The lovely bones (2009)

No matarás al vecino.

El bueno de Peter Jackson cogió por sorpresa a propios y extraños cuando, después de su alocada opera prima, Mal gusto, su extravagante aproximación al mundo de las marionetas con El delirante mundo de los Feeble y su película de culto gore, Braindead (tu madre se ha comido a mi perro), abordó una película basada en hechos reales sobre la amistad (y algo más) de dos adolescentes que se refugiaban en su propio mundo de fantasía, Criaturas celestiales. Quizás por eso, ahora que el director neozelandés parece querer dar una nueva vuelta de tuerca a su carrera, no nos coge a todos tan desprevenidos el hecho de que después de una comedia de aventuras sobre espíritus, Agárrame esos fantásmas, su grandilocuente trilogía de El señor de los anillos y su excesivo remake de King Kong, haya optado por llevar a la gran pantalla una historia, a priori, mucho más pequeña como es The lovely bones.

La película está basada en un best-seller de la escritora estadounidense Alice Sebold, y nos cuenta los trágicos acontecidos sucedidos en una típica urbanización americana en 1973, donde encontramos a una joven de catorce años llamada Susie Salmon, que vive feliz con su familia. Como esto no es una comedia adolescente, sino un dramón de los de aupa, en su camino se cruzará el vecino del barrio con más pinta de sospecho/pederasta/asesino en serie que se puedan ustedes tirar a la cara, quien la violará y asesinará sin ningún tipo de remordimiento aparente. Lo cierto es que la forma de captar a la joven resulta de lo más extraño, pues el hombre cavará un agujero en medio de un maizal cercano a su casa, donde construirá un escondrijo a modo de refugio para adolescentes hasta el cual atraerá a la joven. A modo de plan no deja de ser tirando a raro aunque, por desgracia para la joven Susie Salmon, ese día no llovió.

Una vez el asesino ha ejecutado su plan, se ocultará nuevamente en su sospechosa casa, siguiendo su sospechosa vida, en su sospechosa soledad, mientras sigue con su sospechosa afición a construir casas de muñecas, a pesar de lo cual nadie parecerá intuir que el personaje esconde algo extraño, ni siquiera cuando en medio de un interrogatorio de la policía se ponga a balbucear y a sudar como un cerdo ante la pregunta “donde estaba usted la noche del miércoles” (al parecer en 1973 la policía no estaba mucho por la labor). A pocas casas de distancia, el drama se cernirá sobre la familia de la joven desaparecida, quienes intentarán sobrellevar la pérdida como buenamente puedan. La fallecida Susie Salmon, no obstante, contemplará los acontecimientos que se irán sucediendo desde un espacio existente entre la tierra y el cielo. Un lugar mágico, con grandes praderas de un verde intenso y vivos colores. Una especie de antesala a las puertas del cielo. ¿Es el purgatorio? ¿Es el cuarto mundo imaginado por las protagonistas de Criaturas celestiales? ¿Es Pandora?

Susie Salmon está interpretada por la joven Saoirse Ronan, actriz que a poco que se esfuerce será la polla en vinagre, como ya apuntó en su papel ni niña cabrona en Expiación (por el que estuvo nominada al Oscar como mejor actriz de reparto), y también se dejó ver en ese quiero y no puedo que terminó siendo City of Ember. Ella resulta ser de lo mejor de la peli junto con el malo de la función, un espléndido Stanley Tucci (quien se dio a conocer en la serie Murder one y luego ha ido apareciendo como secundario de lujo en películas como Camino a la perdición, La terminal o El diablo viste de Prada), que borda su papel de tio chungo. Lo cierto es que era un caramelo de papel y Tucci se lo come con patatas. Además, en la película, también encontramos a Mark Wahlberg (El incidente) que encarna al padre de la víctima que se dedica a romper botellas con barcos dentro para expresar su dolor; a Rachel Weisz (Agora), como la madre quien, incomprensiblemente en medio de todo el dramón, lo deja todo para irse a trabajar como temporera en el culo del mundo recogiendo manzanas; y Susan Sarandon (Pena de muerte), como la abuela, que cuando aparece en pantalla, a pesar de ser alcohólica y fumar en exceso, de la hija desaparecida, de la desgracia familiar (y de una lavadora estropeada), la gente a su alrededor, sin sentido aparente, se pondrá a bailar.

La peli empieza prometiendo mucho y de lo bueno. De entrada la peli está narrada a modo de voz en off por la joven víctima que va poniendo sobre aviso al espectador de lo que está a punto de suceder, la escena del asesinato, tan irreal y absurda como bien dirigida por parte de un Jackson que, a partir de ese momento, empezará a demostrar una detallada obsesión por las manos del asesino, un brillante Stanley Tucci. Llegados a este punto olvídense de las buenas intenciones. Lo que sigue es un montón de nada. Vemos a Susie Salmon correteando por unos escenarios de gran colorido y artificialidad que no aportan mucho a la historia salvo un buen montón de escenas a medio camino entre lo cutre y lo hortera. En una de estas escenas vemos un árbol en el cual, de repente, todas sus hojas se echan a volar cuales pájaros. Más tarde, las hojas/pájaro vuelven a colocarse en su sitio, vistiendo las ramas desnudas y corroborando que, efectivamente, se debían tratar de hojas/golondrinas.

Lo que resulta innegable es que los mejores momentos de la película siempre suelen coincidir con Stanley Tucci en pantalla. Una vez superado el momento croma (que ya les advierto irá regresando a lo largo del metraje) y la película decide volver a la historia que nos estaban contando y volver al personaje de Tucci, la cosa mejorará. Lamentablemente el guión también optará por dar cancha a unos personajes que no sólo no aportan nada a la trama, sino que encima no encajan ni con calzador. Me refiero a la abuela, al amigo de la joven protagonista y a la muchacha rara del pueblo que, al parecer, tiene una especie de conexión cósmica con los muertos. Son personajes que no sólo no suman, sino que encima restan a la película. De hecho, el guión ni siquiera se esfuerza en desarrollarlos como hubiera sido lógico. Se podría decir que son más fantasmas dentro de la trama que la propia Susie Salmon.

El tramo final de la película logró engancharme nuevamente, hasta que se llega al clímax final, el cual, resulta ser de vergüenza ajena como poco, por lo absurdo de todo lo que allí sucede. Y me sabe mal cargar en exceso contra la película, porque Jackson en el fondo hace lo que puede, con esa virtud suya de colocar la cámara en lugares imposibles, pero el guión, al final, termina resultando una carga excesivamente pesada que termina por decantar la balanza.

Resumiendo: Excelente malo de una función vacía en exceso, con un arranque prometedor y un desenlace excesivamente absurdo.



