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Este
muerto está muy vivo.
En
el fútbol existe una máxima que dice: “si algo funciona, no lo
toques”. Pues bien, tal afirmación también se puede aplicar
fácilmente a la gran pantalla, como bien lo demuestran los
productores de El cuerpo. Ellos fueron los responsables del
éxito comercial que supuso El orfanato y, viendo que la cosa
iba bien, decidieron seguir apostando por la fórmula que tan buenos
rendimientos les había dado y repitieron con Los ojos de Julia
y con la cinta que hoy nos ocupa. La receta es simple: a) Thriller
con toques de terror y fantástico; b) Belén Rueda convertida en una
especie de “screamgirl” nacional; c) Óscar Faura a la
fotografía; y d) Un sonido horroroso que incluso provoca que llegues
a perderte algunas líneas de diálogo.
La cima del mundo
Hay actores que se recuerdan por haber encarnado casi siempre al mismo personaje en la gran pantalla, sea por sus características físicas o porque nadie les dio la oportunidad de poder demostrar otras habilidades interpretativas. Y un claro ejemplo lo tenemos con el inimitable James Cagney, un gran actor que vivió la época dorada de Hollywood y que fue alabado por directores como Orson Welles, al que es muy fácil asociar con el papel de gángster (normalmente como villano), como en la película de William A. Wellman que le convirtió en una estrella, El enemigo público (1931), o como en Al rojo vivo (1949), de Raoul Walsh, un clásico del cine negro en el que Cagney demuestra de mil maneras el por qué le quedaba tan bien este personaje y las dotes que tenía para meterse de lleno en este tipo de papeles.
Teniente corrupto.
No habrá paz para los malvados es una de ese tipo de películas que parece que quieran decir: tenemos un personaje principal tan cojonudo que vamos a dejar que todo el peso de la película recaiga sobre él y a ver qué sucede (algo parecido a aquellos equipos de futbol que confían en que su estrella les resuelva un partido complicado). Lo que suele pasar en estos casos es que si el personaje es tan bueno como sus creadores habían imaginado, y el actor encargado de interpretarlo consigue hacerse con él y meterse en el papel hasta el fondo, la película suele llegar a buen puerto, mientras que, en el caso contrario, la cosa termina por naufragar al poco de arrancar. La película que nos ocupa logra llegar a buen puerto porque: a) el personaje principal es fantástico, engancha, convence y está bien escrito; y porque b) José Coronado clava la interpretación y consigue meterse en la piel de un decrépito policía en horas bajas. Pero llega a puerto con los responsables achicando agua como locos porque, a todo esto, entre medio hay una trama, así como policiaca, que empieza francamente interesante pero que va perdiendo fuerza a medida que avanza y únicamente logra sobrevivir gracias a su hilo conductor: el personaje de Santos Trinidad (si es que hasta el nombre ya es molón).
The Killing vendría a ser una nueva confirmación de que la televisión americana está empezando a adquirir un peligroso vicio ya visto, con anterioridad, en el cine: el del remake. Si hasta el momento se habían prácticamente limitado a hacer nuevas adaptaciones de antiguos títulos americanos (V, Sensación de vivir, El coche fantástico, Galáctica), adaptándolos a nuestros tiempos, con The Killing se han ido a la otra vertiente del remake, la de versionar títulos extranjeros trasladándolos hasta tierras americanas (modelo que ya habíamos visto con la versión americana de Betty la fea y que seguirá con la adquisición por parte de la productora de Spielberg de la serie de TV3, Polseres Vermelles). En este caso se trata de adaptar una serie danesa llamada "Forbrydelsen", de gran éxito en su país, del que este remake parece haber copiado el mal gusto de su protagonista por los jerseys. Lo cierto es que, si bien uno, de por sí, no puede evitar mostrar cierta reticencia hacia este tipo de remakes americanos, también se tiene que ser justo y reconocer cuando estos productos funcionan. The killing funciona. Y mucho.
Dos tontos muy polis.
No existe ningún motivo válido para ver esta película. Al principio, inconsciente que es uno, se podría llegar a pensar que los motivos radican en ver cómo Kevin Smith afronta su nuevo trabajo, siendo éste el primero que debe abordar con un guión que no le es propio; en ver a Bruce Willis volviendo al personaje de poli duro que tan bien ha sabido encarnar a lo largo de su carrera; en ver cómo una estrella catódiga se arriesga dando el salto a la pantalla grande; o, simplemente, en ver cómo una película, sin excesivas pretenciones, busca la justa medida entre acción y comedia. A pesar de todo lo dicho, créanme, no existe ningún motivo válido para ver Vaya par de polis (Cop Out).


