Tucker, un hombre y su sueño (1988)


Todo por un sueño

Uno se sorprende cuando al repasar la carrera cinematográfica de alguno de los directores más reconocidos de la historia del cine encuentra alguna película brillante que nunca ha llegado a tener el reconocimiento que se merece. Y para un servidor, un claro caso es el de Francis Ford Coppola: su adaptación de la biografía del empresario y diseñador de automóviles Preston Tucker, en Tucker, un hombre y su sueño (1988), es un fabuloso film realizado con mucho estilo y gran talento pero algo infravalorado. Producido por George Lucas (le devolvió el favor que Coppola le hizo al producirle en 1973 American Graffiti), Coppola nos regala un emocionante retrato de un "soñador, inventor y visionario, un hombre adelantado a su tiempo", como así se le define en el brillante inicio del film.


Estamos en 1945, en Ypsilanti, Michigan. Un hombre llamado Preston Tucker (Jeff Bridges) cree que su sueño de diseñar y fabricar el mejor coche que ha existido hasta entonces está a punto de hacerse realidad. Y es que su pasión por los automóviles le viene desde muy pequeño, de ahí que, pasado un tiempo, decidiera trasladarse a Detroit para aprender la fabricación de vehículos, donde conoció a su mujer Vera (Joan Allen) con la que formó una familia. Ahora, sin que aún haya acabado la guerra, tiene en sus manos el diseño de su gran creación: el Torpedo Tucker. Pero su sueño va a resultar ser una odisea ya que para llevarlo a cabo se necesita tanto dinero que competir con las otras tres grandes compañías va a resultar casi imposible, como le quiere hacer entender el hombre de negocios que ha conocido en un viaje en tren llamado Abe Karatz (Martin Landau). Pero el empeño y la ilusión de Tucker harán que no desista de su idea y logrará que todo el mundo se entere de su proyecto con un anuncio en las revistas de su automóvil, el coche del futuro, como él lo llama. Es entonces cuando se le empezarán a abrir las puertas y comenzará a creer que de verdad es posible su sueño. Le entregarán una planta en Chicago para que produzca como mínimo 50 coches pero para conseguir credibilidad y dinero tendrá que juntarse con un tal Robert Bennington, que había sido vice presidente de la Ford y que ahora es de la Plymouth. Sin embargo, las cosas no irán por donde él quería que fueran. Su modelo requiere demasiada inversión y tiene demasiadas restricciones ya que, entre otras cosas, debía de tener un motor trasero, cinturones de seguridad, frenos de disco e inyección de combustible.

Además, Tucker tiene el diseño y todas las ideas posibles pero aún no tiene ningún coche fabricado. Por eso se tendrá que poner manos a la obra día y noche en el establo de al lado de su casa (que es su lugar de trabajo y donde empieza a hacer sus creaciones) porque en 60 días debe presentar su modelo al público. Junto con él trabajarán su equipo de siempre formado por Eddie (Frederic Forrest), un ingeniero japonés llamado Jimmy (Mako) que lleva con Tucker unos 15 años, además de los recién incorporados: su hijo Junior (Christian Slater), que decide quedarse a trabajar con su padre en vez de ir a la universidad, y un ingeniero automotriz llamado Alex (Elias Koteas).


Desde la misma presentación inicial del personaje, que viene a ser el film promocional que se prepara de él durante el proceso de realización de su coche, la historia del emprendedor Tucker entra de tal manera por los ojos que el espectador sentirá de lleno esa energía que desprende ese hombre para poder llegar a conquistar a todo el mundo con su propuesta tan innovadora. Aunque le pongan muchas barreras por en medio, Tucker sigue en su empeño por ver su gran obra hecha realidad, algo que recuerda a la misma historia y similar lucha que el mismo Coppola o otros tantos directores han tenido que vivir con los productores durante toda la historia del cine para que no les pudieran arrebatar el alma de sus películas, algo que muchas veces no han conseguido repercutiendo notablemente en el resultado final de sus historias. Aunque en esta ocasión, el espectador tiene la suerte de ver una historia dramática contada con algo de humor y con la presencia de Jeff Bridges encarnando a la perfección, y con su gran sonrisa y desparpajo, al mismísimo Tucker, logrando una interpretación para recordar. Y el papel de Martin Landau, quien está espléndido, recuerda bastante al que hiciera más adelante en Gente de Sunset Boulevard (1992), ya que en la película de Barry Primus es un productor de poca monta que ayuda a encontrar inversionistas para una película que quiere realizar un guionista arruinado.


En cuanto al apartado técnico de este film, Coppola acierta en volver a contar para la fotografía con Vittorio Storaro (con el que ya había trabajado en Apocalypse Now y Corazonada), ya que sus contrastes de colores fríos y cálidos y su manera de iluminar las escenas son una parte importante del buen resultado de la película. Y el mismo Coppola se luce en la forma de mover la cámara, utilizando bastante la grúa y los planos picados y contrapicados, pero esto es algo que quizás algún espectador se lo tenga en cuenta, igual que el montaje de alguna escena uniendo dos situaciones paralelas en un mismo plano. Pero, en definitiva, Tucker, un hombre y su sueño es una historia a tener en cuenta y una de las mejores películas de Francis Ford Coppola.


"Un film un tanto infravalorado que resulta ser un biopic realizado con un estilo impecable por Francis Ford Coppola"

1 piquitos de oro:

Möbius el Crononauta dijo...

Hace que no la veo mil... así que la volveré a tener en cuenta

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