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Pasitos
de bebé.
Uno
no puede evitar tener la sensación de que el cine español se ha
pasado media vida criticando la forma de hacer películas en
Hollywood, y su vacuo sentido del espectáculo, a la vez que
defendía, a capa y espada, la cinematografía patria y su forma de
hacer las cosas. Por suerte o por desgracia, o mucho me equivoco o
creo que la otra mitad se la van a pasar copiando esa forma de hacer
cine, importada del otro lado del charco. No desearía que se me mal
interpretara: estoy encantado con la idea y lo cierto es que,
personalmente, ya estaba un poco hasta las narices de pelis sobre
grandes dramas de penurias y miserias ambientados en la guerra civil
española o, lo que es todavía peor, en la post-guerra (que lo poco
gusta y lo mucho cansa). Pero lo que también sería de agradecer es
que la valentía que se ha demostrado a la hora de cortar con una
especie de tradición de hacer cine en nuestro país, también se
demostrara a la hora de ser capaces de innovar en lugar de limitarse
a copiar, a pies juntillas, los grandes clichés de las
super-producciones americanas. Los últimos días no es que
contenga alguno de estos clichés, es que arrastra un enorme y pesado
carro repleto de ellos, provocando que le cueste una barbaridad
avanzar con un mínimo de fluidez y originalidad.
La
divertida noche de los zombis.
Estamos
en pleno siglo XXI pero nada parece haber cambiado con respecto a la
época anterior. No existen coches voladores (de hecho apenas existen
coches eléctricos); no han abierto un McDonalds en la luna; los
ordenadores cada vez son más potentes, pero únicamente con el
objetivo de poder almacenar más cantidad de pornografía; y los
viajes en el tiempo siguen reservados a casposas ferias medievales de
pueblo. ¿Y en cuanto al séptimo arte? Pues lo mismo: Para poder ver
una película en tres dimensiones sigues estando obligado a colocarte
unas incómodas gafas que en muchos casos deberás devolver a la
salida y que pueden haber sido utilizadas el tipo más cerdo del
mundo antes que tu, mientras rezas para que la cosa no sea muy oscura
o muy movidita o de lo contrario no te vas a enterar de la misa la
mitad (y ya no hablemos de la gente, como un servidor, que ya usa
gafas en su día a día y que se ve obligado a un cierto grado de
funambulismo para lograr intuir algo de profundidad); algunos de los
directores más reputados siguen apostando por el western (Quentin
Tarantino y Gore Verbinski) y se siguen estrenando películas de
animación artesanales con la técnica del stop-motion. Por
suerte para todos, algunas de ellas son tan chulas como El
alucianante mundo de Norman.
Blancanieves
y los enanitos de la mesa cuadrada.
Vale, creo que ya lo pillo: resulta que los clásicos infantiles de toda la vida vuelven a estar de moda, pero ahora de lo que se trata es de adaptarlos de forma que se puedan dirigir hacia un público más adolescente. Hollywood rápidamente ya se apuntó al carro con las nuevas aproximaciones al universo de Alicia en el país de las maravillas y de Caperucita roja; y ya se preparan nuevas versiones de Jack y las habichuelas mágicas, Hansel y Gretel, Pinocho o La bella durmiente, entre otros. La televisión también ha entrado al trapo a la nueva moda con series como Grimm, Once upon a time o la inminente La bella y la bestia. En España también se han apuntado al carro y la cadena televisiva Antena 3 ya prepara una serie con nuevas versiones de los cuentos de toda la vida. Pero si existe un personaje que se está llevando la palma es, sin lugar a dudas, el de Blancanieves, con tres nuevas versiones estrenadas este 2012: una muy colorista (y mala de narices), una muda y en blanco y negro y, la que hoy nos ocupa, con una prota más de partir la pana.
Desmembre
a la americana.