Total, que ambos la acaban liando y, como acostumbra a suceder en estos casos, su superior les pide que entreguen sus placas y armas, suspendiéndolos de empleo y sueldo. El problema está en que la hija del personaje de Willis tiene que casarse y quiere una boda de alto copete y su padre, suspendido de sueldo, se las verá canutas para pagar el bodorrio, viéndose obligado, finalmente, a vender un valiosísimo cromo de beisbol del año 1952. En el momento de la transacción unos ladrones entrarán en la tienda llevándose el deseado cromo y obligando a nuestros protagonistas a emprender su busqueda por los bajos fondos de la ciudad. Como pueden observar, sin duda, se trata de una absoluta trama de mierda.


Lo cierto es que al poco de empezar la película uno ya empieza a tener claro que la cosa va a ser un absoluto desastre. El humor que destila la cinta no me hizo gracia en ningún momento (habrá gente que se parta la caja con un negro vestido de teléfono móvil gigante gesticulando como un poseso mientras habla a gritos soltando improperios y memeces varias, pero no es mi caso) y si encima se mezcla con una dosis de acción sin ningún tipo de tensión ni fuerza, pues el resultado huele a cadáver que hecha para atrás. A medida que la trama avanza se van confirmando los temores y uno sólo puede llegar a desear que la cosa termine cuanto antes para que le duela lo menos posible, pero incluso en ese caso, la película se empeña en alargarse innecesariamente. Cuando por fin termina, uno se da cuenta de que no existe nada en la película que resulte mínimamente destacable. Positivamente, se entiende.

Leer critica Vaya par de polis en Muchocine.net

Una de las categorías en la que saltaban más chispas de la pasada entrega de los premios Oscar, era la de mejor película de habla no inglesa, con dos potentes gallos en un mismo gallinero: la alemana "La cinta blanca" y la francesa "Un profeta". Todo parecía decantarse, pues, a que una de las dos películas se alzaría con el premio, aunque muchos eran quienes le otorgaban una pequeña ventaja a la cinta de Haneke. A la hora de la verdad, la ganadora resultó ser, contra todo pronóstico (el mio incluido), la tercera en discordia, a la que todo el mundo se empeñaba en augurar escasas posibilidades, la cinta argentina El secreto de sus ojos.


Lo cierto es que la película juega a muchas bandas a la vez y lo que en un principio pudiera parecer un simple thriller policíaco al estilo de "atrapa al malo" (que lo es), también se termina destapando como un film que analiza las relaciones personales (tanto afectivas como románticas) de sus protagonistas, radiografía una época especialmente combulsa de la historia Argentina (tanto a nivel social como político), e incluso se permite el lujo de mostrar un humor mordaz a través de unos diálogos tan ágiles como divertidos. Todo ello, por si fuera poco, con un empaque visual excelente, una gran dirección por parte de Campanella, unos actores en un constante estado de gracia y, en definitiva, una sensación de estar viendo cine en estado puro. Y todo ello para dejarnos con la moraleja final, que por sabida no resulta menos cierta, de que los asuntos sin resolver (véase un crimen, véase una historia de amor) terminan dejando una brecha que jamás termina de cerrar.



