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Esclavas del Espacio (Slave Girls from Beyond Infinity, 1987)

¿Qué hace una chica como tú en un planeta como éste?

Hay quien mira al cielo nocturno, ve puntos luminosos y titilantes, y piensa en las estrellas, en la radiación electromagnética, en neutrinos y viento estelar. Otros alzan la vista hacia la bóveda celeste y piensan en naves espaciales, robots y esculturales chicas en bikini. Ken Dixon es un claro representante de esta segunda tendencia al haber dirigido, guionizado y producido Esclavas del Espacio, una serie B de ciencia ficción protagonizada por una hembra cuyos pechos merecerían ser estudiados por los astrónomos durante décadas (nos referimos a la insigne delantera de Elizabeth Kaitan).

Planeta prohibido (1956)


Shakespeare en el espacio.

Planeta Prohibido llegó a los cines justo cuando la ciencia ficción empezaba a superar su infancia, y por ello se beneficia de una maravillosa dualidad. Por un lado tenemos una aventura espacial sensacionalista y alocada, que se nutre de la fiebre por los platillos volantes y que conecta directamente con los miedos colectivos de aquellos días. Y por otro la película nos ofrece una madurez formal muy superior a la mayoría de los productos de la época, además de una notable armonía visual y cierta riqueza temática, debido a que la trama está elaborada a partir de La tempestad (1611), una pieza dramática de Shakespeare que el filme sitúa en un contexto futurista plagado de pistolas láser, robots, monstruos y cielos imposibles.


El relato empieza cuando un crucero espacial llega a Altair IV, un lejano planeta donde tiempo atrás se dio por perdida una expedición. El Comandante John J. Adams (Leslie Nielsen) contacta por radio con un superviviente, el Dr. Morbius (Walter Pidgeon), que le hace extrañas advertencias y le pide que regrese a la Tierra. A pesar de ello el Comandante sigue con su misión y una vez en el planeta conocen a Robby el robot, que los lleva en presencia de Morbius. Allí el doctor les relata cómo los demás integrantes de su tripulación fueron eliminados por una fuerza planetaria desconocida, y que solo él y su hija Altaira (Anne Francis), son inmunes a dicho poder.


Altaira es una atractiva joven aficionada a las minifaldas que ha crecido sin tener contacto con otros hombres y que siente mucha curiosidad ante la presencia de estos viriles aventureros espaciales, algo que despierta cierto recelo en su padre. Más tarde Morbius también explica sus estudios sobre los nativos extintos del planeta, los Krells, una raza alienígena muy avanzada científicamente y que desapareció inexplicablemente tiempo atrás, durante el transcurso de una fatídica noche.


La narración pasa por tres niveles tecnológicos distintos y cada uno de ellos pretende ser superior al anterior. Primero nos sitúa en el crucero espacial de los Planetas Unidos que se dirige a Altair IV, un hipervehículo capaz de rebasar la velocidad de la luz. Luego nos ubicamos en Villa Morbius, un lugar que se supone de una tecnología superior a la humana. Y más tarde descendemos al complejo subterráneo de los Krells, donde podemos apreciar la cumbre de esta civilización alienígena en todo su esplendor. La estructura in crescendo incluye un divertido error de apreciación que el espectador moderno no pasará por alto. Se cree que debemos asombrarnos con Robby y los demás ingenios mecánicos del hogar de Morbius, como el atomizador de basuras, pero sin duda todos palidecen ante una astronave capaz de lograr velocidades superlumínicas.


En el transcurso de esta escalada tecnológica se nos atormenta con sesudos e inconsistentes diálogos pseudocientíficos que pretenden dotar de peso a la acción, pero que fracasan alegremente en su cometido (¡Necesitaremos una fuerza motriz capaz de cortocircuitar la continua a 5 o 6 pársecs!). Y como contrapartida encontramos diversos momentos cómicos, casi todos a mayor gloria de Robby, destinados a aligerar la considerable carga dramática del filme. Pero lo que enriquece de veras el relato es la edípica relación entre el Dr. Morbius y su joven hija, no exenta de oscuras alusiones incestuosas. El subtexto sexual sobreviene el auténtico motor de un filme que, a la postre, materializa en su recta final una inquietante máxima; el sueño de la razón produce monstruos.


