El broche de oro lo ha puesto un cierre difícilmente superable; la retransmisión simultánea del último capítulo en 59 países distintos. Un final épico y emocionante donde la serie, a pocos minutos para el final, ha vuelto a hacer una cabriola narrativa, aproximándose peligrosamente a los arquetipos de desenlaces que dan rabia. La conclusión no ha funciona bien a nivel narrativo, pero el fuerte vínculo que se ha establecido con los aficionados le ha dado sentido. Perdidos ha tomado conciencia de sí misma en su última temporada y al final, se ha permitido el lujo de que nos despidamos de los personajes. El momento hay que saborearlo como lo que es, un homenaje, que cada uno juzgue si era merecido o no.
«Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía.»
-Hamlet sobre un capítulo de Perdidos.
Perdidos, aquella epopeya televisiva que empezó como una modernización del relato de Robinson Crusoe y que desembocó en una compleja y críptica telaraña de tintes esotéricos, ha llegado a su fin, después de 6 temporadas, 121 capítulos y casi 5.000 minutos en antena. Han sido varios años de teorías y elucubraciones, y en su afán por eludir cualquier tipo de análisis, la serie se ha comportado de manera escurridiza y laberíntica, muy autoconsciente de la controversia que creaba. El enigma planteado por J.J. Abrams ha jugado con el espectador intencionadamente, mostrando su rostro más versátil, comportándose como una aventura exótica, un thriller paranoide, una pesadilla nihilista o un rompecabezas para nerds, dependiendo de la temporada en que se encontrara, y elaborando excursiones a la ciencia ficción más metafísica, o incluso al péplum místico, en su recta final.
Toda esta falta de entidad global puede ser fácilmente criticada y es una de las causas que ha provocado desapego entre cierto sector del público, que no ha conectado con el extraño devenir de los acontecimientos. Pero lo cierto es que esta ambivalencia de géneros, sumada al amasijo de elementos aparentemente inconexos que se encuentran en la serie -islas tropicales, templos de cartón piedra, mundos paralelos, sociedades secretas, fantasmas- también ha propiciado una libertad narrativa sin precedentes en la pequeña pantalla. La gramática de Perdidos está repleta de cliffhangers de infarto, imposibles giros argumentales, saltos temporales, muertes súbitas, flashbacks, flashfordwards, flash-sideways y mil y una piruetas que han servido para articular una narrativa poliédrica y exasperante, pero completamente adictiva.
Cada vez que hemos subido un peldaño en la conciencia de la serie ha aumentado nuestro desconcierto, y muchos hemos llegado a sospechar que el auténtico leitmotiv de la misma no era otro que el de dejarnos continuamente de pasta de boniato. Perdidos siempre ha huido hacia adelante y se ha dejado por el camino varios frentes abiertos, algo casi inevitable en un artefacto tan heterogéneo y sofisticado como este, y sin duda podemos tildarla de manipuladora y tramposa, pero también ha sabido entender como nadie las necesidades e intereses del espectador moderno. La serie ha sido una amante exigente que ha apostado por nuestro compromiso y nunca ha buscado el camino fácil, y cuyos desenlaces jamás han dependido de los habituales convencionalismos del drama, redoblando así su efecto.
Poseedora de componentes fantacientíficos y alegóricos, evocadora de todo un universo simbólico y místico de una sencillez sorprendente. Esta aventura, mítica o fabulosa, se ha obstinado por permanecer en la penumbra capítulo tras capítulo, narrándonos una odisea metafísica no exenta de cierta carga moral, pero cuyas reglas y límites nunca han sido desvelados. El juego de opuestos siempre ha estado ahí -bien y mal, fe y ciencia, Jack y Locke, Jacob y el Hombre de Negro- pero la serie ha dejado que sea el público quien juzgue el papel de cada uno, facilitando un amplio abanico de interpretaciones. Sus personajes han sido densos, abiertos y dinámicos, con elementos contradictorios y la capacidad de sorprendernos convincentemente. La línea que ha separado al villano del héroe siempre ha estado poco clara, alimentando un debate que se ha extendido más allá del sofá de nuestras casas y que ha llegado a los medios de comunicación, convirtiéndose en todo un fenómeno televisivo.
El broche de oro lo ha puesto un cierre difícilmente superable; la retransmisión simultánea del último capítulo en 59 países distintos. Un final épico y emocionante donde la serie, a pocos minutos para el final, ha vuelto a hacer una cabriola narrativa, aproximándose peligrosamente a los arquetipos de desenlaces que dan rabia. La conclusión no ha funciona bien a nivel narrativo, pero el fuerte vínculo que se ha establecido con los aficionados le ha dado sentido. Perdidos ha tomado conciencia de sí misma en su última temporada y al final, se ha permitido el lujo de que nos despidamos de los personajes. El momento hay que saborearlo como lo que es, un homenaje, que cada uno juzgue si era merecido o no.
El broche de oro lo ha puesto un cierre difícilmente superable; la retransmisión simultánea del último capítulo en 59 países distintos. Un final épico y emocionante donde la serie, a pocos minutos para el final, ha vuelto a hacer una cabriola narrativa, aproximándose peligrosamente a los arquetipos de desenlaces que dan rabia. La conclusión no ha funciona bien a nivel narrativo, pero el fuerte vínculo que se ha establecido con los aficionados le ha dado sentido. Perdidos ha tomado conciencia de sí misma en su última temporada y al final, se ha permitido el lujo de que nos despidamos de los personajes. El momento hay que saborearlo como lo que es, un homenaje, que cada uno juzgue si era merecido o no.
La frase: «Este lugar es distinto. Es especial. Los demás no quieren hablar de ello porque les da miedo, pero todos lo sabemos, todos lo sentimos.»
La frase 2: «No te entiendo… pero te quiero.»
BONUS TRACK:
Dos tontos muy polis.
No existe ningún motivo válido para ver esta película. Al principio, inconsciente que es uno, se podría llegar a pensar que los motivos radican en ver cómo Kevin Smith afronta su nuevo trabajo, siendo éste el primero que debe abordar con un guión que no le es propio; en ver a Bruce Willis volviendo al personaje de poli duro que tan bien ha sabido encarnar a lo largo de su carrera; en ver cómo una estrella catódiga se arriesga dando el salto a la pantalla grande; o, simplemente, en ver cómo una película, sin excesivas pretenciones, busca la justa medida entre acción y comedia. A pesar de todo lo dicho, créanme, no existe ningún motivo válido para ver Vaya par de polis (Cop Out).
La película intenta recuperar (si es que alguna vez se fueron) la esencia de las buddie movies policiacas tan de moda en la década de los ochenta, en las que una pareja de policias de carácter más bien opuesto debían unir esfuerzos por el bien de la ciudadanía. Ejemplos hay muchos: Arma letal, Tango y Cash, Danko, calor rojo o Límite 48 horas (bueno, en esta sólo uno era poli, pero vale igual). Aunque la que rápidamente me vino a la cabeza mientras estaba viendo Vaya par de polis fue Dos sabuesos despistados (con Tom Hanks y Dan Aykroyd) por aquello de que ambas dan mayor peso a la comedia, a pesar de que, como ya no estamos en los ochenta, el guión ha optado por cambiar a la típica banda de punks malvados de extrarradio, por la típica banda de latinos malvados de extrarradio, que en los tiempos actuales visten mucho más.