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Un hombre soltero (2009)


El amor está de moda

Resultaría interesante averiguar cuáles son las motivaciones para que una persona pruebe suerte en un campo que no es el suyo para expresar ideas y sentimientos. Hay tantos medios para conseguirlo que uno quiere abarcarlos todos. ¿Quién no ha tenido alguna vez la tentación de escribir un relato o una novela? Tenemos ejemplos claros de caras conocidas, como el escritor estadounidense Paul Auster, que compagina la literatura con la dirección de películas; o ejemplos más cercanos, como Arturo Pérez-Reverte, antes periodista y corresponsal de guerra, que desde 1994 está metido totalmente en la literatura; o el músico Luis Eduardo Aute, que hace sus pinitos en la pintura y que en 2001 estrenó una película de animación, Un perro llamado dolor, un arduo trabajo del que fue el único responsable, con unos 4.000 dibujos que realizó durante 5 años. En el caso que aquí se expone, es el diseñador de moda estadounidense Tom Ford el que decide apostar por el cine y llevar a ese terreno todo su potencial artístico. Y la verdad es que lo consigue bastante bien con Un hombre soltero, una película llena de un estilismo de categoría, ambientada en los años 60, con un protagonista de lujo ya que cuenta con una brillante actuación de Colin Firth, que aunque quizás me equivoque, pronostico que se llevará el dichoso Oscar (ya consiguió el premio en Venecia).


Estamos ante una historia ubicada justamente en el 30 de noviembre de 1962, con el conflicto entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba, llamado la Crisis de los misiles en Cuba, que casi provocó una guerra nuclear (aunque en la película sólo se oiga en los medios de comunicación). El peso de la película radica por completo en su protagonista, un profesor de literatura de una facultad norteamericana, llamado George (Colin Firth), que hace ocho meses perdió a su pareja, Jim (Matthew Goode), con el que llevaba dieciséis años de relación. Desde el principio, nos damos cuenta que se siente muy solo y es incapaz de borrar la imagen del accidente que provocó su muerte y por eso tiene pesadillas por las noches que no le dejan dormir en paz. Veremos durante la película escenas que recuerda George de su vida con él y la escena inicial que presenciamos está muy bien relatada y es inevitable pensar que si la película sigue con esa calidad estaremos ante una gran historia. Además, la música de Abel Korzeniowski que acompaña durante toda la película es otro detalle de calidad, tan imprescindible como la interpretación de Firth; igual que la fotografía del joven Eduard Grau, que ahora vive a caballo entre Barcelona y Nueva York.


Lo que indudablemente falla en la historia es su línea argumental, parándose en demasiados detalles que, aunque bastante atrayentes, no dejan de ser un obstáculo para que la película coja algo de ritmo. Ford no puede evitar mostrar su buen hacer a la hora de llamar la atención con su placer por los sentidos, pecando de eso en varias ocasiones en la película. Es obvio que hay momentos muy bellos en los que vemos primerísimos planos de ojos y labios, pero ese entretenimiento lleva a detenerse demasiado tiempo en algo que no lleva a ningún sitio (aunque a un servidor le atraiga mucho). En la historia hay únicamente cuatro personajes importantes: aparte de George y Jim, están Kenny (Nicholas Hoult), el alumno de la facultad que quiere mantener una relación de amistad (o de algo más) con George, y Charly (Julianne Moore), la mujer con la que en un tiempo bastante lejano tuvo George una relación y con la que mantiene una buena amistad. Hay un quinto personaje que más bien está de relleno y es el que interpreta el modelo vasco Jon Kortajarena, del que Ford estaba tan orgulloso y alucinado de su belleza que su personaje es más bien una excusa para recordar a un tipo como James Dean y para incitar en una escena al solitario George. 


Insisto en que la historia gana con creces con la interpretación tan conseguida de Firth y con las bellas composiciones de Korzeniowski, porque si no la película sería un fallido pretexto para no contar casi nada. Llega un momento en que uno no sabe cuándo terminará la historia o hasta qué punto se alargará el dilema que presenciamos en la película. Hay también momentos extraños de mezcla de humor y de anti-glamour, como la escena en la que vemos a George leer en el baño mientras hace sus necesidades fisiológicas (o sea, cagar) y en la que, de una forma poco acertada, se nos muestra a los vecinos de enfrente mediante la mirada de George. Aún así, hay que alabar la propuesta de Ford, con una muy conseguida ambientación y una forma diferente a la hora de mostrar la pérdida de un ser querido, acentuando dicho placer por los sentidos.


"Una película que llega a emocionar gracias a la trabajada interpretación de Colin Firth y la bella música de Abel Korzeniowski, pero que falla en el ritmo de la historia, quedándose vacía por momentos"



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Daybreakers (2009)


Agotamiento gótico.

¡Ah, qué cultura tan impúdica la nuestra! Aquí llega otra película de vampiros que intenta sumarse a la moda surgida a raíz del fenómeno Crepúsculo, aunque poco o nada tenga que ver con el romanticismo chillón de las populares adaptaciones de las novelas de Stephanie Meyer. Y otra película, además, que comete el error de creer que si coge al vampiro, le da mil vueltas, lo pone del revés y le saca brillo, parecerá algo nuevo y extraordinario, mientras que lo cierto es que este subgénero está más manoseado que una stripper de cuarta y que esto ya lo hemos visto cientos de veces.


Nos encontramos en un futuro próximo, en el año 2017, donde la comunidad vampírica ha crecido tanto que se ha convertido en la raza dominante. Allí conocemos a Edward Dalton (Ethan Hawke), un vampiro que trabaja como jefe de hematología y que es el responsable de encontrar un sustituto artificial para la sangre, ya que la humanidad está al borde de la extinción y el alimento escasea. Corren tiempos desesperados y la crisis alimentaria provoca consecuencias inesperadas, los vampiros que llevan un largo período sin ingerir sangre sufren una involución hacia una forma más primitiva, creciéndoles orejas puntiagudas, garras y grandes alas, y convirtiéndose en unos seres violentos e incontrolables.


Detengámonos un instante para hacer inventario; primero tenemos a esas sanguijuelas en el poder, luego está el ejército vampiro a su disposición, seguido de unos pocos humanos que sirven de ganado y por último un grupo cada vez más numeroso de vagabundos salvajes e incivilizados. Es evidente que la alegoría capitalista no es muy sutil que digamos y el hecho de que sea tan obvia, no sería un problema si la película no fuera tan sosa y comedida. El planteamiento funcionaría mejor como sátira, con grandes litros de sangre y mucha exageración, elementos que solo aparecen en contadas ocasiones. Sin duda un filme de estas características sería mejor aprovechado por un cineasta tan violento y controvertido como Paul Verhoeven, capaz de lidiar con la parte más insulsa de la historia y de explotar su lado más cínico y pasado de rosca. Curiosamente los hermanos Spierig, realizadores del filme, son también los responsables de Los no muertos (2003), una especie de puesta al día de la mítica y acartonada Plan 9 del espacio exterior (1959), elaborada, esta vez sí, en clave desenfadada.


