Elprimerhombre ha visto Frozen river, de Courtney Hunt, una interesante película de cine independiente basada en el segundo corto homónimo que estrenó su autora en el 2004, logrando el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance de 2008 y la Concha de Plata a la mejor actriz, Melissa Leo (ex-aequo), en el Festival de San Sebastián de la pasada edición.
La película empieza con un plano profundo y sugerente que nos muestra al gran protagonista de la historia, el río helado que da nombre a la película. Este río es el St.Lawrence que va a parar al Lago Ontario, entre territorio canadiense y americano. La protagonista principal de la historia, Ray Eddy (Melissa Leo), vive en Massena, en el estado de Nueva York, y acaba de ser abandonada por su marido ludópata, largándose con el dinero que tenían ahorrado para conseguir la casa que tanto estaban anhelando. Ahora ella se queda sola con sus dos hijos y con un trabajo a media jornada que no es suficiente para sacarla del apuro en que se encuentra. En la búsqueda desesperada de su marido se dirige a un bingo cercano con la certeza de poder encontrarlo, dando definitivamente con el coche pero no con él. Es entonces cuando descubre que el automóvil ya no pertenece a su esposo sino a una india llamada Lila (Misty Upham) que vive en el pueblo mohawk, territorio fronterizo con Canadá, donde la policía de Nueva York no tiene jurisdicción. Con la intención de llevárselo consigo sigue a Lila hasta la caravana donde vive, creyendo que su marido vive con ella. Después de contarle Lila que el coche estaba abandonado, esta le muestra una manera de utilizarlo para ganar dinero. Le propondrá introducir inmigrantes en el maletero para pasarlos de Canadá a Estados Unidos. Y después de un primer viaje, Ray aceptará seguir acompañándola repartiéndose las ganancias al ver que se puede ganar un buen dinero, aún sabiendo que es un gran riesgo. En cada viaje deberán cruzar la capa de hielo del río St.Lawrence y habrán coches patrulla en ambos lados del río.
Por sus paisajes nevados, su tono realista, su banda sonora penetrante muy adecuada a la historia y por la actuación de la actriz principal, esta película recuerda a otros trabajos rotundos como Fargo, de los hermanos Coen, o Aflicción, de Paul Schrader, obras que jugaban mucho con el entorno nevado, con la música y sobre todo con la violenta reacción de sus protagonistas ante adversidades inevitables. Dramas que intentan componer una historia que parezca totalmente real, algo que Frozen river consigue ya que el territorio mohawk es un lugar fronterizo que tiene problemas con el Estado de Canadá al no haberse reconocido, en algunas ocasiones, su derecho para realizar el comercio de mercancías libre de gravámenes de Estados Unidos a Canadá, a través de la frontera que divide el territorio de su comunidad indígena. Parte del problema de estos indígenas se reafirma con el tráfico ilegal expuesto en la película, en el hecho de que Lila utilice a Ray como conductora ya que ella es "blanca" y seguro que no la detendrán como sospechosa.
De esta manera, Courtney Hunt consigue una película con muy buenas intenciones, con una puesta en escena eficiente y una dirección muy correcta. Aunque el ritmo bien llevado y las escenas logradas durante el desarrollo de la historia no congenian del todo con un final demasiado previsible por un hecho además poco convincente. Y a mi parecer, todo viene por la construcción del personaje de Lila, un tanto desdibujado, al revés que el de Ray, el papel más relevante e importante de toda la historia sin lugar a dudas. La actuación de Melissa Leo apuesta por un personaje desesperado pero con un carácter fuerte y luchador, con el que no he podido evitar acordarme del personaje de Gena Rowlands en Gloria, salvando un poco las distancias.
En definitiva, Frozen River es una película correcta con una buena dirección y una actuación de Melissa Leo conmovedora; sin embargo, todo se resuelve con un final poco convincente y un tanto típico.
A caballo entre el thriller policiaco y la ciencia ficción de serie B, el sexto filme como director de Michael Crichton juega abiertamente con los convencionalismos del género, asumiendo sin tapujos su condición de tecno-thriller moderno, una etiqueta que al abajo firmante no le vuelve particularmente loco. Crichton es un autor excepcionalmente dotado para trivializar el hecho científico, la conspiración de las máquinas por el dominio mundial (El hombre terminal) o la existencia de dinosaurios en la era moderna (Parque Jurásico), son dos temas que el autor ha tomado prestados de la literatura pulp y que ha convertido en best-sellers, dotándolos de un supuesto enfoque más adulto y científico.
La película nos cuenta la historia del sargento Ramsey, un policía que se dedica a la captura de robots descontrolados y con tendencias homicidas. La acción se sitúa en un futuro alternativo no muy lejano, de tal manera que casi puede interpretarse como una ucronía de los años 80’s, ya que los elementos divergentes y anacrónicos se reducen básicamente a la instauración de robots en la vida cotidiana. Un hecho con evidentes tintes futuristas, pero que no viene orquestado por el habitual attrezzo de naves espaciales y paisajes futuristas, no se sabe muy bien si por convicción, falta de interés o escasez de presupuesto, pero el resultado es el mismo: la ficción aquí, como en las novelas de Julio Verne, deviene presente y no futuro.