La película empieza presentándonos a sus dos protagonistas Jimmy Monroe (Bruce Willis) y Paul Hodges (Tracy Morgan), dos policias que llevan siendo compañeros desde hace nueve años. El primero es más serio, duro y resolutivo, mientras que el segundo resulta más histriónico y deslenguado. A ambos los conocemos en una secuencia sobre un interrogatorio a un sospechoso que, se supone, debe ser divertida y donde se parodia a grandes clásicos cinematográficos. El problema radica en que el resultado final en lugar de divertido resulta de vergüenza ajena.
Total, que ambos la acaban liando y, como acostumbra a suceder en estos casos, su superior les pide que entreguen sus placas y armas, suspendiéndolos de empleo y sueldo. El problema está en que la hija del personaje de Willis tiene que casarse y quiere una boda de alto copete y su padre, suspendido de sueldo, se las verá canutas para pagar el bodorrio, viéndose obligado, finalmente, a vender un valiosísimo cromo de beisbol del año 1952. En el momento de la transacción unos ladrones entrarán en la tienda llevándose el deseado cromo y obligando a nuestros protagonistas a emprender su busqueda por los bajos fondos de la ciudad. Como pueden observar, sin duda, se trata de una absoluta trama de mierda.
Como les decía al principio, la película está dirigida por Kevin Smith, que si pretende relanzar su carrera con productos como Vaya par de polis lo tiene clarísimo, pues lo único que consigue es bajar un nuevo peldaño en su filmografía (y ya se está acercando peligrosamente a los sótanos). Para ello cuenta como protagonistas con una estrella cinematográfica como Bruce Willis y con una estrella de la pequeña pantalla como Tracy Morgan (popular por su papel en la serie Rockefeller Plaza). No existe ningún tipo de química entre ambos y en ocasiones parece como si estuvieran interviniendo en películas distintas. Willis no parece estar cómodo en ningún momento del film; por el contrario, Morgan si parece estar cómodo, lo que terminó provocando mi incomodidad como espectador. Además, como secundarios en la película también intervienen Sean William Scott (el capullo salido de American Pie, que sorprende una vez más con su asombrosa variedad de registros) y Jason Lee (Me llamo Earl), un habitual de las películas de su amigo Kevin Smith.
¿Realmente alguien pensó en algún momento que hacer esta película era una buena idea? Kevin Smith está en horas bajas (y ya hace demasiado) pero, más allá de lo que le hayan pagado por dirigir este cagarro, ¿realmente cree que esta película es buena para su carrera y para que, más adelante, le surjan proyectos más atractivos? ¿Y Bruce Willis? Por muy coleguitas que se hiciera con Smith en el rodaje de La Jungla 4.0, ¿tiene necesidad de aceptar estos proyectos tan menores y sin ningún encanto?
Lo cierto es que al poco de empezar la película uno ya empieza a tener claro que la cosa va a ser un absoluto desastre. El humor que destila la cinta no me hizo gracia en ningún momento (habrá gente que se parta la caja con un negro vestido de teléfono móvil gigante gesticulando como un poseso mientras habla a gritos soltando improperios y memeces varias, pero no es mi caso) y si encima se mezcla con una dosis de acción sin ningún tipo de tensión ni fuerza, pues el resultado huele a cadáver que hecha para atrás. A medida que la trama avanza se van confirmando los temores y uno sólo puede llegar a desear que la cosa termine cuanto antes para que le duela lo menos posible, pero incluso en ese caso, la película se empeña en alargarse innecesariamente. Cuando por fin termina, uno se da cuenta de que no existe nada en la película que resulte mínimamente destacable. Positivamente, se entiende.
Resumiendo: Señor Smith, si lo que pretendía era dirigir esta película para lograr hacer resurgir su carrera cual ave Fénix, lamento comunicarle que, con ella, lo único que ha logrado es orinarse en sus propias cenizas.
Leer critica Vaya par de polis en Muchocine.net
La película empieza presentándonos a sus dos protagonistas Jimmy Monroe (Bruce Willis) y Paul Hodges (Tracy Morgan), dos policias que llevan siendo compañeros desde hace nueve años. El primero es más serio, duro y resolutivo, mientras que el segundo resulta más histriónico y deslenguado. A ambos los conocemos en una secuencia sobre un interrogatorio a un sospechoso que, se supone, debe ser divertida y donde se parodia a grandes clásicos cinematográficos. El problema radica en que el resultado final en lugar de divertido resulta de vergüenza ajena.
Total, que ambos la acaban liando y, como acostumbra a suceder en estos casos, su superior les pide que entreguen sus placas y armas, suspendiéndolos de empleo y sueldo. El problema está en que la hija del personaje de Willis tiene que casarse y quiere una boda de alto copete y su padre, suspendido de sueldo, se las verá canutas para pagar el bodorrio, viéndose obligado, finalmente, a vender un valiosísimo cromo de beisbol del año 1952. En el momento de la transacción unos ladrones entrarán en la tienda llevándose el deseado cromo y obligando a nuestros protagonistas a emprender su busqueda por los bajos fondos de la ciudad. Como pueden observar, sin duda, se trata de una absoluta trama de mierda.
Como les decía al principio, la película está dirigida por Kevin Smith, que si pretende relanzar su carrera con productos como Vaya par de polis lo tiene clarísimo, pues lo único que consigue es bajar un nuevo peldaño en su filmografía (y ya se está acercando peligrosamente a los sótanos). Para ello cuenta como protagonistas con una estrella cinematográfica como Bruce Willis y con una estrella de la pequeña pantalla como Tracy Morgan (popular por su papel en la serie Rockefeller Plaza). No existe ningún tipo de química entre ambos y en ocasiones parece como si estuvieran interviniendo en películas distintas. Willis no parece estar cómodo en ningún momento del film; por el contrario, Morgan si parece estar cómodo, lo que terminó provocando mi incomodidad como espectador. Además, como secundarios en la película también intervienen Sean William Scott (el capullo salido de American Pie, que sorprende una vez más con su asombrosa variedad de registros) y Jason Lee (Me llamo Earl), un habitual de las películas de su amigo Kevin Smith.
¿Realmente alguien pensó en algún momento que hacer esta película era una buena idea? Kevin Smith está en horas bajas (y ya hace demasiado) pero, más allá de lo que le hayan pagado por dirigir este cagarro, ¿realmente cree que esta película es buena para su carrera y para que, más adelante, le surjan proyectos más atractivos? ¿Y Bruce Willis? Por muy coleguitas que se hiciera con Smith en el rodaje de La Jungla 4.0, ¿tiene necesidad de aceptar estos proyectos tan menores y sin ningún encanto?
Lo cierto es que al poco de empezar la película uno ya empieza a tener claro que la cosa va a ser un absoluto desastre. El humor que destila la cinta no me hizo gracia en ningún momento (habrá gente que se parta la caja con un negro vestido de teléfono móvil gigante gesticulando como un poseso mientras habla a gritos soltando improperios y memeces varias, pero no es mi caso) y si encima se mezcla con una dosis de acción sin ningún tipo de tensión ni fuerza, pues el resultado huele a cadáver que hecha para atrás. A medida que la trama avanza se van confirmando los temores y uno sólo puede llegar a desear que la cosa termine cuanto antes para que le duela lo menos posible, pero incluso en ese caso, la película se empeña en alargarse innecesariamente. Cuando por fin termina, uno se da cuenta de que no existe nada en la película que resulte mínimamente destacable. Positivamente, se entiende.