Resulta difícil adivinar que hacen actores de primera fila metidos en este producto con alma de serie B, Ethan Hawke, Willem Dafoe y Sam Neill no están en el mejor momento de su carrera, pero gozan de cierto caché y su presencia en el filme queda completamente desaprovechada. El primero da vida a un héroe de tintes Hammerianos, por aquello de empuñar ballestas y vestir camisas blancas con chalecos negros, aunque luego se descubre como totalmente incapaz a la hora de pasar a la acción. Sam Neill, por su lado, ejerce de villano pese a que su personaje no suscita ningún tipo de odio en especial ni resulta lo suficientemente desagradable. Y Willem Dafoe tiene una buena entrada, pero pronto queda relegado en un segundo plano y no se le concede ninguna escena relevante.


Daybreakers es básicamente un tebeo gótico, un típico relato de ciencia ficción pulp donde se han gastado más dinero de lo habitual y que funciona básicamente en su primera mitad, cuando nos pone en situación. Las escenas cotidianas del principio son las más interesantes y las que pueden levantar las mayores simpatías entre el público, pero la trama se va adentrando progresivamente en lo convencional y se desdibujan los elementos más desbocados que componen esta fantasía tenebrista. Solo ciertas explosiones gore llegan a impactar realmente en el espectador, pero estas son pocas y contadas, y aparecen lo suficientemente contenidas para que el producto no pierda del todo su comercialidad. El filme es algo así como Cuando el destino nos alcance + Soy leyenda = Daybreakers, es decir, otro rebuscado intento de exprimir la fórmula hasta la última gota. Una cinta que a pesar de estar hecha con oficio, no tener demasiadas pretensiones y caer en gracia por su halo retro, no contribuye a la renovación del género y se muestra cómplice de su progresivo asesinato, porque no aporta nada nuevo.


La frase: «Es la décima vez que cumplo 35 años, los cumpleaños ya no tienen sentido.»

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Sherlock Holmes (2009)

Sherlock House.


Es público y sabido que, cada cierto tiempo, a los estudios de Hollywood les gusta poder recuperar algún personaje literario clásico con la intención de realizar un nuevo lavado de imagen, y una buena puesta al día, acomodándolos a los nuevos tiempos, algo que suele significar una mayor dosis de acción, aventuras y efectos especiales de lo que nos tenían acostumbrados sus anteriores adaptaciones cinematográficas. Sin ir más lejos, este mismo año nos tiene que llegar el Robin Hood de Rusell Crowe, la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, o el nuevo Dorian Gray. De momento, el que ya ha practicado su asalto a las carteleras (llevándose un buen bocado en taquilla) ha sido Sherlock Holmes.

El personaje de Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle, realizó su primera incursión en el cine en el año 1903, en un pequeño gag de apenas un minuto de duración. En el 1908, Holmes, fue el sorprendente protagonista de la novela de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue; en 1958 fue interpretado por Peter Cushing en una versión de la Hammer de El perro de los Baskerville, dirigida por Terense Fisher; en 1970, el gran Billy Wilder, hizo su aproximación al personaje en La vida privada de Sherlock Holmes, en la que se insinuaba una más que probable relación homosexual entre Holmes y Watson; en 1984 se hizo una genial versión animada para la televisión en la que todos los personajes eran perros, dirigida por el maestro de la animación Hayao Miyazaki; en 1986 hubo Holmes por partida doble, como adoscente metomentodo en El secreto de la pirámide y como personaje animado de la Disney en Basil, el ratón superdetective; ya en 1988 llegó Sin pistas, una parodia sobre las aventuras de Sherlock Holmes, en la cual Watson era el genio en la sombra, y Holmes un farsante, muy en la linea de la serie de la época para televisión Remington Steele. Pero de todo esto ya a llovido demasiado y se necesitaba un nuevo Holmes para los nuevos tiempos que corren.

Nada más empezar la película ya entendemos que nos podemos ir olvidando de la figura clásica del personaje de Sherlock Holmes. En los primeros compases del film una chica está a punto de ser sacrificada por una extraña secta liderada por un tipo raro que viste con túnica oscura, mientras nuestro protagonista tumba a hostias a un tipo tres veces mayor que él. Nuestros héroes llegan a tiempo para salvar a la chica y detener al malo de turno: Lord Blackwood, un tipo con cara de bellaco, mirada penetrante y un pelo todo repeinado hacia atrás (lo que hizo preguntarme como debían lograr tal “efecto mojado” en el Londres de finales del siglos XIX, llegando a conclusiones más bien poco higiénicas). Los buenos ganan, los malos pierden y lord Blackwood termina balanceándose en el aire con una soga alrededor del cuello. Fin del caso? Evidentemente, no. Sin ser Semana Santa ni nada, al fiambre le da por regresar del más allá haciendo alarde de su poderío con la magia negra y las artes oscuras. Se reabre el caso, pero, como lograrán nuestros protagonistas detener a alguien capaz de vencer a la muerte?

A medida que avanza la película iremos conociendo a este nuevo Sherlock Holmes. Al nuevo Holmes le gusta boxear por dinero en antros infectos (haciéndose el chulo anticipando al espectador cuales serán los golpes que provocarán la derrota de su contrincante), no soporta la inactividad (los casos le mantienen vivo), es un desastre a nivel social, es desaliñado, manipulador, observador, elocuente, mordaz, sarcástico, tocapelotas, de respuesta rápida, lengua viperina y, por supuesto, es un genio, lo que provoca que se la sude lo que de él puedan pensar los demás. Además, su gran apoyo, el doctor Watson, está a punto de abandonarlo para irse a vivir con su prometida. Watson es el contrapunto de Holmes, es más serio, más formal, más de guardar las apariencias delante de terceros, experto en la lucha con espada y con la estimable habilidad de dejarse complicar la vida por su amigo Holmes.

