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El cuerpo (2012)


Este muerto está muy vivo.

En el fútbol existe una máxima que dice: “si algo funciona, no lo toques”. Pues bien, tal afirmación también se puede aplicar fácilmente a la gran pantalla, como bien lo demuestran los productores de El cuerpo. Ellos fueron los responsables del éxito comercial que supuso El orfanato y, viendo que la cosa iba bien, decidieron seguir apostando por la fórmula que tan buenos rendimientos les había dado y repitieron con Los ojos de Julia y con la cinta que hoy nos ocupa. La receta es simple: a) Thriller con toques de terror y fantástico; b) Belén Rueda convertida en una especie de “screamgirl” nacional; c) Óscar Faura a la fotografía; y d) Un sonido horroroso que incluso provoca que llegues a perderte algunas líneas de diálogo.

Al rojo vivo (1949)


La cima del mundo

Hay actores que se recuerdan por haber encarnado casi siempre al mismo personaje en la gran pantalla, sea por sus características físicas o porque nadie les dio la oportunidad de poder demostrar otras habilidades interpretativas. Y un claro ejemplo lo tenemos con el inimitable James Cagney, un gran actor que vivió la época dorada de Hollywood y que fue alabado por directores como Orson Welles, al que es muy fácil asociar con el papel de gángster (normalmente como villano), como en la película de William A. Wellman que le convirtió en una estrella, El enemigo público (1931), o como en Al rojo vivo (1949), de Raoul Walsh, un clásico del cine negro en el que Cagney demuestra de mil maneras el por qué le quedaba tan bien este personaje y las dotes que tenía para meterse de lleno en este tipo de papeles.

No habrá paz para los malvados (2011)


Teniente corrupto.

No habrá paz para los malvados es una de ese tipo de películas que parece que quieran decir: tenemos un personaje principal tan cojonudo que vamos a dejar que todo el peso de la película recaiga sobre él y a ver qué sucede (algo parecido a aquellos equipos de futbol que confían en que su estrella les resuelva un partido complicado). Lo que suele pasar en estos casos es que si el personaje es tan bueno como sus creadores habían imaginado, y el actor encargado de interpretarlo consigue hacerse con él y meterse en el papel hasta el fondo, la película suele llegar a buen puerto, mientras que, en el caso contrario, la cosa termina por naufragar al poco de arrancar. La película que nos ocupa logra llegar a buen puerto porque: a) el personaje principal es fantástico, engancha, convence y está bien escrito; y porque b) José Coronado clava la interpretación y consigue meterse en la piel de un decrépito policía en horas bajas. Pero llega a puerto con los responsables achicando agua como locos porque, a todo esto, entre medio hay una trama, así como policiaca, que empieza francamente interesante pero que va perdiendo fuerza a medida que avanza y únicamente logra sobrevivir gracias a su hilo conductor: el personaje de Santos Trinidad (si es que hasta el nombre ya es molón).

The Killing. 1ª temporada.

Fuego camina conmigo.


The Killing vendría a ser una nueva confirmación de que la televisión americana está empezando a adquirir un peligroso vicio ya visto, con anterioridad, en el cine: el del remake. Si hasta el momento se habían prácticamente limitado a hacer nuevas adaptaciones de antiguos títulos americanos (V, Sensación de vivir, El coche fantástico, Galáctica), adaptándolos a nuestros tiempos, con The Killing se han ido a la otra vertiente del remake, la de versionar títulos extranjeros trasladándolos hasta tierras americanas (modelo que ya habíamos visto con la versión americana de Betty la fea y que seguirá con la adquisición por parte de la productora de Spielberg de la serie de TV3, Polseres Vermelles). En este caso se trata de adaptar una serie danesa llamada "Forbrydelsen", de gran éxito en su país, del que este remake parece haber copiado el mal gusto de su protagonista por los jerseys. Lo cierto es que, si bien uno, de por sí, no puede evitar mostrar cierta reticencia hacia este tipo de remakes americanos, también se tiene que ser justo y reconocer cuando estos productos funcionan. The killing funciona. Y mucho.

Vaya par de polis (2010)

Dos tontos muy polis.

No existe ningún motivo válido para ver esta película. Al principio, inconsciente que es uno, se podría llegar a pensar que los motivos radican en ver cómo Kevin Smith afronta su nuevo trabajo, siendo éste el primero que debe abordar con un guión que no le es propio; en ver a Bruce Willis volviendo al personaje de poli duro que tan bien ha sabido encarnar a lo largo de su carrera; en ver cómo una estrella catódiga se arriesga dando el salto a la pantalla grande; o, simplemente, en ver cómo una película, sin excesivas pretenciones, busca la justa medida entre acción y comedia. A pesar de todo lo dicho, créanme, no existe ningún motivo válido para ver Vaya par de polis (Cop Out).

La película intenta recuperar (si es que alguna vez se fueron) la esencia de las buddie movies policiacas tan de moda en la década de los ochenta, en las que una pareja de policias de carácter más bien opuesto debían unir esfuerzos por el bien de la ciudadanía. Ejemplos hay muchos: Arma letal, Tango y Cash, Danko, calor rojo o Límite 48 horas (bueno, en esta sólo uno era poli, pero vale igual). Aunque la que rápidamente me vino a la cabeza mientras estaba viendo Vaya par de polis fue Dos sabuesos despistados (con Tom Hanks y Dan Aykroyd) por aquello de que ambas dan mayor peso a la comedia, a pesar de que, como ya no estamos en los ochenta, el guión ha optado por cambiar a la típica banda de punks malvados de extrarradio, por la típica banda de latinos malvados de extrarradio, que en los tiempos actuales visten mucho más.

