Comer, beber, matar.
Después del sonado éxito de las dos primeras entregas de Conan (el bárbaro y el destructor), protagonizadas por el por entonces prácticamente desconocido Arnold Schwarzenegger, hubo una auténtica fiebre por realizar películas de espada y brujería, dando como resultado títulos tan dispares en resultados como El último guerrero, El guerrero y la hechicera, El guerrero rojo, Gor, Ator, Los bárbaros (si, si, la de los gemelos), El señor de las bestias o La reina bárbara, entre muchos, muchos otros. Como suele suceder en estos casos, el género acabó muriendo de puro desgaste quedando relegado, en sus años posteriores, a un cierto éxito a nivel exclusivamente televisivo con las series de Hércules y Xena, la princesa guerrera, producidas ambas por Sam Raimi. Llegados a éste 2011 parece ser que alguien ha vuelto a apostar fuerte por los bárbaros, con este reboot de la saga Conan, que nos llega de la mano del director Marcus Nispel, quien ya intentara reflotar el género hace unos años con El guía del desfiladero. Diríamos que en esta ocasión le han salido bastante mejor las cosas.