Dictador
a la fuga.
En el panorama del humor actual, Sacha Baron Cohen, se ha erigido como una rara avis dentro del grupo, debido a su altísimo nivel de incorrección política. A ello debe su fama el actor y guionista inglés, a lo que ha contribuido, en gran parte, el gran número de polémicas que siempre han rodeado al personaje. Y es que ya sea en sus películas o en sus shows televisivos, Sacha Baron Cohen parece no haber dejado a nadie indiferente, dividiendo a la audiencia entre sus seguidores, que se parten la caja con sus desternillantes burradas, y sus detractores, que suelen escandalizarse ante la falta de tacto y lo grosero de sus productos. Independientemente del resultado final de sus trabajos, algunos más acertados que otros, siempre me he sentido más próximo al primer grupo.
En el panorama del humor actual, Sacha Baron Cohen, se ha erigido como una rara avis dentro del grupo, debido a su altísimo nivel de incorrección política. A ello debe su fama el actor y guionista inglés, a lo que ha contribuido, en gran parte, el gran número de polémicas que siempre han rodeado al personaje. Y es que ya sea en sus películas o en sus shows televisivos, Sacha Baron Cohen parece no haber dejado a nadie indiferente, dividiendo a la audiencia entre sus seguidores, que se parten la caja con sus desternillantes burradas, y sus detractores, que suelen escandalizarse ante la falta de tacto y lo grosero de sus productos. Independientemente del resultado final de sus trabajos, algunos más acertados que otros, siempre me he sentido más próximo al primer grupo.
Haffaz
Aladeen es el tiránico dictador de Wadiya, un pequeño
estado norteafricano. Ni que decir cabe que el hombre vive a cuerpo
de rey en su palacio, mientras su pueblo resiste oprimido, y que
dispone de todos los lujos imaginables. Las cosas se le empezarán a
torcer cuando un inspector de seguridad de las Naciones Unidas quiera
investigar ciertas instalaciones secretas de armamento. Finalmente el
dictador se verá obligado a viajar hasta los Estados Unidos para
realizar un discurso en la sede de la ONU. Pero nada más llegar a
América ciertas circunstancias terminarán dejando a Aladeen sin
recursos y debiendo empezar de cero, en una tierra que le es extraña
y unas costumbres muy alejadas de las que él está acostumbrado de
su vida en palacio.
El
dictador termina resultando ser un compendio de distintos tipos
de humor: desde la sátira política descarnada e incisiva; pasando
por el humor más tonto (en típico gag de un señor con un tablón
de madera que empieza a dar golpes a la gente que le rodea sin
aparentemente darse cuenta de nada de lo que sucede podría tener
cabida en este film, aunque probablemente la trama se las hubiera
ingeniado para que el tipo llevara el pito colgando, por fuera de los
pantalones); el humor negro (llegando a negrísimo en más de una
ocasión); el chiste fácil y, por supuesto, el clásico e infalible
“caca, culo, pedo, pis”. Y todo ello lo logra colocando el acento
en todos aquellos temas que más sensibilidades pueden herir: la
religión, la diferencia de clases, la diferencia de géneros, el
terrorismo, el abuso de poder, la homosexualidad, la pedofilia e,
incluso, las enfermedades. ¡Menudo tipo este Sacha! Ay que ver.
Y
es que, si, la película ofrece una comicidad muy irreverente. Es
cierto. Pero quizás en algún momento deberíamos preguntarnos si
este humor sorprende tanto debido a su propia incorrección o a que,
en la sociedad actual, estamos acostumbrados un tipo de humor
excesivamente blando y familiar.
Sacha
Baron Cohen vuelve a contar con Larry Charles para dirigir
la película, después de que ya dirigiera las anteriores Borat
y Brüno. Cinematográficamente la cinta no es nada del otro
mundo (algo a lo que no se suele dar tanta importancia en las
comedias como en los dramas, vaya usted a saber por qué). Tampoco lo
eran Borat y Brüno, pero tenían un pase por estar rodadas, en gran
parte, en modo de cámara oculta. Esto no ocurre con El dictador,
así pues tampoco hubiera pasado nada si se hubieran esmerado un poco
más en ese sentido. Además la cinta cuenta con caras conocidas como
las de Anna Faris (Scary movie) y Ben Kingsley
(que ha pasado de interpretar a Gandhi al consejero de mayor
confianza y tio de un dictador), amén de muchas otras caras
conocidas que intervienen en la cinta a modo de cameo y que prefiero
no desvelar.
El
dictador es una cinta tan divertida como escatológica, con gags de
nivel, un montón de situaciones grotescas y que resulta sumamente
tonta la mayor parte de su metraje. El punto de partida no resulta
nada del otro mundo: lo del extranjero acaudalado que debe empezar de
cero en Nueva York, nos puede recordar a El príncipe de Zamunda;
y el hecho de que durante su desaparición lo sustituyan por un
doble, nos suena a El gran dictador. Pero aunque la historia
nos resulte típica y gastada, no es más que un pretexto para
desplegar todo el arsenal habitual de mal gusto propio de Sacha
Baron Cohen. Y es un amplio arsenal, créanme. A pesar de eso, su
protagonista ha conseguido contener mínimamente sus ganas de
provocar al personal para darle forma de trama coherente al producto,
consiguiendo mayor cohesión y regularidad que en su anterior film,
Brüno. Los grandes inconvenientes que, no obstante, debe
afrontar la cinta son el hecho de que lo tonto gusta, pero a la larga
cansa (por suerte la peli no llega a la hora y media) y que los
mejores gags ya aparecían en el trailer con lo que, debido a las
ganas de vender el film, se pierde gran parte del factor sorpresa.
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