Resumiendo: Señor Smith, si lo que pretendía era dirigir esta película para lograr hacer resurgir su carrera cual ave Fénix, lamento comunicarle que, con ella, lo único que ha logrado es orinarse en sus propias cenizas.
Leer critica Vaya par de polis en Muchocine.net
Escena mítica de Taxi Driver (1976) en la que hay uno de los monólogos más conocidos de la historia del cine, interpretado por el gran Robert de Niro.
"(...) ¿Hablas conmigo?... ¿Me lo dices a mí?... Dime, ¿es a mí?... ¿Entonces a quién demonios le hablas si no es a mí?... Aquí no hay nadie más que yo... ¿Con quién puñeta crees que estás hablando? ¿Ah, sí? ¿Eh?... Muy bien...¿Eh?"
Existe un pub en Inglaterra llamado La fortaleza, y en su puerta hay una inscripción en la que se puede leer «sin máscaras, sin poderes, sin heroicidades», este es el lugar donde van todos los superhéroes de la ciudad a relajarse después de una dura jornada de trabajo, combatiendo el crimen y bajando gatitos de los árboles. Uno de sus clientes más célebres es Excelsor (Patrick Baladi), un súper tipo que viste un reluciente traje blanco y dorado, y que posee multitud de poderes, como la capacidad de vuelo, la invulnerabilidad, la fuerza sobrehumana o la telepatía. Pero nuestra historia no se centra en este triunfante y engreído personaje, sino en los cuatro fracasados que se sientan en un rincón.
Allí conocemos a Alex (Nicolas Burns), el alter ego de The Hotness, un superhéroe algo fondón, que puede controlar la temperatura y que mataría a su abuela por conseguir un poco de fama, sino fuera porque su abuela le daría una soberana paliza. A su lado está Sarah (Claire Keelan), su ex novia, que recibe el apodo de Electroclash por poseer la habilidad de controlar aparatos electrónicos mediante la voz. Ella es la hija de dos famosos superhéroes de los 80’s y vive para deshonrar el apellido familiar, robando cigarrillos de las máquinas expendedoras y comportándose como una zorra. Luego tenemos a Jenny (Rebekah Staton), que bajo el sobrenombre de She-Force combina la fuerza del increíble Hulk con el físico de una solterona desesperada por conseguir una cita. Y finalmente está Don (James Lance), mi favorito. Un español de tendencias homosexuales que con el mote de Timebomb puede ver 60 segundos en el futuro. Antiguamente era un despiadado asesino muy temido por los súper villanos, pero hoy en día solo utiliza su poder para conseguir una buena mamada en el servicio de caballeros.
La televisión inglesa siente cierto apego por los perdedores, series como Extras (2005-2007) o The It Crowd (2006) así lo avalan, y No heroics es una ácida comedia de situación que narra los avatares de unos superhéroes de tercera, personajes que en circunstancias normales se olvidarían con facilidad y nunca colocarían su nombre en la cabecera de una revista. Más que seres extraordinarios con poderes extraordinarios, pueden considerarse como gente completamente ordinaria, vulgar y grosera. No son anatómicamente perfectos, no tienen habilidades atléticas, conocimientos en artes marciales o una gran inteligencia, pero eso sí, llevan trajes ajustados. Caricaturizando el concepto del superhéroe y recurriendo a la imaginería de la Edad de Oro de los comics, la serie nos traslada a una Inglaterra donde los superhéroes forman parte de la vida cotidiana y donde puedes encontrártelos en la cola de una panadería o paseando al perro, aunque la mayor parte de la acción se desarrolla en La fortaleza, un lugar que ofrece multitud de guiños a los aficionados y donde se toman bebidas tan llamativas como Gin City, V for Vodka o cerveza Shazamstel.
Porque en La fortaleza se fuma y se bebe mucho, pero sobretodo se habla de manera obscena. Los personajes sueltan tacos sin cesar y sus diálogos están cargados de mucha mala leche, algo que puede remitirnos al cine de Kevin Smith, pero lo cierto es que el señor Smith tiene más recursos que Drew Pearce, el creador de esta serie (solo un par más, no crean). En No heroics todas las charlas, y por extensión todos los chistes, giran alrededor del sexo, algo que resulta efectivo en un principio pero que luego acaba por convertirse en un lastre, porque la serie se hace repetitiva y algo cansina, y eso que solo consta de 6 capítulos de 20 minutos cada uno.
Superman empinando el codo en La fortaleza
Los personajes se nos presentan pretendidamente repelentes y al espectador le cuesta cogerles apego, algo que resulta difícilmente perdonable en una serie coral. Hay otras ficciones de la pequeña pantalla, como The Office (2001) por ejemplo, en que varios de sus protagonistas procuran caerte mal intencionadamente, pero no quedan exentos de carisma y encanto, porque reciben el soporte de guiones sólidos y repletos de intención, algo que aquí no ocurre. Tenemos palabrotas y tipos barrigudos con súper poderes, y desde el principio estamos deseando que la cosa coja su punto y levante el vuelo. Pero los personajes hablan y hablan, y los deberes quedan por hacer.
La frase: «Así es Alex, sigue robándome dinero y largándose cada tres días, pero siempre me trae algún regalo. Aunque solo sean herpes.»
La frase 2: «Ya no tomo éxtasis, es una larga historia. Me volví loco y le pegué fuego al vello púbico de alguien.»
La frase 3: «Me encanta mi trabajo. Hago daño a la gente, los ato y entonces los cuelgo de los brazos hasta que oyes desgarrase sus tendones. Luego me voy a casa, me sacudo una botella de vodka, y puede que fume un poco de caballo para sentirme bien. Así que supongo que estoy intentando averiguar si cortarle los dedos a un súper villano y hacérselos comer en una baguette con queso es algo realmente heroico.»
BONUS TRACK:
MALAS PULGAS: Nuevo programa de Cuatro que viene a sustituir a “Soy adicto” (que no acabó de funcionar de audiencia) en el acces prime time de las noches de los viernes. La cosa está en que, al igual que ya hicieran con su adaptación patria de la Supernanny, en Cuatro, han adaptado el formato de “El encantador de perros” (programa que la cadena sigue emitiendo las mañanas de los fines de semana).
Para ello han sustituido a César Millán por un tipo con coleta llamado Borja Capponi que, al parecer, sabe un huevo y medio sobre trato canino. Lo demás ya se lo saben ustedes, el tipo trata de reeducar a los perros empezando por reeducar a sus dueños, contándoles aquello tan conocido de que deben convertirse en los jefes de la manada (entiendan manada por familia, perro incluido).
En malas pulgas analizan tres casos por programa. Por ejemplo, en el primero, conocímos a Luigi, una especie de Chiuahua tirando a cabrón que, incluso, se permitió el lujo de pegarle un bocado al bueno de Borja (mal vamos, pensé para mis adentros, si con el primer perro que pilla el hombre ya le marcan los dientes); a Sira, un pastor alemán excesivamente efusivo y nervioso; y a Frodo, un perraco de esos arrugados que era de un dominante de muy señor mio.
