,El Doctor Frankenstein (1931) de James Whale y La momia (1932) de Karl Freund, y pasar un buen rato, pero nadie encontrará diversión en echarle otro vistazo a El hombre lobo (1941), una película cinematográficamente pobre y de escaso entretenimiento. La versión de Johnston es un trabajo estructurado en base a un objetivo: poner al día un filme a todas luces obsoleto, lo mismo que sucediera con el remake de Ultimátum a la tierra (2008), por ejemplo. Pero si en aquella ocasión encontramos una cinta moderna dotada de ciertos elementos anacrónicos, aquí tenemos un filme con algunos elementos modernos, pero principalmente anacrónico.
El diseño del hombre lobo conserva en gran medida su look clásico, y el seis veces ganador de un Oscar, Rick Baker, ha hecho una gran labor devolviendo el personaje a sus raíces y sacando partido de las míticas iconografías desarrolladas por la Universal y la Hammer. Pero el resultado no cuaja en el contexto de una cinta de terror moderno, el monstruo se ve pequeño en pantalla y no es la presencia amenazadora que uno desearía, sin contar que cuando se recurre a los efectos infográficos para dotarle de vida y movimiento, estos cantan a la legua. Recuerdo una escena de Aullidos (1981), aquella supuesta cumbre del género, en que dos personajes hacían el amor delante de una fogata y se transformaban en hombres lobo. El director Joe Dante siempre ha sentido propensión a mezclar terror y cartoon, y en aquella ocasión recurrió a sobreponer dibujos animados para mostrar al lobo de cuerpo entero. Ha llovido mucho desde entonces y hoy el truco se ve ingenuo y poco audaz, pero no se aleja demasiado del efecto que produce un filme como el de John Johnston, donde el monstruo carece de peso, se mueve de forma poco natural y tiene evidentes problemas para ocultar su origen animado.
La película también posee una encomiable labor de producción, el cine de terror de la Universal tenía una marca estilística muy definida que el filme ha magnificado mediante una recargada y lúgubre ambientación de cuento victoriano. Las localizaciones son impecables, tanto las del pueblo como las del oscuro y frondoso bosque, o las de la ominosa mansión donde se sitúa gran parte de la acción, repleta de enormes y olvidadas habitaciones. La película nos remite a toda esa imaginería mitopoyética que relacionamos con el personaje; atmósfera de pesadilla, primeros planos de la luna llena, pasadizos secretos, criptas, candelabros, maldiciones, niebla… El golpe visual es de veras interesante, pero carece de intención y cae en saco roto.
El contraste entre clasicismo y modernidad, maquillaje y efectos especiales, romance y gore, personajes trágicos y arrancamientos de miembros, debería ser la principal baza de un filme enérgico y valiente, y sin embargo la película se asfixia oprimida por los clichés de ambos mundos y por sus ínfulas de seriedad. El problema principal es que el hombre lobo, piedra angular del relato y un personaje del todo fascinante, aquí aparece falto de garra. Su presencia languidece en un juego de artificio que no destila ni magia ni terror, y donde la trama avanza de manera lineal y previsible, cometiendo el error de explicarse demasiado a sí misma, algo imperdonable en una cinta de misterio. El filme renuncia a la posibilidad de impacto en la conciencia del espectador y nunca asume riesgos, derivando hacia los abismos del cine fantástico sin fantasía.
La frase:«He visto lo que hace un oso y un tigre de Bengala, lo más salvaje de la naturaleza, pero jamás había visto algo así.»
Se hace muy complicado analizar una película basada en una novela que se ha leído un servidor, por aquello de que siempre se tiende a comparar el resultado cinematográfico final con el original literario. Lo dicho debe multiplicarse por dos en el caso de que el libro le haya gustado mucho a uno, y por tres, en el caso de que, además, el libro resulte ser todo un clásico literario, como corresponde a la cinta que hoy nos ocupa. A pesar de ello, en estos casos, siempre procuro analizar las películas de forma independiente, intentando no compararlas con sus originales, por aquello de tratarse de géneros totalmente distintos, incluso en casos en los que, como ocurre con esta nueva adaptación de El retrato de Dorian Gray, se deba hacer todo un auténtico tour de force, debido a las numerosas licencias creativas que se toman los responsables de la película.
Entiéndanme, puedo llegar a entender que la película no se recree en los jardines de la casa del protagonista, como si se hace en el libro (de hecho, ni siquiera aparecen en la película), pero lo que verdaderamente me cuesta de entender es que se alargue, de forma un tanto extraña, su recta final o que se haya optado por incorporar nuevos personajes con un peso más que relevante dentro de la trama, que ni siquiera aparecían en la novela.
