El hombre que cayó a la tierra (1976)



Extranjero en su propia piel.

Sería un error considerar El hombre que cayó a la tierra como un mero vehículo diseñado para el lucimiento de una estrella del rock, a pesar de que su protagonista es David Bowie y de la estrecha relación entre su obra musical y la historia del filme. Esto solo debería servir como anécdota para hablar de una película que es por encima de todo consecuencia de su época y de su director, el peculiar Nicolas Roeg, realizador de la mítica Amenaza en la sombra (1973) y director de fotografía de Farenheit 451 (1966), película que supuso su primer encuentro con la ciencia ficción pre Star Wars, aquella que estaba más preocupada por entrar en la modernidad que en elaborar frívolos espectáculos de efectos especiales.



La premisa, en lo básico, no difiere mucho de la ciencia ficción de los 50’s, pero el desarrollo, el tono y la forma, sí. La historia se basa en una novela de Walter Tevis y nos cuenta las vicisitudes de Thomas Jerome Newton (David Bowie), un extraterrestre que llega a nuestro mundo con el objetivo de conseguir agua y llevarla a su planeta natal, donde le esperan su esposa y sus hijos. Newton empieza su periplo con convicción pero no tarda en quedar cegado por los cantos de sirena de nuestra civilización y asistimos a su caída gradual en las debilidades humanas.



Resulta sorprendente que en un principio se pensara en el autor de Parque Jurásico, Michael Crichton, para este papel, porque el insólito físico de David Bowie es uno de los leitmotivs visuales del filme. La acentuada delgadez del cantante, su tez pálida, el pelo rojizo y los ojos disímiles, sumados a ese halo glam y andrógino que le rodea, convencen de su procedencia extraterrestre sin necesidad de otros artificios. El personaje, además, resulta perturbador y anómalo, alienado del mundo que le rodea y asaltado por repentinos autismos, características que influenciaron en gran medida en el Dr. Manhattan de Watchmen.



Pero esta también es la historia de la gente que rodea a Newton y de cómo él cambia sus vidas, desde el abogado homosexual que se enriquece de la noche a la mañana, pasando por el insatisfecho profesor de física que se acuesta con jovencitas y llegando a la camarera que se enamora del hipersensible alienígena. La relación entre ambos propiciará unas escenas de lo más desconcertantes, tanto física como psicológicamente.



Nicolas Roeg nos sumerge en una película ambigua, psicodélica y decadente, con imágenes de sexo explícito, un montaje confuso y una atmósfera enrarecida, por lo que sin duda el público actual la encontrará extraña y lejos de su gusto. Se hace patente la determinación del filme por evitar los convencionalismos del género. En la década de los 70’s el cine americano gozaba de cierta libertad y se optó por contar historias diferentes sobre personajes idiosincráticos, El hombre que cayó a la tierra es un claro ejemplo de la Nueva Ola Americana y de la ciencia ficción contracultural del momento, dos rasgos que matizan sus virtudes y defectos, porque la definen como una extravagancia inherente a su época. Ciertamente el filme ha envejecido, resulta excesivamente hedonista y en su último tercio incluso parece perder el hilo, pero a pesar de todo continúa siendo inquietante.



La frase: “Quizás le hubiéramos tratado igual de haber venido usted a nuestro planeta.”

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Asalto al tren Pelham 123 (2009)

El chucuchu del tren

Alguien debería ponerse a estudiar de forma rigurosa y detallada la larga trayectoria de John Travolta en el mundo del séptimo arte. Personalmente, siempre le he considerado como uno de los peores actores del mundo a la hora de escoger papeles para interpretar (justamente por detrás de Ray Liotta), hecho que lo llevó al ostracismo más absoluto del que lo logró sacar Tarantino fichándolo para su Pulp Fiction. No obstante, una vez relanzada su carrera (quien nos lo iba a decir por allá principios de los '90) Travolta parece que volvió a las andadas aunque, en esta ocasión, todo parece apuntar que, a pesar de algún que otro sonoro batacazo, logrará mantenerse en la élite gracias a varios éxitos de taquilla como éste Asalto al tren Pelham 123... ¡Empezamos!

La cosa va de que unos malechores deciden un buen día secuestrar un vagón de metro de Nueva York reteniendo a los pasajeros en su interior. Los malechores tienen un plan, pedir un suculento rescate a cambio del grupo de rehenes que tienen en su poder. Su cabecilla, un tal Ryder, mantendrá las negociaciones con un controlador de vías, Walter Garber, quien, al parecer, eligió un mal día para dejar de esnifar pegamento. A partir del momento del secuestro empezará una fuerte guerra psicológica entre ambos bandos para lograr mantener el control de la situación, sacando a la luz los caracteres de ambos personajes, el secuestrador mucho más irracional y frenético y el trabajador del metro, más tranquilo y sereno, a pesar de los acontecimientos, manteniendo ambos personajes, durante buen parte del metraje, una tenso rifi rafe.

