Celebración (1998)

Elprimerhombre ha recordado Celebración, una película de Thomas Vinterberg, la primera que se realizó bajo las normas del Manifiesto Dogma 95, creado en 1995 por los directores daneses Lars Von Trier (Los idiotas), el mismo Thomas Vinterberg, Kristian Levring y Soren Kragh-Jacobsen (Mifune), con la intención de hacer un cine basado más en marcar el dramatismo de las escenas, utilizando luz natural, cámara en mano y unas cuantas reglas más, que curiosamente, no se suelen seguir a raja tabla.

Pero sin prestar aún toda la atención a la manera de rodar de este tipo de películas, hay que destacar el interés que despierta en concreto esta historia. La celebración de los sesenta años del patriarca de una rica familia burguesa nunca dio para tanto jugo. Los tres hijos de este acaudalado señor, Michael, Helene y Christian, serán los principales protagonistas de esta gran reunión. Helene y Christian no se veían desde el funeral de su otra hermana, Linda, al que no acudió el maleducado Michael. Christian aún está bastante afectado por la muerte de su querida hermana, a la que dos meses atrás encontraron muerta en la bañera, y el plan urdido por él no sólo producirá un choque en los invitados, sino también en el espectador, totalmente interesado para lo que pueda suceder después de su intervención a la hora de decir unas "dulces" palabras sobre su querido padre.

Este personaje, Christian, interpretado muy bien por Ulrich Thomsen, es sin duda lo mejor de esta película y uno de los papeles más interesantes que se haya visto en la gran pantalla. Sus palabras contienen tal veneno y tanta verdad que hieren y golpean a todo ser viviente que le escuche. Sus intervenciones son secretos sacados a la luz que no tienen ningún desperdicio, elevando la tensión a un gran nivel. Y la verdad es que esta manera de filmar con cámara en mano, en esta ocasión es idónea, luciendo con un alto nivel la decadente celebración. Su hermano Michael también es un personaje interesante, aunque a veces irritante, provocando un poco de humor en alguna de las escenas en que participa.

Y aunque el montaje de la película esté bastante logrado, hay un plano que queda extrañamente unido a la escena en que pertenece, hasta con falta de raccord; es el plano corto en cámara lenta cuando Helene y el recepcionista se encuentran en la habitación de la difunta hermana y se disponen a quitar las sábanas que tapan los muebles. Por lo demás, Vinterberg consigue con esta película transmitir verdaderamente sus intenciones, gracias sobre todo a un guión bastante premeditado y a una localización bastante acertada. La gran mansión donde ocurre todo es el mejor lugar para contar esta historia, principalmente por el momento en que Christian abre todas las puertas que se cierran a su paso para volver a entrar al comedor donde está el resto de la familia y amigos. También es un buen lugar para contar los líos amorosos entre las camareras y los dos hermanos.

Pero volviendo al Dogma, es absurdo todo lo que incluye y significa este manifiesto. No sólo se tienen que seguir unas reglas en principio estrictas, sino que cada obra tiene que pasar por un comité de jueces que valoran la película para cerciorarse de que cumple con los requisitos para obtener el certificado de autenticidad del proyecto. Esto no es únicamente absurdo sino también innecesario. Si lo importante es que una historia esté bien planteada o el espectador se sienta conmovido, da igual la forma en la que se haga, hasta de los recursos que se utilicen. Yo no me fijo si el director ha utilizado luz natural o ha introducido decorados, y me da igual si utiliza música o filma en 35 mm. Lo que me importa es que me motive todo lo que vaya observando y que nada de lo que vea me moleste. Y sorprendentemente, ni esta película ni Los idiotas respetan completamente las reglas si tenemos en cuenta que se rodaron en vídeo digital y no en 35 mm., como rigen las reglas.

Por cierto, Celebración obtuvo más de 25 premios alrededor del mundo, entre los que destacan el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 1998 y la nominación al Globo de Oro.

En definitiva, una película dogma que basa su acierto tanto en la forma de rodar la historia como en las palabras sinceras de uno de los protagonistas.

Un saludo!



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Revolutionary Road (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus y hoy atacamos uno de los primeros grandes estrenos de lo que va de año y una peli que, en principio, entraba en todas las quinielas para optar a un buen puñado de Oscars pero que, a la hora de la verdad, se ha quedado prácticamente sin nada, a pesar de haber pillado unos cuantos Globos de Oro (para que luego vayan diciendo lo de la antesala y todas esas cosas). Hoy: Revolutionary Road... ¡Empezamos!

Los dos protas de Titanic son un par de jovenzuelos en la América de los años 50-60, que un día se conocen en una fiesta y se enamoran perdidamente (que bonito, debía ser primavera). Al poco rato ya están casados, atrapados en un matrimonio tedioso, viven en una casa en las afueras, y mientras él coge cada día el tren para ir a su puesto de trabajo, que detesta, dentro de una gran empresa, ella se queda en casa cuidando de sus dos hijas, mientras sueña en ser la gran actriz que nunca podrá ser. Para el resto de la comunidad son un matrimonio perfecto, aunque de puertas hacia dentro, uno observa que todo es más una pose que otra cosa. Pero llega un momento en el que deciden dar un rotundo vuelco a sus aburridas vidas y dar una bocanada de aire fresco a su moribundo matrimonio: irse a vivir a Paris, un sueño medio olvidado que deciden recuperar, para poder empezar de nuevo.

Los dos protas de Titanic, bien lo saben ustedes, son Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, y ambos se han labrado sólidas carreras dentro de Hollywood, desde que colaboraran juntos por primera vez. Mientras él ha intendado alejarse de la etiqueta de ídolo de adolescentes, con mayor o menor fortuna, trabajando con directores de renombre como Woody Allen (Celebrity), Danny Boyle (La playa), Spielberg (Atrápame si puedes), Scorsese (El aviador, Infiltrados) o Ridley Scott (Red de Mentiras), ella ha buscado papeles más arriesgados como en Quills, Iris, Olvídate de mi, Descubriendo nunca jamás o Juegos secretos. Personalmente DiCaprio siempre me ha parecido un actor correcto, aunque poco interesante, por mucho que el hombre haya luchado por evitar el encasillamiento, y Kate Winslet me ha parecido una fuerza de la naturaleza y una actriz que no deja de crecer, valiente en sus elecciones y capaz de comerse la cámara con patatas. Si en su primera película juntos, la química entre la pareja era prácticamente inexistente, en esta nueva colaboración, realmente, si existe la complicidad necesaria entre ambos, logrando resultar creíbles en pantalla.