La película empieza presentándonos a sus dos protagonistas Jimmy Monroe (Bruce Willis) y Paul Hodges (Tracy Morgan), dos policias que llevan siendo compañeros desde hace nueve años. El primero es más serio, duro y resolutivo, mientras que el segundo resulta más histriónico y deslenguado. A ambos los conocemos en una secuencia sobre un interrogatorio a un sospechoso que, se supone, debe ser divertida y donde se parodia a grandes clásicos cinematográficos. El problema radica en que el resultado final en lugar de divertido resulta de vergüenza ajena.

Total, que ambos la acaban liando y, como acostumbra a suceder en estos casos, su superior les pide que entreguen sus placas y armas, suspendiéndolos de empleo y sueldo. El problema está en que la hija del personaje de Willis tiene que casarse y quiere una boda de alto copete y su padre, suspendido de sueldo, se las verá canutas para pagar el bodorrio, viéndose obligado, finalmente, a vender un valiosísimo cromo de beisbol del año 1952. En el momento de la transacción unos ladrones entrarán en la tienda llevándose el deseado cromo y obligando a nuestros protagonistas a emprender su busqueda por los bajos fondos de la ciudad. Como pueden observar, sin duda, se trata de una absoluta trama de mierda.

Como les decía al principio, la película está dirigida por Kevin Smith, que si pretende relanzar su carrera con productos como Vaya par de polis lo tiene clarísimo, pues lo único que consigue es bajar un nuevo peldaño en su filmografía (y ya se está acercando peligrosamente a los sótanos). Para ello cuenta como protagonistas con una estrella cinematográfica como Bruce Willis y con una estrella de la pequeña pantalla como Tracy Morgan (popular por su papel en la serie Rockefeller Plaza). No existe ningún tipo de química entre ambos y en ocasiones parece como si estuvieran interviniendo en películas distintas. Willis no parece estar cómodo en ningún momento del film; por el contrario, Morgan si parece estar cómodo, lo que terminó provocando mi incomodidad como espectador. Además, como secundarios en la película también intervienen Sean William Scott (el capullo salido de American Pie, que sorprende una vez más con su asombrosa variedad de registros) y Jason Lee (Me llamo Earl), un habitual de las películas de su amigo Kevin Smith.

¿Realmente alguien pensó en algún momento que hacer esta película era una buena idea? Kevin Smith está en horas bajas (y ya hace demasiado) pero, más allá de lo que le hayan pagado por dirigir este cagarro, ¿realmente cree que esta película es buena para su carrera y para que, más adelante, le surjan proyectos más atractivos? ¿Y Bruce Willis? Por muy coleguitas que se hiciera con Smith en el rodaje de La Jungla 4.0, ¿tiene necesidad de aceptar estos proyectos tan menores y sin ningún encanto?

Lo cierto es que al poco de empezar la película uno ya empieza a tener claro que la cosa va a ser un absoluto desastre. El humor que destila la cinta no me hizo gracia en ningún momento (habrá gente que se parta la caja con un negro vestido de teléfono móvil gigante gesticulando como un poseso mientras habla a gritos soltando improperios y memeces varias, pero no es mi caso) y si encima se mezcla con una dosis de acción sin ningún tipo de tensión ni fuerza, pues el resultado huele a cadáver que hecha para atrás. A medida que la trama avanza se van confirmando los temores y uno sólo puede llegar a desear que la cosa termine cuanto antes para que le duela lo menos posible, pero incluso en ese caso, la película se empeña en alargarse innecesariamente. Cuando por fin termina, uno se da cuenta de que no existe nada en la película que resulte mínimamente destacable. Positivamente, se entiende.

Resumiendo: Señor Smith, si lo que pretendía era dirigir esta película para lograr hacer resurgir su carrera cual ave Fénix, lamento comunicarle que, con ella, lo único que ha logrado es orinarse en sus propias cenizas.



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El secreto de sus ojos (2009)

Caso abierto.

Una de las categorías en la que saltaban más chispas de la pasada entrega de los premios Oscar, era la de mejor película de habla no inglesa, con dos potentes gallos en un mismo gallinero: la alemana "La cinta blanca" y la francesa "Un profeta". Todo parecía decantarse, pues, a que una de las dos películas se alzaría con el premio, aunque muchos eran quienes le otorgaban una pequeña ventaja a la cinta de Haneke. A la hora de la verdad, la ganadora resultó ser, contra todo pronóstico (el mio incluido), la tercera en discordia, a la que todo el mundo se empeñaba en augurar escasas posibilidades, la cinta argentina El secreto de sus ojos.

Y es que fuimos muchos los que no caímos en la cuenta de que, no nos engañemos, en esto de los Oscar muchas veces se vota más por coleguismo que otra cosa y el director de "El secreto de sus ojos", Juan José Campanella, es bastante conocido en Estados Unidos, especialmente, a raíz de su trabajo en televisión, donde ha colaborado en series tan populares como Ley y Orden, 30 Rock o, sobretodo, House. No obstante, no deja de ser curiosa la trayectoria como director del bueno de Campanella, pues al contrario que la gran mayoría de los directores importantes de cine no norteamericanos, que empiezan sus carreras en su país de origen para, más tarde, trasladarse a EEUU, Campanella siguió el camino contrario. Así pues, empezó realizando dos películas en Estados Unidos, El niño que gritó puta y ...Y llegó el amor, para trasladarse, desde entonces, a su Argentina natal para realizar el resto de su filmografía, donde dirigió películas tan conocidas como El mismo amor la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, además de la serie co-producida entre España y Argentina llamada Vientos de agua.