La peli es un remake de Pelham uno, dos, tres, un thriller del año 1974 protagonizado por Walter Matthau. En esta ocasión es Tony Scott quien decide llevar de nuevo la historia a la gran pantalla. Tony Scott (el hermanísimo) se dio a conocer con la película El ansia y, desde entonces, tiene en su haber una fructífera carrera como director plagada de películas tan conocidas como fácilmente odiables. Suyas son, por ejemplo, Top Gun, Superdetective en Hollywood II, Días de trueno, Revenge (con Kevin Costner), El último Boy Scout, Amor a quemarropa (con guión de Tarantino), Fanático (con deNiro), Enemigo público o Domino. No sería yo su mayor valedor. Más bien estaría situado al otro extremo, en el de la gente dispuesta a montar un linchamiento popular para evitar que vuelva a ponerse detrás de una cámara. Se podría decir que, simplemente, no estoy muy en sintonía con con su concepción de espectáculo cinematográfico.

Entre los actores encontramos un duelo entre Denzel Washington, siendo esta su cuarta película a las ordenes del director después de Marea roja, El fuego de la venganza y Déjà Vu (se rumorea que ya han tramitado los papeles para declararse pareja de echo) y John Travolta, quien, al parecer, le cogió el gusto a hacer de malo y después de Campo de batalla: La tierra, volvió a ejercer de villano en Operación Swordfish y El castigador. Además, por la película también se dejan caer James Gandolfini (Tony Soprano) que interpreta al alcalde de Nueva York y John Turturro, quien vuelve a demostrar una vez más que lo de aparecer como secundario en películas chorras debe estar muy bien pagado, porque el hombre no para.

La película no es gran cosa porque, lo cierto, es que en la película no sucede gran cosa. Asistimos desde nuestra butaca al secuestro del metro y el posterior duelo entre los dos personajes protagonistas (personajes que tampoco es que sean nada del otro mundo, ni siquiera de este). Luego está lo que sucede alrededor de los dos protas. Por un lado tenemos el vagón retenido, con unos secuestradores sosos a matar y unos secuestrados que en lugar de transmitir tensión transmiten sopor (por favor, que tonta la historia de la tia que está al otro lado del ordenador portátil de uno de los secuestrados, tuve que ponerme a respirar dentro de una bolsa de plástico para sobrellevar la historia). Por el otro lado tenemos al controlador de trenes, con sus superiores actuando como todos ya sabemos, incluso antes de que empiece la película, que acabarán actuando (y mención aparte merece el personaje del alcalde de Nueva York que prefiere ir en metro que en coche oficial, ¿porque le dedican tantos minutos a un personaje que aporta tan poco a la historia?).

Como guinda, está Tony Scott, que oliéndose que la historia, tal y como estaba escrita, no daba para más, en cierto momento del metraje en el que no sucede nada más espectacular que ver a unos policías transportando el dinero del rescate, decide montar la escena a modo de acción trepidante (cuando no lo es), con persecuciones (donde nadie persigue a nadie), con varios coches volando por los aires, policías heridos, víctimas civiles y demás parafernalia made in Tony Scott. El momento más espectacular de todo el fim y, sin duda alguna, el más sonrojante.

Resumiendo: Pobre película sin mucho que aportar. Un thriller psicológico mediocre sin apenas tensión.



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Ojos negros (1987)

Sabachka

En 1987, el director ruso Nikita Mikhalkov se fue a rodar a Italia su película más especial, Ojos negros, un relato basado en algunos cuentos del escritor ruso Antón Chéjov (como La dama del perrito), lleno de tantos matices que sentiremos su carácter romántico, enigmático y misterioso. La historia que se nos cuenta es la de Romano Patroni (Marcello Mastroianni), un arquitecto italiano que contará la parte más emotiva de su vida a un comerciante ruso llamado Pavel Alexander (Vsevolod Larionov) al que conoce en el restaurante del crucero en el que se dirigen a Italia. Ya que Pavel se ha casado hace poco, Romano recuerda algunos momentos de su matrimonio con Elisa (Silvana Mangano), una única heredera de un banquero italiano con la que se dispuso a vivir en una gran mansión, ocupándose ella de los negocios familiares y él acomodándose a su vida de placeres servidos, olvidándose del gran proyecto que tenía en mente. Pero habrá también una intensa historia de un amor no olvidado que entrará en escena para dejar huella en el caballero ruso y en el espectador.

En este bello relato, Mikhalkov logra una historia digna de muchos elogios, con una preciosa fotografía y una maestría a la hora de unir humor y drama que parece como si al haber rodado la película en Italia hubiera obtenido parte del alma de las películas de Federico Fellini, mostrando una puesta en escena impecable y unos personajes formidables y caricaturescos. Mismamente, Romano Patroni es un poco pícaro y burlesco, algo ingenuo, que al irse a vivir a un balneario después de una fuerte discusión con su mujer se sentirá libre para hacer parte de sus travesuras. Todo lo que ocurre en este balneario da rienda suelta a la actuación del gran Mastroianni y a varias escenas muy logradas por el director ruso. En este ambiente, Romano Patroni conocerá a Anna (Elena Sofonova), una joven rusa que siempre va con un perrito que le enseñará a decir alguna palabra en su idioma, como "sabachka" que significa "perrito". Juntos vivirán una amistad que se irá convirtiendo en una dulce historia de amor y en la que veremos escenas inolvidables, como toda la secuencia de la venta del catálogo de vidrios irrompibles en San Petersburgo como modo de acercamiento de Patroni hacia ella al haber huido del balneario por miedo a enamorarse.

