No
lo llames amor, llámalo bipolaridad.
Cuando
uno se encuentra con una película del género “comedia romántica”,
con dos guapas estrellas de Hollywood como protagonistas y con un
título del estilo de El lado bueno de las cosas, más que de
entrar en la sala a ver la cinta, de lo que le entran ganas a uno es
de meterle fuego a todos los cines que la proyectan con la intención
de limpiar nuestras almas gracias a un gran fuego purificador. Pero
luego uno empieza a ver las críticas y todos los premios que ha
recibido la peli y, todavía con un bote de gasolina en una mano y un
mechero en la otra, empieza a dudar. Siempre me he quejado
airosamente de que los grandes premios de cine tienden a ningunear
las comedias en favor de los grandes dramas. Y de pronto, nos llega
una pequeña comedia romántica que ha conseguido ocho nominaciones a
los Oscar (y encima en las categorías grandes) y otros muchos
premios internacionales. ¿Me habré precipitado a la hora de juzgar
la película? Pues no.
El
prota es un tipo que un mal día vuelve a su casa antes de tiempo y
pilla a su mujer en la ducha montándoselo con un compañero del
trabajo. Mal asunto. Total, que al hombre se le va la castaña una
barbaridad y lo terminan encerrando en una institución psiquiátrica
para hacer terapia. Ocho meses después lo dejan salir y se instala
en casa de sus padres, pero con la firme intención de recuperar a su
mujer y el resto de su vida anterior. A todo esto, el tipo tampoco es
que esté muy centrado porque se pasa la medicación del centro por
el forro y se pasa todo el día espiando a su ex y corriendo por el
barrio enfundado en una enorme bolsa de basura. Si ustedes pasean por
la calle y de pronto les adelanta corriendo un hombre vestido con una
bolsa de basura industrial, ¿qué van a pensar de él? Correcto.
Pero
como esto es una comedia romántica, y viendo que la ex no está muy
por la labor, resulta evidente que tarde o temprano tiene que
aparecer en la trama otra chica. Finalmente aparece en forma de
cuñada de uno de los pocos amigos que todavía conserva el chico.
Ella es una joven viuda que tampoco se puede decir que esté
perfectamente en sus cabales y que, se lo crean o no, ará muy buenas
migas con nuestro poco equilibrado protagonista. Empezará entonces
una complicada relación de amistad entre ambos. Dios los cría y
ellos se juntan.
La
peli está dirigida por David O. Russell, un habitual “contra
corriente” en Hollywood que después de dos marcianadas de gran
presupuesto como Tres reyes y Extrañas coincidencias,
se jugó el pellejo (y su carrera) con The fighter. Le salió
bien la jugada y logró siete nominaciones, dos Oscar y reflotar su
carrera. Con El lado bueno de las cosas ha vuelto a dar en la
diana de los premios. Parece ser que al hombre le gusta apostar
fuerte y los proyectos, a priori, arriesgados. Se le tiene que
reconocer su valentía aunque estaría bien que de vez en cuando
dejará la cámara un poquito quieta para que el espectador no tenga
en algunos momentos cierta sensación de mareo.
Él
es Bradley Cooper, el crápula de Resacón en las Vegas.
Ella es Jennifer Lawrance la arquera de Los juegos del
hambre. Se trata de dos actores que intentan combinar,
claramente, proyectos muy comerciales con otros más arriesgados. Es
algo de agradecer aunque no siempre acierten. Les acompaña Robert
de Niro, que
interpreta al padre del primero (un forofo del fútbol americano
hasta límites insanos). Los tres están nominados, algo ya de por sí
sorprendente, más si cabe en el caso de un Robert de Niro que no
deja de hacer lo que ya venía haciendo los últimos tiempos, o sea,
nada destacable.
La
intención de los responsables del film ha sido la de realizar una
comedia romántica en la que se pretende huir de ciertos clichés que
albergan este tipo de productos. Se busca realizar algo nuevo, más
arriesgado y, para ello, su punto de partida es el de elegir a unos
personajes protagonistas diferentes de lo que estamos acostumbrados,
con muchos traumas internos, algo desequilibrados y con evidentes
problemas de carencia afectiva que buscarán refugio el uno en el
otro. Además, la película tiene momentos de una fuerte carga
dramática como consecuencia de los problemas que arrastran sus
personajes, que no son pocos.
Pero
poco a poco la comedia romántica que la cinta lleva dentro se irá
apoderando de la trama hasta apropiarse de todo, cayendo en un buen
puñado de tópicos gastados que poco bien le harán a la historia.
La primera mitad de la cinta, la más arriesgada, no me sedujo en
exceso, tiene buenos momentos, pero en general no me convenció ni
logró atraparme demasiado. Realmente me costó bastante entrar en
una historia que no me decía gran cosa. La segunda parte, la más
comercial, con concurso de baile incluido, me acabó de tirar las
pocas esperanzas que tenía depositadas en la cinta por el suelo.
Todo se va volviendo más tontorrón, más fácil y los personajes
empiezan a tomar decisiones que no cuadran demasiado con lo que
habíamos visto hasta entonces, y que se acaba traicionando a sí
misma.
Resumiendo: Cinta que juega a
revolucionar el concepto de comedia romántica sin demasiado acierto
y dejando la rebelión a medias.
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