Leer critica El secreto de sus ojos en Muchocine.net
"Nadie que viva y respire cine debería siquiera ni soñar con perdérsela" escribe Peter Travers para la revista Rolling Stone. "No es una simple lección de cine, es el cine convertido en lección y misterio" nos cuenta Luis Martínez del Diario El Mundo. Sin duda Shutter Island, la última película de Martin Scorsese, ha recibido buenas críticas y ha creado gran expectación, y frases como "deslumbra y provoca" son las que hemos podido leer en la prensa especializada. Sí, el filme posee varios elementos para hacer de él una obra de interés, pero lo cierto es que le faltan un par de semanas más de rodaje y otras tantas en la sala de montaje. La película funciona bien como boceto, pero no como obra completa y finalizada.
Hay una escena, por ejemplo, en que una paciente del psiquiátrico donde transcurre la acción pide un vaso de agua y alguien se lo trae. En el siguiente plano hace el gesto de beber pero… tiene la mano vacía. Así que no bebe realmente, solo lo finge y toda la sala de cine se puede percatar de ello. Este error en la continuidad cinematográfica rompe la ilusión de la secuencia y te saca inmediatamente de la película, además de resultar incomprensible porque no estamos hablando de un costoso efecto especial, sino de un simple vaso. La escena se alarga un poco más y el vaso vuelve a aparecer, pero en ocasiones está lleno y en otras vacío.
El montaje de Shutter Island está repleto de fallos de raccord, de cortes bruscos que cambian la gestualidad de los personajes, de cadáveres a los que vemos mover sus extremidades o variar su posición según la cámara que los enfoque, en este sentido el filme es una auténtica calamidad. El despropósito es tal que uno duda de si está hecho deliberadamente o no, porque claro, estamos hablando de Martin Scorsese, el autor de Taxi Driver (1976), y estamos hablando también de su habitual montadora, Thelma Schoonmaker, nominada a los Oscar en seis ocasiones y premiada en tres. Pero lo cierto es que si es intencionado o no es lo de menos, porque resulta molesto y distrae de la acción, y la forma nunca debería interponerse en el contenido.
Hay un momento en Chinatown (1974), ese genial homenaje al cine negro de Roman Polanski, que transcurre en el interior de una casa en el que observamos el exterior a través de la puerta, si no recuerdo mal. La cámara permanece quieta mientras vemos un coche aparcando a fuera, John Huston baja del vehículo y finalmente entra en el domicilio. Polanski nos muestra la acción sin cortes ni movimientos innecesarios, todo ello en un solo plano, no hay duda de que Huston conducía el coche y de que lo que el espectador ha visto es lo que ha sucedido realmente. Esto, amigos míos, sí es CINE.
Pero prosigamos con Shutter Island. El filme, al menos en apariencia, trata sobre dos agentes federales (Leonardo DiCaprio y Mark Ruffalo) que son destinados a una remota isla para investigar la desaparición de una peligrosa asesina recluida en un hospital psiquiátrico (Emily Mortimer), un centro penitenciario para criminales perturbados dirigido por un siniestro doctor (Ben Kingsley). La intención y el estilo nos remiten a un filme noir de facturación barata, mientras que la trama elabora una complicada tela de araña de tintes góticos y paranoicos. En este sentido no resulta fortuito que la acción se sitúe en el verano de 1954, la época de la Guerra Fría, la paranoia comunista, la famosa caza de brujas del senador McCarthy y la ciencia ficción de cartón piedra.
Basada en una novela de Dennis Lehane, la premisa es sugerente y debo admitir cierta debilidad por las historias que intentan minar la cordura de sus protagonistas. La semilla del diablo (1968, otra vez de Polanski) y La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), por ejemplo, son dos grandes películas sobre el tema. Pero la cinta de Scorsese canaliza todo este material hacia algo más que un thriller psicológico, hay una parte de la historia que se nos oculta estratégicamente y la trama contiene un espinoso giro argumental.
Shutter Island es una de esas elaboradas trampas cinematográficas a las que Shyamalan nos tiene tan acostumbrados, un galimatías lingüístico donde las piezas encajan, pero cuyo artificio se demuestra innecesario en una obra principalmente atmosférica, sin contar que eso del “enemigo interior” es un recurso demasiado manido en los tiempos que corren. Pensemos, por ejemplo, en El club de la lucha (1999), Alta Tensión (2003), Identity (2003), El escondite (2005) o como no, en La novena puerta (1999) con Polanski de nuevo tras la cámara. La película provoca desapego y decepción, y hacia el final, en la sala de cine, podías oír a algunos espectadores preguntarse en voz baja qué había sido de la cinta de intriga que habían venido a ver.
Shutter Island es una de esas elaboradas trampas cinematográficas a las que Shyamalan nos tiene tan acostumbrados, un galimatías lingüístico donde las piezas encajan, pero cuyo artificio se demuestra innecesario en una obra principalmente atmosférica, sin contar que eso del “enemigo interior” es un recurso demasiado manido en los tiempos que corren. Pensemos, por ejemplo, en El club de la lucha (1999), Alta Tensión (2003), Identity (2003), El escondite (2005) o como no, en La novena puerta (1999) con Polanski de nuevo tras la cámara. La película provoca desapego y decepción, y hacia el final, en la sala de cine, podías oír a algunos espectadores preguntarse en voz baja qué había sido de la cinta de intriga que habían venido a ver.
La frase: «Este lugar me hace pensar en si quiero vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno.»
Leer critica Shutter island en Muchocine.net
Yo soy la ley.
Que Mel Gibson regrese al cine, sin duda, es noticia (de hecho no lo hacía desde Apocalypto, película que dirigió en 2006); que lo haga como actor, colocándose nuevamente delante de las cámaras, también (su última aparición había sido, como secundario, en El detective cantante del 2003, y, anteriormente, como protagonista en Señales del 2002), pero que, encima, lo haga regresando al género de acción que le dio la fama, ya convierte el film, como mínimo, en algo a tener en cuenta (su última incursión fue con Payback, en el año 1999). A pesar de todo, algunos podrían llegar a pensar que poder ver a Gibson sereno durante más de hora y media ya es, en si mismo, todo un acontecimiento para su nuevo trabajo como actor: Al límite.