¿Saben
ustedes la típica película protagonizada por un grupo de
adolescentes con las hormonas disparadas que quedan para pasar un
largo fin de semana en una cabaña apartada de la civilización
(preferiblemente con un lago cercano) y que mientras están de camino
paran para repostar gasolina en una estación de servicio medio
abandonada y el tipo de la gasolinera ya tiene una pinta tirando a
rara y sospechosa que tira para atrás, pero que ellos pasan como si
nada y siguen su trayecto y que, una vez llegados a la cabaña esa,
resulta que todo está muy bien y todo tiene una pinta de lo más
entretenida e incluso todo parece apuntar a que alguno de los
muchachos va a pillar teta pero que, no obstante, parece como si algo
oscuro/ maligno/chungodecagarse se escondiera en el sótano de la
cabaña (porque resulta que si hay un lago cerca, como demonios no va
a haber un sótano con pinta de esconder secretos a patadas) y que a
pesar de que toda lógica humana debería empujar a los chicos a
montar una bacanal en toda regla en lugar de bajar las escaleras, los muy
pardos terminarán optando por indagar qué se esconde en tan
misterioso lugar, desencadenando una serie de acontecimientos que
terminarán, indefectiblemente, con una escalada de muerte, sangre y
machetazos por doquier? Mmmm, no se yo si la pregunta resulta
suficientemente específica. En fin, pues resulta que eso es
justamente lo que ofrece a los espectadores The cabin in the
woods, pero con una leve variación respecto al patrón clásico:
llegados a cierto momento de la trama, la cinta, simplemente,
enloquece.
Los sueños se hacen realidad
Este viernes pasado se estrenó en nuestras salas de cine Ruby Sparks (2012), de Jonathan Dayton y Valerie Faris, un matrimonio que después de dirigir numerosos vídeos musicales (entre ellos el premiado Tonight, Tonight, de Smashing Pumpkins) decidieron dar el paso a la gran pantalla con Pequeña Miss Sunshine (2006), con la que cosecharon varios premios y un éxito abrumador tanto de crítica como de público. Ahora han dado vida un guión escrito por Zoe Kazan, la nieta del que fue director y escritor norteamericano Elia Kazan, que en una entrevista comentó que la historia le vino a la cabeza cuando volvía de un rodaje, al ver un maniquí tirado en un contenedor, recordando entonces una leyenda griega que aparece en Las metamorfosis de Ovidio: Pigmalión, un rey de Chipre, cansado de no encontrar a la mujer perfecta, empezó a crear esculturas de mujeres preciosas, enamorándose de la más bella de ellas, Galatea. Al soñar que cobraba vida, Afrodita hizo realidad su deseo y cuando despertó vio que la mujer de sus sueños era real.
El verdugo.
Reconozco que las películas basadas en los viajes en el tiempo y en las paradojas temporales son una de mis pequeñas debilidades. Así pues cuando me enteré que se estrenaba Looper y vi las buenas críticas que había cosechado no tardé en correr hasta la sala de cine más cercana. Y una vez allí, ¿qué me encontré? Pues lo que me encontré fue un thriller de acción futurista, con toques de ciencia ficción, de western, de cine noir, de cine negro, con toques de comedia, con una historia basada en los saltos temporales, con máquinas del tiempo, algo de telequinesis, motos voladoras, futuros apocalípticos... ¡y a Bruce Willis partiendo la pana!. Yo es que no sé qué más se le puede pedir a una película de estas características. Bueno sí, que la trama funcione y esté bien resulta. Pues señores, no se lo van a creer, pero la trama funciona y está bien resuelta. Ya pueden ir descorchando el champán.
El jovencito Frankenstein.
Ya lo decía la canción: “las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti...”. Y es que durante los primeros años de la década de los '80, un joven (aunque ya despeinado) Tim Burton trabajaba para la Disney, aunque su arte no se puede decir que fuera del todo entendido ni, mucho menos, visto con buenos ojos dentro de la compañía. Así pues, tras dirigir un corto con la técnica de stop-motion, Vincent, y después de realizar un segundo corto basado en el mito de Frankenstein, de nombre Frankenweenie, la multinacional lo echó a la calle alegando que su trabajo había supuesto un desperdicio de recursos monetarios en una película demasiado terrorífica para los menores. Pero el joven Burton no arrojó la toalla y creció y creció hasta convertirse en un hermoso cisne blanco reputado director de culto capaz de contar con el reconocimiento tanto de crítica como de público. Y así fue como a mediados de la década del 2000, la Disney volvió a llamar a la puerta del realizador para volver a contratar sus servicios. Para cerrar el círculo, en 2007 ambas partes firmaron un contrato para la realización de una película basada en el mismo corto por el que lo echaron la primera vez, filmado en blanco y negro, con la técnica del stop-motion y de nombre Frankenweenie. Lo cierto es que si este párrafo lo leen con música de Danny Elfman de fondo la cosa mejora un montón.