Si algo destaca del filme es su carismático elenco de actores, desde el eficaz Tom Selleck (Magnum, P.I., 1980-1988), pasando por Cynthia Rhodes (la competencia de Jennifer Grey en Dirty Dancing, 1987), Gene Simmons (el cantante de KISS), Kirstie Alley (la Rebecca de Cheers, 1982-1993), Joey Cramer (el niño de la mitiquísima El vuelo del navegante, 1986) y G. W. Bailey (el detestable Capitán Harris de Loca Academia de Policía, 1984-1994).
Runaway es un thriller de ciencia ficción sobre el que planean ecos del cine de acción de los años 80’s y una cinta que no puede evitar caer en los clichés del género, ya que contiene todos los ingredientes de este tipo de productos (el poli íntegro, el villano malvado e inteligente, la chica, el esperado final donde el protagonista debe enfrentase a sus miedos…), la película es puro cine de evasión con la mayoría de concesiones y agujeros negros de la cinematografía del momento.
Por otra parte, el discurso moral también queda implícito en el filme. Su mensaje es una puesta en alerta contra los peligros del mal uso de la tecnología, un tema muy recurrente en la obra de Crichton, pero que aquí está tratado de forma superficial y efectista, de tal manera que la película no establece un diálogo con el espectador, sino que realiza un soliloquio banal y dogmático satanizando a la misma. Aun así, la mezcla tan natural entre cine policíaco y cachivaches de ciencia ficción, crea una atmósfera curiosa y marciana que otorga de cierto encanto a la cinta.
Robots salidos de madre, arañas cibernéticas, balas inteligentes que doblan esquinas, un Mad Doctor y una vidente, son algunos de los elementos inconexos que Crichton sitúa en un contexto realista, creando una mixtura interesante, pero que se resiente por el tono relamido, la anemia y la excesiva compostura del filme.
La frase:“Déjame que te explique cómo van las cosas; nada funciona bien, las relaciones de pareja no van bien, la gente no funciona bien, pero fabrican máquinas, ¿porqué iban a ser perfectas las máquinas?”
Buenos días, soy el jefe Dreyfus. Verán, el hombre es un ser complicado. Y es que resulta que cuando tuve las primeras noticias sobre esta película e iban apareciendo los primeros nombres, reconozco que me sentí interesado por el proyecto, pero que, a medida que iban llegando imágenes y los primeros trailers, mi emoción del principio se fue desinflando poco a poco como un globo. Ya cuando la película se estrenó, por allá finales del año pasado, las críticas no fueron demasiado buenas y una voz dentro de mi gritaba con todas sus fuerzas que perder el tiempo en esto no era una muy buena idea. Pero, como les decía, el hombre es un ser complicado, y desobedeciendo todas las señales de alerta que parpadeaban a mi alrededor, el otro día me puse a ver, inocente de mi: THE SPIRIT... ¡Empezamos!
Un agente de policía que cae en acto de servicio regresa de la muerte para convertirse en el protector de Capital City, una ciudad viciada y corrupta, y defender a sus ciudadanos de las amenazas que rondan sus oscuros callejones. Y como todo héroe tiene que tener su alter ego (ya lo decían en El Protector), The Spirit deberá luchar una y otra vez con el villano de turno, Octopus (no confundir con el malo de Spiderman) y sus secuaces, alguien que, quizás, tenga más en común con nuestro protagonista de lo que en un principio él mismo imagina. Para que el resultado final tenga un empaque visual más atractivo, los responsables de la película se han encargado de llenar el metraje de un buen puñado de femmes fatales que harán las delicias, o no, de nuestro protagonista.
La película esta basada en el popular cómic de Will Eisner, que, por suerte, ya no vive para poder ver en que han convertido su personaje, del que me había leído algún número ya hace mucho tiempo aunque del que, reconozco, jamás fui un fiel seguidor, a pesar de sus innumerables virtudes. Y el encargado de llevarlo a la gran pantalla es, nada más ni nada menos, que Frank Miller, personaje de gran popularidad en el mundo de los cómics a raíz de sus excelentes trabajos en Daredevil, Born Again; Elektra, Lives Again; Batman, The Dark Knight Returns; o Sin City, entre muchos muchos otros (incluyendo, el posteriormente adaptado a la gran pantalla, 300). En cuanto a su incursión en el séptimo arte, la cosa es bastante más escueta, contando en su haber, tan solo, con los guiones de Robocop 2 y 3 y con la co-dirección de la adaptación de su propio cómic, Sin City, de la que ya se prepara una segunda entrega.
¿Ustedes recuerdan a Michael Jordan? Michael Jordan era, con total seguridad, uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos (por no decir el mejor) y, de echo, era tan bueno, que se aburrió y decidió probar suerte en otras modalidades. Así pues, el hombre, decidió pasarse al béisbol, donde fichó por los Chicago White Sox, un equipo de la American League, con resultados más bien discretos. Como se dio cuenta de sus limitaciones, apenas año y medio después, Jordan, decidió volver a la NBA y a lo que mejor sabía hacer. Sin duda alguna, Frank Miller tiene mucho que aprender de Michael Jordan.