Pero pongámonos por un momento en la piel del sicario encargado de cargarse a la joven. Desde que la chica y su padre salen por la puerta y el asesino, frente a ellos, dispara, transcurren aproximadamente dos segundos, lo cual nos vendría a decir que el tio debía estar más que en situación. Ahora, imagínense al hombre, de noche, con pasamontañas, escopeta en mano, al lado de un arbusto, frente al porche de la casa de un agente de policía, con la mirada fija en su puerta y pensando, -no, si es que al final voy a tener que entrar yo-. La cosa no tendría más relevancia si no fuera porque, en otro momento de la película, alguien es asesinado al ser arrollado, nada más poner un pie en la calle, por un coche que circula a gran velocidad. O los asesinos conocían perfectamente el momento en que la víctima pondría el pie en la calzada (cosa que resulta imposible) o el coche iba dando vueltas a toda hostia y quemando rueda por la calle una y otra vez confiando en que, por gracia divina, en algún momento coincidieran con su objetivo. Demasiadas casualidades para mi gusto.

A pesar de las explicaciones de los demás agentes, Thomas Craven empezará a indagar por su cuenta, siguiendo sus propias pistas (empezando por el móvil de su hija fallecida) para encontrar a los culpables y comprobando que nada es lo que parecía ser en un principio.



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Es público y sabido que, cada cierto tiempo, a los estudios de Hollywood les gusta poder recuperar algún personaje literario clásico con la intención de realizar un nuevo lavado de imagen, y una buena puesta al día, acomodándolos a los nuevos tiempos, algo que suele significar una mayor dosis de acción, aventuras y efectos especiales de lo que nos tenían acostumbrados sus anteriores adaptaciones cinematográficas. Sin ir más lejos, este mismo año nos tiene que llegar el Robin Hood de Rusell Crowe, la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, o el nuevo Dorian Gray. De momento, el que ya ha practicado su asalto a las carteleras (llevándose un buen bocado en taquilla) ha sido Sherlock Holmes.