La audiencia está respondiendo bastante bien (empezó con un 8,2%), aunque todo hace apuntar a que, poco a poco, el fenómeno se va desinflando.
SUPERVIVIENTES 2010: Nueva edición de Supervivientes (y van siete ya en Telecinco) para las noches de los jueves con Jesús Vázquez como presentador (recordemos que el año pasado lo relevó a media temporada Cristian Gálvez) y con Eva González, controlando a los concursantes en la isla.
La novedad más representativa de este año es que además de los famosillos de turno, esta edición también cuenta con un grupo de anónimos. Por lo demás, la vida sigue igual. Este año la isla está en Nicaragua, lo que termina comportando el típico ritmo televisivo lento a matar de este tipo de productos ya que conectar en directo con la otra punta del mundo, y el retardo que eso conlleva, no ayuda, precisamente, a que la cosa transcurra con una especial fluidez.
En el grupo de los famosos (es un decir), encontramos los rostros de Consuelo Berlanga, una periodista que nada más pisar la playa ya se las quería pirar y que no dudó en liarla, en directo, con la organización por haberle quitado un chubasquero (el surrealismo no cesa); Mireia Canalda, una modelo metida a reportera, conocida por sus amistad con algún que otro futbolista; Carla Pereyra, una modelo Argentina de la que jamás había oído hablar; Bea la legionaria, la ex-concursante de Gran Hermano (que ya la lió incluso antes de llegar a la isla, porque al parecer la querían echar del avión que los llevaba hasta Nicaragua); Beatriz Trapote, reportera de Telecinco y famosa de última generación a raíz de su relación con el hermano de Jesulín de Ubrique; Rafa Mora, el pesado de Hombres, Mujerers y Viceversa, encantado de conocerse; Óscar Higares, un ex-torero; Miguel Ángel Perdiguero, un ex-ciclista (cómo está el patio); Guillermo Martín, ex-concursante de Operación triunfo; y Javier Quiñones, actor que colaboraba con Los Morancos interpretando a “la Devo”. Como pueden observar, se trata del no va más en cuanto a popularidad. Madre mía, lo que habrá sudado Telecinco para encontrar a alguien que quisiera pirarse a la isla.
No obstante, la audiencia está rondando el 20%, con lo que Telecinco ya se puede dar con un canto en los dientes.
TONTERIAS LAS JUSTAS: Cuatro sigue buscando, desesperadamente, algo que les funcione en su franja de tardes (la hostia que se metieron con “Lo que diga la rubia” fue de las que hacen historia) y en esta ocasión han optado por un formato de humor capitaneado por Florentino Fernández.
El programa es una especie de contenedor en el que parece como si todo tuviera cabida: noticias, a las que intentan buscarles una cómica vuelta de tuerca (algo que ya hiciera “El informal” con mejores resultados), actualidad, repaso al mundo televisivo, videos con doblajes divertidos (de nuevo ya visto en “El informal”) y gags en directo en el plató. Para ello Florentino cuenta con un par de colaboradores que se sientan con él en la mesa de presentador: Ana Simón (cuyo programa en Antena 3 “La jaula” apenas duró dos semanas y que vale mucho más que los programas en los que está interviniendo) y Dani Martinez, humorista e imitador (que ya había colaborado en el programa de Cuatro “Estas no son las noticias). A éstos tres, súmenles un par de colaboradoras de buen ver vestidas con ropas escuetas.
Es como si en Cuatro, para competir con el “Sé lo que hicisteis” de la Sexta, hayan optado por copiarles la fórmula, o sea, tias buenas y tios graciosos, todo ello aderezado con humor, repaso a la televisión y gags en plató. El problema es que la cosa no funciona y hace aguas por la sencilla razón de que no hace gracia y que todo está excesivamente forzado, creando en el espectador una constante sensación de caos. Una lástima, créanme, porque me esperaba bastante más.
Para colmo, la audiencia está siendo mala, acabando, la mayoría de los días, por debajo del 5% de share. No es tarde para reaccionar, pero como no lo hagan rápido tienen los días contados.
MUJERES RICAS / CASADAS CON HOLLYWOOD: Parecer ser que el tema de los “Callejeros” ya no da más de sí, así que un par de cadenas, La Sexta y Cuatro, han optado por darle la vuelta a la tortilla e irse al otro extremo. Ambas cadenas han emprendido un par de docurealitys tan parecidos entre sí que, de hecho, son lo mismo, y donde lo único que varía de uno a otro no es otra cosa que el emplazamiento.
En el primero conocemos a cuatro pijas ricas que viven en España (la mayoría de ellas en Marbella) y asistimos a su trepidante día a día. Una de ellas es una enamorada de los cuadros (y se permite el lujo de soltar frases del estilo “el arte me persigue”) y está como loca por comprarse un Miró, por mucho que su marido le insista en que no es el mejor momento y que debe elegir entre el cuadro o un abrigo de pieles, pero que todo no puede ser, lo cual, ya les aviso, no le va a sentar nada bien. Otra, una argentina mujer de un popular ex-futbolista (Cannigia), nos muestra su mansión y nos educa sobre su peculiar filosofía de vida, que incluye el hecho de haberse gastado, aproximadamente, unos cinco millones de euros en ropa (y nos deleita con frases del estilo “tengo un chófer que te pega una patada y te arranca la cabeza” o “me gusta como vivían en el antiguo imperio romano, los hombres luchaban y eso tiene su encanto”). La tercera, regentaba una discoteca VIP en Marbella y a pesar de todo el glamour que debía soportar sobre sus hombros, nada más aparecer en pantalla me di cuenta de las manchas de sudor que adornaban sus axilas, con lo cual, todo su glamour se fue a tomar por saco en un santiamén (esta tenía un marido sobre el que decía “quiere más a su loro que a mi”). Y las últimas eran las Collado, dos hermanas, separadas, una con un Porche y la otra con un Ferrari que solían quedar con la ex de Guti para ir a echarse unas partidas de padel.
En Casadas con Hollywood, por el contrario, lo que nos muestra es a cuatro mujeres españolas que han optado por cruzar el charco e instalarse en Hollywood donde hacen vida. En el programa pudimos conocer a una ex de Bruce Willis que se había casado con un descendiente de Cartier y que, por si fuera poco, su mejor amiga era Eva Longoria (Mujeres desesperadas) y pudimos comprobar lo aburridas que eran sus fiestas (cena mejicana y juegos de acertar personajes con mímica... y con la pasta que tienen). A otra que le da por aprender a pilotar un helicóptero porque, al parecer, era la ilusión de su vida, y que, más tarde, para acabar de completar el día, se va hasta el concesionario de Aston Martin y se pilla el coche más caro que encuentra en la tienda (y encima con los santos cojones de regatearle el precio al pobre vendedor con la excusa de que había visto un vestido que se quería agenciar). Una tercera que organizaba una fiesta hawayana de alto estanding en su casa, con la creme de la creme del lugar. Y la última, que nos relataba sus enormes problemas de espacio (vivía en una mansión que era más grande que un puto campo de fútbol) y nos contaba que estaba pensándose en comprar la casa de su vecina, que resultaba ser la ex de Al Paccino.