Spider-boy.
Nos
encontramos frente a un reebot de nuestro trepamuros favorito.
El personaje de Spiderman es uno de los más populares
superheroes de acción y, de hecho, fue de los primeros del universo
Marvel en dar el salto a la gran pantalla. La trilogía
original, dirigida por Sam Raimi, obtuvo gran popularidad y
recaudó montañas de dinero. Así pues, uno tiene la sensación de
que cuando se confirmó que no habría cuarta entrega, el estudio
rápidamente se puso a trabajar en buscar una solución para no tener
que prescindir de su habitual fuente de ingresos procedentes del
bueno de Spidey. Finalmente optaron por el típico borrón y cuenta
nueva, en plan: aquí no ha pasado nada, hagámonos todos los locos,
finjamos que un Men in Black nos ha flasheado el cerebro y somos
incapaces de recordar nada referente a la saga original de la que, su
última entrega, apenas hace cinco años, todavía teníamos en
pantalla.
Jóvenes
aunque sobradamente superpoderosos.
La
cosa está clara: las cintas rodadas con el llamado efecto “cámara
en mano” están de moda. Lo que se pretende es dar mayor
verisimilitud a lo que se está contando en pantalla y lograr que el
espectador entre más dentro de la historia. Además, rebajan
substancialmente los costes de producción, lo cual siempre ayuda. La
mayoría de los géneros ya se han rendido al fenómeno: la ciencia
ficción (Distrito 9), el cine de catástrofes (Monstruoso),
la comedia gamberra (Project X); pero si existe un género que
le ha sacado gran partido, este ha sido el terror (El proyecto de
la Bruja de Blair, [Rec], Paranormal activity, entre muchas
otras). Ahora le toca el turno a un nuevo género, habitualmente más
asociado a las superproducciones y a los presupuestos desorbitados:
el de los superhéroes.
Los
vampiros no nacieron ayer.
“Es
por tu bien” o “Esto me va a doler más a mi que a ti”, son
frases típicas que se suelen pronunciar cuando uno se ve en la
imperiosa necesidad de tener que dar una reprimenda a algún tipo de
personaje estimado, deseando que entienda que lo que se pretende con
el escarmiento es lograr darle la vuelta a una dinámica negativa.
Dicho esto, siempre he sido un gran admirador del trabajo del
director Tim Burton a pesar de reconocer más de un sonoro
traspiés en su carrera. El problema es que los traspiés cada vez
resultan ser más seguidos y sonados en su trayectoria y los aciertos
cada vez aparecen más en cuentagotas. Su último trabajo, Sombras
tenebrosas, más que como un nuevo traspiés debería
interpretarse como un enorme y profundo socavón lleno de miseria y
calamidad. Siempre hablando por su bien... claro está.
Juegos de guerra.
Qué gran negocio este de las sagas literarias destinadas al público joven, amigos. Primero se forran vendiendo los libros (mínimo una trilogía para que la cosa cunda lo suyo); más tarde se forran haciendo las adaptaciones cinematográficas (y si la ocasión lo merece se podrá optar por dividir algunos de los libros en varias películas para lograr alargar la gallina de los huevos de oro); y por último se forran plasmando la cara de los atractivos protagonistas que interpretan a los personajes principales en todo tipo de productos variados, a cuál más sorprendente (empezando por estampar la cara del guapo de turno en las bragas que lucirán las adolescentes más entregadas). ¿Y qué se persigue con todo esto? Muchos buscarán ocultos motivos económicos detrás de todas estas rentables franquicias, pero los más nobles de corazón sabemos que el fin último de este tipo de productos no es otro que el amor por arte mismo. A los títulos ya conocidos súmenle un nuevo fenómeno que ha llegado con la firme intención de reventar las taquillas de medio mundo: Los juegos del hambre.
Méliès y la máquina de los sueños.
