Alias. Serie completa.

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, es viernes y volvemos a echar un vistazo al mundo de la televisión analizando los más de 4.200 minutos que constituyen la serie que hoy nos toca (que si ya suele resultar chungo analizar los 90 minutos de una película de duración media, esta actualización se puede convertir en un auténtico infierno). Total, que empieza la serie y al cabo de pocos minutos aparecen las letras que forman el título, en color blanco, dando vueltas sobre un fondo negro, para rematarlo con un "created by J.J. Abrams". ¿Les suena de algo? Pues a pesar de lo que pueda parecer hoy no toca hablar de Perdidos, hoy toca hablar de su antecesora: Alias... ¡Empezamos!

La serie empieza con el reclutamiento por parte de la C.I.A. de una joven y guapa estudiante llamada Sidney Bristow (de grandes orejas y con más espalda que el armario empotrado de mi habitación) que después de un duro período de prueba pasa a convertirse en la espía estrella del SD-6, una división secreta de la propia C.I.A. Total, que a la chica la mandan a un huevo y medio de misiones super peligrosas, en gran variedad de países (visita España en varios capítulos) y, normalmente, disfrazada con ridículas pelucas (auténtica piedra angular del kit del buen espía por lo que se ve en esta serie) para recuperar valiosos objetos para la seguridad nacional o para desbaratar los planes del loco de turno que quiera cargarse al mundo, según se tercie. Pues en estas estamos, cuando la joven espía, un buen día, se acabará dando cuenta que ha estado haciendo el primo, descubriendo que en lugar de trabajar para la C.I.A., que es lo que le habían hecho creer a la muy pardilla, está trabajando para una organización de malos muy malos y que, en el fondo, ha estado ayudando y trabajando para las personas que "la pelucas" creía estar luchando. De esta manera todo su mundo se va a venir abajo en menos que canta un gallo y, sin saber muy bien a quien acudir, acabará trabajando para la auténtica C.I.A. como espía doble en el SD-6, sin poder contar nada a sus compañeros, muchos de ellos engañados al igual que ella, con la única ayuda de otro agente doble infiltrado en la organización: su padre (un estirado que parece que lleve siempre metido el palo de una fregona por el culo y una cara de poker imborrable), con quien nunca ha tenido demasiado contacto. ¡Y todo ésto en el primer capítulo!

Aparte de la propia Sidney y el estirado de su padre, algunos de los personajes habituales de la serie son: Arvin Sloane, el malo oficial y máxima cabeza visible del SD-6 (para entendernos sería el Ben de Perdidos); Michael Vaughn, será el contacto de la C.I.A. con "La pelucas" y el que le encargará las misiones de contraespionaje; Marcus Dixon, su compañero de misiones en el SD-6; Marshall, el informático y especialista en gadgets del SD-6, que actúa como contrapunto cómico; Will, periodista amigo de Sidney al que le gusta meter las narices donde no le llaman; y Francine, la mejor amiga de Sidney y su compañera de piso, quien no sospecha nada de lo que le rodea. Pero, analicemos cada temporada, aunque sea de forma muy reducida:

Primera temporada. 22 episodios. La serie empieza con el rollo que os he soltado un poco más arriba, y sigue con las misiones de contra espionaje de "La pelucas" que, aunque al principio entretiene, rápidamente te acabas cansando por ser siempre lo mismo. Todo esto cambia cuando, muy poco a poco, nos van introduciendo lo que, en realidad, será la trama predominante en toda la serie: Rambaldi. Rambaldi era un tipo que vivió hace más de quinientos años y que, al parecer, era una mezcla entre da Vinci y Rasputín: un inventor cuyas obras están esparcidas por medio mundo y del que corre la leyenda de que en ellas se esconde un gran secreto, además de un hombre cuyas profecías se han ido cumpliendo a lo largo de los años (e incluso una de ellas tendrá a "la pelucas" como protagonista). En esta primera temporada ya empezamos a ver destellos del Abrams que conoceríamos posteriormente en Perdidos (hay un capítulo donde la prota encuentra enterrada una compuerta metálica, en medio de un desierto Argentino, con unas escaleras para bajar por un estrecho y oscuro túnel... ¿les suena esto también de algo?). Además, encontrarán alguna cara conocida como la de Roger Moore (con su flema, por supuesto), el sr. Lock de Perdidos y un muy excitado Quentin Tarantino (fan declarado de la serie), que aparece en un capítulo doble que es de lo mejor de toda la temporada.