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero les debo confesar que a mi estos nuevos Holmes y Watson me recuerdan una barbaridad a los doctores House y Wilson de la serie House. La cosa tampoco es que tuviera mayor relevancia si no fuera porque, y aquí viene lo curioso del caso, resulta que para confeccionar al personaje de Gregory House, precisamente, se inspiraron en Sherlock Holmes. Y ahora que toca, de nuevo, abordar el personaje del detective, en lugar de echar la vista hacia atrás para modelar la personalidad del nuevo Holmes, resulta que se fijan en el personaje del médico que, a su vez, ya viene siendo una adaptación del personaje clásico. Así pues, para crear al Holmes del siglo XXI han preferido adaptar una adaptación, en lugar de adaptar el original.

El director Guy Ritchie sigue intentando recuperarse de su profundo bache cinematográfico (algunos lo llamaron matrimonio con Madonna) del que ya empezó a asomar la cabeza con Rochnrolla. El escenario es el mismo de siempre, los suburbios de Londres, aunque en esta ocasión ha optado por cambiar de siglo. También ha cambiado de personajes, de estafadores de poca monta a sesudos detectives, pero casi todo lo demás sigue estando aquí, incluyendo la voz en off del protagonista y la cámara lenta para recrearse en los detalles.

Para encarnar a los protagonistas encontramos al estadounidense Robert Downey Jr., estupendo en su papel de Sherlock Holmes, haciendo lo que mejor sabe hacer (otra cosa ya es que sea lo mismo que ya hiciera en Iron Man, entre otras); y al británico Jude Law, como Doctor Watson. Los mejores momentos de la película suelen coincidir con ambos en pantalla, confirmando que la química existente entre ellos funciona. Además, en la película, también encontramos a la actriz Rachel McAdams (El diario de Noa, Vuelo nocturno), que encarna a la única mujer que le ha roto el corazón a Holmes (dos veces) y a Mark Strong (Good, La reina Victoria), como el malo de la función. En la película también aparece brevemente el personaje del profesor Moriarty, aunque jamás le podemos ver el rostro (suponemos que a la espera de saber quien lo encarnará, finalmente, en la secuela).

Los personajes tienen carisma y los actores saben interpretarlos con gracia; el director no arriesga en exceso y se queda a medio camino entre director florero de gran superproducción y sus pequeños tics (algo repetitivos) en los que intenta mostrar algo de personalidad; la ambientación del Londres de finales del siglo XIX resulta mucho más que convincente; y la trama, sin ser nada del otro mundo (dejándonos con la sensación de que se reservan lo bueno para la secuela) resulta medianamente entretenida. Hacia la mitad del metraje, no obstante, la cosa empieza a aburrir un poco (todo el rollo del matadero se me hizo pelín plomizo) y que, salvando la recreación de la época, los efectos especiales tampoco es que sean nada del otro mundo, ni mucho menos. Ya a pesar de todo, la mayor crítica que se le puede hacer a la película, es que en ningún momento se tiene la sensación de estar viendo algo nuevo, diferente o mínimamente arriesgado. Pero ese nunca fue el plan.

Resumiendo: Lavado de cara para el personaje de Sherlock Holmes. No esperen nada del otro mundo si esperan poder pasar las dos horas de metraje medianamente entretenidos.



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Precious (2009)


Los problemas crecen

Se ha hablado mucho del morbo que buscan muchas veces los medios de comunicación para buscar audiencia. Cuando se muestran vidas anónimas en programas de televisión se intenta, por encima de todo, emocionar de la manera que haga falta; y en demasiadas ocasiones esas vidas suelen ser tan miserables que se convierten en una clara exhibición de sus penurias para la simple atracción del espectador. Precisamente, la joven protagonista de la segunda película del director Lee Daniels, Precious, podría encajar perfectamente en este tipo de programas. Su historia corresponde a una de esas vidas realmente desgraciadas que muchos medios de comunicación querrían dar a conocer. Su padre la ha dejado embarazada dos veces (ya tiene un hijo y está a la espera de otro); su déspota madre le hecha en cara haberle quitado a su marido recriminándoselo a gritos; casi analfabeta, decide acudir a una escuela alternativa donde compartirá clase con otras chicas. Y durante el desarrollo de la película se irán descubriendo aún más detalles de la vida de Clareece Precious Jones (Gabourey Sidibe).


Pero aunque se pueda achacar a la película de querer utilizar esas carencias emocionales de la protagonista para encontrar la compasión emotiva del espectador, hay que decir que las escenas mejor conseguidas son las fuertes peleas con su madre (Mo'Nique). Es verdad que la historia es un dramón y que hay momentos muy incómodos de ver pero recordemos que está basada en una novela, Push, que se ha convertido en un best seller en los Estados Unidos, y que, según se dice, es mucho más dura que la película. Donde radica el problema, desde mi punto de vista, es la aportación de Lee Daniels. La manera de enfocar los pormenores de la trágica vida de la protagonista sí que puede resultar equívoca y en algunas ocasiones busca descaradamente la lágrima del espectador. Además, el director quiso introducir momentos de fantasía con los que sueña la protagonista para darle algún respiro a su vida atormentada. Esas imágenes optimistas de un mundo mejor en el que tiene a su lado a un chico blanco, como ella siempre ha deseado, recuerdan demasiado al formato de videoclip y su fusión con la realidad está lograda con efectos un tanto cutres. Y es que la fotografía es otro dato a tener en cuenta. Las escenas de la clase de la escuela alternativa son demasiado luminosas y si lo juntamos con la estética de la película, da la sensación de que en cualquier momento se van a poner a cantar, como si estuvieran en algún vídeo de Jennifer López. Eso contrasta con las duras escenas mencionadas de la madre, donde la fotografía oscura logra el ambiente deseado.


Llegado a este punto, hay que decir que lo más destacable de la película son las actuaciones de la debutante Gabourey Sidibe y Mo'Nique, ambas nominadas para los Oscars (en total son 6 las nominaciones a las que aspira la película). Pero también hay que mencionar a Maria Carey, que hace un papel correcto como asistenta de la seguridad social, y a Lenny Kravitz, que hace de enfermero. La película tuvo bastantes elogios el año pasado en el Festival de Sundance, cuando la película aún no tenía el nombre definitivo, llamándose Push: Based on the novel by Sapphire, pasando luego a Precious: Based on the Novel Push by Sapphire. Cuenta con la producción de la popular presentadora y muy poderosa Oprah Winfrey, un indiscutible apoyo para el buen curso que lleva la película, muy bien acogida también en Cannes y premiada en Toronto. En el Festival de San Sebastián obtuvo el Premio del Público y algunas espectadoras se acercaron con lágrimas a felicitar a la actriz protagonista, la debutante Gabourey Sidibe. Pero por mi parte, las buenas intenciones de la película se quedan simplemente en el buen trabajo de Sibide, con la ayuda de su voz en off para darnos a entender sus sentimientos. Por lo demás, Lee Daniels no consigue emocionarme ni tampoco impactarme, salvo con los momentos más duros en los que aparece su madre. Quizás es por eso que el final esperanzador de la historia me convenza aún menos.