Además, Kate Winslet es la esposa, en la vida real, del director de la película, Sam Mendes, que ya se dio a conocer, a bombo y platillo, con la premiada American Beauty (¿quien no recuerda la escena de la lluvia de pétalos?) y posteriormente filmó Camino a la perdición (Cine negro en estado puro) y Jarhead (su aproximación a la guerra del Golfo). Parece ser que en éste, su cuarto trabajo, el director vuelve al tema que ya trató en su primera película, la falsedad de la sociedad americana, entrando dentro de las casas para poder saber que se esconde en ellas.

La película trata sobre los humanos dentro de un global, al que llamamos sociedad. Dentro de esta sociedad, actuamos de forma extraña, porque siempre se intentará transmitir una sensación de falsa felicidad ante nuestros iguales, por mucho que la cosa, dentro de las casas, esté más bien jodida. A esto, comúnmente, se le llama “el que dirán”. Lamentablemente, también existe otro grupo de individuos que, directamente, ya optan por engañarse a si mismos antes, incluso, de engañar a los demás. A esto, comúnmente, se le llama “colocarse la venda en los ojos”. Además, para colmo, cuando el individuo pretende huir de todos estos artificios, como la pareja protagonista, la propia sociedad tiene los suficientes mecanismos para evitar que persiga tus sueños, debido a las obligaciones y demás compromisos que se hayan adquirido con ella. Todo esto lo encontramos en Revolutionary Road. Nada nuevo, ciertamente, todo esto ya nos lo sabemos y ya lo hemos visto. Y es justamente aquí donde entra el “como se cuentan las cosas”.

En Revolutionary Road las cosas se cuentan de manera cruda y directa, con una dirección tan correcta que da asco y una pareja protagonista dispuesta a tirarse de los pelos para meterse más, si cabe, en el papel, donde el único personaje que impone cordura es, precisamente, el único que ha estado ingresado dentro de un manicomio. A nivel personal, no obstante, debo decir que, a pesar de reconocer los valores de la película, que los tiene y decir lo contrario sería estúpido, la película no me acabó de atrapar del todo, debido a que la historia que en ella se cuenta ya no sorprende y ya nos la sabemos (incluso contada por el mismo director en American Beauty, aunque en aquella ocasión la trama destilaba mucho más humor), por mucho que, técnicamente, la peli esté muy lograda.

Resumiendo: Siempre nos quedará Paris. Mendes vuelve a bombardear los cimientos del estilo de vida americano, levantando la alfombra y destapando lo que hace tiempo dejó de sorprender.



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Dead Set. Miniserie. (2008)


Cuando me propuse escribir una crítica semanal en este blog, una de las premisas que me fijé fue la de reivindicar un tipo de cine cuyo encanto radicara en unos valores que se alejaran de lo cinematográfico. Películas que bien pudieran estar mal escritas, dirigidas e interpretadas, pero que tuvieran premisas de difícil cabida en un mercado más populista o con resultados imposibles de conseguir siguiendo las normas del juego. Ni que decir tiene que en ocasiones estos logros no son obtenidos gracias al talento y a la dedicación, sino por factores mucho más mundanos y casuales. Dead Set se presenta como un claro paradigma de esta tendencia, una serie que carece de todo interés cinematográfico, pero con algún tipo de cualidad visceral que la hace muy necesaria.


Dead Set es una miniserie británica de 5 capítulos emitida por el Canal 4 durante el octubre de 2008, su duración no llega a las tres horas, así que se puede ver en una tarde. Para hablar de ella hay que tener en cuenta dos palabras clave: Zombies y Gran Hermano. La historia relata como Inglaterra sufre un holocausto zombie, y la última esperanza de la humanidad, el último bastión de la civilización es… ¿Un bunker del ejército? ¿Unas instalaciones del gobierno? ¡No! ¡La casa de Gran Hermano! Menuda forma de girar la tortilla, ¿no les parece? La serie, en la medida de lo posible, se toma en serio esta chocarrera premisa, pero lo hace añadiendo mucha mala uva, vísceras y algunos desagradables chistes escatológicos. Al principio de cada episodio una voz nos advierte que contiene imágenes de violencia extrema, un lenguaje inapropiado para menores, y que debería ser vista en una habitación a oscuras. Ahí es nada.


Es sorprendente que a nadie se le haya ocurrido antes hacer una serie mucho más larga sobre el fenómeno zombie, porque es un concepto que funcionaría muy bien. Aunque aquí el guión parece mordisqueado por un zombie y todo resulta visualmente muy feo, yo ahí lanzo la idea. Existe la creencia asumida de que si el cámara se mueve constantemente nadie se va a enterar del poco presupuesto que hay invertido en el proyecto, pero eso es una absoluta burrada. De lo único que sirve que al cámara le de el baile de San Vito una escena tras otra es para que la historia cueste de seguir y a ti te den ganas de abofetear a alguien.


La serie empieza con un capítulo doble en el que vemos los preparativos para una noche de expulsión en Gran Hermano, una forma como otra de presentarnos a los que mueven los hilos de este circo mediático, un grupo de sabandijas hipócritas que no nos despierta ninguna simpatía. Lo curioso es que hacen cameos muchas de las estrellas de la edición inglesa del programa, como por ejemplo Davina McCall, algo así como la Mercedes Milá de aquellas tierras y uno de tantos personajes a los que no resulta difícil encontrar su homólogo español. Los zombies van apareciendo de tapadillo y sin que nos expliquen muy bien a santo de qué, cosa que a mí me vale, porque la historia nos la conocemos de pe a pa. Básicamente parece que todo sucede durante los hechos planteados en filmes como 28 días después (2002) y similares, así que en efecto, volvemos a encontrarnos con esos zombies modernos (llámense infectados) que corren que se las pelan. Yo soy más del mondo zombie de Romero de toda la vida, pero qué le vamos a hacer.