El encanto de Planeta Prohibido es sobretodo cuestión de forma, el director Fred M. Wilcox se empapa de los orígenes pulp del género y elabora un impecable diseño de producción, cuyos mecanismos no han perdido ni un ápice de sugestión. La ambientación retrofuturista es la principal baza de esta fantasía colorista y naif, donde la imaginación visual campa a sus anchas por espacios marcianos y mundos subterráneos, convenientemente arropada de una banda sonora íntegramente electrónica (la primera de la historia del cine, por cierto). Planeta Prohibido se aleja de lo real para elaborar una ópera espacial que explora el lado más maravilloso de la ciencia y que aun con sus defectos de fábrica, su alegre ingenuidad y esa dificultad inherente a la hora de sintonizar con el público actual, solo queda empañada por la presencia de un desangelado Leslie Nielsen, mucho más hábil en otro tipo de papeles (¡Frank Drebin, brigada policial!).


El filme causó furor en su momento, sirvió de inspiración a muchas películas y puso la semilla que más tarde originaría la famosa serie televisiva Star Trek (1966), un legado que curiosamente también se extendería al attrezzo. En La reina del espacio exterior (1958) por ejemplo, podemos reencontrarnos con los uniformes de los aventureros espaciales y con alguno de los modelitos de Altaira. Sin contar que Robby el robot se hizo tan popular que siguió apareciendo en pantalla, haciendo cameos en multitud de películas y series, como Perdidos en el espacio (1965-68), La dimensión desconocida (1959-64), La familia Addams (1964-66) o The Rocky Horror Pictures Show (1975), por nombrar algunos.



La frase: «Preparen sus mentes para una nueva escala de valores de la ciencia física, señores.»

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Dune (1984)



David Lynch vs Dino de Laurentiis.

Allá por los años 70’s la adaptación de Dune, la famosa novela de ciencia ficción de Frank Herbert, cayó en manos de Alejandro Jodorowsky, un cineasta, guionista de comics y psicomago, que pretendía hacer un filme transgresor y esotérico en compañía de los que él proclamaba sus cinco samuráis; grandes hombres de arte como Orson Welles, Salvador Dalí, Chris Foss, la banda de rock Pink Floyd y H. R. Giger, que trabajarían bajo la batuta de Moebius. La productora, ante lo que prometía ser un libertinaje artístico de órdago, se acobardó y abandonó el barco.


 A Kyle MacLachlan tampoco le sale el saludo vulcaniano.

Años más tarde el proyecto fue retomado por la compañía Dino de Laurentiis, que pretendía aprovechar el filón abierto por La guerra de las galaxias (1977), el director elegido para la tarea, tras la previa negativa de Ridley Scott, fue David Lynch (que no es Jodorowsky, pero poco le falta). La decisión resulta algo chocante vista hoy en día, pero hay que recordar que por aquel entonces Lynch acababa de marcarse un buen tanto con El hombre elefante (1980), una cinta nominada a ocho Oscar y cuyo éxito comercial propició que le ofrecieran la realización de El retorno del Jedi (1983), película que finalmente rechazó.


 Sean Young, una de las alegrías del filme.

El presupuesto contaba con 40 millones de dólares, el equipo técnico era brutal (Carlo Rambaldi entre otros) y la idea era realizar una adaptación muy rigurosa de la novela. La cosa podía haber salido muy bien, pero no fue así. Tras el duro rodaje en Méjico los productores quedaron muy descontentos con la larga duración del metraje (más de tres horas), por lo que se decidieron a desarmar el invento, eliminando varias escenas e incluyendo otras nuevas que simplificaran la trama. Hubo mucho intervencionismo por parte de Dino de Laurentiis y de su hija Raffaella, cierto material no llegó nunca a postproducción y finalmente la película se quedó en los 137 minutos que todos conocemos. El resto, como suele decirse, es historia; el fracaso en taquilla fue absoluto y el crítico Roger Ebert la calificó como la peor película del año, y eso que en 1984 también se estrenó Rhinestone, cinta en la que Dolly Parton da clases de canto a Sylvester Stallone.


 Personajes como este son los que pululan por la película.

Ya han pasado más de veinte años y Dune aun sigue buscando su sitio, reivindicada por unos y vilipendiada por otros. Es una de esos filmes difíciles de catalogar, se debate entre las excesivas explicaciones que necesita la historia para funcionar y la fascinación que siente la película por explicarse mal. Pensemos, por ejemplo, en el uso abusivo que hace de la voz en off. Algo que el cine normalmente relega a personajes principales aquí es de dominio público, y aunque al principio parece formar parte de la atmósfera enrarecida del filme, a la larga se convierte en un tic totalmente irritante. Sumemos a esto dudosas elipsis argumentales, subtramas explicadas a medias, sobreentendidos inexcusables y un considerable exceso de información, ¿qué tenemos? Una patata de más de 40 millones de dólares.