Lo que si que consiguió Frank Miller, para su estreno en solitario como director, es un elenco importante de actores, que ya querrían muchos. Así pues, en la película encontramos nombres como los de Gabriel Macht, un panoli que consigue su primer protagonista después de muchas películas actuando como secundario de los secundarios; Samuel L. Jackson (¿pero cuantas películas ha hecho ya este hombre?); Scarlett Johansson, también conocida por ser la futura madre de mis hijos y que con lo deseada que está en Hollywood no debería perder el tiempo haciendo estas mierdas; Eva Mendes, una de los pocos que realmente se toma en serio su personaje y la película, quizás por ser, junto al protagonista, quién más tenga que demostrar; Paz Vega, que sigue intentando meter un pie en la meca del cine, aunque sea con un papel de mierda donde lo único que brilla de su breve actuación sea su traje; y, como curiosidad, también decir que aparece el padre de la serie Aquellos maravillosos años, como jefe de policía gruñón.
Llegados a estas alturas, quizás sobre decir que la película es una soberana mierda de dimensiones épicas, ofensiva a tantos niveles, ya sea tanto para el cómic original como, para todo el séptimo arte en general, que no encuentro adjetivos suficientes para calificarla. Es imposible encontrar en ella algún atisbo de originalidad ya sea en el tratamiento de la historia (de lo más sobada y lamentable que pueden encontrar en los últimos tiempos) como en su formato visual (visto ya en la anterior Sin City, aunque sin su magia). La mayor parte del tiempo estás contemplando a unos actores fuera de sí, absolutamente descolocados, haciendo payasadas sobre un fondo prácticamente neutro, sin vida ni nada que se le parezca y compitiendo entre sí por ver quien suelta el monólogo más absurdo. Todos ganan.
En la película hay un problema básico, es absolutamente imposible que el protagonista te caiga bien. Y no solo eso, además vas aumentando el odio hacia él a medida que avanza la trama. Normalmente cuando esto me pasa tiendo a solidarizarme con los malos, pero es que en esta película es imposible solidarizarse con nadie. El personaje de Octopus consigue alterarme y aburrirme a partes iguales según el minuto de película y sus secuaces tampoco ayudan en nada, más bien todo lo contrario, solo consiguen que aumente mi ira. Para colmo, en los momentos dramáticos me entra la risa y en los momentos de risa me entra la vergüenza ajena. Nada funciona como debería. Es cierto que en el cómic original abundaban los contrapuntos cómicos, pero en la película lo único que se logra rozar es el ridículo.
Resumiendo: En cierta ocasión se me cagó encima una paloma. La sensación fue poco más desagradable que la de ver esta película.
Elprimerhombre ha visto Control, de Anton Corbijn, una película que nos muestra los últimos siete años de vida de Ian Curtis, el cantante peculiar de la banda mítica de mediados de los setenta que fue un icono del post-punk inglés, Joy Division, que resulta ser otro biopic que llega a nuestras pantallas aunque con dos años de retraso.
Control es una película independiente en blanco y negro con actores desconocidos, realizada por un fotógrafo y director de vídeos musicales que nos quiere dejar constancia de la extraña sensibilidad y del controvertido carácter de uno de los personajes más influyentes en la música de los últimos veinte o treinta años. Ian Curtis era un chico demasiado introvertido que vivía en Manchester y escuchaba a artistas como David Bowie, Lou Reed o Iggy Pop. Su manera de ser tan diferente debió sorprender a Deborah Curtis, su esposa en la vida real con la que tuvo una hija, cuya biografía sobre Ian editada en 1995 es la base de esta historia. Dado el trato que recibió de Ian tan poco considerable con el amor que le profesaba ella, Deborah decidió escribir sobre algo que le debió amargar durante mucho tiempo, recordando el amor que Ian tuvo con una chica francesa llamada Annik que trabajaba en la embajada de Bélgica, cuya afición por la música y el misterio que le producía aquel chico escuálido y tan especial hizo que quisiera hacerle como excusa una entrevista como periodista para un fanzine musical. La atracción que surgió entre ambos se puede decir que casi fue inevitable y los sentimientos contradictorios del mismo Curtis entre el amor de esas dos mujeres, unidos a una incipiente epilepsia, fueron provocando una lenta destrucción en su forma de ser y de pensar, no llegando finalmente a concentrarse en los conciertos ni a saber qué debía hacer con su vida. El 18 de mayo de 1980, destrozado anímicamente cuando sólo contaba con 23 años de edad, se suicidó en la cocina de su casa donde había vivido con Deborah y su hija Natalie.
El difícil retrato de este personaje, verdaderamente complicado de plasmar en pantalla, está muy bien logrado por la actuación de Sam Riley, un joven actor desconocido que se mete de lleno en su papel, bailando y cantando las canciones sin playback, petición que hizo a Corbijn para que resultara más fidedigno. Y es que los temas de la banda están muy bien llevados y bien escogidos para explicar los sentimientos de Curtis a lo largo de la película, apareciendo un tema tras otro en pantalla concorde con lo que le está pasando, acompañado todo por una dirección realmente eficaz y muy correcta, demostrando Corbijn que los años de experiencia realizando vídeos musicales no pasaron en vano. Hay que decir que él mismo fue el responsable de algunos vídeos de la banda, como Atmosphere y que les fotografió varias veces, como a tantos artistas durante décadas. La mencionada canción Atmosphere es la escogida para el final trágico de la historia y otra vez hay que decir que es totalmente idónea para el momento.