La película empieza con la llegada a Londres de Dorian Gray, un joven con una pinta de pardillo que dan ganas de correrlo a collejas desde el andén de la estación hasta su propia casa. Su huraño abuelo ha fallecido y el muchacho regresa a la capital para tomar posesión de todos sus bienes recientemente heredados. Su nueva posición social le permitirá asistir a las fiestas de la alta sociedad de la época, donde rápidamente entablará amistad con Harry, un vividor adicto a los variados placeres de la vida que, poco a poco, irá introduciendo al apuesto Dorian en su mundo de vicios y depravación.
Si duda Harry es un tipo que sabe vivir la vida al límite, no obstante, lógicamente, es incapaz de detener el inexorable paso del tiempo, algo que sí conseguirá Dorian Gray, a quien se le concederá su deseo logrando permanecer joven y bello para siempre, a la vez que irá profundizando cada vez más en el oscuro mundo de Harry. Dorian no envejece, pero si lo hará un retrato suyo pintado por su otro gran amigo, Basilio Hallward, a quien no le gustará la nueva forma de comportarse de su compañero. A medida que el alma de Dorian vaya corrompiéndose cada vez más, su retrato irá cambiando convirtiendo lo que en su momento fuera belleza, en una decrepitud monstruosa.
Nueva adaptación para la gran pantalla de la popular novela de Oscar Wilde, en esta ocasión con Oliver Parker detrás de las cámaras, quien, anteriormente, ya había adaptado en un par de ocasiones al autor, con las comedias Un marido ideal (1999) y La importancia de llamarse Ernesto (2002). Para los personajes principales, Parker, ha contado con el joven Ben Barnes (Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian), que interpreta a un Dorian que gana en credibilidad a medida que avanza la película y se le va corrompiendo el alma; Colin Firth (Un hombre soltero), como Harry, demostrando, una vez más, su solvencia como actor y convirtiéndose, con cierta facilidad, en el mejor de la película; Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona) como uno de los amores de Dorian, metido con un más que enorme calzador dentro de la trama; y Ben Chaplin (Oscura seducción), como el autor del retrato maldito y amigo del protagonista.
Lo cierto es que la película empieza mejor de lo que me esperaba. La ambientación del Londres de la época es correcta y la dirección de Oliver Parker convierte la ciudad en un lugar sombrío y lleno de pecados. La película, no obstante, avanza bastante a medio gas en su mayor parte de metraje, sin resultar nada del otro mundo, aunque pueda resultar medianamente pasable (evidentemente nada que ver con la gran obra de alcance mundial que es el libro). Hacia el final, lamentablemente, la película termina por írsele de las manos al director, añadiendo subtramas que no vienen a cuento de nada, que hacen mayor daño que bien a la historia y llegando a un clímax final que provoca cierta vergüenza en el espectador, concluyendo el espectáculo con una resolución mal planteada y peor resuelta. Al final uno termina con la sensación de que es una lástima que se hayan cargado la película por un cúmulo de malas decisiones que pesan en exceso en contra del film.
Resumiendo: Pasable, tirando a mediocre, adaptación de un brutal clásico literario, con una recta final francamente mala que termina dejando un amargo gusto en la boca del espectador.
Monólogo de Gloria Swanson en la famosa escena final de El crepúsculo de los dioses (1950), obra maestra de Billy Wilder.
"No puedo continuar con la escena, estoy muy contenta. Sr. DeMille, ¿le importa que diga unas palabras? Gracias. Sólo quiero decirles a todos cuánto me alegro de estar otra vez en el estudio rodando una película. No saben cúanto los he echado de menos. Y prometo no volver a abandonarles, porque después de "Salomé" haremos otra película, y después otra. Esta es mi vida, siempre lo será. No hay nada más, sólo nosotros, las cámaras y toda esa gente maravillosa en la oscuridad. Sr. DeMille, estoy preparada para mi primer plano"
«Fui pasando de colegio en colegio debido a mis problemas de conducta. Una maestra hasta me presentó diciendo: Clase, hoy tenemos un alumno nuevo. Se llama Sylvester como el de los dibujos. Así que os podéis imaginar lo que el resto del curso tuve que aguantar: ¡Hola Piolín! o ¿Que pasa lindo gatito? Que agradable ¿verdad? Fue muy reconfortante. Cuando volví a casa mi padre me enseñó a ser fuerte físicamente.»
«El único artista alegre es el artista muerto, porque sólo entonces no puedes cambiar. Después de que muera, probablemente volveré como en forma de pincel. »
Comentarios de Sylvester Stallone, actor de destrucción masiva.