Segunda temporada. 22 episodios. Un nuevo personaje salido del pasado de "la pelucas" será el protagonista de esta segunda temporada, con el permiso de los anteriormente ya mencionados. Nuestra prota no lo pasará bien en esta segunda temporada donde tendrá que luchar entre sus sentimientos y su cerebro. Por lo demás, Sidney seguirá luchando contra Arvin Sloane con todas sus fuerzas y cumpliendo misiones varias en países situados geográficamente en el culo del mundo, terminando bastante bien la temporada y con un último capitulo donde asistimos a una brutal y muy conseguida lucha final entre nuestra prota y una rival. ¡Ah, y por si lo dudaban, en esta temporada también tenemos historia de amor! Esta segunda temporada mejora algunos puntos su predecesora, siendo en general bastante más interesante, aunque le sigue faltando entrar más a saco en la trama principal en lugar de perder demasiado el tiempo con capítulos sobre "misiones imposibles" donde siempre es lo mismo: nuestras fuentes han detectado...blabla... hay que encontrarlo...blabla... es muy importante...blabla... Sidney contamos contigo, Marshall te explicará los detalles... blablabla. Más caras conocidas, en esta segunda temporada encontramos a Christian Slater y a Ethan Hawke paseándose por algún capítulo.

Tercera temporada. 22 episodios. Empieza la temporada y todo está patas arriba, haciendo que todo lo que creíamos sabido a lo largo de las dos temporadas anteriores, se venga abajo con pasmosa facilidad, a lo que se sumará la entrada en escena de una nueva organización de malos llamada "El pacto" que tendrá mucho que ver con todo lo que está pasando y que, por si no fuera suficiente, también se interesará por la figura de Rambaldi y los misterios que le rodean (eramos pocos y parió la abuela). En esta temporada "La pelucas" perderá gran parte de su inocencia y buen rollito (las circunstancias así lo exigirán) volviéndose menos pánfila que en las dos temporadas anteriores y ganando en madurez, que falta le hacía. Sin duda alguna, esta tercera temporada es la mejor de toda la serie, de lejos, resultando muy interesante y consiguiendo atrapar mucho más de lo que lo habían conseguido sus predecesoras, creciendo en misterios y suspense y, en definitiva, dejando al espectador con ganas de más después de cada episodio. Por cierto, que la música cuando salen los malos o se crea un momento de tensión es clavadita a la de Perdidos cuando aparecen los otros (¡clavadita!). Caras conocidas que se dejan ver en esta temporada: David Cronenberg, en un par de episodios con un divertido papel de científico colgado y David Carradine, haciendo su kung-fu y sus cosas.

Cuarta temporada. 22 episodios. "La pelucas" y los demás coleguitas que ha ido haciendo durante las tres temporadas anteriores (la chupipandi) se juntan en una división secreta de la C.I.A. para seguir haciendo sus cosas. Más misiones, más riesgos y, bastante hacia el final, vuelta al mundo Rambaldi. Sin duda alguna la peor de las cinco temporadas, con muchos capítulos vacíos que empiezan y acaban sin más trascendencia dentro de la trama, aparte del hecho de la misión propiamente. Es la única de las temporadas que no empieza con un "en anteriores capítulos" precisamente porque tampoco es que interese demasiado. Además, para colmo, algunos de los personajes empiezan a cambiar su personalidad más por necesidad de alargar la serie que debido a la evolución lógica del propio personaje. En general bastante olvidable aunque hacia el final se anime un poco la cosa. Entre las caras conocidas encontramos a la Vivica A. Fox (de Kill Bill), Angela Basset, Isabella Rossellini o Sonia Braga.