Este tipo de programas acaban resultando una curiosa mezcla entre mala leche (ver a mujeres que cagan billetes de quinientos pavoneándose del influjo del lujo en que se ha convertido sus vidas no deja de crear un cierto estado de violencia en mi interior) y puro divertimento (las tias viven tan alejadas de cualquier realidad social que no sea la suya propia que no deja de resultar gracioso verlas desenvolverse en su propia burbuja). Además ambos programas están bien realizados y editados a modo de que resulte entretenido y ameno para el espectador. Si tuviera que elegir uno de los dos, sin duda me quedaría con el primero por el simple hecho de que las protagonistas están mucho más chaladas que las que viven en las americas, especialmente la mujer del futbolista, que terminó convirtiéndose en mi favorita.
Ambos programas han dado en el clavo consiguiendo grandes audiencias. Mujeres ricas consiguió un espectacular 13,9% de share en su estreno, convirtiéndose en el programa no deportivo con mejor cuota de pantalla del canal; y Casadas con Hollywood consiguió un digno 8,8% en la disputada noche del domingo.
Una odisea en el espacio
Hay personas, la mayoría hombres, que debido a sus correspondientes trabajos pasan fuera de su casa demasiado tiempo perjudicando la educación de sus hijos. Esa larga ausencia provoca una falta de relación vital en la que la criatura que está creciendo no tiene el mismo afecto tanto de la madre como del padre. Ejemplos claros los tenemos con los soldados, los hombres de negocios, los pescadores, o, como el que nos viene al caso, los astronautas. En el documental Son & Moon (Diario de un astronauta) (2009), de Manuel Huerga, el astronauta Michael E. López-Alegría, nacido en Madrid y de padres extremeños pero nacionalizado estadounidense, debe afrontar otra misión espacial en la que se aislará durante siete meses de su mujer y su hijo Nico. Pero como dice él en el documental, "hay que pagar un alto precio por tus sueños". Aunque, ¿qué tiene de apasionante el ser astronauta para que uno deje a su familia? Pues López-Alegría tiene muy clara la respuesta, ya que es algo muy importante para el futuro de la humanidad, aparte de vivir uno mismo la experiencia tan especial de montarse en un cohete en dirección hacia las estrellas. Sin embargo, le duele que su sueño tengan que pagarlo los que están a su alrededor, siendo siempre presente la tragedia del transbordador espacial Columbia que se destruyó en 2003, llevándose consigo a sus siete tripulantes.
Gran parte de la trama de este interesante documental se basa en las videoconferencias del astronauta con su hijo, tanto para leerle cuentos (como La princesa prometida) como para felicitarle su séptimo cumpleaños. Y la relación que mantienen ambos es buena, pero en algunas ocasiones el crío no está por la labor de hablar con su padre, manteniéndose un tanto disperso, seguramente por la rutina de tener que hacerlo siempre delante de una cámara. Algunos críticos han acusado un poco a la película de utilizar demasiado esas imágenes, algo que a un servidor no le ha molestado en absoluto, aunque sean de una calidad ínfima por la mala conexión. Además, hay bastantes escenas interesantes en la historia como para que se caiga tanto en la repetición. Y para conseguir eso, el director Manuel Huerga, responsable de Antártida (1995) y la emocionante Salvador (Puig Antich) (2006), ha sabido recrear el mundo apasionante del espacio con la ayuda del astronauta López-Alegría, siendo su operador de cámara durante todo el tiempo que estuvo en órbita. Y aunque, la verdad, cinematográficamente la película no parece tener nada que destacar, el montaje del propio Huerga ha unido el interesante material obtenido por el astronauta (juntando después su voz en off, leyendo su diario) con escenas emotivas, informativas y familiares. Las mismas horas antes del despegue del cohete Soyuz hacia la Estación Espacial Internacional (ISS) llegan al corazón del espectador por imaginar casi lo que siente el mismo astronauta, nervioso tanto por el viaje tan importante que va a realizar como por la familia que va a dejar. Todo esto sumándole la magnífica música de Micka Luna, autor también de la banda sonora de la reciente Ingrid (2009).
En cuanto a la información que nos aporta el documental, aprenderemos varias cosas sobre el entrenamiento al que son sometidos los astronautas, trabajando con simuladores en enormes laboratorios antes de empezar su misión. Conoceremos el primer estado de microgravedad después de empezar el vuelo; veremos cómo pasan los días en la nave, estando nueve o diez horas trabajando, unas dos entrenando, llegando la deseada hora de cenar en la que después descansarán leyendo o viendo alguna película. Veremos las ceremonias de relevo de mando en las expediciones y sabremos que los astronautas cogen muestras de sangre y orina para luego ser estudiadas en la Tierra. Y en otras videoconferencias, nos hará gracia oír hablar español a López-Alegría con sus familiares (hay que ver la película en versión original), donde también les hará disfrutar flotando por la nave haciendo piruetas y volando como Supermán. Pero como bien comenta el astronauta, "cuando estás en un sitio parece que el otro es un sueño".
"Muy buen documental sobre la vida del astronauta en órbita, en el que destaca la elección de la banda sonora y la mezcla de información y de emoción a partes iguales"
Leer critica Son & moon (diario de un astronauta) en Muchocine.net
Adolescentes ultraviolentos en pijama.
Mi apretada agenda me ha obligado a ver Kick-Ass, lo último en adaptaciones cinematográficas sobre comics de superhéroes, en dos sesiones, lo curioso del caso es que no he podido tener percepciones más opuestas. Después del fiasco que supuso Wanted (2008), aquella vulgar película basada también en un cómic de Mark Millar, los primeros minutos de este filme me parecieron sobrecogedoramente amorales y gamberros. La cinta goza de un ritmo endiablado, de una buena puesta en escena, de una violencia grotesca que no había vuelto a ver desde Pulp Fiction (1994), porque produce ese tipo de efecto en el que asistes a una matanza, llena de apuñalamientos y desmembramientos, mientras se te dibuja en la cara una sonrisa de oreja a oreja. Y además parecía la adaptación perfecta, fiel al espíritu del cómic original y poseedora de una buena cinemática. Matthew Vaughn tenía entre manos un proyecto capaz de atestarle una sonora bofetada en la cara a Zack Snyder y su Watchmen (2009).
«Ya está aquí»- me dije, - «la película que hará que las demás cintas de acción de este año parezcan salidas del pleistoceno y que redefinirá el concepto de blockbuster para el nuevo milenio». Pero lamentablemente Kick-Ass, la película que no el cómic, se vuelve más asequible y menos transgresora a medida que avanza el metraje, domesticando su trama hasta desembocar en un clímax final demasiado en sintonía con los valores establecidos. De nuevo el pop de derribo se convierte en mainstream, como también sucediera con la ya mencionada Wanted (2008). Si hay alguna lección que aprender de todo esto es que cuanto más popular es un arte, más lentos son los mecanismos para su desarrollo, o lo que es lo mismo, que el cómic hoy en día es mucho más valiente y provocador que el cine.