El Secreto de sus ojos es una película fragmentada en dos tiempos: el presente y el pasado. La película empieza en el presente, donde conocemos a un agente de la justicia federal ya jubilado que decide emplear su recién adquirido tiempo libre para escribir una novela acerca de un caso que le dejó marcado veinticinco años atrás. Aquí es, justamente, donde entra en escena el pasado, que nos muestra al personaje cuando todavía trabajaba en el juzgado, junto con su inseparable compañero de profesión (al que le gusta empinar el codo más de lo aconsejable por el bien de su hígado) y su joven y atractiva superior. Así pues, estando en el pasado podremos conocer de primera mano el crimen que tanto marcó a nuestro protagonista, la violación y posterior asesinato de una joven en el interior de su propia casa. A partir de este momento, la trama se irá moviendo entre las dos épocas para contarnos los hechos sucedidos a raíz de la investigación y lo escurridizos que pueden llegar a resultar, en ocasiones, algunos criminales.

Lo cierto es que la película juega a muchas bandas a la vez y lo que en un principio pudiera parecer un simple thriller policíaco al estilo de "atrapa al malo" (que lo es), también se termina destapando como un film que analiza las relaciones personales (tanto afectivas como románticas) de sus protagonistas, radiografía una época especialmente combulsa de la historia Argentina (tanto a nivel social como político), e incluso se permite el lujo de mostrar un humor mordaz a través de unos diálogos tan ágiles como divertidos. Todo ello, por si fuera poco, con un empaque visual excelente, una gran dirección por parte de Campanella, unos actores en un constante estado de gracia y, en definitiva, una sensación de estar viendo cine en estado puro. Y todo ello para dejarnos con la moraleja final, que por sabida no resulta menos cierta, de que los asuntos sin resolver (véase un crimen, véase una historia de amor) terminan dejando una brecha que jamás termina de cerrar.

Para esta nueva película, Campanella vuelve a confiar en Ricardo Darín para el papel principal, actor con el que ya había trabajado en sus tres anteriores trabajos en Argentina y probablemente uno de los actores Argentinos de mayor tirada internacional. Darín borda su papel y acaba siendo tan efectivo y carismático que a uno, como espectador, le resulta prácticamente imposible no ponerse de su parte en todo momento, además de lograr resultar rematadamente convincente en las dos épocas distintas que narra la historia, algo que no siempre resulta ser todo lo fácil que en un principio podría parecer. A su lado, encontramos a la actriz y cantante Soledad Villamil (Goya a la mejor actriz revelación, a pesar de llevar actuando desde 1997), en el papel de la Jueza que investiga el crimen, que ya había colaborado con Campanella y Darín en El mismo amor la misma lluvia y también había aparecido en la comedia No sos vos, soy yo, junto a Diego Peretti.

La trama consigue enganchar al espectador con cierta facilidad a partir de una historia con un truculento crimen como punto de partida y unos personajes atrayentes, con mención aparte para el personaje secundario y compañero de trabajo del personaje de Darín como contrapunto cómico. Cabe destacar el espectacular ritmo narrativo de la película (si el arranque te engancha, el ritmo se encarga de no soltarte) que va hilando los sucesos de tal forma que no permite que baje la intensidad. Ya llegados a la mitad de la película, Campanella nos regala una escena que transcurre en un campo de fútbol con un plano secuencia de más de cinco minutos que provocó que mis huevos se desprendieran de mi cuerpo, se cayeran por el suelo y empezaran a rodar. Quizás lo único que se le pueda recriminar a la película es que el punto álgido de la cinta llega hacia la mitad de la misma, con lo cual, todavía nos queda por delante una hora más de metraje que, a pesar de resultar seguir siendo sobresaliente, ya sólo puede ir hacia abajo, incluido un final o epílogo alargado en exceso, por muy efectista que resulte.

Resumiendo: Desconozco si la película merecía el Oscar a mejor película de habla no inglesa o no. De hecho, me la suda un rato. De lo que si que estoy seguro es de que estamos frente a un peliculón como la copa de un pino.



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Shutter Island (2010)


Scorsese voló sobre el nido del cuco.

"Nadie que viva y respire cine debería siquiera ni soñar con perdérsela" escribe Peter Travers para la revista Rolling Stone. "No es una simple lección de cine, es el cine convertido en lección y misterio" nos cuenta Luis Martínez del Diario El Mundo. Sin duda Shutter Island, la última película de Martin Scorsese, ha recibido buenas críticas y ha creado gran expectación, y frases como "deslumbra y provoca" son las que hemos podido leer en la prensa especializada. Sí, el filme posee varios elementos para hacer de él una obra de interés, pero lo cierto es que le faltan un par de semanas más de rodaje y otras tantas en la sala de montaje. La película funciona bien como boceto, pero no como obra completa y finalizada.


Hay una escena, por ejemplo, en que una paciente del psiquiátrico donde transcurre la acción pide un vaso de agua y alguien se lo trae. En el siguiente plano hace el gesto de beber pero… tiene la mano vacía. Así que no bebe realmente, solo lo finge y toda la sala de cine se puede percatar de ello. Este error en la continuidad cinematográfica rompe la ilusión de la secuencia y te saca inmediatamente de la película, además de resultar incomprensible porque no estamos hablando de un costoso efecto especial, sino de un simple vaso. La escena se alarga un poco más y el vaso vuelve a aparecer, pero en ocasiones está lleno y en otras vacío.