Resulta curiosa la coincidencia, o no, de que las dos grandes triunfadoras de los pasados premios Oscar,The artist y La invención de Hugo, rindan, ambas, un “sonoro” homenaje al cine mudo y en blanco y negro de principios de siglo XX. Pero más curioso resulta todavía el hecho de que, a pesar de su declaración de principios inicial (y de la colaboración en ellas de perros molones y divertidos), ambas cintas no pueden terminar resultando ser más alejadas la una de la otra a la hora de abordar su realización. Mientras la primera le rinde su homenaje con una cinta muda y en blanco y negro intentando recuperar el aroma de ese tipo de cine, la última lo hace con efectos especiales, con cámaras digitales y con el último grito en formato 3D. Al final, los premios gordos de verdad se los terminó llevando The artist (película, director, actor) aunque uno empieza a sospechar que únicamente fue más por la anécdota de haber realizado una película de estas características en pleno siglo XXI, que por ser mejor película que La invención de Hugo.
¿Qué ocurre cuando un tal Peter Parker, de pronto, consigue unos increíbles super poderes y se convierte en Spiderman? Pues que, a pesar de que en un principio el muchacho opta por hacerse el chulito y utilizarlos para beneficio propio para conseguir importantes sumas de dinero, con la muerte de su tio Ben a manos de un delincuente común que podría haber detenido horas antes, el chico, comprenderá que sus asombrosas habilidades deberán ser utilizadas para hacer el bien y ayudar a los demás. Moraleja: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Pero ¿qué sucede cuando un grupo de holgazanes ni-nis ingleses, inadaptados sociales, consiguen unos extraordinarios poderes? Pues nada, no ocurre nada. Ellos seguirán con sus vidas anodinas sin ningún tipo de ambición en convertirse en algo que no son. Bueno, como mucho puede ser que por el camino se carguen a su supervisor social, pero poco más. Moraleja: Ninguna. Aquí no hay moraleja. Esto es Misfits.
Después del sonado éxito de las dos primeras entregas de Conan (el bárbaro y el destructor), protagonizadas por el por entonces prácticamente desconocido Arnold Schwarzenegger, hubo una auténtica fiebre por realizar películas de espada y brujería, dando como resultado títulos tan dispares en resultados como El último guerrero, El guerrero y la hechicera, El guerrero rojo, Gor, Ator, Los bárbaros (si, si, la de los gemelos), El señor de las bestias o La reina bárbara, entre muchos, muchos otros. Como suele suceder en estos casos, el género acabó muriendo de puro desgaste quedando relegado, en sus años posteriores, a un cierto éxito a nivel exclusivamente televisivo con las series de Hércules y Xena, la princesa guerrera, producidas ambas por Sam Raimi. Llegados a éste 2011 parece ser que alguien ha vuelto a apostar fuerte por los bárbaros, con este reboot de la saga Conan, que nos llega de la mano del director Marcus Nispel, quien ya intentara reflotar el género hace unos años con El guía del desfiladero. Diríamos que en esta ocasión le han salido bastante mejor las cosas.
La protagonista de Sucker Punch es una joven lolitesca, peinada con coletas y maquillada como los neones del cartel de un bar de carretera, que viste con un escueto uniforme de estudiante japonesa y lleva una katana sujeta a su espalda. Dicha protagonista está acompañada, en la película, por un grupo de muchachas de su misma edad, vestidas con provocativos uniformes de combate debidamente diseñados para lograr mostrar el mayor número de carne posible durante las reyertas. Si tenemos en cuenta que el director de la película, Zack Snyder, es el mismo que anteriormente ya había dirigido el film 300, protagonizado por unos rudos personajes masculinos de espectaculares torsos y musculatura varia, cuyas únicas vestimentas estaban compuestas por unos discretos taparrabos acompañados de unas largas capas, la pregunta que nos asalta es: ¿Es Snyder una especie de obseso sexual que utiliza sus películas para dar rienda suelta a su lívido? Y, suponiendo que la respuesta a la anterior pregunta fuera afirmativa, ¿para cuando un crossover entre ambos films?
Mutantes Ye-Ye.