 Mamá, papá, Pulgoso y Paul.

Hay paralelismos entre ella y el Watchmen (2009) de Zack Snyder, ambas no son efectivas a nivel narrativo, intentan comprimir una obra monumental de manera equivocada y significan más para los que ya están familiarizados con el universo del que provienen.

La historia nos habla de una rebelión, es el típico enfrentamiento entre el bien y el mal aderezado con intrigas palaciegas, reminiscencias bíblicas y un protagonista a lo Lawrence de Arabia. La acción se sitúa en un trasfondo galáctico muy concreto, una especie de Edad Media espacial donde se barajan conceptos tan extravagantes como la cofradía, el Kwisatz Haderach, la Jihad, las Bene Gesserit, los Fremen y la especia. Hay una leyenda, un elegido, dos clanes rivales y mucha confusión.


 Si es malo, feo y pelirrojo, es un Harkonnen.

Dune es sobre todo una película atmosférica donde lo mejor es la puesta en escena, personajes extraños se pasean por colosales naves espaciales de aspecto majestuoso e inhumano, a su alrededor se expande el universo, un lugar frío, oscuro y abisal. El único mundo que visitamos es Arrakis, el Dune del título, un planeta desértico habitado por monstruosos gusanos gigantes. Todo es irreal y Lynch lo filma de manera lenta y contemplativa, acompañado por el inolvidable tema principal de la banda sonora compuesta por Toto, aunque parte del tono se pierde en las escenas de acción.


 ¡Que me aspen! ¿No es este David Lynch?

Recuerdo haberla visto en varias ocasiones, algunas con extrañeza y otras con aburrimiento. Ahora la trama está bastante clara en mi cabeza, pero no siempre fue así, sin embargo hay varios momentos que se me quedaron grabados desde el primer instante, como la increíble sensación de cabalgar un gusano gigante o la malévola risa de un gordo flotante empapado en sangre. Sin duda ha calado hondo en el imaginario colectivo y esto se nota en películas como Bitelchús (1988), Temblores (1990) o Southland Tales (2006).


 Sting luciendo palmito.

Se ha creado mucha leyenda alrededor del filme, pero Lynch nunca ha hecho declaraciones al respecto. Actualmente existen al menos cinco versiones distintas, todas ellas de variado metraje y contenido. Una en concreto fue realizada para la televisión estadounidense y dura aproximadamente tres horas, en ella Lynch pidió ser eliminado de los títulos de crédito, por lo que la dirección es atribuida a Alan Smithee y el guión a Judas Booth. Los más cinéfilos ya sabrán de donde proviene el primer nombre. El segundo es una combinación entre Judas, el traidor de Cristo, y John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln. Que cada uno saque sus conclusiones.



La frase: “La especia debe manar.”

La frase 2: “Dios creó Arrakis para adiestrar a los creyentes, nadie puede ir contra la palabra de Dios.”

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Star Trek (2009)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus y hoy atravesaremos la última frontera (entenderán que tenía que colar esta frase en esta actualización) con un nuevo intento de reflotar una franquicia que lleva ya varias décadas dando guerra, de la mano de la última gran esperanza blanca de la televisión y, por lo que se ve, también de la gran pantalla. Hoy: Star Trek... ¡Empezamos!

La peli empieza con el nacimiento del capitan Kirk en una escena que nos podría recordar vagamente el inicio del primer Superman. Años después, ya en la tierra, recuperamos al personaje de Kirk como un adolescente rebelde especialista en meterse en líos a la vez que la película también nos presenta a un joven, medio Vulcaniano medio terrícola (lo cual le convierte en un paria social en su planeta natal), llamado Spock. Los dos protagonistas acabaran coincidiendo en la nueva y flamante nave Enterpraise, convertidos en una especie de La extraña pareja en el espacio, tan diferentes entre sí, como condenados a entenderse, junto con el resto del elenco de secundarios habituales de la saga. Y, como suele ocurrir en estos casos, si están destinados a unir esfuerzos, es debido a la aparición de una amenaza superior. La amenaza a la que nos referimos lleva por nombre Nero, un Romulano dispuesto a cargarse cuantos planetas de la Federación se le pongan por delante, para lograr saciar su sed de venganza.

