Si tuviera que hacer una lista con los directores de cine a los que más he llegado a detestar a lo largo de mi vida, puedo asegurarles que Oliver Stone no sólo estaría en ella, sino que, además, se encontraría, sin duda, en una de las posiciones privilegiadas. No obstante, reconozco que sigo guardando cierto buen recuerdo de su Wall Street del año 1987 debido, en parte, a no haberla revisitado desde entonces (¿para qué estropearlo?). Ahora, veintitrés años después, nos llega su secuela usando por subtítulo una de las coletillas más repetidas en aquella primera entrega: El dinero nunca duerme. Por desgracia, para la película, el espectador si puede ser que se dé sus buenas cabezadas.
La película empieza con Gordon Gekko, el tiburón de las finanzas caído en desgracia, que protagonizó la primera entrega de Wall Street, abandonando la prisión después de haber cumplido su condena y comprobando, consternado, que nadie ha ido a recibirlo al otro lado de las rejas. Ni siquiera su propia hija, quien está a punto de casarse con un prometedor broker financiero, que no quiere, ni siquiera, oír hablar de su padre. Sin duda alguna, esta chica haría las delicias de todo buen psicoanalista, a punto de emparejarse con alguien tan parecido a su propio padre. Por cierto, por raro que pueda parecer, este dato lo verá claro todo Dios, salvo la propia protagonista, que se sorprenderá en gran medida cuando su pareja empiece a adoptar algún tipo de decisiones financieras moralmente reprobables.
El muchacho en cuestión, espabilado y echado pa'lante que es, no dudará en cuestionar la voluntad de su prometida, y ponerse en contacto con su futuro suegro (ya saben cómo son los americanos en estas cosas, les encanta tener que pedir las manos de las hijas y toda esa parafernalia). El problema está en que el tiempo transcurrido en prisión no le ha quitado un ápice de encanto y carisma al bueno de Gordon Gekko y, poco a poco, se irá camelando al joven emprendedor, aleccionándolo en el arte de lograr sobrevivir en la selva que es Wall Street. El chico entrará en el mundo de las finanzas arrollando, logrando hacerse rápidamente un nombre en el sector y logrando captar la atención de las altas esferas. Por lo demás, el dinero, el poder, las trampas, la venganza y la avaricia harán el resto.
El gran punto a favor con el que cuenta la película es el escenario, por el contrario, el gran punto negativo es la historia. La película es suficientemente hábil como para utilizar la actual crisis económica como telón de fondo donde hacer danzar a sus protagonistas. De este modo, la película se ambienta en el año 2008, donde asistimos a la quiebra de algunos bancos, la crisis de las hipotecas subprime y el crack bursátil de la época. Por desgracia, la historia no sabe aprovechar como debería el trasfondo, pasando de puntillas en algunos elementos y centrándose en una historia de relaciones personales y venganza tan descafeinada como poco creíble a la vez que previsible en muchos de sus aspectos.
Otro de los puntos positivos con los que cuenta la cinta de Oliver Stone es el de sus protagonistas, alternando actores tan de moda como Shia LaBeouf (el niño de Transformers y relevo de Indiana Jones), Carey Mulligan (nominada al Oscar por An Education) y Josh Brolin (No es país para viejos) con viejas caras conocidas como las de Michael Douglas, Susan Sarandon, Frank Langella e, incluso, Charlie Sheen, que se permite un cameo en el film. Si tuviera que destacar uno de estos nombres, sin duda, sería el de Michael Douglas, auténtica piedra angular de la película que logra que, cada vez que aparece en pantalla, suba el pan, dotando a su personaje de la fuerza necesaria y demostrando que, cuando quiere, es bastante mejor actor que las películas en las que suele intervenir.
Wall Street: El dinero nunca duerme, es una película fallida a pesar de tener un buen punto de arranque y mejores intenciones de lo que en un principio podría haber imaginado. El problema está en que sigo sin poder tragar a Oliver Stone (mejor provocador que director) y ciertas decisiones artísticas más que dudosas entre las que incluiríamos la gran metáfora que representa ver a un dominó cayendo para reflejar el crack de la borsa o la aparición de borrosos espíritus que se le aparecen al muchacho mientras se limpia las manos después de mear. Además, la historia no logra estar a la altura en ningún momento, resultando sosa, plagada de momentos tocho que no aportan nada y un final, horroroso como pocos, que incluso lograría hacer potar a Frank Capra. Y es que, al fin y al cabo, uno termina teniendo la sensación de que la historia, al fin y al cabo, simplemente termina siendo una excusa para poder hacer una secuela de Wall Street, aprovechando el momento financiero actual.
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