Quinta temporada. 17 episodios. Durante el principio de la temporada asistimos a una especie de relevo generacional que, aunque no sea del todo interesante, si es necesario debido a que "la pelucas" estaba embarazada en la vida real y no estaba como para saltar de edificios ni hacer patadas voladoras. Además muchos de los personajes aparecidos durante las cuatro temporadas anteriores se van pasando por ésta a modo de despedida. Hacia el final parece que recuerden que la cosa se está acabando y se ponen manos a la obra intentando dar solución a las dudas abiertas desde el principio de la serie y de las que parecía que casi se habían olvidado. Definitivamente todo acaba volviendo a su sitio para concluir la serie con un final bastante logrado y unos últimos capítulos bastante interesantes. Mucho mejor que la temporada anterior, mucho más interesante, atrapando nuevamente al espectador pasada la mitad de la temporada y solucionando la serie de forma eficaz y bastante conseguida. El problema es que debería haber llegado mucho antes y sin dar tantos rodeos innecesarios en la trama.

Evidentemente me dejo muchas cosas, que cinco temporadas dan para mucho, pero obviamente he procurado no desvelar nada que no se pueda desvelar para no joder a nadie que todavía no haya visto la serie y pretenda verla algún día. En España la serie se emitió en Telecinco, (en principio los domingos por la tarde, aunque cambió en diferentes ocasiones de horario) sin conseguir el favor del público y, posteriormente, fue emitida por Cuatro, con igual fortuna.

Resumiendo (que buena falta hace): Buena serie de espionaje y misterio que hubiera resultado mucho más brillante si, en lugar de las cinco temporadas de duración, la cosa se hubiera quedado, simplemente, con dos o, como máximo, tres (nos habríamos ahorrado muchos capítulos coñazo, la verdad, y habrían ido mucho más al grano).


Hasta que llegó su hora (1968)

Elprimerhombre ha visto Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, el cuarto y último spaghetti western de este director, esta vez sin Clint Eastwood, considerado por muchos como su obra maestra del género.

La historia empieza con una interesante secuencia de quince minutos en la que vemos a tres tipos esperando la llegada de un tren en una estación perdida en el viejo Oeste. La lenta filmación con bastantes primeros planos alertan muy bien al espectador y significan un digno inicio para ir introduciendo poco a poco, y de forma original, las letras de crédito, finalizando con el nombre del director con la llegada de la locomotora. Además, un sutil humor remarca la simplicidad de estos personajes, fulminados con tres disparos certeros por un recién llegado Charles Bronson, que con la melodía de su harmónica, que repetirá varias veces en la primera mitad del film, se da a conocer allá por donde pasa. Lo curioso es que el malo de la película es encarnado por Henry Fonda, cosa que da un punto de interés al argumento.

Un tipo llamado Cheyenne (un interesante Jason Robards) es otro de los personajes vitales de esta historia. Él y Harmónica (que es como llama Cheyenne al personaje de Bronson) acabarán ayudando a una mujer, una bella Claudia Cardinale, que llega a la ciudad para empezar una nueva vida. Un mes atrás se había casado en Nueva Orleans con un tal Bred McBain y dispuesta a instalar todas sus cosas y a conocer a su nueva familia, se encuentra con un panorama desolador: McBain y sus cuatro hijos han sido masacrados por unos bandidos. Y todo el mundo cree que los culpables son la banda de Cheyenne (cosa que indigna al mismo Cheyenne), pero el maldito verdugo es Frank (Henry Fonda), junto con tres tipos más, trabajando para un tal Morton (Gabriele Ferzetti), que padece tubercolis ósea. La intención de este es quedarse con esas tierras ya que McBain tenía pensado un proyecto que era el sueño de su vida: construir una estación en su propia ciudad. Desde que supo que el ferrocarril pasaría por esos lugares, compró el terreno que tenía alrededor y ahorró hasta esperar a que llegara el gran día. Lo tenía todo pensado, hasta sabía que en un radio de 50 millas sólo había agua en un punto de su terreno para abastecer a la locomotora de vapor. Al final la viuda tomará su relevo.