"Un duro drama que muestra una vida desgraciada, con buenas actuaciones, pero con una dirección que deja mucho que desear, fallando en los momentos positivos de la historia"



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Las malas lenguas (IX)




«La inteligencia está en la red, y las redes son nuestras.»

Declaraciones de César Alierta, el Presidente Ejecutivo de Timofónica Telefónica.

La carretera (2009)

Se hace camino al andar.

Nueva película del que se podría considerar como uno de los nuevos géneros cinematográficos de moda: el cine post-apocolalíptico. En este sentido, habría que diferenciar entre cine de catástrofes y cine post-apocalíptico. En el primero, el protagonista se las verá y se las deseará para intentar evitar una gran tragedia, ya sea evitar que caiga un avión, que explote un volcán o que todo el planeta tierra se vaya a tomar viento. En el segundo, el protagonista ya no tiene que evitar nada porque la tragedia ya ha sucedido, lo que le llevará a suponer que las cosas ya no pueden ir a peor. Curiosamente, a partir de dicho instante, las cosas le empezarán a ir a peor. La carretera (The road), también seguirá dicho patrón.

De películas post-apocalípticas hay un montón. Haciendo un breve repaso nos vienen rápidamente a la cabeza la trilogía Mad Max, con un joven Mel Gibson luchando para lograr su supervivencia y evitar que siga subiendo el precio de la gasolina; ese Mad Max pasado por agua que fue Waterworld, con un Kevin Costner que más tarde repetiría en el género con Mensajero del futuro (si, esa que ni siquiera sus familiares más cercanos fueron a ver); El planeta de los simios y su célebre "humanos yo os maldigo"; Cuando el destino nos alcance, de nuevo con Charlton Heston; los 12 monos del brillante Terry Gilliam; los infectados británicos de 28 días después; el manga de Akira; el "serpiente" de 1997: Rescate en Nueva York; la saga Matrix, dependiendo de la pastilla que elijas; o las más recientes Soy Leyenda e, incluso, Wall-E.

En La carretera, en ningún momento se molestan en explicar como se ha llegado a la situación actual que viven los protagonistas, aunque tampoco es que resulte relevante para la historia. Simplemente los han colocado en una especie de futuro tirando a muy chungo, en el cual la mayor parte de los animales se han extinguido, los pocos árboles que quedan en pie se vienen abajo, el sol prácticamente se ha apagado, las ciudades han quedado desiertas, los pocos humanos sobrevivientes vagan sin rumbo aparente y una fina capa de ceniza parece cubrirlo todo, dibujando un mundo eminentemente gris. En un futuro con estas características ya se habrán hecho ustedes una idea de que la comida escasea y, como suele suceder en estos casos, cuando hay poca comida y mucha gente hambrienta, la gente hambrienta se acaba convirtiendo en comida.

En este escenario enfermizo, la película sitúa a nuestros dos protagonistas, un padre y su hijo que avanzan por la carretera del título con destino al Sur, a la búsqueda de climas más cálidos. El padre, con el tiempo, se ha convertido en un superviviente nato, obligado por la situación que le ha tocado vivir, procurando por su bienestar propio y el de su hijo, lo que le ha llevado a convertirse en un ser con escasos escrúpulos, siempre alerta, sin apenas tiempo para flaquear ante las adversidades. Pero el camino es largo y está lleno de peligros: la naturaleza no les será muy favorable, la escasez de comida se hará alarmante, los ladrones abundan y, para colmo, algunos de los supervivientes del cataclismo estarían encantados de montar un piscolabis con ambos como plato principal.

La película és la adaptación cinematográfica de la novela homónima, ganadora de un premio Pulitzer, escrita por Cormac McCarthy, autor también de “No es país para viejos”. La película pretende ser una adaptación bastante fiel de la novela, aunque se permita ciertas licencias como el de dar más cancha a la esposa y madre de los protagonistas, que apenas aparece en la novela, a la que conoceremos, especialmente en el primer tramo del film, a través de los sueños del padre, en forma de constantes flashbacks. Además, la película ha prescindido de alguna de las escenas más truculentas del libro (especialmente me viene a la cabeza una relacionada con el canibalismo).

El director es John Hillcoat, quien antes de ésta había dirigido la película The proposition, con guión de Nick Cave, quien, curiosamente, es quien se encarga de la música de La carretera. Mención aparte merece también el director de fotografía vasco Javier Aguirresarobe (Los otros, Vicky Cristina Barcelona), que logra un trabajo excelente.

A pesar de los pocos personajes de la película, se pueden encontrar grandes nombres en el reparto: Viggo Mortensen (El señor de los anillos, Alatriste), es el padre; Charlize Theron (Monster), la madre; y por la carretera se van a encontrar caras conocidas como las de Robert Duvall (Apocalypse Now) o Guy Pearce (Memento).

Parece ser que en la vida de todo buen actor llega el momento en que si quiere dar un salto cualitativo en su carrera debe abordar un papel en el cual su personaje deba adelgazar o engordar de una forma exagerada. Es como un nuevo requisito que se han inventado ahora en Hollywood. Cristian Bale adelgazó una barbaridad para su papel en El maquiniesta y Colin Farrell hizo lo propio en Triage, aunque no de forma tan exagerada; y entre los que ganaron peso, encontramos a Russell Crowe, para su papel en Red de mentiras y a Renee Zelleweger para encarnar a Bridget Jones. Lo de Robert de Niro ya es como para darle de comer aparte, evidentemente. En el caso de La carretera, debido a exigencias del guión, encontramos a un Viggo Mortensen en los huesos que, además, borda su papel, algo a lo que, últimamente, ya nos tiene sobradamente acostumbrados.

La carretera resulta una película terriblemente correcta, con una gran ambientación en la cual nos muestra un planeta desolado y sin apenas esperanzas y unas buenas actuaciones que logran transmitir la sensación de desolación que viven sus protagonistas, quienes en varios momentos de la película confiesan preferir la muerte a la vida que les ha tocado. Pero la película tampoco va mucho más allá. A pesar de todo lo que estaba pasando en pantalla no consiguió estremecerme ante los caníbales, ni me tuvo en una tensión exagerada cada vez que los protagonistas se encontraban en peligro. Porque la película resulta formalmente brillante, pero le falta eficacia a la hora de impactar en el espectador. Digamos que la fría ambientación de la película acaba contagiando al metraje. Además, la historia queda alargada en exceso provocando algún que otro altibajo hacia la mitad de la película.