Como curiosidad, el hermano mayor de Mikhalkov es el director Andrei Konchalovsky, conocido más bien por su colaboración con Andrei Tarkovsky y sus películas de acción en Hollywood, como Tango y Cash (1989). Gratamente, Mikhalkov ha logrado una mayor reputación en su carrera cinematográfica. Sin ir más lejos, Ojos negros fue aclamada en todo el mundo, recibiendo Mastroianni el premio al mejor actor en el Festival de Cannes y la nominación a un premio Óscar por su actuación. En 1991, Mikhalkov dirigió Urga, el territorio del amor, una interesante historia, aunque bastante irregular, rodada en algunos momentos como si fuera un documental, en la que unos mongoles conocen a un ruso que trabaja para hacer una carretera que lleve hasta la frontera entre Rusia y China. Recibió el León de Oro del Festival de cine de Venecia y fue nominada a los premio Óscar como mejor película en lengua extranjera. En 1994, realizó otra de sus obras cumbres, Quemado por el Sol (pero esta es otra historia para la semana que viene).

"Ojos negros es un viaje precioso a la magia del cine, en el que gracias al portento del director ruso y a la simpatía que irradia siempre el gran Marcello Mastroianni, no olvidaremos jamás".



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Grandes momentos tv (XXII)

"Pensaba que Europa era un país.
O sea, lo que quiero decir es: ¿Es Francia un país?"

Kellie Pickler (concursante American Idol).

¿Sabes más que un niño de primaria? (versión E.E.U.U.)

Pandorum (2009)


Esta nave está muy viva.

Cuando uno asiste a un festival como el de Sitges, a menudo tiene la sensación, debido a problemas de horario o a que uno no sabe muy bien que es lo que va a ver por mucho que se haya intentado informar, de que se está tragando todos los cagarros que ofrece el festival y se está perdiendo las pelis buenas de verdad. Después de ver Pandorum he podido comprobar, lamentablemente, que todavía me quedaba algún que otra mierda por ver.


La peli empieza con un par de tripulantes de una nave espacial que se despiertan de su larga hibernación. Lo chungo será que la hibernación les ha dejado secuelas en forma de amnesia, de modo que no son capaces de recordar ni quienes eran, ni donde está el resto de la tripulación ni siquiera cual era su misión a bordo de la nave espacial. Rápidamente intentarán ponerse al día pero comprobarán, horrorizados, que la cosa pinta xunga debido a que en la nave han entrado una serie de bichejos, feos y con una mala folla de lo más alarmante, que intentarán darles caza con el fino objetivo de papeárselos. Los dos tripulantes deberán afinar al máximo su espíritu de supervivencia para lograr evitarlos y, con la ayuda de algún que otro extraño personaje que también pulula por los sombríos pasillos, poner nuevamente la nave en marcha, rumbo a una misión que, poco a poco, irán recordando y que, como suele suceder en este tipo de productos, es la última esperanza de la raza humana. Así, a lo grande.


La peli viene abalada por la frase “de los productores de Resident Evil”, lo cual uno no sabe si se usa para alentar a los espectadores a que acudan en masa a las salas de cine o a que huyan de ellas cual alma que lleva el diablo (en mi caso más bien lo segundo, por mucho que haya acabado viendo la peli). Lo cierto es que con la saga Resident Evil podría guardar ciertas semejanzas, siempre y cuando sustituyamos a los infectados por bichos espaciales, a la sede de la corporación Umbrela por una nave espacial y a Milla Jovovich por Dennis Quaid. Ciertamente esta última comparación es la que más se resiente por motivos que escapan a lo puramente cinematográfico. Por lo demás, más o menos ya nos lo sabemos: estética videoclipera a porrillo, hembras de armas tomar, estrechos pasillos que guardan más de una sorpresa, bichos que cruzan a todo correr por delante de la cámara sin que los protas se hayan percatado (bueno, esto también lo hace mucho Shyamalan y nadie le dice nada)...


El director de este subproducto es un tal Christian Alvart quien antes de ésta había dirigido Expediente 39 y entre los protas cuenta con, el ya dicho, Dennis Quaid, quien se hizo muy popular en la década de los '80 con pelis como Enemigo mio, El chip prodigioso, Muerto al llegar o Gran bola de fuego, y que al que recientemente Hollywood a vuelto a reclamar con películas como El vuelo del Fénix, El día de mañana, En el punto de mira o GIJoe, entre otras; y Ben Foster, que ha participado en cosas como X-Men 3, 30 días de oscuridad o El tren de las 3:10. Personalmente a mi estos dos ni fu ni fa, especialmente Dennis Quaid, que con los años que lleva en el negocio quizás alguien debería haberle pedido algo más que la cara de susto/desconcierto que luce durante gran parte del metraje.