¿Solo me lo parece a mi o los reboot, las precuelas y las nuevas revisiones de franquicias desgastadas en taquilla cada vez tardan menos en aparecer en relación con sus originales? Tan solo han pasado cinco años desde que se diera por finalizada la trilogía original de los X-Men con su llamada “La decisión final”, una trilogía que empezó de forma brillante con las dos primeras entregas dirigidas por Bryan Singer y que posteriormente se encargaron de tirar por la borda todo el trabajo bien hecho con la tercera entrega y posterior spin-off de Lobezno. Y todavía con el cadáver caliente, como se suele decir, han intentado reflotar una franquicia y unos personajes que parecían difícilmente recuperables con una arriesgada vuelta de tuerca, en forma de precuela de la trilogía original, recuperando algunos de los personajes más significativos de la saga. Pocas esperanzas había depositado, en su momento, en la primera entrega dirigida por Singer y me tuve que tragar mis palabras. Menos todavía me esperaba de esta “Primera Generación”, que me olía a intento a la desesperada por repartir dividendos y, una vez más, mis dotes adivinatorias vuelven a quedar en evidencia, resultando ser, finalmente, esta nueva entrega, incluso superior a la primera de las películas de la saga original.
Esta nueva adaptación del clásico infantil Caperucita roja tiene el punto a favor de saber en todo momento cual es su público objetivo y a que tipo de espectadores quiere ofrecer su producto. Lamentablemente la película se equivoca en todo lo demás. Porque lo cierto es que no tiene demasiado sentido querer hacer una nueva aproximación de un cuento infantil tan popular como éste, con un carácter pretendidamente más adulto (adulto tirando a adolescente para ser más exactos), convirtiéndolo en un thriller gótico y sobrenatural con toques fantásticos y de terror, para terminar tratando a ese público objetivo que estaban buscando como niños de menos de diez años.
Marvel sigue empeñada en allanar el terreno de su proyecto de llevar a Los Vengadores a la gran pantalla, avanzando las películas de parte de sus componentes (básicamente los más carismáticos) en sus aventuras en solitario que, a la vez, sirvan a modo de presentación de los mismos para el gran público que no es asiduo a los cómics. De este modo se podría entender que la estrategia a seguir es justamente la opuesta a la que ya se siguió con los X-Men, donde primero se realizó la película de todo el grupo para que, más tarde, apareciera el spin-off de lobezno (y finalmente se terminaran frustrando los de Magneto y Tormenta). El problema de esta nueva estrategia de la Marvel es que, viendo el mediocre nivel de los films que nos están ofreciendo hasta el momento, con una continua repetición de fórmulas, a uno cada vez se le están quitando más las ganas de seguir viendo sus productos y las expectativas creadas se van diluyendo en cada nueva entrega. En ese sentido Thor no termina resultando ser ninguna excepción.
A pesar de que el actor Nicolas Cage puede presumir de una larga y fructífera carrera cinematográfica (Oscar por Leaving las Vegas incluido), cabe decir que hay tres cosas que todavía no ha aprendido a hacer: a) reir con naturalidad sin parecer un tipo perturbado; b) lucir prótesis capitales con un mínimo de dignidad (de hecho, repasando sus últimos trabajos, el pelo más creíble de los últimos que ha exhibido en sus películas eran las llamas que lucía en “El motorista fantasma”); y c) declinar amablemente su participación en proyectos que, mucho antes incluso de empezar a rodarse, ya tienen una pinta a desastre global que tira para atrás. Su reciente trabajo en la película En tiempos de brujas, vuelve a confirmarnos, una vez más, estos tres puntos.
Yo, mis personajes y mis paranoias
Hay películas que, más bien por parte del público que por la crítica, o son catalogadas como obras maestras o simplemente como bodrios. En este contexto se engloba perfectamente a la ganadora del Festival de Cannes del año pasado: Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010), de Apichatpong Weerasethakul. La gran mayoría de las películas de este director tailandés (de nombre y apellido difíciles de pronunciar) forman parte de un cine más experimental y fantástico, por eso quizás llamó tanto la atención al Presidente del Jurado del Festival, que no era otro que Tim Burton, y a algún otro miembro del Jurado como Víctor Erice, un director español de corta filmografía pero muy respetado y cuyas películas también rebosan fantasía y mucha contemplación, como en este caso nos concierne. Porque señores, está claro que cuando uno se propone a ver esta película sabe o tiene que saber a lo que se va a enfrentar: un cine no fácil de digerir y completamente alejado del cine convencional, en el que tiene mucha importancia el papel del espectador, no solo porque debe concentrar todas sus fuerzas y toda su energía para enfocar su mente y poder entender lo que está viendo, sino también por el aguante de toda su paciencia.
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