El personaje protagonista de Sin identidad es un norteamericano que viaja hasta la capital de Alemania para unos asuntos de negocios y termina pasándolas verdaderamente canutas. No entiendo muy bien que concepto deben tener los guionistas norteamericanos de Europa, pero cada vez que uno de sus ciudadanos viaja, en una de sus películas, hasta el continente europeo, se le complica la vida una barbaridad. Me viene rápidamente a la cabeza Frenético de Polanski, con ese Harrison Ford que busca a su esposa (y que guarda bastantes paralelismos con la película que hoy nos ocupa); Hostel, Un hombre lobo americano en Londres, Ronin (tanto personaje como actor), El código DaVinci o El expreso de medianoche. Por suerte en El último tango en París el personaje de Marlon Brando se lo pasaba bastante mejor aunque, claro está, no cuenta porque tanto la película como los guionistas eran italianos.
La película empieza con la llegada a Berlín del dr. Martin Harris, junto con su (bella) esposa, para dar una importante conferencia. Al poco de llegar, nuestro protagonista se sube a un taxi y termina sufriendo un aparatoso accidente (caída al río incluida) que lo deja en coma durante cuatro días. Al despertarse en el hospital, sin documentación, el tipo empieza a recordar quien es y en que hotel está hospedado, así que le dice al doctor que se las pira, que le ponga una tirita bien gorda en la frente para curarse lo del coma y para allá que se va el hombre. Nada más llegar al hotel encuentra a su (bella) esposa pero, incomprensiblemente, ella se muestra incapaz de reconocer al que dice ser su marido, afirmando que Martin Harris es, en realidad, una tercera persona que se presenta ante la seguridad del hotel como tal.
Será entonces cuando nuestro sufrido protagonista, sin papeles, apenas sin dinero y, por supuesto, sin identidad, empezará a deambular por las calles de Berlín intentando buscar ayuda para intentar esclarecer que es lo que está sucediendo. En su camino para demostrar que no está loco del todo buscará ayuda en un par de personas. El primero es un ex agente de Stasi, la antigua policía secreta de la Alemania del Este, que actualmente sobrevive como detective privado; y la segunda es la (también bella) taxista que conducía el taxi en el momento del accidente y que después de dejar aparcado el coche en el fondo del río y salvar la vida al prota (que eso no se lo cree nadie a no ser que la chica condujera ciega de anabolizantes) se las piró de la escena, chorreando, y confundiéndose entre la muchedumbre (ahí la policía Alemana no estuvo muy acertada, para que nos vamos a engañar).
La película está dirigida por el catalán, afincado en Hollywood, Jaume Collet Serra, director de La casa de cera (la que salía París Hilton y que incluía ese momento de gozo generalizado en el que se la cargaban); ¡Goool 2! Viviendo el sueño; y La huérfana. Como pueden comprobar, las tres son cintas de gran terror. Ahora ha decidido pasarse al thriller puro y duro, con toques de acción y el resultado a nivel de dirección es claramente favorable (cabe decir que el listón estaba entre bajo y semi enterrado). Para ello también ayuda tener una estrella como Liam Neeson, un actor que, debo confesar, nunca he valorado en su justa medida a pesar de haber protagonizado films como Darkman o La lista de Schindler y lo cierto es que no solo tiene una presencia arrolladora en pantalla, sino que, directamente, se carga toda la película sobre sus espaldas y se encarga de tirarla hacia delante como si nada. Sabía que era un buen actor, pero no deja de ser extraño que una película tan menor como ésta me lo haya recordado. A su lado encontramos a los secundarios January Jones (de la serie Mad Men y X-Men Primera generación), Diana Kruger (Malditos bastardos, Las vidas posibles de Mr. Nobody) y Frank Langella (El desafío: Frost contra Nixon).
La película empieza como un thriller psicológico en el que el protagonista sufre las vicisitudes de una pesadilla tan real que lo termina dejando desamparado, desorientado y sin medios en un entorno hostil que le es extraño (aunque por suerte en Berlín todo el mundo parece hablar inglés con una soltura digna de admirar), viéndose obligado a sobrevivir y seguir adelante a pesar de no acabar de tener del todo claro si lo que le sucede es real o fruto de su imaginación. Esta primera media hora es, sin duda, lo mejor de la cinta, funciona, atrapa y levanta un complejo castillo de naipes que, lamentablemente, se desmorona prematuramente cuando todavía queda más de una hora de película. Una vez pasada esta primera fase la trama muta hacia el thriller de acción al más puro estilo Bourne y demás, y la historia se llena (en ocasiones de forma incomprensible) de disparos, golpes y persecuciones a pie o con vehículos (todos ellos de la marca Mercedes, que se deben haber encargado de financiar más de la mitad de la película). Aquí la cosa ya empieza a chirriar demasiado y los agujeros en el guión empiezan a agrandarse a pasos agigantados. Pero lo peor está por venir. Porque es en la recta final del film cuando todo salta por los aires y las incongruencias y los giros argumentales imposibles terminan por finiquitar cualquier leve esperanza de que los responsables supieran llevar la película a buen puerto, llegando a rozar por momentos el ridículo y convirtiendo la trama en una broma sin demasiado sentido ni, mucho menos, gracia.
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