Dicen que las comparaciones son odiosas, pero les debo confesar que a mi estos nuevos Holmes y Watson me recuerdan una barbaridad a los doctores House y Wilson de la serie House. La cosa tampoco es que tuviera mayor relevancia si no fuera porque, y aquí viene lo curioso del caso, resulta que para confeccionar al personaje de Gregory House, precisamente, se inspiraron en Sherlock Holmes. Y ahora que toca, de nuevo, abordar el personaje del detective, en lugar de echar la vista hacia atrás para modelar la personalidad del nuevo Holmes, resulta que se fijan en el personaje del médico que, a su vez, ya viene siendo una adaptación del personaje clásico. Así pues, para crear al Holmes del siglo XXI han preferido adaptar una adaptación, en lugar de adaptar el original.

Para encarnar a los protagonistas encontramos al estadounidense Robert Downey Jr., estupendo en su papel de Sherlock Holmes, haciendo lo que mejor sabe hacer (otra cosa ya es que sea lo mismo que ya hiciera en Iron Man, entre otras); y al británico Jude Law, como Doctor Watson. Los mejores momentos de la película suelen coincidir con ambos en pantalla, confirmando que la química existente entre ellos funciona. Además, en la película, también encontramos a la actriz Rachel McAdams (El diario de Noa, Vuelo nocturno), que encarna a la única mujer que le ha roto el corazón a Holmes (dos veces) y a Mark Strong (Good, La reina Victoria), como el malo de la función. En la película también aparece brevemente el personaje del profesor Moriarty, aunque jamás le podemos ver el rostro (suponemos que a la espera de saber quien lo encarnará, finalmente, en la secuela).

Resumiendo: Lavado de cara para el personaje de Sherlock Holmes. No esperen nada del otro mundo si esperan poder pasar las dos horas de metraje medianamente entretenidos.
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El chucuchu del tren
Alguien debería ponerse a estudiar de forma rigurosa y detallada la larga trayectoria de John Travolta en el mundo del séptimo arte. Personalmente, siempre le he considerado como uno de los peores actores del mundo a la hora de escoger papeles para interpretar (justamente por detrás de Ray Liotta), hecho que lo llevó al ostracismo más absoluto del que lo logró sacar Tarantino fichándolo para su Pulp Fiction. No obstante, una vez relanzada su carrera (quien nos lo iba a decir por allá principios de los '90) Travolta parece que volvió a las andadas aunque, en esta ocasión, todo parece apuntar que, a pesar de algún que otro sonoro batacazo, logrará mantenerse en la élite gracias a varios éxitos de taquilla como éste Asalto al tren Pelham 123... ¡Empezamos!




Como guinda, está Tony Scott, que oliéndose que la historia, tal y como estaba escrita, no daba para más, en cierto momento del metraje en el que no sucede nada más espectacular que ver a unos policías transportando el dinero del rescate, decide montar la escena a modo de acción trepidante (cuando no lo es), con persecuciones (donde nadie persigue a nadie), con varios coches volando por los aires, policías heridos, víctimas civiles y demás parafernalia made in Tony Scott. El momento más espectacular de todo el fim y, sin duda alguna, el más sonrojante.