El papel del personaje de Bronson es puramente vengativo, queriendo saldar varias cuentas con Frank, aunque este no recuerde exactamente quién es él. Su harmónica tiene una fuerte carga simbólica, como también lo tenía el reloj de pulsera con una dulce melodía en La muerte tenía un precio (1965). Y la banda sonora de Ennio Morricone se une perfectamente a esa harmónica, plasmando un magnífico trabajo que da un valor esencial a diferentes situaciones de la película, remarcando, obviamente, que la relación Leone-Morricone es lo más singular de los cuatro Spaghetti Westerns que culminaron juntos a su manera. Sin esa unión no tendría sentido casi ninguna escena de las que se ven en estos espectaculares films (aunque aún me queda por ver la primera, Por un puñado de dolares, de 1964). Por ejemplo, de esa unión quiero destacar la escena del reto casi del final, cuando vuelve a aparecer en la mente de Bronson la imagen difuminada vista ya dos veces durante el film, pudiendo observar el espectador el recuerdo entero de un terrible suceso que ocurrió cuando él era aún un adolescente y el motivo de la harmónica, siendo una de las mejores escenas de todo el metraje. La magia de los planos de Leone, tan largos, penetrando más allá de la mirada de sus personajes, perderían todo su valor sin esas canciones tan potentes del gran Morricone. La locura o la poca racionalidad de los personajes que cabalgan en estos films va totalmente unida a unas composiciones musicales que parecen tener un mismo fin: un sentido crepuscular de sus vidas y el inevitable duelo final.

Pero en este film, esa gran fuerza visual y musical pierde bastante peso a causa del guión, obra del mismo Leone, junto con Dario Argento (antes de dirigir su primera película en 1970) y Bernardo Bertolucci (que ya había realizado algunos cortos y películas). A la hora de incluir un personaje femenino protagonista, aunque sea esencial para la historia, los demás personajes parecen perderse un poco alrededor de esa mujer, un poco mal retratada por ser un papel poco trabajado, importándome bastante poco desde su aparición. Aunque la Cardinale salga despampanante, con toda su sensualidad y enseñando a veces sus preciosas curvas, uno está acostumbrado a ver a tipos duros disparándose entre ellos, pareciendo en este caso que la larga duración del film (más de dos horas y media) sirva más para contarnos el futuro que tendrá la pobre Cardinale que no en entreternos con enfrentamientos entre bandidos. Además, la venganza planeada para el personaje de Bronson no está muy bien llevada, llegando al duelo final de una manera un poco forzada, sobre todo con unos diálogos bastante pobres. Quizá mi devoción por los primeros westerns de Leone viene marcada también por la presencia de Clint Eastwood, mucho más carismático que el poco expresivo Bronson (sin estar mal en su papel). Aún así, no he podido dejar de disfrutar con este film, aunque no tenga la autenticidad de sus antecesoras y parezca que todo esté dirigido más seriamente. Para eso siempre ayuda la manera de filmar del señor Leone y la de emocionar del grandísimo Ennio Morricone.

En definitiva, el último western del señor Leone, demasiado largo para contarnos una historia con menos fuerza que las anteriores, mantiene bastante entretenido al espectador gracias a su buena dirección y a la acertada música de Morricone.

Un saludo!




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Gamera, Guardián del Universo (1995)


Gamera surgió como una explotation de las películas de Godzilla, que al mismo tiempo estaban claramente influenciadas por los filmes americanos de King Kong, que eran básicamente una reinterpretación del mito de La Bella y La Bestia, cuyo origen podría ser una novela del siglo II d.C., que en realidad era una adaptación de un cuento griego… Vaya, quien le iba a decir a ese pobre griego que, con el tiempo y una caña, su obra se iba a convertir en una horda de gigantescos monstruos radiactivos. Pero así son las cosas, cuando se hace la copia de una copia de otra copia, el material original se desvirtúa y muta. En muchas ocasiones el experimento saldrá rana. En unas pocas, tortuga.