Esta nueva entrega de la saga Star Trek no es ni un remake, ni siquiera una precuela (quien haya visto la película entenderá de que estoy hablando), simplemente es un “nuevo principio”, con todas las posibilidades que el término pueda comportar. Y es que se tiene que reconocer que los responsables de este nuevo título han sido muy hábiles y muy listos a la hora de abordar este nuevo proyecto para reflotar la franquicia. Con tal maniobra, además de conseguir un relevo generacional importante entre el elenco de actores, también han conseguido contentar tanto a los seguidores habituales de la saga, como a los no habituados, como un servidor. Y es que admito que jamás he sentido una especial predilección por Star Trek, ni recuerdo haber visto un solo episodio entero de la serie (en cualquiera de sus etapas). Mi único contacto con la saga ha sido a través de las películas, de las que habré visto unas tres, antes que esta (la primera, la segunda y la cuarta, en la que viajaban al pasado, creo recordar). Aunque, y esto es muy importante, no es necesario haber visto ni una de ellas para poder disfrutar como es debido de esta nueva entrega.

A los mandos de la película (jojojo que asco doy) encontramos al señor. J.J. Abrams, uno de los chicos de moda, especialmente ligado a la televisión, debido a ser el creador de series tan conocidas como Felicity (bueno, de esta mejor nos olvidamos), Alias, Perdidos, Seis grados y Fringe, y ser uno de los responsables del boom actual que se está viviendo en todo el mundo con las series. Pero su relación con la pequeña pantalla no termina aquí, ya que, para dar el salto como director a la gran pantalla, lo hizo con la tercera entrega de Misión imposible, una legendaria serie de los años 70 y, si tenemos en cuenta que Star Trek también empezó como serie de televisión, me empiezo a preguntar si todo esto es fruto de la casualidad, o no. Lo cierto es que mientras estaba viendo la película, encontré algunos guiños a su trabajo en la pequeña pantalla. Así pues, ¿no recuerda bastante la “materia roja” de la película la misteriosa bola gigante roja de la serie Alias? ¿No recuerda bastante el salto en paracaídas de los protagonistas de la película al del final de la cuarta temporada de la serie Alias sobre territorio Ruso? ¿Y no recuerda ciertos momentos de la trama de la peli a uno de los grandes secretos de la serie Perdidos?

Entre los actores, aparte de la presencia puntual del veterano Leonard Nimoy, encontramos a un semi desconocido Chris Pine, como el capitan Kirk; al que hacía de Sylar en la serie Héroes, Zachary Quinto, como Spock; al prota de Hulk, Troya y Munich, Eric Bana, como el malvado Nero; a Winona Ryder, envejecida para la ocasión, o no, como la madre de Spock; y al divertido prota de Zombies Party y Arma Fatal (y que ya apareció en la Misión Imposible III de Abrams), Simon Pegg, actuando como uno de los varios contrapuntos cómicos de la historia.

Ante todo, esta nueva entrega de Star Trek es una grandísima película de aventuras, como hacía tiempo que no veía en una gran pantalla, con una capacidad absolutamente brutal para entretener al espectador y dejarlo clavado a la butaca. Y es que cuando empezaron a salir los títulos de crédito finales y miré mi reloj, me sorprendí al comprobar que la peli tan sólo había durado dos horas, no porque se me hubiera hecho pesado, sino por la gran cantidad de cosas que habían pasado en pantalla desde su inicio. Esto solamente se puede conseguir con una espectacular capacidad de mantener un ritmo narrativo alto que, el señor Abrams, demuestra controlar con una pasmosa facilidad. Además, la película consigue algo que, los más escépticos, ya empezábamos a pensar que era imposible en los tiempos que corren: que se puede unir acción trepidante con una buena historia (chúpate esa, Lobezno). Pero es que ya puestos a unir cosas, en la película también encontramos aventuras, ciencia ficción, divertidos momentos cómicos (¡gran personaje el bicho amigo de Simon Pegg!), situaciones espectaculares, buenas interpretaciones y grandes efectos especiales.

Resumiendo: A pesar de no ser fan de la saga original, esta nueva entrega de Star Trek me ha ganado de calle. ¡No se la pierdan!



