A pesar de que el actor Nicolas Cage puede presumir de una larga y fructífera carrera cinematográfica (Oscar por Leaving las Vegas incluido), cabe decir que hay tres cosas que todavía no ha aprendido a hacer: a) reir con naturalidad sin parecer un tipo perturbado; b) lucir prótesis capitales con un mínimo de dignidad (de hecho, repasando sus últimos trabajos, el pelo más creíble de los últimos que ha exhibido en sus películas eran las llamas que lucía en “El motorista fantasma”); y c) declinar amablemente su participación en proyectos que, mucho antes incluso de empezar a rodarse, ya tienen una pinta a desastre global que tira para atrás. Su reciente trabajo en la película En tiempos de brujas, vuelve a confirmarnos, una vez más, estos tres puntos.
La acción de la película nos sitúa en pleno siglo XIV, donde encontramos a la iglesia católica haciendo de las suyas, tanto en el viejo continente, con la santísima inquisición acusando a cualquiera que se pase de la raya de brujería, artes oscuras y demás cosas que solían terminar con una bonita hoguera de San Juan, sin ser época ni nada; como en el resto de la geografía, con las cruzadas en plena fase efervescente y un ejército al servicio de la iglesia predicando la palabra de Dios con la ayuda de resplandecientes armas. Si amigos, eran buenos tiempos para la fe cristiana, o te convertías al catolicismo o unos mercenarios te cortaban en finas lonchas. Dentro de este grupo de aguerridos soldados encontramos a los dos protagonistas del film quienes, después de más de siete años de ir por el mundo cortando cabezas a infieles, un buen día se dan cuenta, así como de sopetón, que lo que están haciendo quizás no sea del todo la voluntad del señor. A buenas horas mangas verdes.
Total que los tipos se convierten en un par de desertores y, a pesar de sus intentos por evitar ser capturados, debido a su nueva condición, terminarán encerrados en un lúgubre calabozo. En la celda contigua a la suya se encontrará una joven acusada de brujería y de traer consigo una epidemia conocida con el nombre de la “peste negra”, al lugar. A pesar de que la situación de nuestros protagonistas resulta de lo más peliaguda, terminarán haciendo un trato con las autoridades competentes de la época: deberán emprender un peligroso viaje para trasladar a la presunta bruja hasta un pequeño monasterio situado a tomar por culo de cualquier atisbo de civilización, donde la muchacha deberá ser juzgada por los monjes del lugar para poder discernir su inocencia o culpabilidad. Lo cierto es, que viendo como juzgaban los casos de brujería en la época, básicamente cargándoselas y, en el caso de que vuelvan a la vida, resulta que se trataba de una bruja (tal y como se nos muestra en el prólogo de la película), uno no acaba de entender del todo el sentido del viaje, aunque, claro está, sin viaje tampoco habría película.
Existió una época en la que Nicolas Cage era un aliciente más dentro de la película. Está claro que estamos hablando de hace mucho tiempo, como confirman la gran mayoría de los últimos títulos en los que ha intervenido el actor. Específicamente en la película que hoy nos ocupa, cabe decir que está francamente horroroso y menos creíble que la propia existencia de brujas en el mundo real. Uno tiene la sensación que el actor rodó la cinta a la fuerza, obligado a punta de pistola, pero sin ningún tipo de ganas ni de confianza en lo que estaba haciendo. A su lado encontramos a un Ron Perlman (el prota de Hellboy) desaprovechado y algo perdido entre todo lo que va sucediendo a su alrededor. Todo este despropósito está dirigido por un Dominic Sena (Kalifornia, 60 segundos, Operación Swordfish) claramente superado por las carencias del guión, el poco interés de sus estrellas y el absurdo presupuesto para una película de estas características. Además, él tampoco hace demasiado para aportar ningún tipo de brillantez en el resultado final.
Al principio de la película uno tiene la sensación de estar viendo un trailer en lugar del producto final ya acabado, debido a la gran falta de consistencia de todo lo que sucede en pantalla. La película se va arrastrando como puede hasta llegar al inicio del viaje que da sentido a la película (comparar esta película con otras cintas fantásticas de épicos viajes como “El señor de los anillos” resulta tan absurdo como meter la lengua dentro de un ventilador en marcha). Mención aparte merecen los efectos especiales de la película que resultan de lo más lamentables y que deberían provocar el sonrojo generalizado de sus responsables. Ahora en serio, ¿cuando hubo el pase definitivo de la película ante los productores a nadie se le cayó la cara de vergüenza? A pesar de lo dicho, tanta cutrería y falta de medios provoca que el espectador conecte automáticamente con las cintas fantásticas de serie B que se producían en la década de los ‘80 y que, un servidor, consumía vorazmente en su infancia lo que, por momentos, llegó a crearme una vaga sensación de placer culpable. He consultado con expertos y afirman que la película es tan mala que podría tratarse de un claro síndrome de Estocolmo por mi parte.
1 piquitos de oro:
Terrible... es terrible; pero no me preocupa tanto eso como que, en plena debacle de asistencia a los cines, se haya podido ver (y propuestas similares) en multitud de salas, cerrándole el paso a films mucho más interesantes que quedan sin distribución. El día que escuche a un ministro de cultura hablar claramente sobre estas cosas (aunque sé que esto no será jamás) tendré confianza en la raza humana y, en menor medida, en la raza política...
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