Resumiendo: Buena película, con una gran ambientación y un Viggo Mortensen atacado que, no obstante, flaquea en exceso en su objetivo de conmover al espectador.



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La ley de la calle (1983)

Rebeldes con causa

Los hombres tendemos a ser más desobedientes en la etapa de la adolescencia (las mujeres también pero ahora no vienen al caso). Es el momento de la vida en el que parece que necesitemos salir más tiempo de casa para empezar a vivir a nuestra manera, con un punto de diversión al que no sabemos ponerle límite pero al que tarde o temprano tendremos que llegar. Esto es algo que va unido a nuestro proceso de crecimiento, sea debido a las ganas de ser mayores, a las amistades que tengamos o según la educación que hayamos tenido o la infancia que hayamos vivido.

Eso es precisamente lo que la escritora americana Susan E. Hinton quiso reflejar en dos buenas novelas juveniles, Rebeldes (1967) y La ley de la calle (1968), escritas cuando sólo tenía diecisiete y dieciocho años. En ambas historias, la rebeldía está mucho más acentuada, con personajes que tienen un futuro incierto, vagando por las calles casi todo el día, fruto de esa mencionada dejadez educativa provocada tanto por continuas peleas de los padres, por su alcoholismo destructivo o por la muerte de ambos. Por eso resulta tan importante la figura del hermano mayor, a quien se ve como alguien a veces demasiado autoritario pero también alguien en quien confiar por su experiencia en la vida. Francis Ford Coppola debió tenerlo muy claro y, quizás por el impacto que le produjeron los dos relatos o por el jugo que podría sacarles, decidió adaptarlos para el cine precisamente en el mismo año, en 1983, tal como hizo en 1974 con El Padrino II y La Conversación.


La adaptación de Rebeldes es más cercana a la vida real, donde se muestran dos bandas, los "grasientos" y los "dandis", recordando en parte a películas como Grease (1978). En ella aparecen nombres tan característicos como Ponyboy o Sodapop y vemos a actores que marcarán una época, tan reconocidos como Patrick Swayze (que nos dejó el año pasado), Tom Cruise, Rob Lowe, Emilio Estévez, Ralph Maccio, C. Thomas Howell o Matt Dillon, el único de los chicos que aparece en las dos películas, igual que Diane Lane. Pero en La ley de la calle, donde aparecen unos jóvenes Nicolas Cage (sobrino de Coppola) y Chris Penn, ese tiempo de las bandas ya casi ha pasado, siendo todo mucho más oscuro; y el resultado de la película está mejor conseguido, con un gran trabajo artístico y una visión muy personal y onírica de Coppola.


El protagonista, Rusty James (Matt Dillon), es un chico que vive más en la calle que en su casa, ansioso de que algún día vuelvan los buenos tiempos de las bandas, cuando su hermano mayor (Mickey Rourke) era venerado y respetado, al que todos conocían como "el chico de la moto". Después de un tiempo sin verse, los dos hermanos mantendrán una relación especial que marcará varias escenas de la película, muy bien encuadradas por  el buen hacer de Coppola, subrayando la personalidad bastante extraña y, a la vez, atrayente del hermano mayor. El padre de estos chicos es alcohólico y está interpretado por Dennis Hopper, que parece que haga de sí mismo. Y tanto Dillon como Rourke logran que sus papeles tengan un sentido en la historia, siempre a punto de quebrantar la ley con sus vidas desamparadas.


Desde el principio de la película sorprende la banda sonora compuesta por Stewart Copeland, el que fuera el batería de la mítica banda The Police (que aún por entonces estaba en activo), siendo su primer trabajo para el cine y, sin duda alguna, el único título que destaca de todas sus posteriores composiciones cinematográficas. Sus temas forman parte del buen resultado de la película, ya que se utilizan como hilo conductor, dando equilibrio, ambiente y ritmo a todas las escenas. Además resalta también el uso de los sonidos de la calle, ayudando a Coppola en su particular visión onírica de la historia. La estupenda fotografía en blanco y negro también da juego para alargar sombras en bellos planos, observar nubes que se dispersan a gran velocidad y ver calles llenas de humo, como si los personajes fueran a desaparecer en cualquier momento. Y es que todo fluye como si fuera un sueño y en algún punto hasta se convierte en pesadilla, pero no cabe duda de que Coppola consigue que la ley de la calle sea por un momento algo a tener en cuenta.


"Una inusual manera de juntar realidad e imaginación para mostrar el mundo tan peligroso de la calle, contagiando la nostalgia con un acto de rebeldía"



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Fantastic Mr. Fox (2009)


Walk on the Wild Side.

Actualmente existe un pequeño grupo de directores, capitaneados por Tim Burton, que defiende la stop-motion como una opción viable para la animación, aunque siempre ha sido un trabajo duro y tedioso filmar cuadro por cuadro, y la animación generada por ordenador, con sus gráficos en 3D, no solo resulta más espectacular y rentable, sino que además está evolucionando a pasos agigantados. Entonces, ¿para qué seguir rodando con stop-motion? Esta técnica tiene algo de cine a la vieja usanza, pero emplearla hoy en día no se limita a un mero ejercicio de estilo con el que reivindicar a grandes figuras del pasado como Georges Méliès, Ray Harryhausen o Jan Svankjamer, sino que además pone en solfa ciertas carencias de la actual animación digital, porque parece que al cine moderno le cuesta entender que cuanto más realista menos mágico resulta.


Fantastic Mr. Fox está basada en una popular novela infantil de Roald Dahl, el mismo autor de James y el melocotón gigante y Charlie y la fábrica de chocolate, Dahl es uno de esos escritores anglosajones con una relativa repercusión en el cine, pero con el que no existe demasiada conexión por estas tierras (lo mismo podríamos decir del Dr. Seuss, por ejemplo). En un principio se pensó en Henry Selick para encargarse del filme, pero el cineasta estaba ocupado con Los mundos de Coraline (2009) y tuvo que rechazar el proyecto, así que la adaptación, para sorpresa de muchos, cayó en manos de Wes Anderson. Puede que Anderson no tenga ninguna experiencia directa en la animación, pero lo cierto es que sus comedias siempre han tenido un cierto aire a cartoon, debido a su habitual utilización de los colores primarios y a la exagerada caracterización de los personajes. De ahí que ambos, Selick y Anderson, trabajasen juntos en Life Aquatic (2004), confirmando que sus mundos no están tan alejados como parece.