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El Planeta de las Mujeres Invasoras (1966)


Como una clara vuelta de tuerca sexual a los viajes de Gulliver, una parte de la iconografía pulp más libidinosa trata sobre el intrépido explorador que tropieza con una sociedad dominada exclusivamente por curvilíneas féminas. Esta fantasía masculina nace en tono de selvática aventura, pero rápidamente se hace más popular en su variante espacial. “¡Tetudas de Marte!”, que dirían en Dr. Alien (1989). En esta onda se mueven títulos como Cat Women of the Moon (1953) o Queen of Outer Space (1958) por ejemplo, una serie de películas sexistas a las que, años más tarde, Futurama haría un divertido homenaje en uno de sus capítulos (aquel en que Fry y compañía viajan al planeta Amazonia y son sentenciados a la deliciosa muerte por kiki). El Planeta de las Mujeres Invasoras es la aportación mejicana al género, una especie de secuela o remake en tono picante de Gigantes Planetarios (1965), un filme rodado un año antes por el mismo equipo.


La película empieza cuando dos macizas del espacio exterior aparcan su platillo volante al lado de un parque de atracciones. Una vez en tierra firme, dos feriantes intentan ligar con ellas, pero las hembras del espacio se defienden con una especie de spray antiviolador intergaláctico. Por otro lado conocemos a Marcos, un valiente boxeador que celebra su último triunfo llevando a una chica del pueblo a la feria. Ambos suben a bordo de la nave espacial pensando que es una atracción más, y allí son abducidos junto a otros pasajeros, gente de buena familia y algunos gángsteres de tres al cuarto. Mientras tanto, en la tierra, el manager de Marcos y un científico que conoce todos los entresijos de la trama, siguen a la nave en su viaje gracias a un complicado sistema de cámaras de vigilancia (¡¿?!). El platillo llega a Sibila, el planeta de las mujeres invasoras, aunque no se ve ni nada ni a nadie, porque “es la hora del descanso” según dice una. El planeta está gobernado por un par de gemelas, la una buena y maciza, y la otra mala y más maciza aun. Aunque quien lleva la voz cantante es la última, que prepara un perverso plan contra los terrícolas y su planeta.


El principal causante de tanto mal cinematográfico es Alfredo B. Crevenna, un realizador mejicano con más de 140 películas a sus espaldas, todas tan buenas como ésta y algunas perpetradas a mayor gloria de Santo, “El enmascarado de plata” (¡qué grande es el cine, leñe!). Echarle un ojo a su filmografía es toda una experiencia, ya que en ella se encuentran producciones tan socarronas como Échenme al vampiro (1963), Neutrón contra el criminal sádico (1964), Los endemoniados del ring (1965), Las muñecas del King Kong (1981), De súper macho a súper hembra (1989), El mil abusos (1990) y Ni ángel ni demonio… un macho! (1992). Todas de obligado visionado, seguro.


Crevenna se rodea aquí de la flor y nata del cine charro; Rogelio Guerra, un actor muy dado a lo que llaman Enchilada Western y que salía en la emblemática telenovela Los ricos también lloran (1979). Lorena Velásquez, un icono de la ciencia ficción tex-mex y chica-Santo por excelencia, que ha trabajado en títulos tan llamativos como Las luchadoras contra la momia (1964), y Las lobas del ring (1965). Elizabeth Campbell, actriz y gladiadora que ha repartido leña en Las mujeres panteras (1967) y Peligro…! Mujeres en acción (1969). Y Maura Monti, actriz que ha puesto sus muslos al servicio de productos tan nocivos como SOS Conspiración bikini (1967), Minifaldas con espuelas (1969) y El misterio de los hongos alucinantes (1969). Bendita locura la del cine mejicano, vive Dios.


No resulta nada difícil hacer una lectura misógina de El planeta de las Mujeres Invasoras, ya que la película no se caracteriza ni por su sutileza ni por sus valores progresistas. Las habitantes de Sibila son tan bellas como desalmadas, mujeres guerreras con las curvas bien puestas en los sitios correctos, y todas en edades casaderas. ¿De donde salen? ¿Practican el sexo? ¿Las fabrican? La cinta pasa por alto temas tan controvertidos como la perpetuación de la especie y es un dato curioso que las mujeres invasoras tengan todas la misma edad y complexión. Ni demasiado jóvenes, ni demasiado viejas, en su punto. Se pone así de manifiesto que más que un ente extraterrestre real, con unas necesidades reales, son un concepto, el concepto nada favorable que tienen los autores de la nueva mujer liberada. En el filme, las marcianas quieren invadir nuestro planeta, pero la atmósfera de la Tierra les resulta dañina, por lo que planean secuestrar a niños para implantarse sus pulmones. Quizás, de alguna manera muy tosca, lo que nos quiere decir la película es que la liberación de la mujer será a costa de los niños.