Para no caer en equívocos aclararé que el filme en su conjunto resulta bastante equilibrado, y que mi percepción y mis expectativas se deben básicamente a dos motivos extra-cinematográficos. El primero y fundamental es haber leído el cómic, la obra de Mark Millar y John Romita Jr. puede no ser perfecta, ni mucho menos, y sin duda una adaptación cinematográfica de esta índole necesitaba cambios y simplificaciones, pero conociendo el material original a uno le es fácil adivinar qué modificación ayuda a la historia y qué es una mera concesión de cara a la galería, algo con lo que todo lector deberá lidiar al enfrentarse al filme. El segundo motivo es que soy bastante impresionable y la película es una fardada que empieza muy fuerte. Me comentaba mi compañero de blog, el jefe Dreyfus, que la ves con quince años y flipas, y sin duda un servidor tiene algo de quinceañero cuando se pone delante de una pantalla. Pero mi queja no es que la película no tenga momentos alucinantes a lo largo de todo el metraje, que haberlos haylos, sino que su potencial de perversidad y fascinación apuntaba a cotas más altas.
La trama nos narra las aventuras de un friki que decide emular a sus héroes de ficción adoptando una identidad secreta como justiciero enmascarado, y el filme básicamente puede tomarse como una revisión paródica y realista de los cómics de Spider-Man, donde la auto-referencia y el metalenguaje quedan siempre implícitos. Hay una escena en que el protagonista menciona que «sin poderes no hay responsabilidades», deformando así la popular sabiduría del tío Ben. En el primer párrafo señalábamos que el filme tiene algo de Tarantino en su manera radical de gestionar la violencia, pero además las escenas de acción adquieren tintes excesivos al estilo Matrix (1999), tal y como manda el signo de los tiempos. Y aunque esta fantasía adolescente tiene innegables pretensiones realistas, no es la exageración lo que juega en su contra, sino el hecho de que poco a poco se va asentando en los mecanismos del género y adentrándose en la ficción pura y dura, hasta producir cierto alivio ingenuo en el espectador, cuando lo que éste desea son más agallas.
A pesar de todo la cinta dispone de varios momentos de vértigo, una corrosiva combinación de ultra violencia y humor, múltiples referencias a la cultura pop, un lenguaje obsceno, adolescentes en pijama combatiendo el crimen y una pequeña psicópata de tan solo once años (Chloë Grace), elementos que harán las delicias de más de un aficionado, por lo que solo resta felicitar a Nicolas Cage. El actor, después de su absurda aventura con El motorista fantasma (2007) y de aquel intento fallido de interpretar a Superman a finales de los 90’s (demos gracias a Dios de que el proyecto no prosperara), por fin ha logrado participar en un filme de superhéroes entretenido y con carisma, pero que pudo ser mucho, mucho más.
La frase: «De todos los millones de personas a las que les gusta los Súper Héroes, uno pensaría que alguno lo intentaría.»
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BONUS TRACK:
Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti.
La vida es tranquila en la estación de servicio (donde el mayor problema radica en conseguir que funcione el viejo televisor), hasta el día que nos ocupa. Con cuatro clientes en el bar, empiezan a suceder una serie de fenómenos extraños: no hay señal de televisión, no funciona la radio, las lineas telefónicas están cortadas, una misteriosa nube de insectos se acerca peligrosamente al establecimiento y... ah, si, una vieja empezará a morder a la clientela y a andar por el techo. Está claro que algo raro está pasando pero lo peor todavía está por llegar. El ángel del principio, al que le habíamos perdido la pista durante media hora larga, llegará por fin al bar (que si no hubiera sido tan capullo de arrancarse las alas nada más empezar la peli hubiera llegado mucho antes) y les desvelará el gran secreto: El hijo que está esperando la camarera es la gran esperanza para lograr salvar a la humanidad; el problema está en que mogollón de humanos han sido poseídos y se lo quieren cargar.
Para tratarse de un producto como éste, lo cierto es que la película cuenta con un par de nombres importantes en su reparto: Paul Bettany, que interpreta al ángel vengador, quien a pesar de haber intervenido en películas de renombre como Una mente maravillosa, Master and Commander, Dogville, Wimbledon o El código Da Vinci, siempre será recordado por conseguir llevarse al catre a Jennifer Connelly, su esposa en la vida real (cualquier otro mérito palidece ante tal hazaña); y Dennis Quaid, que interpreta al dueño del local. No es que ninguno de los dos esté especialmente mal en la película, más bien diríamos que ambos hacen lo que pueden con el material del que disponen.
La trama de esta película es un absoluto disparate. Realmente no intenten, ni por un momento, intentar tomarse medianamente en serio nada de lo que allí sucede o pueden acabar con una ulcera del tamaño de un puño. La historia no deja de ser una mezcla de varias historias ya vistas. Prueben a mezclar Terminator con una de zombies donde los protas tienen que evitar que los malos entren donde se encuentran para que no se les papeen el cerebro, y añádanle unos leves toques de religión barata.
La película empieza en una noche lluviosa donde vemos caer a la tierra a un ángel que decide arrancarse las alas en un arrebato que se antoja claramente doloroso, justo antes de buscar cobijo (cualquier otro hubiera buscado resguardo antes de automutilarse, pero nuestro protagonista no). El susodicho se hace pasar por un humano cualquiera, y algo gordo tiene que estar a punto de suceder porque el tipo decide armarse hasta los dientes con un auténtico arsenal. Más tarde hay unas posesiones a humanos anónimos, se forman tiroteos, hay luchas y, finalmente, el ángel termina huyendo. Lo que en una película normal hubiera durado prácticamente la mitad de su metraje, sólo sirve para llenar los cinco primeros minutos de Legión.
Después de este frenético inicio ya estaba yo a punto de arrojar la toalla cuando, de pronto, toca cambio de tercio. De repente nos encontramos con un nuevo escenario que nada tiene que ver con lo visto hasta el momento. La acción se sitúa ahora en una estación de servicio situada en una de esas carreteras que atraviesan un desierto norteamericano por las que apenas circula nadie, a pesar de lo cual, mantiene a cuatro empleados: el dueño, su hijo (que también ejerce como mecánico ocasional), un cocinero y una camarera. Al espectador se le deja claro que el hijo del dueño está enamorado hasta las trancas de la camarera, quien, a su vez, está embarazada de otro hombre, a quien no conoceremos en toda la película.La vida es tranquila en la estación de servicio (donde el mayor problema radica en conseguir que funcione el viejo televisor), hasta el día que nos ocupa. Con cuatro clientes en el bar, empiezan a suceder una serie de fenómenos extraños: no hay señal de televisión, no funciona la radio, las lineas telefónicas están cortadas, una misteriosa nube de insectos se acerca peligrosamente al establecimiento y... ah, si, una vieja empezará a morder a la clientela y a andar por el techo. Está claro que algo raro está pasando pero lo peor todavía está por llegar. El ángel del principio, al que le habíamos perdido la pista durante media hora larga, llegará por fin al bar (que si no hubiera sido tan capullo de arrancarse las alas nada más empezar la peli hubiera llegado mucho antes) y les desvelará el gran secreto: El hijo que está esperando la camarera es la gran esperanza para lograr salvar a la humanidad; el problema está en que mogollón de humanos han sido poseídos y se lo quieren cargar.