Sin embargo, la buena dirección y la calidad de las canciones no son suficientes para que las dos horas que dura la película resulten del todo emocionantes. La demasiada atención en el tema del amor de las dos mujeres, sobre todo a raíz de la aparición de Annik casi a la hora de metraje, hace que el ritmo se ralentice demasiado, disminuyendo una parte del interés despertado al inicio de la película. Hasta en algún momento se echa de menos el centrarse más en la banda y no tanto en los pensamientos de Curtis, bastante perdido y ofuscado. A mi parecer hubiera sido mejor reducir la duración de la película, ayudando de esta manera a que la historia fuera más ágil. También he de comentar que no sé qué reacción tendría al ver la película si no me gustara la música de Joy Division. Seguramente el punto de vista cambiaría, aunque cinematográficamente destacaría igualmente el trabajo realizado.
Para acabar, me gustaría resaltar algunos biopics musicales que se han realizado hasta la fecha en el cine, destacando por ejemplo, Amadeus, de Milos Forman, un brillante retrato de la figura de Mozart, en el que curiosamente resultaba más atrayente la figura de Salieri, un compositor coetáneo que le tenía una envidia suprema. También no tendría que dejarme Bird, de Clint Eastwood, considerada por algunos como "la mejor película que se ha hecho nunca sobre jazz". O En la cuerda floja, de James Mangold, biopic sobre Johnny Cash premiado y nominado en los Oscars y en los Globos de Oro de 2005. Aunque la película más cercana a Control es Sid & Nancy, de Alex Cox, un biopic sobre Sid Vicious, líder de la banda de punk Sex Pistols, cuya vida estará llena de drogas y alcohol. No hay que olvidar que los Sex Pistols y Joy Division fueron contemporáneos, igual que The Buzzcocks, y eso se ve en la película. La gran diferencia de esta película con la de Alex Cox es que esta es menos corrosiva y contiene una dirección mucho más sugerente. En Sid & Nancy es más impactante el hecho de ver a Gary Oldman totalmente drogado, con un carácter del todo inaguantable, aunque en conjunto resulte bastante aceptable. Y se está preparando o apunto está de ponerse en marcha The Passenger, un biopic sobre Iggy Pop en su época en The Stooges, cuyo papel será interpretado por Elijah Wood (¿?).
En definitiva, Control es una película idónea para los fans de Joy Division y bastante aconsejable para el amante del cine en blanco y negro ya que la dirección de Anton Corbijn está llena de detalles; sin embargo, la larga duración y los sentimientos enfrentados de Ian Curtis llegan a cansar demasiado.
"Al mundo vendrán, dentro de poco, trece millones de naves de alguna confederación intergaláctica. De Ganímedes, de constelación Orión, de Raticulí, de Alfa, de Beta".
Buenos días, soy el jefe Dreyfus, una vez ya superada la Semana Santa que, obviamente, he dedicado enteramente al recogimiento y a la penitencia en general, solo faltaría, para regresar con una película que se estrenó ya hace un tiempo y a la que le pasaron factura, quizás, las altas expectativas depositadas en ella. Y es que mucho se habló en su momento, incluso antes de su estreno, de: VALKIRIA... ¡Empezamos!
Esta claro que nacer en la Alemania nazi y no ser un pérfido hijo de la gran puta te podía acarrear bastantes complicaciones. Si, además, te daba el punto y optabas por intentar cambiar las cosas, y ya de paso los acontecimientos históricos, para lograr dar un rumbo en la dirección que había optado por seguir tu país, lo más seguro es que te metieras en un jardín del que difícilmente se pudiera dar marcha atrás. El “cienciólogo number one” interpreta a un oficial alemán destinado en África que, después de un ataque rival, queda gravemente herido perdiendo una mano, dos dedos de la otra y uno de sus ojos. Vamos, que quedó como un cromo. Ya de regreso a su Alemania natal, se unirá a un grupo disidente que planea cargarse a Hitler, junto a los que tramará un plan conocido como Operación Valkiria, con el que cargarse, de un plumazo, al Führer y a las S.S e instaurar un nuevo gobierno. El primer paso para conseguirlo será matar a Hitler colocando una bomba dentro de su bunker, siendo nuestro “cienciólogo” tuerto el encargado de llevarla hasta allí. No hace falta saber mucho de historia para saber que la cosa no acabó saliendo como se había planeado.
El director de la peli es Bryan Singer, un muchacho que vale un potosí y que se dio a conocer con Sospechosos habituales; que ya tocó de refilón el tema nazi con Un verano de corrupción; que cerró las bocas de los más incrédulos (entre los que me sumaba) consiguiendo hacer un buen trabajo llevando a la gran pantalla el cómic de X-Men, repitiendo la experiencia con la muy superior X-Men 2 (lástima que no dirigiera también la tercera parte, ya puestos); y que probó fortuna intentando recuperar al personaje de Superman. Además, como le sobra el tiempo al hombre, es uno de los creadores, y a dirigido algún capítulo, de la serie House.