Pero dejando a un lado turbios e inconscientes mensajes sociales, esta sopa espacial le debe mucho a seriales televisivos como Flash Gordon (1936-1940), hasta el punto que la estética pulp de los cohetes e incluso los uniformes de las invasoras, recuerdan los de aquella añeja producción. La dirección es plana, los decorados de todo a un euro, los diálogos folletinescos y la trama más inconsistente que una pompa de jabón. El Planeta de las Mujeres Invasoras es una caspa espacial de fuerte sabor mejicano y con un entendimiento psicotrónico y pop de la acción. La película plantea situaciones que no sabe resolver y se haga larga en demasía, pero tiene una atmósfera de festiva inocencia que simpatiza con el espectador. Es una huída hacia delante en la que nadie se detiene a hacer preguntas, querían una película de ciencia ficción con muchas tías buenas, la querían rápido, y pese a quien pese, la tuvieron. Vaya si la tuvieron.


La frase: “¡Espero que nadie más desafíe mis lanzas necrolumínicas!”


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Arena, el ring de las Galaxias (1989)


¡Ah! Como me fascinan esos híbridos que cruzan dos ideas a las que el sentido común ha impuesto una orden de alejamiento, ideas tontas y descabelladas que solo tienen cabida dentro de una comprensión Friki Heavy Metal del séptimo arte. Películas como El grandioso hombre de Pekín, que juntan Tarzán y King Kong, o la más reciente Fido, que mezcla el mondo zombie de Romero con la comedia familiar americana. Algo parecido a lo que sucede en Arena (El ring de las Galaxias), experimento fílmico que pretende meter en el mismo saco a Sylvester Stallone y George Lucas, situando un personaje creado a imagen y semejanza de Rocky Balboa en medio de un contexto de fantasía espacial a lo Star Wars… ¡Vaya tela! Como mezclar agua con aceite, el tocino con la velocidad, o el pan dulce con el culo de Ray Liotta. Chocante, ridículo y a ratos, divertido.

La misma cara de gaznápiro se le queda al Jefe Dreyfus después de un par de copas.

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana… Una estación espacial surca el cosmos habitada por criaturas de todas las formas y colores, entre ellas Steve Armstrong, un pobre mindundi sin oficio ni beneficio que solo aspira a poder conseguir la pasta suficiente para pagarse el billete de regreso a la Tierra. Tras una redada en un casino se ve involucrado en un lío de deudas con la mafia espacial, por lo que necesitará reunir rápidamente una cuantiosa suma de dinero. Para conseguirlo se alistará como luchador en la Arena, el mayor espectáculo de la galaxia, una especie de Pressing Catch intergaláctico donde gladiadores de todos los planetas se meten unos sopapos de aúpa. Como hace 50 años que ningún terrestre participa en ninguno, ni mucho menos gana, Steve se irá convirtiendo, combate tras combate, victoria tras victoria, en la gran esperanza de la raza humana.

He-Man en una de sus fugaces apariciones en el show televisivo de Humor Amarillo.

La peli cumple lo que promete, unos malos muy malos, unos buenos muy buenos, bichos feos, chicas jamonas, rayos láser y diversas peleas de boxeo entre humanos y monstruos, monstruos y robots, o incluso humanos contra insectos gigantes del espacio exterior (¡bravo!). En el rol protagonista tenemos a un sosaina con el cuerpo de He-Man y la misma mala uva que Mary Poppins, un paleto rubiales al que desde la primera escena estás deseando que alguien le parta su carita de niño bueno. La ambientación es salchichera pero resultona, se palpa en el ambiente que dos años antes habían estrenado Masters del Universo, porque parece que la rodaron con disfraces y escenarios desechados de aquella producción, cosa que se hace muy evidente en el look cutre pero entrañable de los monstruitos. Entre las chicas macizas de rigor destacamos la estimulante presencia de Claudia Christian, actriz que se dedicó a enseñar cacho en la década de los 80’s y que algunos recordarán por su papel en Hidden (Oculto) o por salir en la popular serie Babylon 5, ganadora de los premios Emy y Hugo.


Horn, el hijo bastardo de Chewbacca y Mr. T.


Que nadie espere encontrar aquí luchas titánicas y coreografías de otro mundo, la peli carece de toda épica y el director utiliza alegremente el primer plano para evitar que se haga demasiado evidente lo ridículo de algunos combates. Esta caspa espacial es tan bizarra como modesta, uno de esos clásicos de videoclub que se ven más por nostalgia y vicio que por otra cosa. Aish, los 80’s, ¡qué época! Parecía que todo era posible…



La frase: “Ve a darte un baño de iones para fortalecer tus músculos.”

