Esta
vez es personal.
La
intención, a la hora de llevar a cabo un producto como fue la
primera entrega de los mercenarios, era la de reunir en una
sola cinta a un importante elenco de lo más granado de los actores
de películas de acción de la década de los años '80 y principios
de los '90 y, a la vez, intentar recuperar el espíritu de aquel tipo
de producciones, con la clara intención de entretener y, ya de paso,
intentar tocar la fibra nostálgica de un cierto sector del público.
Resulta evidente, pues, que si lo que se pretendía era ser fiel a un
espíritu, era obligado que “los mercenarios” se terminara
convirtiendo en una longeva franquicia (ahora nos llega la segunda
parte y ya se está preparando una tercera que, como todo el mundo
sabe, suelen resultar ser las más petardas y alocadas). El otro
requerimiento de obligado cumplimiento, que quedaba por llevar a
cabo, es que esta vez: fuera personal.
Una
misión sencilla por cumplir. Un montón de rudos tipos duros armados
hasta los dientes. Una chica de acompañante con más huevos que un
caballo. Un misterioso maletín por recuperar. Unos malos muy malos
que también quieren el maletín. Tensión en el ambiente. Miradas
furtivas. Apretar de dientes. Un “aquí se la a liar de la Dios es
Cristo”... Y se lía. Pues claro que se lía. Y bien gorda, además.
Porque los Mercenarios además de querer recuperar el maletín,
a toda costa, también buscarán vengar a uno de los suyos, caído en
combate. Y lo harán a la vieja usanza, es decir: montando una
auténtica carnicería. Ojo por ojo. Diente por diente. Puñal en la
frente.
La
trama es la que es y mejor no darle muchas más vueltas al asunto
porque lo cierto es que la cosa es más bien justita. Y es que,
aunque en estos casos acostumbra a ser lo de menos, los productores
del film continúan con su molesta costumbre de querer contratar a
guionistas con la intención de lograr una mínima linea argumental
para este tipo de productos. Pero lo cierto es que, al fin y al cabo,
lo más importante aquí son los golpes, las patadas voladoras, los
disparos, las explosiones, las persecuciones y, ¿por que no?, la
aniquilación en masa del enemigo. El director Alfred Hitchcock solía
decir que “Una película tiene tres elementos fundamentales: El
guión, el guión y el guión”. Los mercenarios 2 demuestra
que se equivocaba.
Si
se tuviera que resumir la película con una sola palabra, sería:
testosterona. Y es que además de recuperar a los participantes de la
primera entrega: Silvester Stallone, Jason Statham, Dolph
Lundgren, Jet Li, Terry
Crews, Randy Couture, Arnold Schwarzenegger
y Bruce Willis,
estos dos últimos con bastante más papel del que tenían en la
primera parte, donde apenas aparecían a modo de cameo; ahora,
además, deben sumar los nombres de Jean-Claude
Van Damme
(que como malo de la función no tiene precio) y Chuck
Norris
(con una intervención de traca). El único que no sigue es Mickey
Rourke. La otra gran ausencia es la Sly en el asiento de dirección
(uno de los pocos grandes directores clásicos de Hollywood que
siguen en activo, junto con Clint Eastwood y Woody Allen, según me
comentaba en una ocasión mi compañero Cecil B. Demente). Lo
sustituye Simon
West
(Con
Air, Lara Croft: Tomb Raider).
Parece
como si la premisa inicial hubiera sido: vamos a volver a hacer lo de
la primera parte, pero intentaremos llegar un poco más lejos
todavía. Eso, en este caso, supone más presupuesto, más nombres...
y más dinamita. Y aunque la película parece tener más momentos
“muertos” que la primera entrega, aderezados con diálogos
absurdos/marcianos, únicamente comprensibles puestos hasta las cejas
de LSD, cuando los mercenarios entran en escena nos regalan
grandilocuentes escenas de acción imposible, que harán las delicias
de los más fervientes seguidores del género. Y en ese sentido hay
que agradecer a Stallone (y muchos de sus compañeros de rodaje
también deberían hacerlo) que, en definitiva, siga siendo tan fiel
a sí mismo. Porque la película es, básicamente, acción en estado
puro, con trepidantes escenas de acción, situaciones límite cada
dos por tres, un cierto punto auto paródico y un sentido del
espectáculo bañado en sangre. En definitiva, buena mierda.
Resumiendo:
Al próximo que diga aquello de que segundas partes nunca fueron
buenas, van a ir los mercenarios a su casa y le van a dar la paliza
de su vida.
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