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Dicen que es mejor caer en gracia que ser gracioso. La frase se podría aplicar a Bruce Willis, un actor con una larga carrera llena de películas buenas, aunque también con muchas otras de absolutamente desastrosas. Lo que está claro es que Bruce Willis borda como nadie el papel de policía de vuelta de todo al cual le dan por todos lados, hasta que sale victorioso de la contienda, papel que se sabe al dedillo y que no duda en reinterpretar una y otra vez película tras película. A pesar de esto, Bruce Willis siempre es Bruce Willis y algo tiene que consigue conectar con el público. La última película estrenada con el actor como protagonista y que lo devuelve una vez más a su sobado conocido papel es: Los sustitutos... ¡Empezamos!
La película está centrada en una especie de realidad alternativa o dimensión paralela (como ustedes prefieran), en la cual los humanos ya apenas salen de sus casas porque la tecnología les ha permitido disponer de unos robots sustitutos que realizan el trabajo por ellos. De este modo, mientras la humanidad se queda tendida en su habitación, mandan a sus sustitutos al mundo exterior, con los cuales están conectados a través de su cerebro. Los sustitutos son más ágiles, más guapos y más resistentes que sus dueños de carne y hueso y, en el caso de sufrir algún tipo de accidente, se puede reemplazar al sustituto sin que el humano que lo controla sufra ningún daño. Es un mundo "ideal" para algunos, aunque un pequeño reducto de humanos se niega a usar los androides sustitutos, encabezados por una especie de gurú espiritual que reniega de los robots y ve en ellos la depravación de la raza humana. Para que nos entendamos, el mundo que presenta la película sería como un "second life" pero a lo bestia y sin ordenadores de por medio.
El problema (independientemente de los obvios) será que aparecerá un misterioso individuo con un arma capaz de cargarse el primer sustituto que se le pase por delante y, a la vez, freirle el cerebro al humano que se encuentra en su casa, conectado a la máquina. Como si cada vez que nos entrara un virus en nuestro ordenador también nos afectara a los que estamos frente al monitor. Una putada, vamos. Los asignados para investigar los asesinatos serán una pareja del FBI que poco a poco irán descubriendo que algo huele a podrido en Dinamarca, y que en dicha sociedad uno ya no puede fiarse de quien es quien, ni de quien se encuentra al otro lado de los sustitutos. Llegados a este punto, para el poli que interpreta el bueno de Willis, habrá llegado el momento de ponerse a investigar a la vieja usanza, saliendo de su hogar por primera vez en vaya usted a saber cuanto tiempo.
La película se basa en una novela gráfica (el nueva fuente de inspiración del Hollywood actual) guionizada por Robert Venditti y dibujada por Brett Weldele, que se ha encargado en llevar a la gran pantalla Jonathan Mostow, el que fuera director de Breakdown (la de Kurt Russell buscando a su mujer por desiertas carreteras), U-571 (peli bélica perteneciente al sub-género de submarinos) y Terminator 3: La rebelión de las máquinas (sin comentarios), además de algún que otro trabajo en la pequeña pantalla. En definitiva un realizador que no sería, precisamente, muy santo de mi devoción y que su aportación dentro de la película o resulta ser de lo más escasa, o es que el hombre tiene una grave carencia de personalidad como director. En cualquier caso, que se lo haga mirar un poco o jamás logrará pasar de ser un director al servicio de la estrella de turno.
Uno tiene la sensación, viendo la película, que si en algún momento alguien con más de dos dedos de frente hubiera optado por apoyar el proyecto y apostar fuerte por él, la cosa hubiera cambiado más que sustancialmente y hubiéramos podido estar frente a una película muy a tener en cuenta. Lamentablemente no fue así y las buenas ideas que se esconden dentro de la peli se van, una tras otra, directamente por el desagüe (que hermosa metáfora). Porque toda la película en sí está terriblemente desaprovechada a pesar de tener una trama capaz de enganchar y a una estrella de renombre en su haber. A pesar de lo dicho, la película resulta de visionado ligero, no se puede decir que se haga ni pesada ni larga (solo faltaría con un metraje de apenas hora y veinte minutos) y si el objetivo era entretener un rato, pues casi que medio lo consigue, aunque siempre nos quedará la duda de lo que podría haber sido y, obviamente, no es ni de lejos.
Resumiendo: Película medio pasable aunque claramente de segunda división que, no obstante, tenía los mimbres necesarios para ser de primera, aunque no se hayan sabido aprovechar.
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El director y productor canadiense Norman Jewison es más bien conocido por sus grandes éxitos con los musicales El violinista en el tejado (1971), Jesucristo Superstar (1973) o con el buen thriller policíaco En el calor de la noche (1967), premiado con cinco oscars, incluido el de mejor película. Pero hay que destacar también El caso de Thomas Crown (1968), una película que ganó el Oscar a la mejor canción por The windmills of your mind, en la que resalta por encima de todo su pareja protagonista: Thomas Crown (Steve McQueen), un millonario de Boston que decide cometer por diversión un robo a un banco sin su intervención, y Vicky Anderson (Faye Dunaway), una detective de una compañía de seguros que intentará descubrir quién es el responsable del delito. Se hizo un remake en 1999, llamado en España El secreto de Thomas Crown (curiosamente el título en inglés era el mismo que el de la original), dirigido por John McTiernan, con Pierce Brosnan y Rene Russo como pareja protagonista.



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