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Galaxina (1980)


Un cohete de la policía espacial surca el infinito buscando camorra, en su interior viajan la hermosa Galaxina (un robot con sentimientos y cuerpo de playmate), el Sargento Thor (un atractivo y experimentado piloto al que le gusta hacer ejercicio semidesnudo y con un puro en la boca, y que está enamorado de Galaxina), Buzz (un cowboy espacial joven y ligeramente alocado) y el Capitán Cornelius Butt (un tipo poco cuidadoso con su aspecto y de un parecido más que asombroso con un personaje de Nintendo llamado Mario). Sus vidas correrán peligro cuando se les encomiende la arriesgada misión de viajar hasta Altar 1 en busca de la “Estrella Azul”, un mineral que posee en su interior la energía de las estrellas, y que al nombrarlo suenan coros celestiales.



La película empieza con una intro calcada a la de Star Wars (pero en un principio se lo perdonamos porque, ¿qué fantasía espacial de los 80 no se parece a Star Wars?). Luego te presentan a Galaxina sentada en su sillón de mando: pelo rubio, alta, vestida de inmaculado color blanco y con los labios más rojos que has visto en tu vida. Y te dices… ¡Coño, esta tía está buena! Si al hecho que la chica sea una escultural y silenciosa máquina, le sumas el acertado juego de luces y colores de la nave y la estética pop, esto le da un halo de misterio y sex-appeal al personaje que no está nada mal para empezar. Pero cuidado, ¡no pongan sus diales en “friquis salidos”! ¡Todavía no!


La ilusión de lo que podría ser se desvanece antes de lo que se tarda en decir “Luke Skywalker”, cuando aparecen los demás personajes y empiezan a contar chistes malos y a comportarse como idiotas, porque resulta que la peli es una comedia, y sin puta gracia por cierto. La cinta intenta ser una burda parodia de famosos taquillazos de la ciencia ficción del momento, con diversas referencias a filmes como La Guerra de las Galaxias, Alien, Star Trek o 2.001. Pero la falta de tono adecuado, los chistes ñoños y ese estira y afloja continuo entre la comedia más estúpida y la fantasía más sobria (de las cuales yo me hubiera decantado por esta última, no lo duden), hacen que la cosa descarrile estrepitosamente.


Puede que esbozara alguna tímida sonrisa al ver tal despropósito, pero se parecería más al tipo de sonrisa que se le pone a uno en situaciones incómodas (comidas familiares, bodas, operaciones de fimosis…) que a otra cosa, ya que nada acaba de cuajar aquí realmente. Ni el puticlub alien, ni la secta adoradora de Harleys Davidson, ni incluso la aparición del mismísimo Spock, salvan al espectador de caer irremediablemente en la modorra y el fastidio.


Aun así, se agradece que el espíritu que comentábamos al principio asome la cabeza de vez en cuando, ya que lo mejor de la película es cuando Galaxina se encuentra sola, sin ningún partenaire cómico que estropicie la escena. No está carente de cierto morbo ver como se enfrenta al peligro o seguirla en sus paseos por la desolada nave, ahí es cuando brilla más su personaje y la peli adquiere un tono más triste y mágico, mucho más acorde con la dirección.

Si Galaxina ha adquirido algún pedigrí de película de culto no se debe a valor artístico alguno, si no por formar parte del escaso testamento cinematográfico de Dorothy R. Stratten, la actriz protagonista. Esta canadiense de veinte años acababa de ser nombrada playmate de 1980 cuando fue trágicamente asesinada por su marido, un mindundi que se suicidó tras dispararla con una escopeta. En aquel momento la revista Playboy tenía mucha fuerza y el caso resonó bastante en los medios, tanto que incluso se hicieron dos películas sobre el tema. Un telefilme protagonizado por Jamie Lee Curtis y la película Star 80 de Bob Fosse, donde Mariel Hemmingway hacía el papel de la modelo.



La frase: “Ya sabe que la policía espacial tiene prohibido confraternizar con las máquinas, va contra las leyes de la naturaleza. Podría quedarse ciego.”

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Star Crash, Choque de galaxias (1979)


Stella Star, la mejor piloto de todo la galaxia, y Atkon, el mejor navegante, son dos piratas estelares que la policía robot ha puesto a buen recaudo, pero que el emperador reclamará para una misión excepcional. El miserable conde Zarth Arn ha creado el arma más poderosa de la galaxia, capaz de destruir planetas enteros, así que nuestros dos valientes y sexis héroes deberán unirse a un robopoli quejica con nombre de revista femenina (Elle) y a un tipo duro de cabeza calva y verde con nombre de Dios nórdico (Thor), para encontrar el arma y destruirla.