Pandorum es una película fallida. Así, a las claras. Y lo es debido a que a pesar de un arranque que podría haber colado como prometedor, con dos tipos que despiertan en una nave espacial y un misterio como la copa de un pino por resolver, la cosa hace aguas, de forma alarmante, antes incluso de llegar a la media hora. Me niego a creer que el objetivo del director/guionista, Christian Alvart, fuera el de contarnos una historia y, en el caso de que lo fuera, lo cierto es que lo hace como el puto culo. Más bien creo que su objetivo secreto era el de marear la perdiz/espectador de manera que, ya sea con su dirección (videoclipera, mareante y cutre) o con su guión (una historia tan simple como horrorosamente narrada) a uno se le quede cara de tonto y con la sensación de no haber acabado de pillar del todo de que iba la cosa, mezclando la ciencia ficción y el terror (aunque no se lo crea ni él), con notable torpeza y cayendo en clichés incapaces de sorprender ni un ápice y que suenan a ya vistos con anterioridad.


Resumiendo: Arranque prometedor, que se va diluyendo a marchas forzadas a medida que avanza la trama y se van resolviendo los misterios.



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La tumba de las luciérnagas (1988)

La historia más triste jamás contada

La gran diferencia entre Hayao Miyazaki y Isao Takahata, los dos fundadores del Estudio Ghibli (1985), es que el primero, a partir del año de creación del estudio, ha sido más prolífico y más coherente en su carrera cinematográfica. Takahata ha hecho menos películas y bastante diferentes entre ellas, en las que la animación también cumple un papel importante, como en Recuerdos del ayer (1989), mostrando costumbres y recuerdos de su protagonista, pero resaltando en otras un humor bastante absurdo y sorprendente, como se puede observar en su película con mapaches, Pompoko (1994), o en Mis vecinos los Yamada (1999), otra película costumbrista que juega con una animación totalmente diferente, desmarcándose completamente de la habitual minuciosidad de las películas de Miyazaki y optando por crear a sus personajes con un curioso y original dibujo abocetado, con escenas muy bien resueltas, pero siendo una animación más cercana al estilo del animador norteamericano Bill Plympton.

Fue en 1988 cuando Isao Takahata creó la que es su obra más conocida y de la que seguramente será recordado, La tumba de las luciérnagas, en la que apostó por la misma línea dramática que tanto éxito le habían dado las series Heidi (1974) y sobre todo Marco (1976), contando esta vez una historia verdaderamente trágica ubicada en el Japón del final de la Segunda Guerra Mundial, centrándose en un adolescente llamado Seita y su hermana pequeña Setsuko. El relato del intento de supervivencia de estos dos personajes es absolutamente desolador, dado que desde los primeros fotogramas sabemos que ambos están muertos ("El día 21 de septiembre de 1945, yo morí"), contando la historia como un flashback en el que él observa algunas escenas de su pasado reciente.

La película recibió muy buenas críticas y debió de sorprender en el momento de su estreno no sólo por su obvia gran calidad de la animación, sino también por sus contundentes imágenes, siendo un drama tan duro que el espectador no puede evitar emocionarse y hasta seguramente soltar alguna lágrima. Sin embargo, uno tampoco puede quitarse de la cabeza la sensación de que a Isao Takahata le gusta adentrarse en este tipo de historias, profundizando demasiado en la miseria de sus protagonistas, buscando claramente la compasión del espectador. Aunque esto no resta valor a la historia ya que el recuerdo de algunas escenas de la niña Setsuko son imborrables y el objetivo de impactar se cumple totalmente, resultando ser una de las películas más tristes de la historia del cine, aunque algunos aspectos del drama sean utilizados casi al límite.

"La tumba de las luciérnagas contiene una gran calidad en la animación pero también una tragedia demasiado respaldada en las penurias de una pareja de hermanos que sobreviven como pueden en el final de la Segunda Guerra Mundial"



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Grandes monólogos cine (III)



Escena de El tercer hombre (1949), de Carol Reed.

“Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento; en Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz, y ¿cuál fue el resultado? El reloj de cuco”

(500) días juntos (2009)


Existen ciertos fenómenos en la cinematografía estadounidense que a base de dar buenos resultados en taquilla se han ido instaurando como costumbres. De este modo es costumbre que los blokbusters se estrenen en verano o que las películas infantiles hagan lo propio en las fiestas de navidad. En los últimos años ha aparecido un nuevo fenómeno: las comedias indies que, además de funcionar de perlas en taquilla y lograr pingües beneficios, en ocasiones, también se han llevado un buen botín de premios (Oscars incluidos). Hace dos años le tocó el turno a Pequeña miss Sunshine y el año pasado a Juno. Todo parece apuntar a que la comedia indie de este año es: (500) días juntos... ¡Empezamos!


La película empieza como toda buena comedia romántica que se precie, con un “chico conoce chica” a lo que sigue aquello de enamorarse hasta las trancas y entablar una relación sentimental. El problema, en este caso, es que el amor que siente el chico hacia la chica no será correspondido, debido a que ella ni cree en el amor ni pretende nada serio con el protagonista. ¡Vaya chascazo!