El momento cumbre de toda la serie es a mitad del primer capítulo, hablo de la escena en que los zombies entran en el estudio. Esto no es solo algo que sabes que va a suceder irremediablemente, sino que también es algo que estás deseando desde el principio. De alguna manera Dead Set se ha topado con una idea que ya existía en el subconsciente colectivo y le ha dado forma. Tenemos a toda esa gente repugnante del negocio del espectáculo metida en una sala y de repente irrumpen los zombies abriéndose paso a mordiscos. Es una especie de celebración, una catarsis fílmica, justicia poética, llámenlo como quieran. ¡Es la jodida toma de la Bastilla! La sangrienta escena está rodada con el Grace Kelly de Mika sonando a todo trapo, una elocuente forma de reforzar el ambiente festivo del momento.


Lo curioso del zombie cinematográfico es que nunca se salva de la lectura social, lo cual no dice nada bueno de como nos vemos a nosotros mismos. Lo más obvio es pensar que Dead Set advierte de los peligros de zombificar al público, algo que para algunos queda implícito al mismo hecho televisivo y para otros se ha visto incrementado por la sobresaturación de reality shows que hemos vivido en la última década. Pero denunciar esto en una serie de televisión es un arma de doble filo, ya que sin duda también amplia la influencia de Gran Hermano a nuevos medios. Sea como fuere, Dead Set tiene un punto de incitación a la rebelión muy reconfortante, y una serie de imágenes conceptualmente contundentes, como cuando la protagonista se queda encerrada en el confesionario rodeada de zombies, o el hecho de que tras el holocausto solo continúe emitiendo el canal de Gran Hermano con el piloto automático puesto. Un elemento de resignado cinismo que recuerda el anuncio de Coca-cola en Blade Runner (1982), donde se sugiere que ni el paso del tiempo ni un cataclismo van a poner fin a tan firme organismo.



La frase: "Algo va mal, el Gran Hermano no nos está vigilando."

A vida o muerte (1946)

Elprimerhombre ha visto A vida o muerte, la quinta película dirigida por la pareja formada por Michael Powell y Emeric Pressburger, el primero inglés y el segundo de origen húngaro, cuya asociación durante quince años dio pie a formar una productora llamada THE ARCHERS, con la que realizaron interesantes películas británicas durante las décadas de los 40 y 50, como Las zapatillas rojas (1948), basada en el cuento de Hans Christian Andersen.

En esta ocasión, nos quieren dejar bien claro, con un texto preliminar, que la historia que vamos a presenciar procede de "dos mundos, el que conocemos y el que existe sólo en la mente de un joven piloto, cuya vida e imaginación han sido violentamente transformadas por la guerra. Cualquier parecido con otro mundo conocido o desconocido es pura coincidencia". A partir de aquí, entramos de lleno en la película con una breve descripción del universo por una voz en off, hasta que aparece el planeta Tierra en pantalla y la cámara desciende mientras se produce un fundido; es entonces cuando la trama entra en acción.

Nos situamos en el 2 de Mayo de 1945, en el final de la Batalla de Berlín, que significa el final de la Segunda Guerra Mundial. Un avión inglés que ha sido atacado sobrevuela el Atlántico y en él se encuentra un capitán de escuadrón, Peter D. Carter (David Niven), al que no le queda mucho tiempo de vida ya que no tiene en buenas condiciones ningún paracaidas. Una tal June (Kim Hunter) intenta localizar su posición desde una torre de control y la conversación entre ambos por radio resulta ser cómica y romántica a la vez, contándose parte de sus vidas. Tras la inevitable caída, lo siguiente que pasará será una sorpresa para Peter y para el espectador ya que sigue con vida, y además, por cosas del azar o del amor, se encuentra en tierras americanas, concretamente en Manchester, en la zona donde vive June, en Lee Woodhouse. El encuentro entre ambos no tardará en producirse, pero lo que también descubrimos es que ha habido un incidente en el otro mundo. Por culpa del responsable de la vida de Carter, algo parecido a un arcángel (Marius Goring), hay un registro menos de los enviados al Cielo. El acompañante 71, que es como lo llaman a dicho arcángel, un francés que murió cuando la Revolución Francesa, pone de excusa por su descuido una densa niebla (hecha de forma magistral) que dificultó mucho su visibilidad a la hora de cazar al vuelo al piloto. Ahora debe ir rápidamente a la Tierra para explicar su error a Carter, llevándole con él al mundo de los muertos. Pero hay un gran inconveniente, Carter se ha enamorado y no resultará fácil que quiera irse del mundo de los vivos.

Aunque la historia así contada parece un poco pastelera, su planteamiento es muy inteligente, al igual que su puesta en escena. Lo peor es su desarrollo. Si el inicio es brillante y prometedor, a partir de la mitad la cosa va cayendo en su propia trampa, conduciendo la historia casi por el único camino que puede proseguir. A partir de la primera aparición del arcángel en la Tierra, en la que Peter utiliza el amor y el descuido de este como motivo de apelación, entra en escena el doctor del pueblo, Frank Reeves (Roger Livesey), amigo de June, que tendrá un gran interés en seguir el extraño comportamiento de Peter cuando dice ver a un "mensajero celestial". El doctor y June llegarán a estar con él todo el tiempo posible para poder compartir el momento de las apariciones, pero el enviado juega con el tiempo para que no sean molestados. Al final Peter tendrá la oportunidad de apelar ante el Tribunal Supremo, escena final que corresponde a un juicio celestial demasiado largo y encima con temas nacionalistas como pruebas irrefutables para influenciar en el veredicto. El fiscal es un americano que murió por una bala británica en la Guerra de la Independencia y el abogado defensor es el mismo Frank, que ocasionalmente (se veía venir que ocurriría) tiene un accidente con la moto y llega al cielo con la intención de defender a Peter, un truco demasiado poco premeditado. A todo esto, mientras se produce el juicio, Peter es operado de la cabeza ya que Frank consideraba que sus alucinaciones se debían a unas conmociones producidas por un fallo del cerebro.