Existe una estrecha relación entre el cine post-apocalíptico y el western. De hecho, muchas películas de temática post-apocalíptica no dejan de ser cintas del Oeste convenientemente disfrazadas para la ocasión, sustituyendo los caballos por chatarra tuneada a modo de transporte y a los indios salvajes por zombies/infectados/mutantes/caníbales a los que mejor ni acercarse. Algunos de los ejemplos que le vienen rápidamente a uno a la cabeza, ni siquiera se esfuerzan en disimularlo: Mad Max, Mensajero del futuro o Resident Evil: Extinction, son buenas muestras de ello. Una de las que recientemente se ha apuntado a engrosar la lista, de forma muy obvia además, es El libro de Eli.
La peli empieza presentándonos a nuestro prota, Eli, un tipo solitario, con nombre de chica, que sobrevive en un mundo hostil y post-apoclíptico en el cual la humanidad se ha visto drásticamente reducida en número, y en el que nuestro héroe sobrevive a base de papearse gatos callejeros. Eli tiene un objetivo claro: debe viajar hacia el Oeste, sin tener muy claro que espera encontrar allí una vez consiga llegar. Aunque, como suele suceder en este tipo de productos, el camino está lleno de peligros, la comida y el agua escasean y uno no debe fiarse ni de su propia sombra. De hecho, al poco de empezar la cinta, Eli ya cae en una especie de emboscada. Por suerte para la trama el tipo soluciona la difícil papeleta con una frase molona en plan “si me vuelves a tocar vas a perder la mano” y una serie de rápidos movimientos que ni Son Goku pasado de speed.
Se podría decir que Eli es una de esas personas que, a pesar de estar evitando de forma continuada meterse en líos, siempre termina en medio en todos los fregaos. Después de la emboscada que les contaba, el tipo sigue caminando, rumbo al Oeste, hasta que llega a un pueblo, que ha ido creciendo en medio del desierto, controlado por un tipo con unas pintas de ser el malo de la función que tira para atrás y que, a su vez, es el jefe de un grupo de pandilleros con más pintas de malos, si cabe. Evidentemente, Eli, no tardará mucho en empaparse de la hospitalidad del lugar y hacer nuevas amistades. A todo esto, resulta ser que el tipo malo que tiene pintas de mandar mogollón está buscando un libro en concreto que, según él, le abrirá las puertas del éxito (como si no le bastara ser el mandamás del pueblo), libro que dará la casualidad de que está en posesión de nuestro héroe post-apocalíptico (vaya por Dios). Como ustedes ya habrán advertido, Eli no está mucho por la labor de darles el libro por las buenas, lo que provocará que los chungos quieran adjudicárselo por las malas.
La película está dirigida por los hermanos Albert y Allen Hugues, quienes en el año 2001 ya realizaran Desde el infierno, la difícil y fallida adaptación de la novela gráfica de Allan Moore y Eddie Campbell. Su dirección no aporta nada nuevo al género: paisajes estériles, carreteras destruidas, cielos digitalmente encapotados y luchas a lo Matrix, son el signo de identidad de la cinta. En esta ocasión han contado para el reparto con Denzel Whasington (Día de entrenamiento, John Q, American gangster) como protagonista; Gary Oldman como malo oficial (papel que suele interpretar una y otra vez desde que ya ejerciera como tal en Leon, el profesional) y Mila Kunis (de la serie Aquellos maravillosos 70) como la chica que se pega al prota y lo acompaña en su camino. Ninguno está especialmente bien ni especialmente mal. La interpretación de Whasington no requiere grandes alardes (apenas se mueve o gesticula si no es para luchar), Oldman interpreta una vez más al malo tirando a histriónico que ya nos empieza a tener acostumbrados y Kunis, básicamente, funciona como comparsa y poco más.
La película podría definirse, básicamente, como torpe. Realmente no aporta nada nuevo en la mayor parte de su metraje. Nos conocemos, los escenarios, nos conocemos los personajes (planos a rabiar), nos conocemos la situación, nos conocemos las luchas e, incluso, nos conocemos prácticamente el desenlace. Ni siquiera cuando la película busca dar un giro de guión se logran salvar los muebles, debido a que todo el conjunto termina resultando sobado y facilón, por mucho que en algún momento vaya de solemne y trascendente, regalándonos una grandilocuente moraleja final que provoca la risa en un producto de estas características. Realmente lo mejor que se puede decir de la película es que resulta ligera en su mayoría, con un ritmo pasable que evita que el espectador termine por cortarse la venas.
Resumiendo: Western disfrazado de cine post-apocalíptico que no aporta nada nuevo y que resulta de rápida digestión y posterior olvido.