La trama podría resumirse en términos pugilísticos. A un lado del cuadrilátero, con un peso de 75 toneladas, 85 metros de altura, 190 de envergadura, capaz de disparar rayos sónicos por la boca y de volar a una velocidad de Mach 3'5, tenemos al pájaro vampírico Gyaos. Y al otro lado, con 120 toneladas de peso, 80 metros de altura, la capacidad de disparar bolas de plasma explosivas y de volar a reacción a una velocidad de Mach 3, tenemos a la tortuga Gamera. Los demás elementos del argumento giran entorno a un marine, una joven ornitóloga, una colegiala con poderes místicos, una antigua profecía y unos enormes excrementos de pájaro.


No deja de ser sorprendente la despreocupada confianza que muestra la película por un material que ha puesto como loco mi bizarrómetro. Tanto los clichés del género como los viejos elementos reciclados aparecen aquí con una energía innovadora, gracias en parte a la acertada labor de su director, Shusuke Kaneko. Este realizador se encarga de darle una nueva capa de pintura a un género que estaba más manoseado que un trapo de cocina, y lo hace rodando una película orquestada con el sano propósito de defender que los trajes de goma espuma y las maquetas no están necesariamente reñidas con la espectacularidad. Aunque llamar espectacular a Gamera, Guardián del Universo es harina de otro costal.


La película transgrede muchos de los límites propios del género, y lo hace a la americana, modernizando su puesta en escena y dándole una sensación de ritmo y estilo a la acción. Tanto Gamera como Gyaos tardan en aparecer en pantalla, haciendo que crezca el interés en el espectador y que la acción vaya en aumento, hasta llegar al consabido clímax final en que dos tipos disfrazados se dan de manotazos ante una maqueta de Tokio. Resulta también curioso el tratamiento que la película hace de su personaje principal, Gamera, al que no vemos como un monstruo, ni tampoco como una tortuga, sino más bien como un superhéroe. Cuando este galápago mutante surca los cielos, no estaría fuera de lugar que alguno de los personajes secundarios soltara aquello de: “¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”


La peli sigue teniendo los mismos problemas de lógica que cualquiera de sus antecesoras, pero ese espíritu innovador que comentábamos antes logra que esta extravagancia nipona entretenga, emocione y divierta. Otro de los puntos favorables del filme es ese humor que asoma la cabeza regularmente, ahí queda ese tendero quejándose de que la aparición del monstruo submarino ha provocado una subida en el precio del pescado. El éxito de la película, tanto artístico como comercial, propició el auge del género y dos secuelas que fueron rodadas por el mismo equipo. En ellas se repetiría la misma fórmula llegando incluso a superar los resultados de la primera entrega.



La frase: “Algún día te enseñaré como es Tokio sin monstruos.”

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Mamma Mia! (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, hoy es viernes y, como parece que en las televisiones, radios y periódicos todo el mundo sigue hablando de crisis, desempleo y mal rollito vario, ¿que mejor que ponernos a cantar, bailar y hacer el ganso a ritmo de la música de ABBA? (De hecho, hay un estudio que confirma que en épocas de crisis los musicales arrasan, y quizás sea por eso por lo que últimamente estamos viviendo una auténtica avalancha). Lo dicho, hoy ¡Mamma Mia!... ¡Empezamos!