Si hace un par de semanas cantábamos las alabanzas del Star Wars Turco, aquí lo tenemos servido a la italiana, y es que la sombra de George Lucas es muy alargada; los sables de luz, un arma como la Estrella de la Muerte, o ciertos planos de las naves, son calcomanías evidentes y nos indican las aviesas intenciones de los autores, y también el buen rato que vas a pasar.


A Stella Star le gusta pilotar su nave vestida con unas botas maravillosamente largas y un bikini a lo Vampirella, mientras que Atkon luce un traje que parece salido de la serie V, aunque el look futurista no le quita la pinta de niño surfista que tiene. Se toparán con todo tipo de complicaciones en su camino; guerreras amazonas, una robopilingui gigante con tetas de quinceañera y la misma mala uva, o trogloditas que sobresaltan a la cámara al ritmo de una banda sonora parecida a la de 2001, y cuando las cosas se pongan feas, aparecerá David Hasselhoff al rescate, lanzando rayos por los ojos y más maquillado que una puta de las Ramblas, un gran debut en el cine, sí señor. Christopher Plummer intentará añadir algo de clase al asunto interpretando al Emperador, e irá por ahí hablando de espaldas a la gente y mirando al vacío, como dándose importancia, que es lo que tiene ser actor de formación shakesperiana.


La peli es un delirio ochentero muy entretenido que se hace rápidamente con la simpatía del espectador y que tiene varios momentos inolvidables. Al final, uno acaba por pensar que es Navidad en el Espacio, ya que se les va la mano poniendo lucecitas de colores.



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Dunyayi Kurtaran Adam (1982)



La galaxia está en peligro, pero no se alarmen, no hay nada que temer, ¡los turcos han llegado para salvarnos!

Nuestros mejores hombres salen al espacio para defender la Tierra de una misteriosa amenaza. Durante la batalla todos ellos morirán, a excepción de dos guerreros turcos, que estrellaran su nave en un misterioso planeta muy parecido a Turquía. Allí se alzaran como paladines de una civilización compuesta en su mayoría de niños sucios y mujeres demasiado maquilladas, que viven en cuevas como esclavos y son amenazados por el villano de turno, un megalómano que no sabe si quiere gobernar el mundo o destruirlo y que recibe el elocuente nombre de “El Mago”.

Esta película es más conocida por ser el Stars Wars Turco, aunque poca cosa tiene en común con la saga de Lucas, salvo que han cortado directamente escenas espaciales de esas pelis y las han puesto a saco en el metraje (¡toma ya!).Las luchas espaciales son un refrito de La Guerra de las Galaxias en las que de vez en cuando vemos a dos turcos con casco sentados en una habitación oscura delante de una pantalla gigante, donde van pasando imágenes de la Estrella de la Muerte, Cazas Imperiales y demás chatarrería mientras ellos hacen ver que pilotan (hay un momento muy bueno en el que uno de los turcos tiene que descender la nave, y se ve claramente que lo único que hace es mover su silla hacia delante).

Lo mejor son los monstruos de pega que salen con un rollete muy a lo Humor Amarillo, hay un montón y cada uno de ellos es más desternillante que el anterior. Están los tipos disfrazados de esqueletos que montan a caballo, las momias con manos de diplodocos, los tipos disfrazados de chinos, los bichos peludos de color rosado (mis favoritos), los gladiadores y los karatekas con tirantes y cacerolas de sombrero. Y los turcos les meten unos sopapos que ríete tú de Bud Spencer, son capaces de partirlos en dos de un makoki, o de arrancarles los brazos y luego abofetearles con ellos, o de chutar pedruscos enormes con tal fuerza que explotan cuando les dan. Unos fieras, vamos, yo cuanto más los miraba más se me antojaban como una rara mezcla entre Stoitxkov y el Fary peinados a lo Michael Landon.

Y la banda sonora también es muy buena, tenemos a La Guerra de las Galaxias para las escenas de acción, a Indiana Jones para las románticas y a Flash Gordon para cuando sale el malo, todas ellas en grabación chusquera y piratilla, que ni John Williams ni los chicos de Queen han cobrado un royalty por el asunto.

En definitiva, una bizarrada de bajo presupuesto que solo puede ser tomada con mucho humor y cerveza, y que está repleta de acción, slapstick y unos diálogos que no los entiende ni Alá.



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