Buenos días, soy el jefe Dreyfus y hoy nos interesamos por una película que ha conseguido máxima unanimidad entre público y crítica. Eso sí, ¡en su contra! Vamos a meternos un poquito, solo un poquito, con Dragon Ball Evolution, que siempre viene bien desahogarse con un producto de estos... ¡Empezamos!
Goku es un adolescente que vive en una casucha en las montañas, con su abuelo, quien le entrena en el apasionante mundo de las artes marciales. Pero Goku baja a diario a la gran ciudad para asistir a clase, en el instituto, donde no es que sea precisamente el tipo más popular y, a pesar de los abusos de sus compañeros, jamás saca a relucir todo su poderío. Además, nuestro joven protagonista está perdidamente enamorado, en secreto, de Chi-Chi (la mujer, no el concepto) una de las chicas más populares del instituto, quien será capaz de ver en él algo más que el resto de sus compañeros de clase. En la historia también encontramos a un malo, llamado Piccolo, un tipo verde tirando a raro, enfrascado en encontrar siete bolas mágicas que, una vez reunidas todas juntas, tienen el poder de conceder un deseo. Su nombre, las bolas de dragón. No tardará Piccolo en cruzarse en el camino de Goku quien, con la ayuda de Bulma (quien también busca las bolas), el Maestro Roshi (con pelo, pero con revistas de chicas en bikini) y Yamscha (rubio para la ocasión) también emprenderá la búsqueda de las bolas mágicas, intentando reunirlas todas, antes que su enemigo.
El responsable de este producto infecto es James Wong, director de la peli y que anteriormente había dirigido Destino final y Destino final 3 (al parecer le dio un calambre en un pie y no pudo dirigir la segunda) y El único (con Jet Li dando patadas a diestro y siniestro). El hombre parece bastante más interesado en que la película nos recuerde más a Matrix que a la serie original. Estoy convencido de que cuando no sabía muy bien como afrontar una escena de la película optaba rápidamente por hacerla a cámara lenta, que eso siempre queda muy fino y elegante y se vende muy bien. Entre los actores destacaríamos, y es un decir, a Justin Chatwin (que era el hijo de Tom Cruise en La guerra de los mundos), Chow Yun-Fat (Ana y el Rey, Tigre y dragón, El monje, La maldición de la flor dorada) y James Marsters (Spyke en Buffy Cazavampiros).
Tiendo a ser una persona comprensiva y, precisamente por eso, puedo llegar a entender ciertas decisiones que se toman en la película. De manera que puedo entender que Goku empieze la película como un adolescente en lugar de un niño de unos diez años, que el malo sea Piccolo (aunque yo hubiera preferido al gran Pilaf que hubiera aportado un buen número de diversión), que hayan prescindido de la nube voladora, y que hayan obviado personajes como Ulong (el cerdo metamorfo), Pua (el bicho ese que acompañaba a Yamscha) y la tortuga gigante (del maestro Roschi). Incluso podría llegar a entender que Goku no sea un puto paleto sin contacto con el mundo exterior y que asista día tras día al instituto para hacerse un hombre de bien. Si señores, así soy yo, un ser comprensivo y el hijo que toda madre quisiera tener.Pero lo que ya no puedo entender, de ninguna de las maneras posibles, y lo que provoca que me hierba la sangre cada vez que vuelvo a pensar en el gran montón de mierda apestosa y sin sentido que es este solemne bodrio, es que teniendo una serie tan popular y longeva con un montón de tramas y subtramas a las que poder agarrarse para realizar la película, no les haya salido de sus santos cojones hacer una cosa medianamente decente (que no digo yo que esto tenga que ser un maldito hito en la historia del séptimo arte, pero sí que por lo menos lograra entretener durante su, gracias a Dios, apenas hora y veinte minutos de duración). Lo que sucede, y eso es algo que se tiene que decir bien claro, es que a los responsables, en el fondo, se la sudaba la película, porque estaban convencidos de que hicieran lo que hicieran la gente acudiría enfervorecida a los cines, se tragarían lo que hiciera falta y luego ellos podrían vender los videojuegos, muñecos y demás merchandising de la película hasta que les petaran los bolsillos de los fajos de dinero.
Y es que la película es realmente mala, mala con ganas, mala hasta decir basta, mala hasta desear salir de casa a reunir por mi propia cuenta las siete bolas y pedirle al dragón que destruya la película y nos la borre de nuestras memorias. Y es tan mala porque en ningún momento logra interesar lo más mínimo, no consigue que el espectador conecte con ninguno de los personajes (me la suda el abuelo, me aburre Goku, me ralla Bulma, me da risa Piccolo y odio, odio, odio con todas mis fuerzas a Yamscha), la trama es tonta a más no poder (no es que parezca escrita para niños, es que parece escrita por niños) y luego está lo de los efectos especiales, que decir que son de vergüenza ajena es quedarse corto.
Resumiendo: He aquí la película que destruyó lo poco que quedaba de mi infancia y lo redujo a cenizas.Leer critica Dragonball Evolution en Muchocine.net














