El montaje de Shutter Island está repleto de fallos de raccord, de cortes bruscos que cambian la gestualidad de los personajes, de cadáveres a los que vemos mover sus extremidades o variar su posición según la cámara que los enfoque, en este sentido el filme es una auténtica calamidad. El despropósito es tal que uno duda de si está hecho deliberadamente o no, porque claro, estamos hablando de Martin Scorsese, el autor de Taxi Driver (1976), y estamos hablando también de su habitual montadora, Thelma Schoonmaker, nominada a los Oscar en seis ocasiones y premiada en tres. Pero lo cierto es que si es intencionado o no es lo de menos, porque resulta molesto y distrae de la acción, y la forma nunca debería interponerse en el contenido.


Hay un momento en Chinatown (1974), ese genial homenaje al cine negro de Roman Polanski, que transcurre en el interior de una casa en el que observamos el exterior a través de la puerta, si no recuerdo mal. La cámara permanece quieta mientras vemos un coche aparcando a fuera, John Huston baja del vehículo y finalmente entra en el domicilio. Polanski nos muestra la acción sin cortes ni movimientos innecesarios, todo ello en un solo plano, no hay duda de que Huston conducía el coche y de que lo que el espectador ha visto es lo que ha sucedido realmente. Esto, amigos míos, sí es CINE.


Pero prosigamos con Shutter Island. El filme, al menos en apariencia, trata sobre dos agentes federales (Leonardo DiCaprio y Mark Ruffalo) que son destinados a una remota isla para investigar la desaparición de una peligrosa asesina recluida en un hospital psiquiátrico (Emily Mortimer), un centro penitenciario para criminales perturbados dirigido por un siniestro doctor (Ben Kingsley). La intención y el estilo nos remiten a un filme noir de facturación barata, mientras que la trama elabora una complicada tela de araña de tintes góticos y paranoicos. En este sentido no resulta fortuito que la acción se sitúe en el verano de 1954, la época de la Guerra Fría, la paranoia comunista, la famosa caza de brujas del senador McCarthy y la ciencia ficción de cartón piedra.


Basada en una novela de Dennis Lehane, la premisa es sugerente y debo admitir cierta debilidad por las historias que intentan minar la cordura de sus protagonistas. La semilla del diablo (1968, otra vez de Polanski) y La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), por ejemplo, son dos grandes películas sobre el tema. Pero la cinta de Scorsese canaliza todo este material hacia algo más que un thriller psicológico, hay una parte de la historia que se nos oculta estratégicamente y la trama contiene un espinoso giro argumental.


Shutter Island es una de esas elaboradas trampas cinematográficas a las que Shyamalan nos tiene tan acostumbrados, un galimatías lingüístico donde las piezas encajan, pero cuyo artificio se demuestra innecesario en una obra principalmente atmosférica, sin contar que eso del “enemigo interior” es un recurso demasiado manido en los tiempos que corren. Pensemos, por ejemplo, en El club de la lucha (1999), Alta Tensión (2003), Identity (2003), El escondite (2005) o como no, en La novena puerta (1999) con Polanski de nuevo tras la cámara. La película provoca desapego y decepción, y hacia el final, en la sala de cine, podías oír a algunos espectadores preguntarse en voz baja qué había sido de la cinta de intriga que habían venido a ver.



La frase: «Este lugar me hace pensar en si quiero vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno.»

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Al límite (2010)

Yo soy la ley.

Que Mel Gibson regrese al cine, sin duda, es noticia (de hecho no lo hacía desde Apocalypto, película que dirigió en 2006); que lo haga como actor, colocándose nuevamente delante de las cámaras, también (su última aparición había sido, como secundario, en El detective cantante del 2003, y, anteriormente, como protagonista en Señales del 2002), pero que, encima, lo haga regresando al género de acción que le dio la fama, ya convierte el film, como mínimo, en algo a tener en cuenta (su última incursión fue con Payback, en el año 1999). A pesar de todo, algunos podrían llegar a pensar que poder ver a Gibson sereno durante más de hora y media ya es, en si mismo, todo un acontecimiento para su nuevo trabajo como actor: Al límite.

Gibson interpreta a Thomas Craven un agente de la policía de Boston que recibirá la visita de su hija de veinticuatro años a la que no veía desde hacía tiempo. La distancia ha causado mella en su relación, aunque rápidamente intentaran ponerse al día de sus respectivas vidas. De repente, la hija empezará a sentirse indispuesta, lo que provocará que le pida a su padre que la lleve a un hospital, pero nada más salir por la puerta un tipo enmascarado vaciará la munición de la escopeta en el cuerpo de la chica provocándole la muerte.

Pero pongámonos por un momento en la piel del sicario encargado de cargarse a la joven. Desde que la chica y su padre salen por la puerta y el asesino, frente a ellos, dispara, transcurren aproximadamente dos segundos, lo cual nos vendría a decir que el tio debía estar más que en situación. Ahora, imagínense al hombre, de noche, con pasamontañas, escopeta en mano, al lado de un arbusto, frente al porche de la casa de un agente de policía, con la mirada fija en su puerta y pensando, -no, si es que al final voy a tener que entrar yo-. La cosa no tendría más relevancia si no fuera porque, en otro momento de la película, alguien es asesinado al ser arrollado, nada más poner un pie en la calle, por un coche que circula a gran velocidad. O los asesinos conocían perfectamente el momento en que la víctima pondría el pie en la calzada (cosa que resulta imposible) o el coche iba dando vueltas a toda hostia y quemando rueda por la calle una y otra vez confiando en que, por gracia divina, en algún momento coincidieran con su objetivo. Demasiadas casualidades para mi gusto.