De esta manera, Powell y Pressburger, que se podrían considerar como los Coen de aquella época, ya que Pressburger se dedicaba más a escribir y Powell a la dirección, juegan con la vida y la muerte, con el gran Technicolor para las escenas de la Tierra y con el blanco y negro para las escenas del Cielo. Y la verdad es que resulta ser lo mejor de la película. Jack Cardiff es el director de fotografía y consigue así un resultado muy eficiente, con colores muy vivos y contrastados. Pero es una lástima que todo esto no sea bien aprovechado, con un David Niven muy correcto en su papel y con escenas tan interesantes como cuando ascienden por la gran escalera Peter y el enviado, pensando en qué genio o personaje importante podría defenderle, antes de que Frank tenga el desgraciado accidente, o la misma escena en que vemos por primera vez al tal Frank, que con una especie de aparato óptico refleja lo que pasa en la calle en una pantalla ovalada. Y para acabar, uno de los ejemplos que hacen que el final me parezca tan soso y sensiblero es que Frank utiliza por dos veces el recurso de una lágrima de June para defender a Peter como prueba definitiva de su amor hacia él, y será la prueba con la que se decidirá el Tribunal.

En definitiva, una película con un comienzo excelente que va decayendo a partir de la mitad, con un final demasiado largo y de poco interés.

Un saludo!



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Surveillance (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, echando la vista hacia atrás y hablándoles de la película que el año pasado ganó en el festival de Sitges, por delante, incluso, de la muy superior Déjame entrar, lo que nos hace suponer que: o el jurado estaba de cachondeo y no se pilló la broma, o que en lugar de ir a ver películas, fueron a beber mojitos mientras se remojaban los pinreles en la playa. Sea como fuere, hoy: Surveillance... ¡Empezamos!

La historia transcurre en un pueblecito perdido en el culo de Estados Unidos (ya saben, mucho desierto y largas carreteras con pocos coches, lo que viene siendo el escenario perfecto para un serial killer de los de toda la vida), donde se ha producido un crimen. Esto lo sabemos porque: a) Nada más empezar la película se oyen disparos, escuchamos gritos y vemos sangre salpicando la cama de una habitación, mientras la cámara no para de moverse de un lado para otro de forma frenética con la única iluminación de una linterna (que también se mueve de forma frenética no vaya a ser que podamos enterarnos de algo de lo que está sucediendo); y porque, b) al pueblo llegan una pareja de agentes del FBI para investigar un caso criminal, del que nos irán dando pistas con cuentagotas.

Los dos agentes del FBI son Julia Ormond y Bill Pullman. A ella la conocemos por sus papeles románticos en la terrible Leyendas de Pasión, la floja El primer caballero o el horrible remake de Sabrina (y sus amores). Siempre me ha parecido una buena actriz con pésimo gusto para elegir papeles. En esta película está estupenda y da gusto ver como sonríe y se le marcan las arrugas de expresión en su rostro. No es fácil encontrar actrices de su edad en el Hollywood actual que hayan sabido encajar tan bien el paso de la edad (la mayoría parecen salidas, directamente, del museo de cera). A él, siempre lo recordaré como el prota de La loca historia de las galaxias y, además, era el presidente de los EE.UU en Independance Day, entre muchas otras. Éste ya no ha envejecido tan bien (no pesan los años, pesan los quilos) y actúa durante toda la película como si se acabara de levantar de la siesta, voz ronca incluida. La verdad es que ninguno de los dos estaba pasando por su mejor momento profesional, así que quizás esta película ayude a relanzar un poco sus carreras. Personalmente, lo dudo.

Pero sigamos con la trama. Los dos protas llegan a la comisaria del pueblo donde, a pesar del recelo inicial por parte de los lugareños, empezarán a unir esfuerzos para aclarar lo sucedido. Llegados a este punto nos enteramos que hay tres testigos: una niña, que viajaba con su familia (que mejor que ir de vacaciones en coche por el desierto), una joven a la que le gusta demasiado la coca (que mejor que ir a meterse rayas en un coche por el desierto) y uno de los policías del pueblo que, además, ha quedado herido. Los agentes del FBI deciden interrogar a los tres testigos a la vez y en salas distintas, mientras Bill Pullman lo supervisa todo a través de unos monitores. Estaremos todos de acuerdo en que hubiera sido mucho mejor interrogar a los testigos de uno en uno y así poder prestar la máxima atención a cada uno de ellos. Cierto, pero es que de ese modo no se podría ir construyendo lo sucedido a través de sus explicaciones y le desbaratas toda la peli a la directora.

La directora, ya que estamos, es Jennifer Chambers Lynch. ¿Les suena el apellido? Pues efectivamente, es la hija de David Lynch, que además ejerce de productor ejecutivo (evitaré cualquier tipo de broma o chascarrillo al respecto). Esta es su segunda película como directora, ya que anteriormente, en 1993, había dirigido una peli llamada Mi obsesión por Helena. El hecho de que haya tardado quince años en volver a dirigir ya les debería hacer pensar que la cosa no fue demasiado bien. Curiosamente los dos protas que ha elegido para ésta, su segunda película, ya habían trabajado anteriormente para su padre, ella en Inland Empire y él en Carretera perdida. Dicho queda.

Imagínense que alguien les da un puzzle para hacer, pero que ustedes no han visto el dibujo que se esconde en él. Ese alguien les va dando las fichas y les indica donde colocarlas para que, poco a poco, vayan empezando a intuir que se esconde, pero que, una vez terminado resulta que no les gusta el dibujo final. Imagínense que, además, una vez colocado todo en su sitio, deben seguir viendo ese dibujo, que no les ha gustado, durante media hora más. Simplemente porque si. Imaginen todo eso y estarán relativamente cerca de saber como me sentí viendo esta película. Lo cierto es que la peli tiene un arranque bastante prometedor, que los actores están todos bastante bien, que los diálogos, en su mayoría, funcionan y que la dirección es mucho más que correcta, aunque las comparaciones con su propio ADN sean odiosas. Y es precisamente por eso, por lo que la decepción termina siendo mayor. Por lo que podría haber sido y sin duda no es. Porque lo que la película termina siendo, en definitiva, es una bonita colección de tópicos ya vistos y suficientemente gastados, donde, si algo brilla por su ausencia, es precisamente algo nuevo a lo que poder agarrarnos.