Entre los actores hay un nombre propio muy por encima del resto, Tom Cruise, estrella absoluta de la película, que a pesar de empezar siendo un forracarpetas de lujo, a raíz de sus trabajos en películas como Legend, Top Gun, Cocktail o Días de trueno, es de justicia admitir que últimamente ha intentado buscar trabajos más arriesgados. Otra cosa es que lo haya conseguido, claro está. Y a pesar de admitir públicamente que me cae como el mismísimo culo, no me queda otra que reconocer que, al fin y al cabo, fue el actor protagonista de la última película del maestro Kubrick (y si él logró ver algo bueno en él es que algo debe haber). Del resto del reparto destaca Kenneth Branagh, un tipo terriblemente menospreciado tanto como actor y, especialmente, como director (su Hamlet es brutal y una de las películas más infravaloradas de los últimos tiempos y estoy dispuesto a batirme en duelo con quien lo ponga en duda), con un personaje que no acaba de tener demasiado sentido dentro de la historia ya que llegados a cierto punto se le pierde la pista. Además, en la peli también aparece Carice van Houten, la prota de El libro negro, con otro de esos personajes que ahora está y ahora ya no está.
A la peli le cuesta más bien poco enganchar con el espectador. Después de una breve introducción en territorio africano, la maquinaria se pone en marcha y rápidamente ya estamos colocados en situación, sufriendo con los protagonistas mientras traman la ejecución de su plan intentando evitar ser descubiertos (por mucho que ya se sepa de antemano que tururu). Llegados a la mitad de la película el plan ya está claro (más o menos, que la cosa es complicadilla) y es momento de pasar a la acción. La segunda mitad de la peli es la ejecución del plan, así que toca seguir sufriendo junto con los personajes hasta que llega el consabido final. Bryan Singer consigue una dirección sobria, una buena ambientación, un ritmo fluido y logra mantener un suspense durante buena parte de la película, que ya desde un principio se sabe que no existe. El cienciólogo está más o menos controlado, aunque en algún momento se le va la cabeza y empieza a poner caras raras (aunque quizás sea cosa mía, porque siempre que veo una peli de este hombre me imagino que en cualquier momento se va a poner a gritar como un loco aquello de “ordenó usted un código rojo”).
Resumiendo: Convincente e interesante película, sobre un nuevo episodio de la segunda guerra mundial que todavía no conocíamos. ¿Cuantos quedan?
Elprimerhombre ha visto Vals con Bashir, del israelí Ari Folman, un impactante documental de animación sobre la guerra del Líbano en 1982, recordando la horrible matanza de Sabra y Chatila, que sorprendió en Cannes del año pasado por la fuerza de sus imágenes.
El relato nos lleva al invierno de dos mil seis, en el momento en que un tal Boaz queda en un bar con el mismo Folman para contarle una pesadilla que tiene cada noche en la que veintiséis perros le acechan rabiosos y desorbitados, siendo quizás el origen de tal sueño una misión que tuvo que hacer cuando la fatídica guerra del Líbano. Al principio de la guerra, cuando iban en busca y captura de palestinos sospechosos, Boaz era el encargado de disparar a los perros de los pueblos que ladraban y llamaban la atención de sus habitantes. De esta manera, si los mataba, evitaba que sus compañeros de guerra fueran descubiertos y asesinados por los palestinos que se escondían en aquellos lugares. Ahora, la imagen de esos perros se le aparece en sueños desde hace veinte años, siendo constante desde hace dos años y medio. A partir de este encuentro, Folman se da cuenta de que no recuerda nada o casi nada de esa maldita guerra en la que participó a los diecinueve años e intentará que le venga algún recuerdo a la mente hablando con otros soldados que le acompañaron en su unidad de combate. De esta manera, poco a poco irá tapando ciertas lagunas de su pasado, descubriendo terribles momentos de los que el hombre nunca podrá estar satisfecho.
Desde la primera secuencia del film, uno se da cuenta de que Ari Folman sabía lo que se hacía con este proyecto, a la vista, tan complejo. Las ideas tan claras que tuvo desde un principio, a la hora, sobre todo, de afrontar la historia con el complicado medio de la animación, se ven plasmadas con todo detalle en cada escena que se ve del resultado final. Mezclando la técnica del Flash, la animación tradicional y el 3D, Folman consiguió tener una libertad creativa que no habría podido tener con imágenes reales. Para conseguir una sensación de sueño y realidad al mismo tiempo, quería utilizar este tipo de técnica y le valió muchísimo la pena, ya que Vals con Bashir es una de las películas más sugerentes y sorprendentes de lo que llevamos de año. Todo lo que se ve en pantalla llega al espectador de una manera tan rotunda y eficaz que impresiona. Sentimientos tan a flor de piel, logrados con bellas y contundentes imágenes, con un montaje tan correcto, a lo que le sumamos una relajante y apasionada música de Max Richter, un compositor y pianista alemán afincado en Londres que se une a dejar su grano de arena en esta película.