Volviendo a la trama, el padre, desolado, verá como sus compañeros de profesión empezarán a investigar lo sucedido, llegando a la conclusión de que debía tratarse de un error por parte del asesino (encima) y que, en el fondo, el plomo que se comió la hija debía ir destinado al padre, presuponiendo que debía tratarse de algún caso policial pendiente. El padre, con la mirada perdida, irá asimilando las explicaciones de los demás agentes, e incluso hay un momento en que uno de los detectives que lleva el caso intentará animar al padre invitándolo a un trago de whisky, ofrecimiento que no provocará ningún tipo de reacción en el personaje de Gibson, confirmando el gran trabajo de contención del actor.

A pesar de las explicaciones de los demás agentes, Thomas Craven empezará a indagar por su cuenta, siguiendo sus propias pistas (empezando por el móvil de su hija fallecida) para encontrar a los culpables y comprobando que nada es lo que parecía ser en un principio.

Para la dirección, la película cuenta con el británico Martin Campbell, todo un profesional del género de acción, que anteriormente había realizado trabajos tan conocidos como Escape de Absolom (con el gran Ray Liotta como estrella principal), La máscara del zorro y secuela, Límite vertical y los Bonds Goldeneye y Casino Royale (que ayudó a relanzar la franquicia con Daniel Craig interpretando al agente secreto). La película, además, es la adaptación de una miniserie para la BBC que en 1985 el propio Campbell se encargó de dirigir.

La película empieza de forma abrupta y en el minuto seis, sin apenas tiempo para asimilar que la cosa ya está en pleno funcionamiento, ya tenemos un cadáver y un padre que quiere respuestas. La estructura de la película, por su parte, resulta la clásica de un thriller de estas características, en la que nuestro protagonista tendrá que seguir el hilo pista tras pista, hasta destapar todo el fregao, mostrando, en general, tan pocas virtudes como defectos. Entre las virtudes destaca el hecho de comprobar que Gibson sigue en plena forma y la crudeza que demuestra el film en algunos de sus pasajes. Entre sus defectos lo inverosímil de algunas de sus secuencias (la gente siempre muere justo después de haber entregado la información necesaria al prota para que pueda seguir con su investigación, nunca antes), que la resolución te la ves venir de una hora lejos y que el final no termina de ser todo lo efectivo que uno hubiera deseado.

Resumiendo: Se trata de un thriller tan correcto como fácilmente digerible y olvidable. No me pregunten por la película dentro de un par de semanas porque, probablemente, no recordaré ni su título.



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Sherlock Holmes (2009)

Sherlock House.


Es público y sabido que, cada cierto tiempo, a los estudios de Hollywood les gusta poder recuperar algún personaje literario clásico con la intención de realizar un nuevo lavado de imagen, y una buena puesta al día, acomodándolos a los nuevos tiempos, algo que suele significar una mayor dosis de acción, aventuras y efectos especiales de lo que nos tenían acostumbrados sus anteriores adaptaciones cinematográficas. Sin ir más lejos, este mismo año nos tiene que llegar el Robin Hood de Rusell Crowe, la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, o el nuevo Dorian Gray. De momento, el que ya ha practicado su asalto a las carteleras (llevándose un buen bocado en taquilla) ha sido Sherlock Holmes.

El personaje de Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle, realizó su primera incursión en el cine en el año 1903, en un pequeño gag de apenas un minuto de duración. En el 1908, Holmes, fue el sorprendente protagonista de la novela de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue; en 1958 fue interpretado por Peter Cushing en una versión de la Hammer de El perro de los Baskerville, dirigida por Terense Fisher; en 1970, el gran Billy Wilder, hizo su aproximación al personaje en La vida privada de Sherlock Holmes, en la que se insinuaba una más que probable relación homosexual entre Holmes y Watson; en 1984 se hizo una genial versión animada para la televisión en la que todos los personajes eran perros, dirigida por el maestro de la animación Hayao Miyazaki; en 1986 hubo Holmes por partida doble, como adoscente metomentodo en El secreto de la pirámide y como personaje animado de la Disney en Basil, el ratón superdetective; ya en 1988 llegó Sin pistas, una parodia sobre las aventuras de Sherlock Holmes, en la cual Watson era el genio en la sombra, y Holmes un farsante, muy en la linea de la serie de la época para televisión Remington Steele. Pero de todo esto ya a llovido demasiado y se necesitaba un nuevo Holmes para los nuevos tiempos que corren.

Nada más empezar la película ya entendemos que nos podemos ir olvidando de la figura clásica del personaje de Sherlock Holmes. En los primeros compases del film una chica está a punto de ser sacrificada por una extraña secta liderada por un tipo raro que viste con túnica oscura, mientras nuestro protagonista tumba a hostias a un tipo tres veces mayor que él. Nuestros héroes llegan a tiempo para salvar a la chica y detener al malo de turno: Lord Blackwood, un tipo con cara de bellaco, mirada penetrante y un pelo todo repeinado hacia atrás (lo que hizo preguntarme como debían lograr tal “efecto mojado” en el Londres de finales del siglos XIX, llegando a conclusiones más bien poco higiénicas). Los buenos ganan, los malos pierden y lord Blackwood termina balanceándose en el aire con una soga alrededor del cuello. Fin del caso? Evidentemente, no. Sin ser Semana Santa ni nada, al fiambre le da por regresar del más allá haciendo alarde de su poderío con la magia negra y las artes oscuras. Se reabre el caso, pero, como lograrán nuestros protagonistas detener a alguien capaz de vencer a la muerte?