Resumiendo: Película que, lamentablemente, promete mucho durante buena parte de metraje, pero que no remata la faena, precisamente por fallar donde mejor tenía que estar.



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Matadero Cinco (1972)


Podríamos decir que Matadero Cinco es la historia de Billy Pilgrim, un tipo bastante mediocre e insulso que tras sobrevivir a un aparatoso accidente de aviación, contacta con los Tralfamadorianos, unos extraños seres de la cuarta dimensión que lo llevan a su planeta, lo meten en un zoo galáctico y le obligan a practicar sexo con una atractiva starlet de Hollywood. Pero esto sería como decir que 2001: Una odisea del espacio (1968) es la historia de una nave espacial a la que se le estropea el GPS, con ello solo estaríamos desdibujando muchos de los perfiles y texturas de una obra mucho más compleja. Aunque la trama posee ciertos elementos pulps, Matadero Cinco es básicamente una película de ciencia ficción existencialista. Y una crítica a la sinrazón de la guerra, y una sátira de la institución familiar americana, y un arriesgado experimento fílmico, y muchas cosas más, porque la cinta funciona a tantos niveles que a uno le resulta difícil contabilizarlos.

Visite nuestro zoo y conozca como se aparean los humanos.

Los Tralfamadorianos tienen una concepción espaciotemporal muy distinta a la de los humanos y contactar con ellos puede causar su efecto. Prueba de ello es que Billy Pilgrim comienza a viajar en el tiempo y el espacio de forma descontrolada, saltando atrás y adelante en diversos momentos de su vida. La película se centra en el efecto que causa en el protagonista este hecho fantástico, y no en manidas explicaciones que calmen nuestro sentido común, porque no proceden. Si todo es obra de unos marcianos, bienvenido sea, y si es una enajenación del protagonista, tanto da. Hay que aceptar las reglas que impone la narración y dejarse llevar por la historia, hay que saber apreciar los interesantes hallazgos que pueda encontrar el desestructurado montaje porque Matadero Cinco es, ante todo, un ejercicio estético y estilístico.

Billy aplastado por el tiempo, metafórica y literalmente.

La película emparienta en este sentido con dos obras relativamente recientes como son Memento (2000) de Christopher Nolan, o la moderniqui ¡Olvídate de mí! (2004) de Michael Gondry. Dos películas donde se trastoca el clásico orden de principio, nudo y desenlace, y donde se juega abiertamente con el montaje. En Matadero Cinco el espectador siente esa misma sensación de extrañeza que se apodera del protagonista, desorientado ante su propia vida, algo que se pone visualmente de manifiesto en la metafórica escena en que Pilgrim queda atrapado bajo el peso de un enorme reloj de carillón. Este es un viaje de autoconocimiento y aprendizaje vital, y una forma de comulgar con los propios demonios, que no son otros que los de Kurt Vonnegut Jr., el autor de la novela en que se basa la cinta y alter ego de Billy Pilgrim. El horror de la guerra, sus pecados como padre, la insignificancia de la vida humana, el sentimiento de pérdida, la locura… Son solo algunos de los muchos temas expuestos en el filme, siempre de forma distante e irónica.

Billy mostrándose distante.

Tras la puesta en escena fría y calculada encontramos al cineasta George Roy Hill, uno de los grandes de Hollywood y director de clásicos como Dos hombres y un destino (1969), El golpe (1973) o Millie, una chica moderna (1967), esta última algo infravalorada, pero muy reivindicable a mi parecer. El protagónico recae en Michael Sacks, un actor casi desconocido al que la película se lo pone fácil: básicamente tiene que hacer de pez fuera del agua, algo que al espectador no le resulta difícil de creer. En la cinta también interviene un carismático Ron Leibman y una sexy Valerie Perrine, actriz a la que todos recordamos luciendo melena rubia y vestido rojo en Superman (1978). Glenn Gould, por su lado, se encarga de componer una sobria banda sonora en la que suena la bella melodía de un piano con escasos arreglos musicales y muy buen resultado.

La actriz Valerie Perrine, un regalo de los dioses.

Los elementos propios del género que aparecen en la cinta son más bien escasos, y cuando aparecen, siempre lo hacen en un tono de frivolidad pop o desencanto pulp (es un detalle que los marcianos traigan una famosa actriz en topless para que el protagonista pase la eternidad de manera más agradable, ¿no creen?), pero no voy a entrar en insustanciales debates de si Matadero Cinco es una cinta de ciencia ficción o no, tan solo diré que tiene esa escurridiza cualidad que poseen los grandes clásicos del género, como Fahrenheit 451 (1966) o Blade Runner (1982). Tampoco negaré que la cinta parece más un ejercicio de introspección que no una peli de marcianos, pero ahí radica su encanto. Hay una filosofía del absurdo planeando sobre todo el relato, una filosofía que aparece de forma más light en esa fábula romántica llamada Atrapado en el tiempo (1992) y que entronca directamente con El mito de Sísifo. Lo que esencialmente quiere decirnos la película es que nada tiene el sentido ni la importancia que le otorgamos, y que todo es una gran farsa.

El extraterrestre como ente pop.

Matadero Cinco es una extravagancia que refleja ciertas tendencias New Wave que había en los años 60 y 70, pero que desde el mismo día de su estreno se presenta como una singularidad en el panorama cinematográfico, un tipo de rareza que nunca ha atendido a los caprichos del mercado, pero que era más habitual antes de que George Lucas sentara cátedra con ese filón llamado Star Wars. Una película, en definitiva, para los que les gusta la ciencia ficción en todo su hermoso abanico de posibilidades.



La frase:
“En Tralfamadore aprendes que el mundo es solo una serie de momentos, agrupados en un hermoso orden aleatorio. Y si vamos a sobrevivir, tenemos que concentrarnos en los buenos momentos e ignorar los malos.”

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Rocknrolla (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, y hoy volvemos con una película de estreno de un director del que hacía tiempo que no teníamos noticias, por lo menos, en cuanto a lo que cine se refiere, llena de mafiosos, delincuentes de tres al cuarto, disparos, adrenalina, música machacona y, en definitiva, sexo, drogas y Rocknrolla... ¡Empezamos!