Pues la historia transcurre en una muy mediterranea isla griega, donde una pareja de empalagosos pimpollos, que cada vez que aparecían juntos en pantalla me subía el azúcar en sangre, preparan su bodorrio. El problema es que la chica, a sus veinte primaveras, todavía no conoce a su padre y, después de rebuscar en el diario secreto de su madre, la ama de casa que se lo hacía con Harry el Sucio en los Puentes de Madison, descubre que hay tres posibles candidatos (si, la mujer de joven era algo Hippie y bastante ligera de cascos por lo que se ve). Total, que ni corta ni perezosa manda tres invitaciones de boda a sus tres posibles padres (de como consigue las direcciones después de 20 años y con apenas el apodo en alguno de los casos, no hace falta ni decir que se lo van a pasar por el forro). Los tres, Remington Steele, el que se lo quería montar con Britget Jones y el mismísimo Goya en la peli de Milos Forman, acuden raudos y veloces a la cita, sin saber demasiado bien para que los han invitado, ante la sorpresa de la madre de la novia, por su presencia en el enlace. A todo esto súmenle dos amigas de la madre algo alocadas, dos amigas de la novia bastante sosas y un buen puñado de griegos caracterizados como unos putos paletos (supongo yo que es que faltaban extras para los números musicales). Bueno, pues eso, que esto es una comedia de enredos y, apenas con lo que os he adelantado el lío ya está más que seguro. Además, de por medio, se irán enlazando las canciones más conocidas, y fácilmente tarareables, del grupo sueco ABBA, que no es que vuelvan a estar de moda, que va, más bien es que nunca han dejado de estarlo desde hace ya un porrón y medio de años.

La directora de la cosa ésta es una tal Phyllida LLoyd, muy conocida en su casa a la hora de la cena, que se estrena en la gran pantalla con esta adaptación del musical de teatro que está arrasando en medio mundo (por eso en Hollywood han perdido el culo por adaptarla lo más rápidamente posible). Entre los actores que prestan cara y voz (algunos más y otros bastante menos) encontramos a Meryl Streep, actriz con pasmosa facilidad por combinar el drama (Kramer contra Kramer, La habitación de Marvin, Las horas), la comedia (La muerte os sienta tan bien, El diablo viste de Prada) y el romanticismo (Memorias de África, Los puentes de Madison); Pierce Brosnan, conocido por sus papeles de galán (que vuelve a repetir en esta película) y penúltimo James Bond; Colin Firth, actor inglés abonado a las comedias (románticas en su mayoría) y Stellan Skarsgard, secundario habitual y protagonista ocasional (El exorcista: el comienzo, Waz).

Cuando en una película están bastante más interesados en cantar que en contarnos una historia, no hay duda en que algo no va bien, y en ésta parecen, realmente, muy interesados en cantar, tanto, que hay momentos en los que las canciones de ABBA se van atropellando sin, siquiera, dejar espacio para que la trama vaya creciendo (aunque a la hora de la verdad hay poco para crecer). Creo que en una ocasión incluso empalman dos seguidas sin que venga demasiado a cuento de nada. Las canciones son de sobras conocidas por todos y se convierten en auténtica piedra angular, siendo de lo poco con verdadera fuerza en la película (y los fans del grupo se lo pasarán en grande). Por el contrario, en el otro extremo encontramos las actuaciones (más bien parece una función de final de curso de cole de barrio, más interesados en pasarlo bien que en convencer), la trama (es la que es, no se han roto mucho la cabeza pensándola) y los números musicales (bastante flojitos en su global y con alguno francamente pobre y malo, desaprovechando todo lo que puede significar el traspaso de la historia al medio cinematográfico). Aunque soy muy consciente que a la gente que le haya gustado la peli, todo esto se la va a sudar mucho, pues aquí de lo que se trata es de pasarlo bien y de salir contento del cine tarareando Dancing Queen.

Resumiendo: Musical muy facilón que, sin embargo, es un chute brutal de buen rollito, ideal para gente deprimida: o se animan o se pegan un tiro.



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El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989)

Elprimerhombre ha visto El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenaway, una película fascinante, cargada de imágenes ciertamente desagradables que no deja a nadie indiferente.