Siendo totalmente objetivo, Vals con Bashir es una película mágica que engancha por su pausado ritmo y sus imágenes oníricas y reales a la vez. La calidad visual es absolutamente eficaz y demoledora, dando una lección de prodigio y talento a la hora de transmitir tantos sentimientos confrontados. Me sorprende que una película de estas características, sin que el director haya trabajado nunca en la animación aunque sí en el documental, llegue a conseguir unos resultados tan convincentes y tan emotivos. Y para remarcar más en la veracidad de los hechos ocurridos en aquella infame matanza indiscriminada de palestinos, el director deja el minuto final del documental para mostrar las imágenes reales de aquel horrible suceso.
En definitiva, Ari Folman consigue una obra cumbre; un documental de animación totalmente recomendable, con una impactante puesta en escena, unas imágenes de facturación excelente, redondeado todo con una banda sonora que pone la carne de gallina.
Rose y Henry son un aburrido matrimonio checoslovaco, ella es una reputada científica al servicio del Estado y él un mindundi que trabaja como ingeniero jefe en una fábrica. Rose acaba de inventar un suero experimental que reemplaza las pesadillas por sueños reparadores, mientras que su marido se entretiene leyendo cómics sobre una bella heroína armada con guantes anti-gravitacionales. Una noche, Henry tiene una pesadilla en que la hermosa heroína es atada y azotada por un superhombre y un vaquero, por lo que Rose toma cartas en el asunto y le pone una inyección de su elixir. Lo que la doctora desconoce es que los elementos eliminados del campo de los sueños se materializan en el mundo real, de tal manera que Henry se despierta junto a la esbelta heroína de carne y hueso. El superhombre y el vaquero también han cobrado vida, así que la lucha por conseguir los guantes anti-gravitacionales comienza en el mundo real.
En muchas ocasiones se ha defino el cine como una máquina de fabricar sueños, un concepto que aquí coge una especial relevancia, tal y como lo hace en el cine de David Lynch o Michael Gondry, por ejemplo. Los sueños, la imaginación y la creatividad, son las bases que sustentan el filme, aunque solo hay una secuencia onírica con verdadero peso, me refiero a la fantasía bondage que tanto incomoda a la doctora Rose. Una escena de estilo caligarista, donde se utiliza la escenografía y la luz de forma expresionista, pero sin abandonar la estética pop que impera en el resto del metraje. El homenaje al noveno arte también queda implícito, tanto por la fascinación que siente Henry por los comics, que son su fuente de inspiración y su válvula de escape, como por las visiones que cobran vida de sus sueños. Desde la misma Jessie, esa curvilínea fémina que sigue la tradición de otras sensuales heroínas como Vampirella o Modesty Blaise, a los dos rufianes que la persiguen, iconos evidentes de dos de los géneros más populares del comic: los superhéroes y el western.
Realidad y ficción se confunden en una trama que dota a Henry de ciertos matices heroicos, mientras que Rose va pareciendo un villano de tebeo, una simplificación de roles que concuerda mucho con el tono alegre y disparatado del filme. Pero tras esta aparente ingenuidad, la cinta rompe una lanza a favor de la imaginación y plantea una irreverente crítica al régimen comunista checoslovaco. A la pregunta de ¿quién quiere matar a Jessie?, entendiendo a Jessie como la personificación de los sueños, anhelos y fantasías del protagonista, la película responde de forma contundente: el racionalismo y la estrechez de miras del sistema soviético. Resulta reveladora la escena del juicio, una pantomima de proceso en el que se debate si los sueños pueden ser una molestia pública, un mal social, y donde el acusado es amonestado por tener sueños peligrosos.
Alemania y Estados Unidos también salen retratados en esta sátira, ya que el vaquero, con su actitud de solucionar cualquier conflicto a tiros, puede parecer una caricatura de EE.UU. y su política exterior, mientras que la figura del malvado superhombre es un claro símbolo de la ideología nazi (Checoslovaquia fue ocupada por Hitler en 1938). No es casualidad que Henry comente en una escena que «los superhombres son simplemente espantosos».
¿Quién quiere matar a Jessie? es una alocada comedia pop de ciencia ficción y la respuesta checoslovaca a aquello que llamaríamos Nueva Ola o Nueva Cosa, un movimiento de los años 60’s y 70’s que pretendía desnudar el género de las opresivas reglas impuestas por la serie B más acartonada. Un tipo de ciencia ficción rara, contracultural, metafísica y paródica, donde incluiríamos películas como Fahrenheit 451 (1966), La naranja mecánica (1971) o Matadero Cinco (1972). Si tienen oportunidad, échenle el ojo y presten especial atención al cómico y lúcido final.
La frase:«Si no tenemos reparos en destruir insectos molestos, ¿por qué deberíamos tenerlos con quimeras?»
Buenos días, soy el jefe Dreyfus, volviendo a las películas, con una cosa de chupasangres adolescentes con la testosterona por las nubes, que al parecer arrasó un rato en taquillas de medio mundo. Y como el que avisa no es traidor, amantes del género vampírico, huyan como alma que lleva el diablo de: Crepúsculo.. ¡Empezamos!