Pero conozcamos mejor a nuestra pareja protagonista: Él, Tom, es un chico tímido, amigo de sus amigos, enamoradizo crónico y enfrascado constantemente en encontrar a su mujer ideal. En cierto modo se podrían establecer ciertos paralelismos con Ted, el protagonista de la sitcom “Como conocí a vuestra madre” e, incluso, nuestro joven protagonista ha estudiado arquitectura, pero lo cierto es que Ted era bastante más dinámico y enrollado, siendo Tom mucho más reservado debido a que, recordemos, estamos frente a una comedia indie, con todo lo que ello conlleva. Ella, Summer (y aquí es donde el título original “(500) days of Summer” cobra todo el sentido que la traducción no ha logrado preservar) resulta ser una chica mucho más independiente, descreída en lo que a materia de relaciones amorosas se refiere, aunque, como se verá en el film, no le hace ascos a entablar esporádicas relaciones con gente con la que se sienta a gusto, aunque sin esperar nada serio ni, mucho menos, duradero.


La pareja protagonista está interpretada por jóvenes actores al alza que, no obstante, poca cosa habían demostrado hasta el momento: Joseph Gordon-Levitt, el niño de la serie “Cosas de marcianos” que este año también ha aparecido en Gi-Joe y que, al parecer, estará en la nueva de Christopher Nolan; y Zooey Deschanel, eterna secundaria hasta la fecha, que ha intervenido en productos tales como Elf, Guía del autoestopista galáctico, Novia por contrato, Un puente hacia Therabithia, Di que sí (con Jim Carrey) o El incidente, en su mayoría auténticos truñacos de órdago. Debo decir que ellos no están mal (y menos viendo en las pelis en las que han intervenido) y que si la película falla en ciertos aspectos no es debido a sus interpretaciones que resultan más que convincentes, aunque en ciertos momentos con un exceso de endulcoramiento para mi gusto. Para dirigirlos, la película cuenta con Marc Webb, un señor que debe ser muy conocido para los fervientes seguidores de los vídeos musicales, sus únicos trabajos hasta la fecha, pero absolutamente desconocido para el gran público.


La película logró arrancarme una sonrisa a los cinco segundos, antes, incluso, que hubiera empezado propiamente. Pero la hora y media que vino después me dejó una sensación ambigua, debido a que algunas cosas me gustaron y otras no me gustaron nada, algo que suele pasar en la mayoría de pelis, pero, en esta ocasión, de una forma mucho más marcada. Por ejemplo: 1. Me gusta que él sea un baboso enamoradizo y que, como tal, lleve a su chica a su rincón favorito de la ciudad (aunque resulte algo sobado), pero francamente no entiendo la necesidad de dibujarle media ciudad en el antebrazo de la chica por mucho que el hombre haya estudiado arquitectura. Yo creo que no es que Summer no creyera en el amor, es que lo quemó todo, junto con la paciencia, aguantándole la tontería al niño en esa cita. 2. Mola que cuando el prota corta con una de sus novias entre en una dura depresión. La autodestrucción debida a amores rotos visten muy bien en pantalla, pero es extraño que quien le tenga que sacar de la depre y abrirle los ojos sea su hermana pequeña pre-adolescente, un personaje poco menos que insoportable y que actúa como uno de esos niños-ancianos sabiondos a los que, confieso, les tengo auténtico pavor. 3. Me gustó la relación que existe entre los dos protagonistas, y algunos de sus diálogos los encontré francamente entrañables, pero había ciertas actitudes que no lograba entender. Como cuando, con una chica en su cama perfectamente dispuesta a empezar con los preliminares pre-coito, el prota le pide que le espere un momento y se va al baño a hablar consigo mismo frente al espejo para contarse (a sí mismo, recordemos) que esta noche bacalao. Como perteneciente al género masculino, debo decirles que si algo no haría con una tia buena en mi cama, sería moverme ni un puto milímetro de la misma, no vaya a ser que se le pase la torradera.


Resumiendo: Historia de una (no) relación, notablemente irregular aunque con un aprobado (justito) en su global.




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Mi vecino Totoro (1988)

La edad de la inocencia

Está claro que muchos recuerdan a Hayao Miyazaki por ser tan importante para varias generaciones debido a las series que marcaron una época como Heidi (1974-1977) y Marco (1976), aunque sólo fuera el creador de los personajes, ya que el verdadero artífice fue su compañero y amigo Isao Takahata, con el que creó en 1985 el famoso y elogiado Estudio Ghibli. Precisamente, un año antes Miyazaki nos sorprendió a muchos con una gran serie con perros como protagonistas, coproducida con Italia y basada en el famoso personaje de sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes, convirtiéndose también en una serie de culto en la que se veía una elegancia en la puesta en escena y una buena construcción de los personajes principales.

Pero también sus películas han marcado un antes y un después tanto en la animación japonesa como en la de todo el mundo, debido seguramente por su predilección y gran apuesta por la animación tradicional en 2D; también por su supuesto amor a la naturaleza con el que logramos observar paisajes de gran belleza y por una magia que envuelve todas sus historias llegando a emocionar. Por eso es de agradecer el reestreno en las salas de cine de una de sus películas más emblemáticas y más queridas, Mi vecino Totoro (1988), que después de veintiún años de su creación no ha perdido ni un ápice de todo su encanto. Aunque cuando se estrenó en su momento no cuajó del todo en el mismo Japón, el paso del tiempo la ha colocado en un puesto privilegiado en la mente de los nipones, gustando a casi todos. Y la verdad es que la historia es emocionante por mostrarnos a dos crías, Satsuki i Mei, que se van a vivir al campo con su padre y en el que conocerán al duende de un cuento de hadas, Totoro, con el que vivirán una experiencia inolvidable. Además, es indispensable en la historia la relación de las hermanas con su madre que se encuentra convaleciente en un hospital. Y es que se podría decir que es una película muy japonesa, donde se pueden ver también varias referencias al Sintoísmo, una religión más cercana a la filosofía por basarse en una adoración a los espíritus de la naturaleza, donde todas las cosas tienen su alma: las piedras, la hierba, cada árbol...