Sin duda alguna, viendo el planteamiento de la trama, lo que queda claro a simple vista, es que la película quizás llega un pelín tarde. Y es que lo que nos viene a contar es que, hoy en día, si uno se quiere llenar los bolsillos y hacer negocio, lo mejor que puede hacer es trapichear con el boom inmobiliario, pero, lo que sucede, es que el boom inmobiliario, la burbuja y todo lo demás, hace ya algún tiempo que saltó por los aires (habrá que volver a los cerdos y a los diamantes). La peli empieza con un millonario ruso instalado en Londres, propietario de un equipo de futbol (¿a alguien le viene algún nombre a la cabeza?¿pura coincidencia?), que tiene planeado edificar sobre unos terrenos, para los que necesitará una serie de permisos, de los que no dispone, que intentará conseguir recurriendo a un mafioso local con contactos en las altas esferas. Lo que pasa es que el negocio se irá complicando por momentos debido a que muchos más querrán meterse en el ajo y pillar parte del pastel, desde una contable de buen ver, dos chorizos de poca monta, una estrella del rock al que dan por muerto o un par de secuaces rusos con muy malas pulgas, aderezado todo ello con la desaparición de un misterioso cuadro, propiedad del ruso millonario, que todo el mundo empezará a buscar como locos.

La peli está escrita y dirigida por Guy Ritchie, conocido por ser el ex de Madonna y por sus altibajos en el mundo del cine. El hombre se dio a conocer con Lock and Stock, se confirmó con Snatch, cerdos y diamantes, se pegó un sonoro hostión (que todavía retumba) con Barridos por la marea (protagonizada por su ahora ex esposa) e intentó recuperar el prestigio perdido con Revolver (hace falta valor intentar recuperar el prestigio con una película protagonizada por Ray Liotta, pero en fin), película que llega a nuestras pantallas este mismo mes, a pesar de que se rodó en el 2005 (¡a la de tres, un hurra por nuestros distribuidores!). Y como parece ser que desde su divorcio el hombre se debe aburrir horrores ya está enfrascado en un nuevo proyecto, llevar, de nuevo, a Sherlock Holmes a la gran pantalla. Que Dios reparta suerte. Entre las caras conocidas de la película, encontramos al Leonidas de 300 (aunque esta vez con más ropa y menos pectorales) y a Tandie Newton (la comparsa de Cruise en Misión Imposible 2).

Se hace muy complicado hablar de la nueva película de Guy Ritchie sin tener en cuenta sus anteriores trabajos (evidentemente la de Barridos por la marea nos la vamos a pasar por el forro de los cojones). Y es que hay muchos elementos que nos hacen recordar, como la voz en off, como los personajes (delincuentes de poca monta pillados hasta las trancas ante una gran oportunidad), como los escenarios, el ritmo frenético, las historias cruzadas, la violencia, las cuentas pendientes, los diálogos absurdos o las situaciones al límite. Todo eso vuelve a estar aquí y se hace muy difícil no echar la vista atrás. Algunos pueden pensar que el señor Ritchie imprime un sello personal muy fuerte en sus trabajos. Otros, no obstante, pensarán que se repite más que el ajo.

Lo que está bastante claro es que la película funciona y que mantiene un buen ritmo (adrenalínico en muchos momentos) a pesar de sus casi dos horas de metraje. También está bastante claro que Guy Ritchie vuelve a ser un director a tener en cuenta (otra cosa es que, más o menos, vuelve a estar donde estaba hace casi diez años, nuevamente) y que espero que, de una vez por todas, de el paso correcto hacia delante, porque ya sabemos que esto de los bajos fondos lo sabe hacer bien, pero queremos ver más (francamente deseo que lo consiga con su nuevo Sherlock Holmes). Porque como guionista construye tramas alocadas, divertidas y violentas que atrapan (unas más otras menos) con personajes fabricados para caer en gracia. Y porque como director consigue imprimir sus imágenes de una fuerza y rabia, que no siempre es fácil de encontrar. Esta no es su mejor película y lo más seguro es que dentro de unas semanas apenas me acuerde de ella, pero sin duda alguna, parece ser que Guy Ritchie vuelve a estar en la senda correcta. Esperemos que ahora no le de por casarse con Britney Spears.

Resumiendo: El regreso de Guy Ritchie a lo que mejor sabe hacer, por lo menos, en cuanto a lo que nos ha mostrado hasta el momento.



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The Brown Bunny (2004)

Elprimerhombre ha visto The Brown Bunny, una película escrita, dirigida, montada, producida, fotografiada y protagonizada por Vincent Gallo, un autor que después de sorprendernos y gratificarnos con Buffalo '66 (1998), se dispuso a mostrarnos seis años después su lado más oscuro, debido quizás a algún suceso que le trastornó mentalmente.

La historia en sí no tiene mucho de trascendental para lo que quiere representar el señor Gallo. Desde los primeros minutos el espectador teme por lo que le viene encima, sobre todo por la lenta realización y los silencios demasiado prolongados. Precisamente, la primera escena, cuya duración es de tres minutos, es una carrera de motos nada interesante, filmada como desde una cámara de algún espectador, siendo uno de los motoristas Bud Clay (Vincent Gallo), cuyo viaje a California para participar en otra carrera será sufrido por el espectador hasta sus últimas consecuencias.

Si después de esta breve introducción aún tienen interés por ver este film, déjenme que les comente algunas escenas. Al iniciar el viaje, en una parada que hace Bud para repostar, en el momento de pagar inicia una escueta, por no decir ridícula, conversación con la dependienta, a la que, sin ton ni son, le dice que se vaya con él. Quizás por su atracción sexual o, más bien, por causas del guión, ella deja un papel en la puerta del local y se marcha con él. Pero lo más chocante no es esto sino lo que viene poco después. Al llevar a la chica a su casa Bud le da cinco minutos para que recoja sus cosas, con un beso y un "te quiero" de adelanto. Sin embargo, cuando la muchacha entra en su casa, vemos a Bud que baja la cabeza, se lo piensa y se marcha lentamente. ¿A esto se le llama recochineo, burla o ida de olla? Pues esto no es nada comparado con la escena siguiente. Sin dejar que nos repongamos del todo, Bud conduce hasta una casa que se encuentra justamente al lado de donde vivía él con sus padres. Al llamar a la puerta es invitado a entrar por la madre de Daisy, una amiga de la infancia que ahora vive con él, y la conversación, por así decirlo, de Bud con la madre y con la abuela al lado sin enterarse de nada, es para cortarse las venas. Se le podría llamar de todo menos entretenida. Aunque por suerte podemos ver el conejo de Daisy, quiero decir, el conejo marrón que da nombre a la película, que como dice la madre, "debe de ser el conejo más mono del mundo".