Una adolescente con cara de empanada, de padres divorciados, y actitud orgásmica ante los acontecimientos que le irán sucediendo, debe ir a vivir con su padre a una mierda de pueblecito perdido de Estados Unidos, donde siempre parece estar nublado y si algún día logran atisbar un rayo de sol ya se pueden dar con un canto en los dientes. A pesar de ser la nueva del instituto, y llegar a medio curso, rápidamente logra hacerse coleguilla de una pandilla de muchachos a cada cual más abofeteable. En una de las clases le tocará sentarse con uno de los “guapos oficiales” del insti, un joven apuesto y pálido que viste de negro cuyos únicos amigos son cuatro jóvenes más, apuestos y pálidos, pero que parecen no mantener relación con el resto de estudiantes.
Lo cierto es que la actitud de estos cinco chicos es, como poco, de lo más desconcertante, porque además de no mezclarse con el resto de chavales, resulta que viven todos en la misma casa, hijastros todos ellos del médico del pueblo, cuatro de ellos son pareja y, para colmo, resulta que los días que sale el sol (rara vez, como les comentaba), los cinco susodichos no asisten a las clases y se van de camping lejos del pueblo. Yo, que quieren que les diga, llámenme clásico, todo esto lo veo tirando a raro, pero en el instituto nadie sospecha nada. Cuando nuestra protagonista sea salvada por el “guapo oficial” usando su super velocidad y su super fuerza empezará, por fin, a intuir que algo no acaba de cuadrar.
Como la prota de actitud orgásmica empieza a olerse el percal, el “guapo oficial” se verá obligado a destapar el pastel y hacerle un par de confesiones que descolocarán a la joven pizpireta: 1. Él es un vampiro y 2. Ella le pone perraco hasta las trancas. Ay, amigos, ríanse ustedes de Romeo y Julieta y demás amores imposibles, porque esta relación, entre vampiro y humana, si que pinta de lo más complicada, y más que se va a complicar cuando al pueblo llegue otro grupo de vampiros con ganas de ligar estilo “aquí te pillo, aquí te mato”.
Francamente me sorprende el comportamiento de los cinco jóvenes vampiros. O sea, resulta que tú eres un vampiro adolescente desde hace un huevo y medio de décadas ¿y no encuentras nada mejor en lo que emplear tu tiempo que asistir al instituto hasta que te gradúas y cambias de pueblo para volver a empezar el instituto en otro lado? ¿Así una y otra vez hasta el fin de los tiempos? Pues menuda mierda, señores. Y más en Estados Unidos donde la educación en casa no sólo es legal sino que además está perfectamente instaurada. Otra cosa es que lo que quieran es mezclarse con los lugareños y tener relación con el resto de compañeros, pero es que eso, en la película, es precisamente lo que no hacen en ningún momento. Y si lo que pretenden es no levantar sospechas para pasar inadvertidos debo decir que su actitud y comportamiento, por mucho que en pueblo no le hagan demasiado caso, es de lo más sospechoso que me he tirado a la cara en años. Y luego está el tema del padrastro, vampiro como ellos, que se dedica a ser médico. ¡Venga tentaciones a porrillo! ¡Es como si un vegetariano se pusiera a trabajar en una charcutería!
La película es la adaptación cinematográfica de un superventas literario de la hostia, escrito por una tal Shephenie Meyer, que con la tontería ya le sale el dinero por las orejas. La directora encargada de la adaptación es Catherine Hardwicke, que fue la realizadora de la interesante Thirteen y luego se complicó la carrera con Los amos de Dogtown y Natividad. El éxito de Crepúsculo le habrá venido como una bocanada de aire fresco, aunque al parecer ella no será la encargada de dirigir la segunda entrega. Como si nos importara. Sobre los jovenes actores del film ni me pregunten porque no tengo ni idea. Sólo se que el “guapo oficial” se había dejado ver en alguna de las pelis de Harry Potter, y poco más. Algunos de ellos lograrán largas y fructíferas carreras y conseguirán su lugar entre el star system de Hollywood, otros serán carne de Gran Hermano V.I.P. y telefilms de sobremesa. Que Dios reparta suerte.
¿Recuerdan ustedes la serie Sensación de Vivir (90210) donde una joven llamada Brenda llegaba a un nuevo instituto y se enamoraba rematadamente de un macarra llamado Dylan? Pues bien, cambien ustedes Beberly Hills por un pequeño pueblo de montaña y al macarra por un macarra vampiro y ¿que es lo que tienen? Efectivamente, Crepúsculo. Y aunque la película sea una solemne bobada, sería injusto por mi parte cargar en exceso contra ella, porque lo cierto es que en ningún momento pretende ser algo que no es (la portada ya lo dice todo). La peli pasa bastante rápido en su tramo inicial dentro de lo que cabe y no es hasta que la trama se empieza a complicar con la aparición de unos malos que la cosa empieza a bajar mucho. Ya llegados al tramo final la cosa pierde el poco interés que pudiera haber tenido en algún momento. Ya puestos, propongo que para la segunda entrega de la saga, el estudio se gaste un poco más de dinero porque la peli tiene una pinta de barata que tira para atrás y unos efectos especiales de video de primera comunión de lo más sonrojantes. Un poco más de dinerito quizás hubiera ayudado a que visualmente la peli resultara un poco más atrayente.
Resumiendo: ¿Y si, en la serie Sensación de Vivir, Dylan hubiera sido un vampiro?