Para tratarse de un producto como éste, lo cierto es que la película cuenta con un par de nombres importantes en su reparto: Paul Bettany, que interpreta al ángel vengador, quien a pesar de haber intervenido en películas de renombre como Una mente maravillosa, Master and Commander, Dogville, Wimbledon o El código Da Vinci, siempre será recordado por conseguir llevarse al catre a Jennifer Connelly, su esposa en la vida real (cualquier otro mérito palidece ante tal hazaña); y Dennis Quaid, que interpreta al dueño del local. No es que ninguno de los dos esté especialmente mal en la película, más bien diríamos que ambos hacen lo que pueden con el material del que disponen.
La trama de esta película es un absoluto disparate. Realmente no intenten, ni por un momento, intentar tomarse medianamente en serio nada de lo que allí sucede o pueden acabar con una ulcera del tamaño de un puño. La historia no deja de ser una mezcla de varias historias ya vistas. Prueben a mezclar Terminator con una de zombies donde los protas tienen que evitar que los malos entren donde se encuentran para que no se les papeen el cerebro, y añádanle unos leves toques de religión barata.
Después de los terribles cinco primeros minutos, lo cierto es que el cambio de escenario le prueba a la película. Lo que le sigue es una entretenida media hora donde, incluso, uno empieza a pensar que había juzgado la película antes de tiempo. En ella encontramos un par de buenas escenas (la de la abuela que anteriormente les comentaba, especialmente) y la acción deja paso a una tensión bien conseguida. Lamentablemente las buenas intenciones duran menos de lo que a uno le hubiera gustado y el guión no consigue rematar la faena alargando la llegada del plato fuerte con insulsas conversaciones entre los protagonistas quien, llegados a este punto del metraje, se deciden a contarnos sus vidas. Para colmo, el plato fuerte que finalmente acaba llegando, no resulta todo lo efectista que se pudiera esperar, rozando en ciertos momentos el ridículo, al intentar buscar explicación a una historia que no se sostiene por ningún lado.
Resumiendo: Una chorrada como la copa de un pino que logra aguantar el tipo durante su primera media hora, hasta que empieza a desplomarse como un castillo de naipes.
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Escena crucial de París, Texas (1984), de Wim Wenders, donde hay un monólogo emocionante del personaje de Harry Dean Stanton en los últimos cinco minutos:
"(...) Y por primera vez, deseó estar lejos de allí...Deseó estar perdido en un vasto país donde nadie le conociera; algún sitio sin gente... ni calles...Soñó con ese sitio sin conocer su nombre; y cuando despertó, estaba ardiendo. Había llamas azules quemando las sábanas; corrió a través de las llamas hacia las únicas personas que amaba, pero se habían ido. Sus brazos estaban ardiendo; se lanzó fuera y rodó sobre el suelo mojado. Luego corrió; nunca miró atrás hacia el fuego, sólo corrió...corrió hasta que el sol salió y no pudo correr más. Cuando el sol se ocultó, corrió otra vez. Durante cinco días corrió así, hasta que todo signo humano desapareció"
«Las películas de hoy en día son muy raras, te hacen pensar.»
Comentario de Britney Spears, estrella del pop venida a menos.
"La habilidad que tengo, que es la de absorción de litro y medio de agua, de un sólo golpe, por vía anal..."
Camilo José Cela (Premio Nobel de Literatura).
Buenas noches (con Mercedes Milá). TVE1. 1982.
La mala educación
Me imagino que es bastante alagador y honroso para un director novel que alguien le atribuya a su manera de hacer cine un cierto parecido con algún otro director con más trayectoria y prestigio. Sin embargo, hay comparaciones de las que se pueden sustraer otras opiniones no tan dignas de elogio. Precisamente, con su segunda película, Fish Tank (2009), que ha ganado entre otros premios el del Jurado en Cannes, a la directora británica Andrea Arnold se le ha empezado a asemejar con Ken Loach, el director del realismo social por antonomasia, algo que de antemano es por lo menos digno de un merecido interés, sobre todo recordando una de las películas más serias y, a la vez, más simpáticas, del director inglés, como es Riff-Raff (1990). Pero una vez vista la película de la señora Arnold, he de decir que sí es verdad que la directora, en parte, ha conseguido un realismo convincente pero acercándose en un principio al lado que menos me gusta de Loach (por no decir el que más detesto), cuando se pone a retratar de manera tan realista (por no decir exagerada) la vida de algunos personajes perdidos, sin trabajo, que no paran de beber ni fumar, y que encima no tienen la más mínima educación. Está claro que en muchos barrios y lugares del mundo esa es la cruda realidad, en eso estoy de acuerdo, pero no me vale que eso se me muestre todo el rato delante de la cámara y que encima se piense que me vaya a interesar algo por esos personajes tan histéricos y frenéticos, como en la insoportable Ladybird, ladybird (1994).
Sin ir más lejos, la protagonista de Fish Tank es una joven de quince años llamada Mia (primer papel de Katie Jarvies) que lo único que hace es bailar breakdance, estar de mala uva con su hermana menor y su madre (las tres se gritan y se soportan poco), con sus constantes contestaciones de mal gusto y su manera de pasar de todo el mundo. Con eso, el espectador más desconfiado no puede dejar de pensar qué es lo que deparará en la hora y tres cuartos que quedan, suspirando a que pase algo que haga cambiar la premisa inicial. Suerte que ocurre. Aparece un nuevo personaje que poco a poco hará que la historia coja otro rumbo mucho más interesante que el planteado al inicio (visto además infinidad de veces en otras películas independientes). Ese personaje no es otro que el amante de su madre (bien interpretado por Michael Fassbender), un tipo de unos treinta y pico tacos que parece suscitar en Mia una incipiente atracción sexual. Ese sentimiento que empieza a tener por el amante provocará una manera de actuar en Mia un tanto diferente, aunque, por supuesto, sin olvidar su mal vocabulario. Y con eso gana la dirección de Arnold, ya que sabe seguir a su protagonista con cámara en mano, logrando buenos planos, sobre todo cuando son nocturnos, y jugando de manera muy acertada con la fotografía.
Y es que esta directora sabe crear a las mil maravillas imágenes sugerentes con marcados contrastes, algo que ya dejó bien claro en su debut cinematográfico, Red Road (2006). Arnold sabe perfectamente lo que quiere mostrar y cómo lo quiere mostrar, consiguiendo que el espectador se hipnotice con bellas imágenes, destacando casi siempre una luz crepuscular, utilizando su mejor baza con los gestos que obtiene con primeros planos o con detalles que deja fluir en cámara lenta. Sin el talento para recrear esas sensaciones, Arnold no hubiera conseguido mucho más que una historia reiterativa y pesada. Pero tiene suerte de separarse rápidamente de ese inicio poco prometedor para desarrollar una relación que el espectador se da cuenta que puede dar buenos frutos, apoyada por una puesta en escena más que correcta. A esto se le une alguna sorpresa que otra en las últimas secuencias de la película, trastocando bastante al espectador.
Lo que también ha conseguido Arnold con creces es una buena actuación de su protagonista, Katie Jarvies, cuyo primer papel en el cine ha sido este personaje complejo y difícil de interpretar por los varios matices que contiene. También la directora obtuvo una pausible interpretación con la protagonista de su anterior trabajo, Kate Dickie, siendo estos dos personajes bastante parecidos, en cuanto a lo perdidos y solitarios que se encuentran en su demasiado insípida vida. Mismamente, fish tank significa pecera, dando a entender que es una metáfora del estado en que se encuentra la protagonista de esta película, totalmente inadaptada, dentro de un espacio del que se siente agobiada, con falta de cierta libertad. De ahí que desde el inicio de la historia se empeñe en salvar a una yegua cuyos dueños la tienen encadenada a una piedra.