Al haber introducido el personaje de Daisy, interpretado por Chloë Sevigny, es necesario recalcar la importancia de este personaje para el film, sobre todo para Bud Clay, o más bien para Vincent Gallo. Ella aparece hacia el final, cuando la historia se resuelve con un breve flashback. Antes de esto, Vincent se obsequia con uno de los mayores placeres que puede disfrutar un hombre, una felación, por no decir una gran chupada. Lo que no logro convencerme es de la aprobación de Chloë para realizar la escena, una actriz que ha salido en películas como Melinda & Melinda (2004) o Zodiac (2007). Es obvio que esta escena fuera un escándalo en la presentación en Cannes, provocando bastante malas críticas y diciendo algunos que seguramente fue introducida para darle más promoción a la película.

Ante todo lo expuesto, debo rematar que estamos ante la que es seguramente la road movie más aburrida de la historia del cine, y no es lo que vemos lo peor del asunto sino cómo se nos muestra. La película está atiborrada de cientos de primerísimos planos del protagonista, cuyo máximo interés es mostrar todo el rato su aturdimiento, calmado a veces por caricias o besos de algunas mujeres que se dejan querer, tan solas o tristes como él. Pero no sería mucho pedir, creo yo, que hubiera por lo menos un punto de conexión entre las escenas que tuviera un ápice de interés, como los planos desde la furgoneta en los que se ve la carretera con buenas canciones de fondo (en las que también ha tenido que ver Vincent Gallo). Aunque estos planos, que realmente son los mejores, recuerdan demasiado a la campaña que hace BMW desde hace varios años, llamada "¿Te gusta conducir?", con un resultado bastante más atractivo y efectivo que el que se consigue en esta película.

En definitiva, una road movie absurda y aburrida, con demasiados primeros planos de un Vincent Gallo totalmente desubicado.

Un saludo!



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M. Night Shyamalan

En el transcurso de esta década la mayor parte del cine fantástico se ha decantado por dos opciones claramente opuestas: la recreación de mundos totalmente imaginarios e imposibles (no hace falta mencionar sagas tan archiconocidas como las de El señor de los anillos y los mil y uno Harry Potters, por ejemplo) o la integración del elemento fantástico en un reconocible entorno cotidiano. De ahí la proliferación de falsos documentales con trasfondo fantástico, como Monstruoso, Rec o Big Man Japan, y el punto de vista tan cercano de filmes como La guerra de los mundos y Hancock. Esta segunda tendencia se debe, con toda seguridad, a una serie de factores que se escapan de lo estrictamente cinematográfico (la repercusión mediática del 11-S, los avances tecnológicos…) pero también se nos antoja como un efecto evidente, en mayor o menor medida, del impacto que ha causado la obra de uno de los directores más influyentes del momento. Estamos hablando de M. Night Shyamalan.

Si hay algo de lo que no se puede acusar al director de origen hindú es de falta de coherencia, su filmografía se caracteriza principalmente por el tratamiento realista que ha dado a los grandes temas del cine fantástico de todos los tiempos. De ahí que encontremos en sus películas a fantasmas, superhéroes, marcianos, bosques encantados, sirenas o como es el último caso, una catástrofe planetaria. Su aproximación al fenómeno fantástico surge, y esto se hace cada vez más evidente, desde la reflexión y el escrupuloso distanciamiento, hecho que no siempre juega a su favor. La ocasión en que el director se ha mostrado más proclive a impregnarse del género, que lo ha tratado más de tú a tú y sin meter de por medio a elaborados juegos metalingüísticos, ha sido cuando el resultado ha brillado con más intensidad, El sexto sentido (1999) habla por sí sola.

Tras rodar un par de largometrajes que gozaron de muy poca distribución comercial, Shyamalan se unió a los productores habituales de Spielberg, director con el que siente una gran afinidad, para filmar una historia de fantasmas que le abriría las puertas del Olimpo de Hollywood. La cinta fue uno de los mayores taquillazos de su momento y en ella se pueden encontrar ya la mayor parte de convencionalismos que darían una fuerte impronta personal a su cine: el realismo, el suspense, la introducción gradual del elemento sobrenatural, la inquietante atmósfera, las tensiones narrativas y, como no, el consabido final sorpresa. La cinta, además de estar repleta de multitud de pequeños detalles que la engrandecen, como ese primer plano de la huella de Cole en la mesa, o esa magnífica escena en que Malcolm dice poder adivinar lo que piensa Cole, resulta tremendamente efectiva y funcional. Puro cine de suspense con escenas de gran calado terrorífico.

Tras el éxito comercial de El sexto sentido, Shyamalan quiso repetir la fórmula llevando a cabo una deconstrucción del mito del superhéroe moderno. El protegido (2000) es una lectura meta textual y realista del mundo de los cómics, y en su día representó una forma innovadora y revolucionaria de entender la figura del superhéroe, de tal forma que sin ella no se explicarían títulos como el Batman de Christopher Nolan, la línea de comics Ultimate de Marvel o la serie televisiva Héroes. Aunque en un tono algo más light que su antecesora, la película sigue teniendo varios momentos impactantes, un buen clímax, una lograda atmósfera y una acertada progresión del suspense. Cada escena parece estar pensada para crear una emoción concreta en el espectador, y lo único que se le puede reprochar al filme es el hecho de tener demasiados puntos en común con su anterior trabajo. A decir verdad, los personajes se comportan de la misma forma a como lo hacían en El sexto sentido, pero con los roles convenientemente intercambiados. Eso sí, el impactante final es una divertida estocada al corazón del aficionado a los cómics no carente de cierta ironía y complicidad, un tipo de mecanismo argumental que más tarde Pixar repetiría en Los Increíbles.