A medida que avanza la película iremos conociendo a este nuevo Sherlock Holmes. Al nuevo Holmes le gusta boxear por dinero en antros infectos (haciéndose el chulo anticipando al espectador cuales serán los golpes que provocarán la derrota de su contrincante), no soporta la inactividad (los casos le mantienen vivo), es un desastre a nivel social, es desaliñado, manipulador, observador, elocuente, mordaz, sarcástico, tocapelotas, de respuesta rápida, lengua viperina y, por supuesto, es un genio, lo que provoca que se la sude lo que de él puedan pensar los demás. Además, su gran apoyo, el doctor Watson, está a punto de abandonarlo para irse a vivir con su prometida. Watson es el contrapunto de Holmes, es más serio, más formal, más de guardar las apariencias delante de terceros, experto en la lucha con espada y con la estimable habilidad de dejarse complicar la vida por su amigo Holmes.

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero les debo confesar que a mi estos nuevos Holmes y Watson me recuerdan una barbaridad a los doctores House y Wilson de la serie House. La cosa tampoco es que tuviera mayor relevancia si no fuera porque, y aquí viene lo curioso del caso, resulta que para confeccionar al personaje de Gregory House, precisamente, se inspiraron en Sherlock Holmes. Y ahora que toca, de nuevo, abordar el personaje del detective, en lugar de echar la vista hacia atrás para modelar la personalidad del nuevo Holmes, resulta que se fijan en el personaje del médico que, a su vez, ya viene siendo una adaptación del personaje clásico. Así pues, para crear al Holmes del siglo XXI han preferido adaptar una adaptación, en lugar de adaptar el original.

El director Guy Ritchie sigue intentando recuperarse de su profundo bache cinematográfico (algunos lo llamaron matrimonio con Madonna) del que ya empezó a asomar la cabeza con Rochnrolla. El escenario es el mismo de siempre, los suburbios de Londres, aunque en esta ocasión ha optado por cambiar de siglo. También ha cambiado de personajes, de estafadores de poca monta a sesudos detectives, pero casi todo lo demás sigue estando aquí, incluyendo la voz en off del protagonista y la cámara lenta para recrearse en los detalles.

Para encarnar a los protagonistas encontramos al estadounidense Robert Downey Jr., estupendo en su papel de Sherlock Holmes, haciendo lo que mejor sabe hacer (otra cosa ya es que sea lo mismo que ya hiciera en Iron Man, entre otras); y al británico Jude Law, como Doctor Watson. Los mejores momentos de la película suelen coincidir con ambos en pantalla, confirmando que la química existente entre ellos funciona. Además, en la película, también encontramos a la actriz Rachel McAdams (El diario de Noa, Vuelo nocturno), que encarna a la única mujer que le ha roto el corazón a Holmes (dos veces) y a Mark Strong (Good, La reina Victoria), como el malo de la función. En la película también aparece brevemente el personaje del profesor Moriarty, aunque jamás le podemos ver el rostro (suponemos que a la espera de saber quien lo encarnará, finalmente, en la secuela).

Los personajes tienen carisma y los actores saben interpretarlos con gracia; el director no arriesga en exceso y se queda a medio camino entre director florero de gran superproducción y sus pequeños tics (algo repetitivos) en los que intenta mostrar algo de personalidad; la ambientación del Londres de finales del siglo XIX resulta mucho más que convincente; y la trama, sin ser nada del otro mundo (dejándonos con la sensación de que se reservan lo bueno para la secuela) resulta medianamente entretenida. Hacia la mitad del metraje, no obstante, la cosa empieza a aburrir un poco (todo el rollo del matadero se me hizo pelín plomizo) y que, salvando la recreación de la época, los efectos especiales tampoco es que sean nada del otro mundo, ni mucho menos. Ya a pesar de todo, la mayor crítica que se le puede hacer a la película, es que en ningún momento se tiene la sensación de estar viendo algo nuevo, diferente o mínimamente arriesgado. Pero ese nunca fue el plan.

Resumiendo: Lavado de cara para el personaje de Sherlock Holmes. No esperen nada del otro mundo si esperan poder pasar las dos horas de metraje medianamente entretenidos.



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Asalto al tren Pelham 123 (2009)

El chucuchu del tren

Alguien debería ponerse a estudiar de forma rigurosa y detallada la larga trayectoria de John Travolta en el mundo del séptimo arte. Personalmente, siempre le he considerado como uno de los peores actores del mundo a la hora de escoger papeles para interpretar (justamente por detrás de Ray Liotta), hecho que lo llevó al ostracismo más absoluto del que lo logró sacar Tarantino fichándolo para su Pulp Fiction. No obstante, una vez relanzada su carrera (quien nos lo iba a decir por allá principios de los '90) Travolta parece que volvió a las andadas aunque, en esta ocasión, todo parece apuntar que, a pesar de algún que otro sonoro batacazo, logrará mantenerse en la élite gracias a varios éxitos de taquilla como éste Asalto al tren Pelham 123... ¡Empezamos!

La cosa va de que unos malechores deciden un buen día secuestrar un vagón de metro de Nueva York reteniendo a los pasajeros en su interior. Los malechores tienen un plan, pedir un suculento rescate a cambio del grupo de rehenes que tienen en su poder. Su cabecilla, un tal Ryder, mantendrá las negociaciones con un controlador de vías, Walter Garber, quien, al parecer, eligió un mal día para dejar de esnifar pegamento. A partir del momento del secuestro empezará una fuerte guerra psicológica entre ambos bandos para lograr mantener el control de la situación, sacando a la luz los caracteres de ambos personajes, el secuestrador mucho más irracional y frenético y el trabajador del metro, más tranquilo y sereno, a pesar de los acontecimientos, manteniendo ambos personajes, durante buen parte del metraje, una tenso rifi rafe.