No olvidemos tampoco que las películas de Hayao Miyazaki, con el Estudio Ghibli detrás suyo, tienen un tremendo potencial artístico, recreando un mundo propio de realidad y fantasía situado perfectamente en una maravillosa puesta en escena, con una inusitada capacidad para animar cualquier detalle, por difícil que sea. Y no sólo eso, sus historias mantienen un pulso fuerte a la hora de intentar dejar huella en el espectador de algún claro mensaje, como la unión en la familia en Mi vecino Totoro, consiguiendo su objetivo sin ser una historia marcadamente infantil aunque sí un tanto moralizadora. Otras películas como la simpática Nicky, la aprendiz de bruja (1989), cuyo horrendo doblaje en español ridiculiza la historia y la hace más infantil de lo que aparenta ser, o la brillante aunque larga La princesa Mononoke (1997), con demasiados mensajes ecológicos, son historias en las que los protagonistas principales son adolescentes bastante responsables que dejan a sus familias por alguna causa que otra pero con los que mantienen igualmente un fuerte vínculo.

También encontramos en la filmografía de Miyazaki más muestras del encanto de sus historias, como la genial Porco Rosso (1992), la mágica El viaje de Chihiro (2001), la sorprendente y misteriosa, aunque con fallido final, El castillo ambulante (2004), y la preciosa, aunque también con un final un tanto pomposo, Ponyo en el acantilado (2008).

"Particularmente, Mi vecino Totoro es una película que sorprende por su forma tan sencilla de atrapar al espectador y por su especial atención en mostrar una infancia llena de ternura e imaginación, con unas terribles ganas de vivir que es lo que precisamente nos produce una emoción que no podremos olvidar"



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Bob Esponja: La película (2004)



Un cruce entre Jacques Costeau y Napoleon Dynamite.

He puesto en marcha un pequeño cineclub en el que doy pases semanales a niños de edades muy diversas, todos entre 3 y 12 años, a veces la película que pongo es juvenil y en otras infantil, y cuando se trata de dibujos animados los más mayores acostumbran a quejarse, están saliendo de la niñez y necesitan reafirmarse como adultos. Yo puedo disfrutar de Blancanieves y los siete enanitos (1937) sin ningún tipo de remordimientos porque nadie discute mi madurez, pero para ellos es distinto, más difícil, por lo que siempre muestran cierta oposición, aunque al final acaban bajando la guardia y sucumbiendo a los encantos de estas producciones, porque les gustan aunque no lo admitan abiertamente. Lo interesante de Bob Esponja es que se ríe directamente de esta situación.



La historia empieza el día en que se concede un ascenso en el Crustáceo Crujiente, Bob Esponja está convencido de que él va a ser el afortunado pero finalmente es Calamardo Tentáculos quien se lleva el gato al agua. La razón es simple, Bob es dinámico, emprendedor y creativo, pero muy infantil. Mientras que Calamardo es todo lo que uno espera de un adulto, es soso, falto de ambiciones y bastante mediocre. Nuestro protagonista se lo toma mal y cae en una espiral autodestructiva de dulces y cancioncillas infantiles, pero a la mañana siguiente se aventura en una peligrosa misión junto a Patricio Estrella para demostrar que es un hombre, su objetivo será encontrar la corona del Rey Neptuno y salvar Fondo de Bikini de las malvadas, diminutas y verdes manos de Sheldon J. Plankton.



Ahora fijémonos por un instante en Bob Esponja, su aspecto es el del típico adolescente aniñado con los dientes delanteros prominentes y la cara porosa (un hecho que recuerda intensamente al acné juvenil), y el trabajo que ejerce en el Crustáceo Crujiente también es el típico empleo basura de un adolescente. Tiene mucha facilidad para sobreexcitarse por cualquier cosa y su comportamiento es infantil en sentidos muy diversos, algunos de ellos conscientemente peyorativos. Utilizando el mismo lenguaje del filme diríamos que es un percebe y un atontado, algo que la cinta a veces celebra y en otras juzga. En más de un sentido puede considerarse como el Napoleon Dynamite (2004) de los dibujos animados e incluso el desmadrado final, cien por cien ochentero, parece una exageración y caricaturización de lo que ya sucedía en aquel filme.



