Yo soy esa
Lola Montes, la última película del magnífico director Max Ophuls, se reestrenó recientemente en algunos cines de Madrid y Barcelona, dando la oportunidad a unos cuantos privilegiados espectadores para descubrir una verdadera obra maestra, la única que Ophuls realizó en color. Restaurada fotograma a fotograma por la Cinemateca Francesa y estrenada en Cannes en 2008, por fin ha llegado a España en Alta Definición, y por suerte, con el montaje original del director, ya que el film de Ophuls llegó a ser manipulado por los productores y montado en varias ocasiones.
Sin haber visto esta última versión, Lola Montes contiene una historia planteada con brillantez, en la que el espectador se siente atraído desde la impactante escena inicial en la que un maestro de ceremonias de un circo (Peter Ustinov) nos presenta a una atracción de feria, o como dice, a "un monstruo sanguinario con ojos de ángel", que no es otra que Lola Montes (Martine Carol), una mujer que ha tenido infinidad de amantes, tanto de la alta aristocracia como estudiantes, y a la que el público, en la primera parte del espectáculo, le hará preguntas de todo tipo, mientras ella estará sentada en el centro del escenario. En el resto del espectáculo se irá contando parte de su historia, mientras ella irá cambiando su vestuario, igual que todo el decorado, y su pasado será escenificado en la película mediante flashbacks.
El guión de este anodino relato fue escrito por el mismo Ophuls, junto con Jacques Natanson y Annette Wademant, basándose en la novela de Cécil Saint-Laurent. Su protagonista, Lola Montes, fue un personaje real del siglo XIX, cuyo nombre verdadero era María Dolores Eliza Rosanna Gilbert. Se hizo famosa como bailarina de danza española (de ahí que se pusiera el nombre de Lola Montes) y como amante de Luis I de Baviera. Y parte de sus infinitas relaciones amorosas son narradas con un estilo impecable por Ophuls, elegante hasta el más mínimo detalle. La escena del primer amante que aparece en la película, el músico llamado Franz, es un prodigio de delicadeza, con unos diálogos sinceros que resaltan por su calidad. Pero realmente, la secuencia que tiene más importancia y que contiene los mejores momentos del film (aparte de dicha escena inicial del circo) es la relación de Lola con el mencionado rey Luis I de Baviera, muy bien interpretado por Anton Walbrook. Desde la manera en que se conocen hasta toda la relación que tienen como amantes, Ophuls logra una puesta en escena gloriosa, donde tiene cabida hasta el humor más inteligente y agudo. La sordera que tiene el rey está muy bien utilizada y hay que destacar dos momentos simpáticos: primeramente, la escena en la que Lola se rompe su vestido para demostrar a su Majestad de que tiene un buen físico, pidiendo el rey de inmediato una aguja e hilo para remendar el vestido, viendo después correr a unos cuantos por palacio para conseguir llevar al rey lo que ha pedido. Una escena rodada con pocos planos pero moviendo la cámara con acierto. Y la segunda escena es la que vemos al rey preguntando a unos pintores de cámara cuánto tiempo han tardado en pintar los cuadros que le muestran, eligiendo él al pintor que ha tardado más para hacer un retrato a Lola y de esta manera permanecerá a su lado el tiempo que sea necesario.
Esta película fue la última de una trayectoria llena de obras tan conocidas y veneradas por público y crítica, como Carta de una desconocida (1948), La ronda (1950), El placer (1952), o Madame de...(1953), percibiéndose en todas ellas una maestría a la hora de mover la cámara, como en el primer gran relato de El placer. Y en Lola Montes hay que sumarle la fotografía en color, destacando planos azulados y rojizos, como en la escena de presentación de Lola Montes. Un contraste de colores que ayuda a dar vigorosidad a la película, aumentando por momentos la crueldad de la historia y enfatizando sentimientos confrontados en el personaje de Lola Montes.