La peli es un remake de Pelham uno, dos, tres, un thriller del año 1974 protagonizado por Walter Matthau. En esta ocasión es Tony Scott quien decide llevar de nuevo la historia a la gran pantalla. Tony Scott (el hermanísimo) se dio a conocer con la película El ansia y, desde entonces, tiene en su haber una fructífera carrera como director plagada de películas tan conocidas como fácilmente odiables. Suyas son, por ejemplo, Top Gun, Superdetective en Hollywood II, Días de trueno, Revenge (con Kevin Costner), El último Boy Scout, Amor a quemarropa (con guión de Tarantino), Fanático (con deNiro), Enemigo público o Domino. No sería yo su mayor valedor. Más bien estaría situado al otro extremo, en el de la gente dispuesta a montar un linchamiento popular para evitar que vuelva a ponerse detrás de una cámara. Se podría decir que, simplemente, no estoy muy en sintonía con con su concepción de espectáculo cinematográfico.

Entre los actores encontramos un duelo entre Denzel Washington, siendo esta su cuarta película a las ordenes del director después de Marea roja, El fuego de la venganza y Déjà Vu (se rumorea que ya han tramitado los papeles para declararse pareja de echo) y John Travolta, quien, al parecer, le cogió el gusto a hacer de malo y después de Campo de batalla: La tierra, volvió a ejercer de villano en Operación Swordfish y El castigador. Además, por la película también se dejan caer James Gandolfini (Tony Soprano) que interpreta al alcalde de Nueva York y John Turturro, quien vuelve a demostrar una vez más que lo de aparecer como secundario en películas chorras debe estar muy bien pagado, porque el hombre no para.

La película no es gran cosa porque, lo cierto, es que en la película no sucede gran cosa. Asistimos desde nuestra butaca al secuestro del metro y el posterior duelo entre los dos personajes protagonistas (personajes que tampoco es que sean nada del otro mundo, ni siquiera de este). Luego está lo que sucede alrededor de los dos protas. Por un lado tenemos el vagón retenido, con unos secuestradores sosos a matar y unos secuestrados que en lugar de transmitir tensión transmiten sopor (por favor, que tonta la historia de la tia que está al otro lado del ordenador portátil de uno de los secuestrados, tuve que ponerme a respirar dentro de una bolsa de plástico para sobrellevar la historia). Por el otro lado tenemos al controlador de trenes, con sus superiores actuando como todos ya sabemos, incluso antes de que empiece la película, que acabarán actuando (y mención aparte merece el personaje del alcalde de Nueva York que prefiere ir en metro que en coche oficial, ¿porque le dedican tantos minutos a un personaje que aporta tan poco a la historia?).

Como guinda, está Tony Scott, que oliéndose que la historia, tal y como estaba escrita, no daba para más, en cierto momento del metraje en el que no sucede nada más espectacular que ver a unos policías transportando el dinero del rescate, decide montar la escena a modo de acción trepidante (cuando no lo es), con persecuciones (donde nadie persigue a nadie), con varios coches volando por los aires, policías heridos, víctimas civiles y demás parafernalia made in Tony Scott. El momento más espectacular de todo el fim y, sin duda alguna, el más sonrojante.

Resumiendo: Pobre película sin mucho que aportar. Un thriller psicológico mediocre sin apenas tensión.



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Los sustitutos (2009)


Dicen que es mejor caer en gracia que ser gracioso. La frase se podría aplicar a Bruce Willis, un actor con una larga carrera llena de películas buenas, aunque también con muchas otras de absolutamente desastrosas. Lo que está claro es que Bruce Willis borda como nadie el papel de policía de vuelta de todo al cual le dan por todos lados, hasta que sale victorioso de la contienda, papel que se sabe al dedillo y que no duda en reinterpretar una y otra vez película tras película. A pesar de esto, Bruce Willis siempre es Bruce Willis y algo tiene que consigue conectar con el público. La última película estrenada con el actor como protagonista y que lo devuelve una vez más a su sobado conocido papel es: Los sustitutos... ¡Empezamos!


La película está centrada en una especie de realidad alternativa o dimensión paralela (como ustedes prefieran), en la cual los humanos ya apenas salen de sus casas porque la tecnología les ha permitido disponer de unos robots sustitutos que realizan el trabajo por ellos. De este modo, mientras la humanidad se queda tendida en su habitación, mandan a sus sustitutos al mundo exterior, con los cuales están conectados a través de su cerebro. Los sustitutos son más ágiles, más guapos y más resistentes que sus dueños de carne y hueso y, en el caso de sufrir algún tipo de accidente, se puede reemplazar al sustituto sin que el humano que lo controla sufra ningún daño. Es un mundo "ideal" para algunos, aunque un pequeño reducto de humanos se niega a usar los androides sustitutos, encabezados por una especie de gurú espiritual que reniega de los robots y ve en ellos la depravación de la raza humana. Para que nos entendamos, el mundo que presenta la película sería como un "second life" pero a lo bestia y sin ordenadores de por medio.


El problema (independientemente de los obvios) será que aparecerá un misterioso individuo con un arma capaz de cargarse el primer sustituto que se le pase por delante y, a la vez, freirle el cerebro al humano que se encuentra en su casa, conectado a la máquina. Como si cada vez que nos entrara un virus en nuestro ordenador también nos afectara a los que estamos frente al monitor. Una putada, vamos. Los asignados para investigar los asesinatos serán una pareja del FBI que poco a poco irán descubriendo que algo huele a podrido en Dinamarca, y que en dicha sociedad uno ya no puede fiarse de quien es quien, ni de quien se encuentra al otro lado de los sustitutos. Llegados a este punto, para el poli que interpreta el bueno de Willis, habrá llegado el momento de ponerse a investigar a la vieja usanza, saliendo de su hogar por primera vez en vaya usted a saber cuanto tiempo.