En ésta, su primera incursión en el género, Anderson se decide por una animación rudimentaria, que acentúa el aire retro del filme y que recuerda aquellas fantasías de la Europa del Este, repletas de fibras y texturas. Desde el principio se impone una paleta de colores cálidos y la cinta empieza con la superficie de una tela, filmada como si se tratase del plano aéreo de un inmenso campo. Allí conocemos a Mr. Fox, un elegante y pícaro zorro que se mueve y habla como George Clooney. Dicho personaje se gana la vida robando gallinas pero debe replantearse su situación, porque su novia, a la que presta la voz Meryl Streep, se ha quedado embarazada. Pronto lo encontramos reformado como padre de familia y columnista de un periódico, donde escribe una sección titulada “Un zorro de ciudad”, pero en seguida percibimos que ni se siente civilizado ni es feliz. Tiene la llamada crisis de los cuarenta siete años, y añora sus antiguas correrías, por lo que está dispuesto a dar un último golpe a espaldas de su querida esposa. Cuando los ganaderos lo descubran y cerquen su guarida, toda su familia correrá peligro.


Mediante un punto de partida que no difiere mucho de Los Increíbles (2004), aunque intercambiando a superhéroes por animales del bosque, la película elabora una fábula moral sobre las insatisfacciones del hombre moderno, donde no es casualidad que la última escena se sitúe en un supermercado, el colmo de los artificios de nuestra civilización y el lugar ideal para romper una lanza por la supervivencia de nuestro lado más salvaje y natural. La historia tiene diversas constantes habituales en la filmografía del director, como son los lazos familiares, los personajes defectuosos, el humor seco, la dificultad de conseguir las metas propuestas y la apatía con la que imprime sus filmes, además de varios momentos musicales a mayor gloria de los Beach Boys y Jarvis Cocker, entre otros. La mano de Anderson también se nota en Ash (Jason Schwartzman), el hijo de Mr. Fox que simplemente es… diferente. No es alto, ni atlético, ni popular, pero lamentablemente la cinta le da la oportunidad de encajar haciendo algo atlético y popular.


Fantastic Mr. Fox representa toda una singularidad en el actual panorama cinematográfico, la cinta es un curioso cóctel que se sitúa a medio camino entre una comedia agridulce y una fábula infantil, consiguiendo varios momentos afortunados y otros más olvidables, debido en parte a que sus apartados formales y técnicos brillan más que su contenido. Plásticamente es una delicia, pero la historia pierde algo de interés entre tanta huída y persecución in extremis. De alguna manera el cine de Wes Anderson siempre me ha provocado sensaciones contradictorias, sus propuestas me parecen carismáticas y atractivas, y el cineasta sabe como otorgarles personalidad y humor, pero algo impide que lleguen a emocionarme y aunque ciertamente me gustan, me conformo con el resultado, porque cada una de sus partes apuntaban a un conjunto mejor.



La frase: « ¿Cómo puede ser feliz un zorro sin, perdona la expresión, una gallina entre sus dientes? »

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Las malas lenguas (VIII)



«El fumar mata y si te mueres has perdido una parte muy importante de tu vida.»

Comentario de Brooke Shields, famosa súper modelo y actriz descendiente de colonos.

La cinta blanca (2010)


Al filo de la navaja

La violencia hacia el ser humano puede ser ejercida de forma física o moral y en el cine ha sido retratada miles de veces, pero seguramente, el que ha logrado una mayor coherencia a la hora de apostar por mostrar imágenes perturbadoras que parecen ser llevadas por un impulso vehemente sea el director y guionista austriaco Michael Haneke. En su trayectoria se observa una malsana visión de la humanidad, que dentro de su contexto cinematográfico no se puede obviar y forma parte de un denso y oscuro universo en donde no parece caber el perdón, pero sí una reflexión sobre la conducta propia de personajes trastocados llevada a cabo por su mente enfermiza, reveladora de un potente mensaje, bastante misterioso, que siempre deja huella.


Gracias a su regularidad, los amantes del buen cine volvemos a estar de enhorabuena. Haneke nos brinda una obra maestra como es La cinta blanca, que lleva su sello impreso hasta el último fotograma y en la que plantea bastantes vicisitudes en una historia ambientada en un pequeño pueblo de la Alemania de principios del siglo XX, pocos años antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Se dice de ella que es su película más accesible, debido quizás a su estilo clásico y a la utilización esta vez de la voz en off del protagonista de la historia, el maestro del pueblo. Aunque, se ha de decir, que esa aparente proximidad al público menos dispuesto a entrar en su temática tan destructora, debe darse por supuesta cuando el espectador ya se encuentre sentado en la butaca de la sala de cine, porque las dos horas y veinte minutos de duración y su realización en blanco y negro hará que muchos rechacen la oferta en favor del cine más comercial y apto para todos los públicos.


Y si me permiten, aunque para mucha gente el cine de Haneke sea insufrible, no se debería de dudar de su increíble virtud a la hora de captar la atención del espectador en historias totalmente diferentes. Si repasamos películas como El vídeo de Benny (1992), Funny Games (1997), La pianista (2001) o Caché (2005), encontramos pocas similitudes en cuanto al argumento pero sí en la forma de mostrar lo que se quiere contar. Haneke tiene clara una cosa: le gusta revolver algo más que la mente del espectador, utilizando imágenes violentas que buscan una tensión que siempre encuentran, en las que se omite una banda sonora que las acompañe. Tengo la convicción de que quiere llegar siempre hasta el límite en su visión extremista de la evocación de los sentimientos, porque sus relatos excarvan en los estímulos que incitan a sus personajes a formar parte de hechos instintivos que resultan, en muchas ocasiones, dañinos para la vista del espectador más sensible.


En La cinta blanca logra otra vez una historia atrayente por su manera tan peculiar de mezclar cotidianeidad con imágenes contundentes, aunque esta vez no sean tan escandalosas como en las citadas El vídeo de Benny, cuyo protagonista es muy desagradable, o La pianista, con una Isabelle Huppert interpretando a un personaje incómodo de presenciar en muchas escenas. Pero es que en La cinta blanca también se puede ver una fotografía increíble, con un blanco y negro fantástico y una puesta en escena perfecta, sirviendo en bandeja a Haneke su posibilidad de volver a mostrar sucesos tan inquietantes como humillantes.


"Michael Haneke demuestra que está en plena forma, logrando una obra maestra con una dirección formidable, una increíble fotografía en blanco y negro y, cómo no, con su punto de vista tan malvado sobre la conducta humana"



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Invictus (2009)

LOS BLANCOS NO LA SABEN METER.