Hay algo de la filosofía de John Waters rondando por la película, una exaltación de lo marginal y lo feo. Cuando Bob Esponja lo pasa mal, mediante un recurso utilizado en otros cartoons tan emblemáticos como Ren & Stimpy, vemos su rostro en primer plano, en un encuadre donde el dibujo se torna más complejo y se pueden observar con detalle cada una de sus imperfecciones. No es algo agradable pero provoca risas y, de alguna manera, reconforta al niño. Todos nos hemos sentido como mocosos insignificantes alguna vez y hay algo de tristeza, culpabilidad y soledad en ese sentimiento, de ahí que consuele compartirlo de manera tan alegre, impúdica y desenfadada.



La película, a través de un grafismo deudor del comic underground americano, elabora una comedia física muy dada al humor cafre, aunque todo queda atemperado por la energía que atraviesa la pantalla constantemente. La trama se muestra muy consciente de los hilos que mueven este tipo de periplos morales y utiliza la exageración y el absurdo como válvula de escape, de tal forma que el material clásico queda barnizado por una nada sutil ironía postmoderna y el filme resulta eficaz a tres bandas; divierte, conmueve y es irreverente. Existen varias escenas memorables, el numerito musical en el fondo del precipicio, cuando Bob y Patricio cantan, bailan y hacen palmas rodeados por gigantescos monstruos marinos, es absolutamente delirante. Y el cameo de David Hasselhoff, que aquí parodia su popular papel en la serie Los vigilantes de la playa, nos regala uno de los momentos más surrealistas y disparatados del filme, y eso que, contra todo pronóstico, sale sobrio y en buena forma.

La frase: “¡Saludad todos a Plankton!”



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G.I.Joe (2009)


Soldaditos de plomo cuero

Que en Hollywood van algo mal de ideas es algo que ya hace cierto tiempo que tenemos asumido. Que en Hollywood les gusta de vez en cuando echar la vista hacia atrás y recuperar temas a priori ya olvidados (especialmente si se trata de temas que tuvieron su auge en la década de los ‘80) también resulta algo público y notorio. Pero que resulte que ahora, en Hollywood, se vean obligados a sacar ideas de antiguas lineas de juguetes para conseguir llenar las salas de cines, empieza a ser algo extraño y hasta cierto punto desconcertante. Aunque lo cierto es que después del éxito de las dos entregas de Transformers, ¿quien puede llegar a pensar que sea una mala idea llevar a la gran pantalla, con actores de carne y hueso, los personajes G. I..Joe? Y es que, a pesar de que un servidor siempre fue mucho más de Los masters del universo, el otro día me estuve viendo: G. I. JOE: EL ORIGEN DE COBRA... ¡Empezamos!


La trama de la peli se la puedo contar de dos maneras, la versión corta y la versión larga. La corta sería algo así: Un grupo de soldados buenos lucha contra una organización criminal por el control de una nueva arma muy peligrosa. Fin. Y para esto emplean dos horas de duración. Si, visto así la cosa incluso podría llegar a tener cierto sentido, así que mejor les cuento, ya de paso, la versión larga para que no se hagan falsas expectativas antes de hora.


Una empresa de armamento, con nombre de chocolatina (MARS), ha inventado una nueva arma que es el no va más, pero los militares que la debían transportar caen en una emboscada perpetrada por los malos de turno y se llevan el arma. Tan solo dos de los soldados logran sobrevivir al ataque, quienes se unirán a una especie de fuerza especial de ataque conocida con el nombre de G.I.Joe en busca del arma sustraída. Como los G.I.Joe son un grupo de élite en el cual no entra quien quiere sino quien puede, los dos soldados deberán pasar unas duras pruebas para ingresar en el cuerpo, aunque, evidentemente, los dos sobrevivientes resultarán ser la polla en vinagreta y el no va más en lo que a soldados se refiere y pasan, en un abrir y cerrar de ojos, de ser los novatos a ser absolutamente imprescindibles para la organización. Así va el ejercito americano. Total, que a partir de aquí empezará una contrarreloj para encontrar el arma de las narices esa antes de que los malos se decidan a utilizarla. Pero es que además resulta que las cosas son mucho más complicadas de lo que en un principio nos parecen y la trama está plagada de pequeñas casualidades. Que si la mala de turno (enfundada en cuero para la ocasión) es una ex de uno de los soldados que sobreviven al ataque, que si hay un ninja en el grupo de los buenos y otro en el grupo de los malos y, vaya por Dios, resulta que encima se conocen (posiblemente de su afiliación al sindicato ninja)... ya saben, esas pequeñas cosas que le dan vidilla al asunto.


Entre los nombres destacados del reparto encontramos a Dennis Quaid (El chip prodigioso), quien parece estar viviendo una segunda juventud; Channing Tatum (Fighting, puños de asfalto) salido de la nueva cantera hollywodiense; Brendan Fraser (La momia), quien salvo la trilogía de La Momia es veneno para la taquilla; Sienna Miller (Alfie) a quien el cuero ajustado le sienta de escándalo y de lo de actuar, ya si eso, hablamos otro día; Joseph Gordon-Levitt (500 días juntos), parece ser que el niño de “cosas de marcianos” ya se nos ha hecho todo un hombretón; y Marton Wayans (Ladykillers), un habitual de la saga Scary Movie que, en ésta película, sigue empeñándose en hacer el papel de gracioso, cuando resulta que la gracia la tiene en el mismísimo culo. Además de todos estos nombres ilustres, encargado de la dirección de la peli, encontramos a Stephen Sommers, todo un hombre de arte y ensayo quien, con anterioridad, había hecho saltar taquillas por los aires cosa mala con títulos tan conocidos como las dos primeras entregas de La Momia o el fallido experimento a lo “cajon de sastre” que fue Van Helsing.

