Sydney Stratton es el típico científico visionario y despistado, aunque su campo no es la robótica, ni la física cuántica, ni la exploración espacial, sino la química textil. Tras perder una decena de empleos por culpa de sus alocados experimentos, Sydney entra de tapadillo en otra empresa, atraído por su moderno equipo de investigación. Allí dará con la fórmula de un revolucionario tejido que ni se ensucia ni se desgasta, lo que lo convierte en prácticamente irrompible. Tras la alegría inicial, el invento no tarda en llenar de temor los corazones de empresarios y empleados, que temerán por la frágil balanza comercial y por sus puestos de trabajo. Ambas agrupaciones pondrán todo su empeño en impedir la divulgación y la explotación de dicho tejido, amenazando incluso la vida del propio Sydney.
La trama recurre a varios convencionalismos de la serie B de la época, aunque convenientemente maquillados y descafeinados, de tal manera que la cinta nunca adquiere completamente su condición de cine de ciencia ficción, sino que mantiene un pie en la fábula moral y el otro en la comedia negra. Esto se debe al buen hacer de Alexander MacKendrick, un director que aun siendo estadounidense de origen Galés, representa la quintaesencia de la flema británica. Su obra más conocida es El quinteto de la muerte (1955), una divertidísima parodia del derrumbamiento del Impero Británico, pero visto lo visto, convendría revisar toda su filmografía, porque parece injustamente condenada al ostracismo (los designios de la industria son inescrutables).
En el protagónico principal tenemos a un actor de apellido cervecero y con pedigrí de caballero, sir Alec Guiness, que aparte de ser todo un icono cinematográfico y el maestro y mentor de Luke Skywalker, también posee un oscar por su interpretación en El puente sobre el río Kwai (1957). Ambos, director y actor, estaban por aquel entonces muy afincados a la productora Ealing, una compañía que realizó las mejores comedias clásicas del cine británico de los años 40 y 50, entre las que destacan Ocho sentencias de muerte (1949) y la que hoy nos ocupa. El reparto lo completan Joan Greenwood, Cecil Parker y Michael Gough, el mítico Alfred Pennyworth de la saga Batman (1989).
El hombre del traje blanco es, según palabras del propio director, “una película de dibujos animados politizada”, una crónica de su tiempo que utiliza el humor y la caricatura como panacea para tratar ciertos temas peliagudos. En este sentido la cinta funciona a dos niveles, por un lado critica la soledad del individuo enfrentado a la sociedad y por el otro muestra el poder destructivo de la bondad. El traje blanco del protagonista simboliza la pureza del alma y podemos ver en el filme como Sydney va superando todas las pruebas morales a las que se enfrenta sin mancharse, evitando caer en tentaciones tan arquetípicas como la codicia o el sexo. Hay una escena en que Sydney se ve obligado a improvisar una espada y un escudo con lo que tiene a mano, y así pone físicamente de manifiesto su condición de caballero andante del siglo XX, todo un don Quijote moderno luchando contra los molinos de viento de la era post industrial. El personaje de Joan Greenwood siente cierta atracción por él, pero esto se debe más a su rectitud moral que a otra cosa.
El personaje principal es probablemente el más caricaturizado de todos, el paradigma del genio despistado, con un físico, una actitud y una manera de rascarse la nuca, que reflejan la gran ingenuidad del protagonista. Al igual que ese tupé, parecido al que lleva Tim Robbins en El Gran Salto (1994), otro cartoon de carne y hueso. A decir verdad, este no es el único punto en común que se me ocurre entre ambas producciones, cosa nada extraña si tenemos en cuenta que los hermanos Coen también realizaron un remake de la ya mencionada El quinteto de la muerte, obra también de MacKendrick.
El hombre del traje blanco es, en definitiva, una parábola divertida, imaginativa, punzante y pesimista, un cuento moral dirigido magistralmente, repleto de buenos momentos y poseedor de un final desbocado y casi surrealista, en el que todos los personajes actúan encolerizados por un capitalismo caníbal, algo que remite de alguna manera al cierre de El perfume (1985), la novela de Patrick Süskind.
La frase: “Así parece un caballero embutido en brillante armadura, y eso es usted”.
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3 piquitos de oro:
Que la echen en la tele, ¡la quiero ver!
Saludos
Que grande el señor Guiness!!
Saludos.
Entretenida película del señor Guiness. Me han dado ganas de verla.
Saludos!
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