He aquí una película que cuenta en su haber, a priori por lo menos, con un buen número de ases para llevarse una carretada de premios y reconocimientos: Una historia basada en hechos reales, de superación personal y épica colectiva, que lleva a la gran pantalla un acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia, con un personaje protagonista de gran fuerza y vitalidad, que es la adaptación de un superventas literario, con un director detrás de la cámara que es todo un veterano mundialmente reconocido que vive uno de sus mejores momentos profesionales y con dos estrellas protagonistas de renombre internacional. Poco más se le puede pedir a Invictus. A priori.

La película empieza con una carretera que separa dos campos deportivos. Uno, con un césped en perfecto estado, sirve para que se entrenen a rugby un grupo de blancos perfectamente uniformados. En el otro, con un césped roñoso y maltrecho, juegan a fútbol un grupo de negros, vestidos con harapos. De repente aparece sobreimpresionada en pantalla una fecha: 11 de febrero de 1990 y un coche oficial cruza por la carretera que separa ambos campos, provocando reacciones claramente opuestas entre los grupos. De este modo, mientras unos se avalanchan contra las rejas al grito de “Mandela”, los otros definen la fecha como “el día en que nuestro país se fue a la mierda”. Con apenas dos minutos de duración la película ya ha logrado, perfectamente, colocar al espectador en situación. Lamentablemente este brillante ejercicio de síntesis no será la tónica general de la película.

Es el primer día de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica y el país está en plena ebullición tras la abolición del apartheid. Mandela está dispuesto a gobernar desde el perdón, sin buscar venganza contra los que lo encarcelaron durante veintisiete años, aunque no todo el país lo tendrá tan claro como él, si siquiera los que se encuentran más cercanos al líder político. Para plasmar el clima social que vive el país, la película se sirve de los propios guardaespaldas de Mandela, cuyo grupo estará formado por miembros de ambas razas, lo que provocará más de una disputa y recelos por parte de ambas partes. ¿Serán capaces de salvaguardar el bienestar de Mandela los mismos que lo encarcelaron? Ciertamente resulta un planteamiento interesante aunque no se hagan ilusiones ya que la película avanzará por otros derroteros. Yarda tras yarda.

La película nos cuenta que en Sudáfrica, en esa época, las diferencias raciales llegaban incluso hasta las preferencias deportivas. Como se nos cuenta en el plano inicial, los blancos prefieren el rugby mientras que los negros prefieren el fútbol. Cuando en 1995 el país acogió la copa del mundo de Rugby, Mandela vio en ello una oportunidad de conseguir una mayor cohesión, para que el pueblo se ilusionara por un objetivo común. Debía conseguir que el equipo nacional (formado en su totalidad por blancos, con la sola excepción de un jugador negro) ganara el mundial, y eso a pesar de ser una pandilla de patanes, por lo que pedirá ayuda a Jason Bourne, el capitán del equipo. De hecho, la película nos muestra a un Mandela obsesionado por la copa del mundo, como si durante su mandato no pensara en otra cosa e incluso en algún momento del metraje se roza el absurdo. Se dice que la fe mueve montañas, en este caso la fe sólo debía mover a tios de poco más de cien kilos con muy malas pulgas.

La cosa de las pensiones en Estados Unidos no debe estar muy bollante porque el bueno de Clint Eastwood ya lleva cinco película como director en los últimos cuatro años y, aunque el reconocimiento mayúsculo le ha llegado en los últimos tiempos, lo cierto es que lleva ejerciendo como tal desde el año 1971 con Escalofrío en la noche. Treinta títulos más tarde, ya nadie duda sobre su condición de maestro de la vieja escuela, independientemente de si la película guste más o menos. En esta ocasión, ha optado por llevar a la gran pantalla el Best Seller de John Carlin publicado en 2008 llamado El factor humano.

Para interpretar a Mandela, Eastwood, eligió a su amigo Morgan Freeman, actor con el que ya había colaborado en Sin Perdón y Millor dólar baby y que, a pesar de estar catalogado como uno de los grandes de Hollywood, a mi entender siempre acaba interpretando el mismo tipo de papel una y otra vez. Para meterse en la piel del presidente sudafricano no se ha necesitado un gran esfuerzo de caracterización (más allá de las horribles camisas que va luciendo) centrando su actuación en pequeños detalles (como su forma de caminar o su habla pausada y serena) para lograr construir un personaje que logra transmitir una arrolladora fuerza que va calando en el espectador durante la primera hora de película. Más tarde, cuando empiece a comportarse como un hooligan, dicha fuerza se irá diluyendo. En el otro bando encontramos a Matt Damon, actor que todo el mundo daba como perdedor en la lucha hacia el éxito emprendida por el tándem Affeck/Damon (quien nos lo iba a decir), que interpreta al capitán del equipo nacional de rugby, sobre quien Nelson Mandela depositará su confianza para lograr llevar la hazaña a buen puerto. Poco a poco su personaje se irá dejando atrapar por el magnetismo que desprende Mandela, a pesar de haberse criado en el sino de una familia blanca durante el aparheid. Damon está correcto en un papel que, no nos engañemos, tampoco es que sea ninguna maravilla.

En su arranque inicial la película resulta entretenida e interesante, mientras nos cuenta como Mandela abordaba el reto de gobernar un país deshecho y lleno de odios enfrentados. Es durante estos momentos donde la figura de Mandela y su carisma se erigen como protagonistas absolutos, a la vez que la película aborda su personalidad, su forma de trabajar y su alto grado de compromiso, lo que le acarreará conflictos con sus oponentes políticos, con los miembros de su mismo gabinete e, incluso, con su propia familia. De hecho sabemos que algún tipo de conflicto grabe ocurre en el sí de su familia (ya saben, aquello de intentar arreglar las relaciones de las gentes de todo un país sin poder arreglar las relaciones de los miembros de su propia familia) porque la película se encarga de hacer referencia a ello en un par de ocasiones, pero más tarde la película se va olvidando del tema sin que el espectador acabe de entender del todo que ha pasado ni porqué. Quizás tengamos que esperar a una segunda entrega. Quizás tengamos que esperar a Invictus Revolution.

Y la película se olvida porque una vez ha empezado la copa del mundo la cinta ya no está para otra cosa que no sea el Rugby. Llega entonces el momento de la superación personal y del más difícil todavía. Llega el momento del “no es por nosotros es por ellos”. Llega el momento de alargar las secuencias hasta decir basta. Llega el momento de confundir la épica con la cámara lenta. Y, sobre todo, llega al momento de buscar, deliberadamente, emocionar al espectador, momento que, al menos en mi caso, jamás llegó.

Resumiendo: Curiosamente prefiero el buen arranque político del film antes que la épica deportiva mal llevada en la que se acaba convirtiendo la película. Política antes que deporte, lo que son las cosas. En definitiva, película pasable sin más.



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