Lo cierto es que la película funciona, en el sentido de que la trama parece sacada de ver a un niño jugando en el suelo del comedor de su casa con los muñecos originarios de los GIJoe, otra cosa sería que, en principio, se debería esperar algo más de unos guionistas de Hollywood que se ganan la vida con esto.


Ahora en serio. La peli no va de nada y no hay por donde cogerla, sosteniéndose, tan solo, sobre cuatro largas escenas de acción (la de la emboscada, la del cuartel, la de Paris y la del final). Todo lo demás parece no importar, sujetándose la trama por un fino hilo conductor que se ve obligado a recurrir, en innumerables ocasiones, a los flashbacks para intentar dar una mínima explicación al batiburrillo que estamos viendo en pantalla. Lo único que parece importar a los responsables de la película es que la cosa tenga ritmo, pero, a la hora de la verdad, la cosa tiene tanto ritmo que no hay tiempo para nada. De este modo, resulta imposible lograr cierta empatía con los personajes debido a que no da tiempo ni a conocerlos (sabemos quien es el protagonista porque es el que más minutos de pantalla ocupa y poco más). Por lo demás, vemos pulular sin ningún tipo de orden ni concierto, robustos militares, ninjas misteriosos, apretadas heroínas y científicos locos. Eso si, en las escenas de acción todo apunta que se han gastado lo que no está escrito, buscando la espectacularidad más que el sentido común y da igual que en una misma escena unos tios se estén peleando con espadas, otros con armas de último diseño y otros con una especie de trajes muy al estilo Iron Man. Ttodo tiene cabida en este gran sinsentido.


Resumiendo: Probablemente la película más tonta en lo que va de año.



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En tierra de nadie (2001)

El gran carnaval

Ante el estreno de la semana que viene de la última película del director bosnio Danis Tanovic, Triage (2009) con Colin Farrell, Christopher Lee y Paz Vega, hay que destacar su multipremiada ópera prima En tierra de nadie (2001), una interesante pero sobrevalorada historia ubicada durante la terrible Guerra de Bosnia que se prolongó durante más de tres años y medio (abril 1992- diciembre 1995).

La historia se centra en dos soldados, uno serbio y otro bosnio, que se encuentran atrapados en una trinchera situada en las dos líneas de fuego de ambos bandos. A partir de aquí comenzarán las discusiones entre ellos dos por quién empezó la guerra y recibirán artillería pesada ya que ninguna de las dos partes sabe si pertenecen a los suyos. Después intervendrá Unprofor (las siglas en inglés de Fuerza de Protección de las Naciones Unidas), creada por el Consejo de Seguridad de la ONU, donde unos cascos azules franceses irán al lugar para saber exactamente el estado de los soldados. Los medios de comunicación también querrán tener su presencia, siendo una corresponsal de una cadena de televisión inglesa la que intentará sacar alguna imagen de los involucrados.

A pesar de las intenciones del director, de las buenas críticas que cosechó por mezclar comedia y tragedia, y de conseguir entre los premios el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, la mejor parte del film se da en la primera media hora, donde vemos la única parte con algún punto cómico (después se olvida por completo para centrarse totalmente en la crítica general) y donde el espectador se sorprende por el ritmo de la acción y por la buena puesta en escena. Mismamente, la primera secuencia de cinco minutos es fabulosa, en una noche con niebla espesa, en la que una patrulla de relevo de soldados bosnios es llevada por un guía para dirigirse al frente. A causa de la poca visibilidad esperan al amanecer y al despertarse se encuentran delante mismo del enemigo. Lo que viene después mantiene gran parte del interés del espectador por los diálogos de los dos soldados y por alguna sorpresa que otra. Pero cuando ya intervienen la ONU y los medios de comunicación, entra en juego la sobada crítica general, contras las guerras, los altos mandos o la televisión, algo que ya se ha visto en demasiadas ocasiones y que por eso recuerda en parte al circo que se monta, salvando las distancias, en la excelente película de Billy Wilder El gran carnaval (1951).

Si la mezcla de algunos puntos de humor bastante espontáneos que encontramos en la primera parte hubiera seguido en la segunda, no se hubiera caído en la trampa de olvidarse de los protagonistas y de utilizar personajes a los que se les quiere dar demasiada importancia, más de la que deberían tener, cayendo en algunos diálogos irreales y pretenciosos, como cuando la reportera maldice a los "malditos balcánicos" o a los "malditos franceses", o la escena en la que un casco azul francés le pide al serbio que traduzca a su "amigo" bosnio, con la previsible respuesta del serbio: "no es mi amigo". Aún así, es recomendable un visionado a esta historia, donde Danis Tanovic demuestra que tiene talento aunque parece que se pierda como sus protagonistas "en tierra de nadie".

"Una historia sobre la Guerra de Bosnia que parte de una interesante premisa en tono de comedia pero que decepciona cayendo en la trampa de la crítica general"




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