El jovencito Frankenstein.
Ya lo decía la canción: “las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti...”. Y es que durante los primeros años de la década de los '80, un joven (aunque ya despeinado) Tim Burton trabajaba para la Disney, aunque su arte no se puede decir que fuera del todo entendido ni, mucho menos, visto con buenos ojos dentro de la compañía. Así pues, tras dirigir un corto con la técnica de stop-motion, Vincent, y después de realizar un segundo corto basado en el mito de Frankenstein, de nombre Frankenweenie, la multinacional lo echó a la calle alegando que su trabajo había supuesto un desperdicio de recursos monetarios en una película demasiado terrorífica para los menores. Pero el joven Burton no arrojó la toalla y creció y creció hasta convertirse en un hermoso cisne blanco reputado director de culto capaz de contar con el reconocimiento tanto de crítica como de público. Y así fue como a mediados de la década del 2000, la Disney volvió a llamar a la puerta del realizador para volver a contratar sus servicios. Para cerrar el círculo, en 2007 ambas partes firmaron un contrato para la realización de una película basada en el mismo corto por el que lo echaron la primera vez, filmado en blanco y negro, con la técnica del stop-motion y de nombre Frankenweenie. Lo cierto es que si este párrafo lo leen con música de Danny Elfman de fondo la cosa mejora un montón.
El protagonista de la cinta, Víctor Frankenstein, es un niño raro y solitario (el típico niño raro y solitario de las pelis de Burton) que vive con sus padres y su fiel perro, Sparky, en una urbanización de una pequeña localidad de Estados Unidos (la típica urbanización de una pequeña localidad de Estados Unidos de las pelis de Burton). El chico pasa sus horas muertas rodando películas caseras en las que su mascota (y mejor amigo) es el máximo protagonista. Además el muchacho resulta ser todo un pequeño genio en ciencias (lo que le vendrá muy bien para los acontecimientos que sucederán a continuación). Pero un día su perro es arrollado por un automóvil y Sparky, finalmente, fallece. Será entonces cuando Víctor, incapaz de aceptar la pérdida, utilizará sus conocimientos científicos para lograr volver a la vida a su adorada mascota. Lo que Víctor no sabe es que, tanto en literatura como en cine, cuando alguien opta por revivir un muerto suele terminar desencadenando una serie de terribles y catastróficas consecuencias.
Tim Burton vuelve al blanco y negro (que tan buenos resultados le diera en la estupenda Ed Wood) y a la técnica fotograma a fotograma, conocida con el nombre de stop-motion (que ya probara con éxito en La novia cadáver). Pero, sobre todo, a lo que vuelve el director es a sus orígenes, con una cinta que adapta su propio corto del año 1984 y que nos devuelve a la estética de su primer trabajo, Vincent.
Lo que sí que es una noticia de las que hacen época es que, para Frankenweenie, ¡Tim Burton, no ha contado ni con Jonnhy Deep ni con Helena Bonham Carter! Sí, ya sé que se trata de una cinta de animación, pero igualmente contó con ambos para poner las voces a los dos protagonistas de La novia cadáver. A pesar de no encontrar a ninguno de los dos grandes nombres propios de su filmografía, sí que encontramos algunos de los habituales, dispuestos a prestar su voz a los personajes de la historia: Winona Ryder (Bitelchus, Eduardo manostijeras), Martin Short (Mars Attacks!) y un Martin Landau (Ed Wood, Sleepy Hollow) interpretando a un profesor de escuela que recuerda muy, pero que muy, poderosamente a Vincent Price.
Les voy a contar por qué me ha gustado la película: por el diseño y caracterización de los personajes (algunos de ellos simplemente geniales) tan típicos del cine de Burton; por los muchos guiños y referentes a los clásicos del cine de terror; por llenar la historia de monstruos fantásticos, por su oscuridad en clara pugna con su delirante sentido del humor, porque nos devuelve a un Burton en plena forma después del sonado descalabro que supuso “Sombras tenebrosas”; por la melancolía que desprende todo el producto; por su excelente técnica de stop-motion; y, sobre todo, por tratarse de un cuento, terrorífico, pero cuento al fin y al cabo. Lamentablemente a continuación voy a contar por qué la película no logra ser todo lo redonda que podría haber sido: porque a pesar de su espléndido tramo inicial, la historia se resiente hacia la mitad y pierde ritmo y nervio; porque estos momentos de bajón suelen ir acompañados de un cierto vacío de la historia en la que parece que la cosa no termina de avanzar (aunque finalmente avanza y de que manera); y porque, en definitiva, no termina por aportar nada nuevo al cine de Burton, dejándonos con la sensación de algo ya visto, con lo que se termina por perder el factor sorpresa de una historia que nos recuerda a otras anteriores (el mito de Frankenstein también asomaba la nariz en Eduardo Manostijeras) y unos diseños de personajes brutales, pero que ya nos conocemos de trabajos precedentes.
Resumiendo: La carrera de Burton sigue siendo una auténtica montaña rusa. Por suerte para todos, en esta ocasión, la cosa sube bastante alto.
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