La siguiente propuesta de Shyamalan fue un acercamiento a la ciencia ficción de los años 50, Señales (2002) es la típica invasión extraterrestre de toda la vida contada a través de la mirada de cuatro personajes que no pasarían de extras en La guerra de los mundos. No hay grandes despliegues militares, ni explosiones constantes, ni científicos con soluciones de última hora, tan solo una familia, una crisis de fe y varios alienígenas cabezudos. La película cruza de manera interesante lo cotidiano con la sci/fi más trasnochada, pero a medida que avanza la acción va perdiendo pulso narrativo. Hay varios conflictos entre los personajes que se explican mal, y cuando por fin llega el clímax dramático, todo se salda de manera insatisfactoria y poco natural. Mientras tanto se van presentando varias escenas de suspense que dejan entrever lo que podría llegar a ser y nunca es. Mención aparte merece el tramposo final; si en sus dos anteriores trabajos el giro funciona porque una parte importante de la historia se ha ocultado estratégicamente, aquí la cosa varía. Para causar el efecto deseado se han añadido varios elementos extra a la trama y se han pasado por alto tantos otros, de manera que, y ya que estamos ante una cinta religiosa, diremos que todo se salda en una resolución del tipo Deus ex Machina. Al fin y al cabo la película, solo funciona como una advertencia estúpida y anecdótica para posibles extraterrestres hostiles; “Si vas a invadir un planeta no te presentes desnudo y sin armas, o por lo menos ponte un chubasquero”.

El afán de Shyamalan por lograr el máximo realismo posible conlleva, en no pocas ocasiones, que la trama ponga en duda al mismo hecho fantástico, algo que el director lleva hasta sus últimas consecuencias en El bosque (2004). Una película que puede resultar válida como ejercicio de estilo, pero que corre el riesgo de indignar y decepcionar al espectador. Un servidor aun recuerda sentirse incomodado en la sala de cine al ver cual era el avance de los acontecimientos. Es la continua lucha que Shyamalan libra contra el género, por no querer hacer una cinta de suspense o de terror al uso. El bosque es una fábula solipsista con multitud de posibles lecturas, la mayoría de ellas giran entorno al papel que exhibe en nuestra sociedad la ficción terrorífica, un tema que puede ser interesante, y por eso es una lástima que la película no funcione a un nivel más simple. Aunque Shyamalan hace una buena labor como realizador, recobrando el pulso que parecía haber perdido en Señales y contándonos la historia de manera sobria y austera, todo el filme es un terrible error de cálculo. La película hace varias concesiones al sentido común, juega con el espectador y acaba por crear decepción, a lo que hay que sumar la peor caracterización de una persona ciega jamás rodada.

Sin perder ni un ápice de su fuerte marca personal, La joven del agua (2006) representa un punto y aparte en la filmografía del director, una cinta que recupera como ninguna ese “sense of wonder” tan habitual en la década de los 80, algo con lo que Shyamalan siempre ha impregnado su cine, pero nunca de manera tan explícita. Si a esto le sumas el tono infantil que desprende el filme, puede que La joven del agua recuerde otros títulos emblemáticos de aquella época como E.T., Mis maravillosos aliados o, ya que estamos en el tema acuático, Cocoon por ejemplo. Se hace evidente que juega en una liga menor que sus anteriores trabajos, pero una liga quizás más honesta. La joven del agua es un cuento de hadas que apuesta desde el primer instante y de forma inequívoca por la fantasía, incluso de manera un tanto exagerada, como una antítesis de la pretenciosa El bosque. En esta ocasión el juego metalingüístico lo pone la presencia de un crítico cinematográfico entre los personajes. Shyamalan, sintiéndose abiertamente despechado por este sector, responde con un par de escenas donde se efectúa el mismo tipo de malabarismo autoreferencial que tan buenos resultados dio en la saga Scream, y donde el crítico y su oficio salen bastante mal parados. La gran interpretación de Paul Giamatti, por su lado, se debilita en el momento crucial, pero no por culpa del actor. En todas las películas de Shyamalan existe un instante en que se da la oportunidad al protagonista de exorcizar sus demonios interiores, ya sean problemas matrimoniales o la muerte de los seres queridos. Pues bien, aquí, como ya ocurrió en Señales, ese momento carece de la fuerza que se le supone, probablemente porque la trama no le ha concedido la suficiente atención. Hacia el final, la película acaba con una escena filmada y coreografiada de manera magistral, una secuencia que, siguiendo de nuevo la tradición del cine fantástico de los 80’s, acentúa el tono sobrenatural de la cinta y parece pensada con un solo propósito: borrar cualquier mal sabor de boca que pudiese haber dejado El bosque.

Tras esta epopeya fantástica, Shyamalan volvió al ruedo de la ciencia ficción con una película que no sé si considerar de terror ecológico o de empanada vegetal. El incidente (2008) es un filme que se obstina una y otra vez en demostrarnos que su premisa no funciona bien en cine. Quien sabe si podría servir como base para un capítulo de media hora de La dimensión desconocida, o como excusa para una novela moralista, lo único que se puede decir con seguridad y sin miedo a equivocarse, es que definitivamente, no funciona en cine. El director elije otro de los grandes temas de la ciencia ficción, la catástrofe planetaria, para realizar su última pirueta. El truco esta vez (porque siempre hay truco, no lo duden), consiste en despojar de la puesta de escena cualquier elemento que habitualmente relacionamos con este género. Y si quitamos a los marcianos, los monstruos, las naves y toda la parafernalia, ¿qué queda? Aire. Todo es aire en el filme, la trama, las interpretaciones, la dirección… Algo que ilustra muy bien la ridícula escena en que los protagonistas son perseguidos por el viento. Tal vez Shyamalan haya llegado a su cenit con este filme, deconstruyendo el género hasta sus últimas piezas y rodando lo que podríamos llamar un thriller abstracto. O por el contrario puede que todo sea una broma, una burla, y que él se esté riendo de nosotros desde algún lugar lejano. Ohio, por ejemplo. Quién sabe, parafraseando la película diremos que El incidente es un acto de la naturaleza que nunca llegaremos a comprender. La crítica dará con algo para poner en los libros, pero no será más que una teoría.

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