La historia es propia del mundo del señor Greenaway, con decorados absolutamente teatrales, al igual que la manera de situar a los personajes. En este caso, el argumento se basa en la figura de Albert Spica (Michael Gambon), el dueño de un restaurante cuya mayor peculiaridad es su mala educación, produciendo verdadero asco en el espectador. Sus palabras y sus actos están llenos de maldad y durante los primeros veinte minutos o media hora sólo abre la boca para soltar tacos o ocurrencias propias de su grosería (como en todo el film), siendo casi el único que dice algo de toda la banda que lleva consigo, como un tal Mitchel (Tim Roth), que siempre intenta estar al lado de su amo. Este comienzo es una dura prueba para el espectador que si la pasa se irá acomodando al desarrollo de la película, dejándose llevar por la buena dirección del director, por las imágenes y por la música.

El argumento es bastante atrayente, sobre todo por lo bien que evoluciona durante el film, aunque parezca que el personaje grotesco del señor Spica lo altere todo en sus momentos más gloriosos de su siempre inoportuna presencia. Pero se podría decir que sus terribles apariciones se equilibran muy bien con la historia de amor paralela de su mujer Georgina (Hellen Mirren) con un cliente del restaurante, Michael (Alan Howard), un enamorado de la literatura, cuya fogosidad del primer encuentro en los servicios acabará por provocar una verdadera pasión que les conducirá a hacer el amor cada día hasta en la cocina del restaurante, con el beneplácito del chef Richard (Richard Bohringen). Sin embargo, por un chivatazo, el señor Spica se enterará del afer de su mujer y no se cansará de buscarlos por todo el establecimiento, destrozándolo todo lleno de furia y de rabia. A partir de aquí, el film entra en un momento crítico, con la obligada huida de la pareja enamorada y con la estimable ayuda del chef. Es entonces cuando descubrimos la librería de Michael, el mejor lugar de reclusión para los dos. Aunque al final, el señor Spica encuentra el escondite, resultando ser la mejor parte del film, acabando en un soberbio final que deja estupefacto a todos los espectadores que se han dejado llevar hasta ese momento glorioso.

En mi caso, sin darme cuenta y sin poder apartar la mirada de la pantalla, Greenaway me va atrapando poco a poco, consiguiéndolo totalmente hacia la mitad del film. Mis cinco sentidos parecen estar volcados de manera unánime a lo que estoy presenciando, creyendo tocar el decorado, olfatear y saborear la comida, ver delante mío los inmensos escenarios y oír a mi lado la música de Michael Nyman que en verdad entra dulcemente por cualquier oído amante de la bella música y sobre todo esa voz de tiple del chico rubio, un personaje un tanto extraño y peculiar que da un punto más de interés al film. La fotografía de Sacha Vierny y el vestuario de Jean Paul Gaultier también ayudan a remarcar la belleza de las imágenes, como el cambio de escenario o de color (gran contraste entre el rojo del pasillo donde se encuentra la pareja por primera vez y el blanco del servicio). Y casi todas las escenas que no se sitúan en la mesa de los comensales, están rodadas con planos muy generales y con travellings lentos, al ritmo de la melodía. Pero sin lugar a dudas, me rindo a los pies del señor Greenaway por su escena final, emotiva y "suculenta".

Para acabar, Peter Greenaway da mucha importancia a la referida música para aportar un dulce acompañamiento a esas imágenes a veces tan barrocas y oscuras. Michael Nyman ha compuesto la banda sonora de varias de sus películas pero, en concreto, quiero destacar la de El vientre del arquitecto (1987), en la que aparecen algunas composiciones de Wim Mertens que producen en mis oídos algo tan emocionante e indescriptible que no ceso en considerarlas como de las melodías más bellas creadas por el ser humano. Y no es raro pensar que Greenaway utiliza un lenguaje cinematográfico bastante peculiar, junto con unas historias poco convencionales que, según muchos críticos y parte del público, son demasiado exhaustivas. Su faceta de pintor y su marcada tendencia por usar diferentes medios de expresión, como lo hizo en The Pillow book (1995), ayudan a que su cine sea un modo de distinción a la hora de proyectar al espectador lo que se sitúa en escena, provocando que algunos piensen que sea una manera bastante pretenciosa de demostrar algo más que una historia.