"Interesante historia que contiene un comienzo que recuerda al peor Loach, pero del que después se separa acertadamente para mostrarnos lo mejor de la directora: unas imágenes muy sugerentes, con una fotografía llena de contrastes, hipnotizando fácilmente al espectador"
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Hoy dedicamos la sección spoilers en acción a El Guerrero Americano, la primera parte de la mítica saga que la Cannon produjo a mayor gloria de Michael Dudikoff, el actor ninja por excelencia. Que conste que si se ha ganado ese apodo no es por su técnica en artes marciales, sino por su capacidad para lograr una interpretación escurridiza e invisible. ¡Qué empiece la sesión!
En Filipinas brilla el sol y los militares juegan a pelota. Joe, nuestro taciturno protagonista, ignora a sus compañeros mientras se hace el afectado con una navaja, es un tipo duro y no está para tonterías. Llega el Coronel acompañado por su hija, un bomboncito en edad casadera y con más hombreras que un jugador de Rugby (¡benditos 80’s!). Se despiden y un destacamento de cinco camiones la acompaña al aeropuerto. Lo que sea por la seguridad de la hija del jefe. El pelotón se detiene en medio de la jungla, al parecer unos obreros están excavando la carretera, pero lo cierto es que se trata de una astuta emboscada ninja. Uno de ellos lleva tatuada una estrella negra en la mejilla para que sepamos que es el más malo, hay patadas giratorias, persecuciones y explosiones, y alguien muere atravesado por un destornillador.
La hija del General sube a un coche y se da a la fuga, pero se trata de una de esas americanas histéricas que no saben conducir y enseguida se sale de la carretera. Joe la salva atrapando una flecha al vuelo y luego la atomiza ahí mismo, en un acto de lo más amenazador.
Salen huyendo a través de la jungla, él le rompe los tacones y la falda para que pueda seguir el ritmo, en lo que puede ser el principio de una buena tensión sexual. Se lanzan a un rio y dan esquinazo a sus perseguidores, la chica lloriquea un poco y pide un peine. Cuelgan la ropa en unos matorrales y Joe aprovecha para lucir su palmito de modelo publicitario de Adidas. El chico está como un queso, todo hay que decirlo.
Salen huyendo a través de la jungla, él le rompe los tacones y la falda para que pueda seguir el ritmo, en lo que puede ser el principio de una buena tensión sexual. Se lanzan a un rio y dan esquinazo a sus perseguidores, la chica lloriquea un poco y pide un peine. Cuelgan la ropa en unos matorrales y Joe aprovecha para lucir su palmito de modelo publicitario de Adidas. El chico está como un queso, todo hay que decirlo.
Mientras tanto, en la base, empiezan a llegar bolsas llenas de cadáveres y la opinión es unánime; todo es culpa de nuestro héroe por ser tan atrevido y viril y por haber provocado la contienda. En otro lugar, los ninjas también le pasan el parte a su jefe y dan la voz de alarma de que hay un… ¡AMERICAN NINJA! El jefe se queda estupefacto, esto es tan insólito como descubrir a un chino torero, y además, enseñar los secretos del ninjitsu a los occidentales es una osadía que se paga con la muerte.
Los malos están preparando una entrega de vete tú a saber qué, y mientras tanto hacemos uno de esos descubrimientos que quitan el hipo; ¡su jardinero fue el sensei del protagonista!
Echamos un vistazo a la loca academia de ninjas y asistimos a un entrenamiento de los malos, y como son muchos y no hay uniformes para todos, el de la estrella en la mejilla se carga a media docena en una demostración. Es como ver a Montgomery Burns quemando un billete de un dólar.
Echamos un vistazo a la loca academia de ninjas y asistimos a un entrenamiento de los malos, y como son muchos y no hay uniformes para todos, el de la estrella en la mejilla se carga a media docena en una demostración. Es como ver a Montgomery Burns quemando un billete de un dólar.
Joe deja la chica en la puerta de su casa y se despiden con un beso. Su padre, en agradecimiento, le declara un consejo de guerra. De vuelta a la base todo el mundo lo mira mal, es la soledad del héroe. Según parece, si hay algo que detesten los militares es que uno de los suyos salve a una chica en peligro. Maldito perro engreído, ¿quién se habrá creído que es? Un negro enorme con bigote le busca las cosquillas más de la cuenta y se organiza pelea, el prota gana utilizando el viejo truco ninja de ponerse un cubo como sombrero. El negro queda tan impresionado que se hacen colegas y no tardan en pasear por la base sin camiseta y con los cuerpos engrasados. Cuando parece que uno le va a preguntar al otro si le gustan las pelis de gladiadores, el prota decide largarse en moto, con la hija del Coronel, a ventilarse unos daiquiris a una playa tropical. Allí hay música de saxo, roces y restregamientos, es de suponer que el negro ha despertado a la bestia y que luego la chica ha rematado la faena.
Los malos y uno de sus superiores, un sargento que también está en el ajo, le preparan otra encerrona, pero ni Katanas ni dardos envenenados pueden con el American Ninja, que después de liarla parda huye con ayuda del Jardinero Sensei, aunque al llegar a la base lo arrestan. Es el clásico conflicto mestizo, a Joe no lo aceptan ni ninjas ni americanos y es probable que su maestro esté pasando por algo parecido, vilipendiado por los senseis y odiado por el gremio botánico.
Por la noche Estrella Negra va a la cárcel, pero como no son horas de visita se lía a mamporros. A mitad del festival de mandobles y aspavientos, irrumpe el ejército. Hay una persecución por carretera donde el sargento maloso choca contra un árbol lleno de nitroglicerina y su jeep explota. Los malos secuestran a la hija del Coronel, sí, tenía que pasar. Joe entra de incógnito en villa ninja, inexplicablemente retarda la ola de muerte y destrucción para tomar el té con su sensei y recordar los viejos tiempos, debe de ser un té muy bueno. Luego se viste para la guerra, de repente es como si regalasen katanas y aparecen guerreros hasta de debajo las piedras, pero American Ninja y Jardinero Sensei luchan como jabatos y se los meriendan en un pispás. Estrella Negra lanza un puñal contra Joe y el pecho de Jardinero Sensei lo intercepta, el tipo ya no saldrá en las secuelas.
Llegan los buenos comandados por el negro del bigote, que como ya se está acabando la película y aun no ha mojado, está cabreadísimo y se lía a disparar a diestro y siniestro. ¡Suenan los tambores de guerra, lluvia de balas y fiambres por doquier! Estrella Negra y American Ninja se enfrentan en épica batalla, el malo va armado hasta las trancas, su traje lleva incorporado proyectiles, rayos recalcitrantes y lanzallamas, pero Joe es más fuerte y guapo y lo rebana como a una sandía. Los malos escapan en helicóptero, pero Joe salta sobre él y rescata a la chica, ¡qué tío! El negro del bigote vuela el artefacto por los aires de un disparo y... ¡misión cumplida! Joe se quita el pasamontañas y mira ensimismado al horizonte, parece estar considerando la posibilidad de salir del armario cuando aparecen los títulos de crédito. FIN.
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