La película se basa en una novela gráfica (el nueva fuente de inspiración del Hollywood actual) guionizada por Robert Venditti y dibujada por Brett Weldele, que se ha encargado en llevar a la gran pantalla Jonathan Mostow, el que fuera director de Breakdown (la de Kurt Russell buscando a su mujer por desiertas carreteras), U-571 (peli bélica perteneciente al sub-género de submarinos) y Terminator 3: La rebelión de las máquinas (sin comentarios), además de algún que otro trabajo en la pequeña pantalla. En definitiva un realizador que no sería, precisamente, muy santo de mi devoción y que su aportación dentro de la película o resulta ser de lo más escasa, o es que el hombre tiene una grave carencia de personalidad como director. En cualquier caso, que se lo haga mirar un poco o jamás logrará pasar de ser un director al servicio de la estrella de turno.


Uno tiene la sensación, viendo la película, que si en algún momento alguien con más de dos dedos de frente hubiera optado por apoyar el proyecto y apostar fuerte por él, la cosa hubiera cambiado más que sustancialmente y hubiéramos podido estar frente a una película muy a tener en cuenta. Lamentablemente no fue así y las buenas ideas que se esconden dentro de la peli se van, una tras otra, directamente por el desagüe (que hermosa metáfora). Porque toda la película en sí está terriblemente desaprovechada a pesar de tener una trama capaz de enganchar y a una estrella de renombre en su haber. A pesar de lo dicho, la película resulta de visionado ligero, no se puede decir que se haga ni pesada ni larga (solo faltaría con un metraje de apenas hora y veinte minutos) y si el objetivo era entretener un rato, pues casi que medio lo consigue, aunque siempre nos quedará la duda de lo que podría haber sido y, obviamente, no es ni de lejos.


Resumiendo: Película medio pasable aunque claramente de segunda división que, no obstante, tenía los mimbres necesarios para ser de primera, aunque no se hayan sabido aprovechar.



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El caso de Thomas Crown (1968)

Entre pillos anda el juego

El director y productor canadiense Norman Jewison es más bien conocido por sus grandes éxitos con los musicales El violinista en el tejado (1971), Jesucristo Superstar (1973) o con el buen thriller policíaco En el calor de la noche (1967), premiado con cinco oscars, incluido el de mejor película. Pero hay que destacar también El caso de Thomas Crown (1968), una película que ganó el Oscar a la mejor canción por The windmills of your mind, en la que resalta por encima de todo su pareja protagonista: Thomas Crown (Steve McQueen), un millonario de Boston que decide cometer por diversión un robo a un banco sin su intervención, y Vicky Anderson (Faye Dunaway), una detective de una compañía de seguros que intentará descubrir quién es el responsable del delito. Se hizo un remake en 1999, llamado en España El secreto de Thomas Crown (curiosamente el título en inglés era el mismo que el de la original), dirigido por John McTiernan, con Pierce Brosnan y Rene Russo como pareja protagonista.

La película empieza con el uso del split screen, una técnica narrativa que usa Hal Ashby (antes de ser director) en el montaje junto con Ralph E. Winters, A.C.E. y Byron Brandt, consistente en dividir encuadres en dos o más partes en la pantalla, utilizada para las letras de crédito y para explicar el relato del robo con diferentes acciones paralelas. Thomas Crown concreta con varios tipos, quedando uno a uno en una habitación de un hotel con un foco dándoles en la cara para que no sepan quién es, dándoles una orden que deben decidir si aceptarla o no, adelántandoles parte del dinero que pueden conseguir si acaba con éxito el cometido. Al final, los 2.600.000 de dólares conseguidos con el robo los depositará en un banco suizo, al que dará un nombre en clave y un número. Toda esta parte está bien llevada sobre todo por cierto misterio que desprende el personaje de Thomas Crown, aunque la técnica del split screen se vuelva a usar otra vez en escenas posteriores, como en la que vemos al señor Crown jugando al polo, algo que repercute para mal en la película. Cuando aparece en escena la señora Vicky Anderson, uniéndose al teniente Eddie Malone de la brigada criminal, bien interpretado por Paul Burke, la trama adquiere un mayor interés por ser un personaje inteligente y bien construido, aparte de contar con la presencia de la espléndida Faye Dunaway, tan brillante como estaba el año anterior en Bonnie and Clyde, de Arthur Penn. El encuentro y la relación entre su personaje y el de McQueen será vital para la película, consiguiendo una gran química entre ambos, como la que seguramente es la escena más sensual y erótica de una partida de ajedrez que se haya visto en la historia del cine.

Norman Jewison ya había trabajado en 1965 con Steve McQueen en El rey del juego, interpretando este a un buen jugador de póker, una película en la que sólo destaca su partida contra el personaje de Edward G. Robinson, pero en la que hay una similitud con el papel que tenía McQueen en La gran evasión (1962) o justamente con el de la película que aquí acontece; personajes que se sienten seguros de sí mismos y que siempre parecen que hagan las cosas como si fuera un simple juego, salgan bien o no, algo que quizás se da por la manera de estar en la pantalla del señor McQueen, porque, sin ser realmente un muy buen actor, su presencia es bastante carismática y logra que sus personajes mejoren en parte la calidad de las historias. Es verdad que en El caso de Thomas Crown su personaje es un millonario bastante listo, graduado en Ciencias Económicas, pero es que sus miradas y sus silencios con el personaje de Dunaway son sin duda lo más conseguido de la película, con una atracción mutua que el espectador verá con buenos ojos.

"Un entretenido relato de un robo con el posterior juego del gato y el ratón entre la pareja protagonista, interpretada por el carismático Steve McQueen y la bella Faye Dunaway, con una gran química y una historia de amor para recordar"



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