Sin haber visto esta última versión, Lola Montes contiene una historia planteada con brillantez, en la que el espectador se siente atraído desde la impactante escena inicial en la que un maestro de ceremonias de un circo (Peter Ustinov) nos presenta a una atracción de feria, o como dice, a "un monstruo sanguinario con ojos de ángel", que no es otra que Lola Montes (Martine Carol), una mujer que ha tenido infinidad de amantes, tanto de la alta aristocracia como estudiantes, y a la que el público, en la primera parte del espectáculo, le hará preguntas de todo tipo, mientras ella estará sentada en el centro del escenario. En el resto del espectáculo se irá contando parte de su historia, mientras ella irá cambiando su vestuario, igual que todo el decorado, y su pasado será escenificado en la película mediante flashbacks.
El guión de este anodino relato fue escrito por el mismo Ophuls, junto con Jacques Natanson y Annette Wademant, basándose en la novela de Cécil Saint-Laurent. Su protagonista, Lola Montes, fue un personaje real del siglo XIX, cuyo nombre verdadero era María Dolores Eliza Rosanna Gilbert. Se hizo famosa como bailarina de danza española (de ahí que se pusiera el nombre de Lola Montes) y como amante de Luis I de Baviera. Y parte de sus infinitas relaciones amorosas son narradas con un estilo impecable por Ophuls, elegante hasta el más mínimo detalle. La escena del primer amante que aparece en la película, el músico llamado Franz, es un prodigio de delicadeza, con unos diálogos sinceros que resaltan por su calidad. Pero realmente, la secuencia que tiene más importancia y que contiene los mejores momentos del film (aparte de dicha escena inicial del circo) es la relación de Lola con el mencionado rey Luis I de Baviera, muy bien interpretado por Anton Walbrook. Desde la manera en que se conocen hasta toda la relación que tienen como amantes, Ophuls logra una puesta en escena gloriosa, donde tiene cabida hasta el humor más inteligente y agudo. La sordera que tiene el rey está muy bien utilizada y hay que destacar dos momentos simpáticos: primeramente, la escena en la que Lola se rompe su vestido para demostrar a su Majestad de que tiene un buen físico, pidiendo el rey de inmediato una aguja e hilo para remendar el vestido, viendo después correr a unos cuantos por palacio para conseguir llevar al rey lo que ha pedido. Una escena rodada con pocos planos pero moviendo la cámara con acierto. Y la segunda escena es la que vemos al rey preguntando a unos pintores de cámara cuánto tiempo han tardado en pintar los cuadros que le muestran, eligiendo él al pintor que ha tardado más para hacer un retrato a Lola y de esta manera permanecerá a su lado el tiempo que sea necesario.
Esta película fue la última de una trayectoria llena de obras tan conocidas y veneradas por público y crítica, como Carta de una desconocida (1948), La ronda (1950), El placer (1952), o Madame de...(1953), percibiéndose en todas ellas una maestría a la hora de mover la cámara, como en el primer gran relato de El placer. Y en Lola Montes hay que sumarle la fotografía en color, destacando planos azulados y rojizos, como en la escena de presentación de Lola Montes. Un contraste de colores que ayuda a dar vigorosidad a la película, aumentando por momentos la crueldad de la historia y enfatizando sentimientos confrontados en el personaje de Lola Montes.
"Lola Montes es puro espectáculo, donde un personaje es mostrado al público con todas sus consecuencias, realizado con gracia y perfección en todos sus matices, siendo la consagración definitiva de Max Ophuls como uno de los grandes de la historia del cine"
Leer critica Lola Montes en Muchocine.net
1 piquitos de oro:
A mí no me pareció para nada una obra maestra, más bien muy por debajo de las posibilidades de Ophuls. Es cierto que la estructura del relato es interesante, pero hacia el final pierde fuelle. Aunque está claro que para su último film (y primero en color) Ophüls se esmeró en la fotografía y en los contrastes, algo digno de admirar pues se nota que quiso experimentar.
Un saludo
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