Elprimerhombre, a raíz de la reciente fecha conmemorativa de los 50 años de la muerte de Raymond Chandler, se dispone a contarles una historia cargada de puro magnetismo que les dejará estupefactos, con la certidumbre de estar presenciando una de las mejores obras de cine negro que se hayan realizado jamás. Me estoy refiriendo a Perdición, de Billy Wilder, una película que cuenta con un trío protagonista inimitable, con una soberbia Barbara Stanwyck en su papel de femme fatale.
Y no es para menos el sucumbir ante tan inteligente relato, con una propuesta tan brillante del propio Wilder, inspirado junto con Raymond Chandler para obsequiarnos con una adaptación de una novela negra de bolsillo de James M. Cain, Pacto de sangre (Double Indemnity), autor también de una obra tan conocida como El cartero siempre llama dos veces, llevada al cine por Tay Garnett en 1946 y por Bob Rafelson en 1981. Este autor solía introducir el personaje de la femme fatale en sus historias y en Perdición, título español bien diferente del original, la trama ocurre en Los Angeles, en el verano de 1938, y empieza de noche, con la llegada del protagonista herido de bala, Walter Neff (Fred MacMurray), a la oficina de seguros donde trabaja con la intención de dejar como epílogo un memorándum en una especie de grabadora para su jefe, el encargado de reclamaciones Barton Keyes (Edward G. Robinson), confesando el crimen que ha cometido por dinero y por amor a una mujer.
Mediante el flashback y la voz en off, nos cuenta el inicio de esa relación fatal entre los dos, con su visita a la casa de un tal señor Dietrichson, un ejecutivo de una empresa petrolífera, para renovar el seguro de sus dos automóviles, que al estar ausente, es atendido por su mujer, Phyllis (Barbara Stanwyck), produciendo una gran atracción en Walter. En la siguiente cita de ambos, ella le propone hacer un seguro de accidentes a su marido sin que él lo sepa, sospechando Walter de las trágicas intenciones de esa misteriosa mujer, negándose en rotundo a tal insinuación creyendo que de verdad quiere acabar con él. Pero Walter no cesará de pensar en lo que le ha propuesto y en una visita nocturna de ella a su piso, surge la pasión escondida que había entre los dos, entregándose él totalmente a ayudarla en su plan de asesinar a su marido. Dos días después, Walter irá a la casa del señor Dietrichson y este firmará el seguro de los dos coches, pero también firmará una segunda copia sin saber que es el seguro de accidentes, cuya póliza contiene una cláusula especial de "doble indemnización", en la que se paga el doble por accidentes que casi nunca ocurren. Por eso harán que el señor Dietrichson vaya en tren en un viaje que debe realizar, multiplicándose por dos el capital.
Aunque no lo tendrán nada fácil, Walter teme por la inteligencia y la sagacidad de su jefe, Barton Keyes, el personaje más definitivo y vital de la historia, con un papel estelar del irrepetible Edward G. Robinson, un actor con un carácter arrollador y un talento innato. Su manera de estar en escena apostaba por una increíble construcción del personaje, logrando siempre actuaciones memorables. En el mismo año de Perdición trabajó con Fritz Lang en La mujer del cuadro y al año siguiente repetiría con Lang en Perversidad, con un personaje muy estimable para el espectador, con otra femme fatale en la historia, interpretada por Joan Bennett. En Perdición, a causa de las investigaciones y las dudas sobre el asesinato ocurrido, conoceremos al "hombrecillo" que dice llevar dentro que le hace desconfiar de muchos casos, sobre todo al ser el máximo responsable a la hora de encontrar fraudes en los accidentes de sus clientes. Pero durante el desarrollo de la trama, también otros personajes irán cogiendo fuerza y protagonismo, como Lola, hija del primer matrimonio del señor Dietrichson, que revelará a Walter su odio hacia su madrastra; o también su novio, Nino Zachetti, que sin su existencia, aunque salga sólo en dos ocasiones, la trama no podría llegar al final de la historia.
Por todo esto, no es exagerado decir que el maestro Wilder hace las cosas con absoluta precisión y la verdad es que en Perdición todo acontece con un ritmo narrativo perfecto, con una intriga que irá en aumento, pareciéndonos percibir en el ambiente un olor a madreselva, asimilando, como Walter, su fuerte olor con el inminente asesinato. Destaca la secuencia de la coartada que Walter ha planeado, con fundidos entre planos explicándonos todas sus artimañas para no ser relacionado por el crimen que pronto va a cometer. Y el recurso de la voz en off, la luz tenebrosa que penetra en las ventanas o la música de Miklos Rozsa, serán también otros componentes indispensables para la historia. Dicho todo esto, hay que remarcar que el señor Wilder defraudó pocas veces a lo largo de su fascinante carrera cinematográfica en la que se encuentran varias obras maestras. Sin ir más lejos, en 1950 creó un guión original junto con D.M. Marshman Jr. y Charles Brackett, para realizar Sunset Boulevard, conocida en España como El crepúsculo de los dioses, con muchos puntos que recuerdan a Perdición, con Los Angeles otra vez como lugar para contar la historia, el flashback y la voz en off del protagonista masculino.
En definitiva, Perdición es un clásico del cine negro realizado por uno de los mejores directores de la historia del cine, con unos protagonistas tan convincentes como brillantes, destacando un Edward G. Robinson colosal.