En definitiva, una película que hipnotizará a unos y asqueará a otros, con una música arrebatadora y un final apotéosico.

Un saludo!




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Biggles, el Viajero del Tiempo (1986)


En 1932 W. E. Johns creó a un héroe de la aviación británica que se haría muy popular en la literatura y el comic, su nombre era Biggles. El salto a la gran pantalla no le llegó hasta muy tarde, bien entrados los 80, cuando se le presentó la oportunidad de disfrutar una última aventura en la edad del plástico y las hombreras. Si un jugador de rugby como Flash Gordon podía hacer un touchdown en el lejano planeta Mongo y He-Man podía venir con toda su trouppe de bárbaros a la Tierra del siglo XX, ¿porqué no iba a poder un piloto de la Primera Guerra Mundial conducir un helicóptero y hacerse colega de unos punkies?


La película empieza con un plano aéreo de Manhattan mientras diversos relámpagos caen sobre los títulos de crédito y a uno le da la sensación de que alguien ha metido el dedo en un enchufe. La historia nos cuenta como, tras la visita del Comandante Raymond del Servicio Secreto Británico, el joven Jim Ferguson descubre que tiene una alma gemela en el tiempo, un piloto de combate que se apoda Biggles y que lucha contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Cada vez que la vida del aviador corre peligro, Ferguson salta en el tiempo para ir en su ayuda, de tal forma que se ve obligado a enfrentarse al ejército alemán e intentar desbaratar la creación de una superarma sónica que podría cambiar el curso de la historia.


Suena ridículo, ¿verdad? Pues es una suerte que la cinta no intente darle sentido a tanta burrada, ya que resultaría inútil y probablemente, tedioso. Hay una escena en la que el Comandante Raymond le quita hierro al asunto comentando: “Viajar a través del tiempo no es algo imposible, hay pruebas evidentes de que sucede más a menudo de lo que uno se figura.”, y con eso a la película le basta. Hoy por hoy, a mí también.


El filme más taquillero de 1985 fue Regreso al futuro, un dato que no nos pasa por alto. Si Ferguson tiene una alma gemela en el tiempo, yo creo que también la tiene en la película de Robert Zemeckis, al igual que varios personajes y más de una situación. Al joven lo interpreta Alex Hyde-White, actor que ha hecho papeles secundarios en películas como Indiana Jones y la última cruzada y que ha protagonizado aquel calamitoso telefilme que produjo Roger Corman sobre Los 4 Fantásticos. Completan el reparto Neil Dickson, Fiona Hutchison y Peter Cushing. Destacar que la cara de este último es lo único que está bien iluminado en la película. Tras la cámara encontramos a John Hough, realizador británico que ha dirigido títulos como La leyenda de la casa del infierno, Drácula y las mellizas y Aullidos 4, y que en su momento incluso llegó a encargarse de la única aproximación de la Disney al terror; The Watcher in The Woods.


Biggles, el Viajero del Tiempo es un filme pobre en recursos, ya sean exteriores, vestuario, personajes o ambientación. Pero la trama es lo suficientemente interesante y desenfadada como para atrapar al espectador. Hay viajes temporales, guaridas secretas, combates de aviación, tiroteos, un arma misteriosa y algo de humor. Elementos que han funcionado bastante bien en infinidad de ocasiones y que aquí también funcionan, pero solo por un rato.


Lo que empieza como el canto de cisne de una estrella olvidada de la literatura y el comic, acaba como un ronquido sordo. La película no aguanta bien el tipo y se vuelve estúpida y fea. A medida que avanza la acción los protagonistas empiezan a parecer secundarios, los secundarios desaparecen, la trama despliega una comicidad forzada y exagerada y las situaciones absurdas aumentan. Como cuando roban un helicóptero, y Ferguson queda colgando en el exterior del aparato, no sabemos muy bien ni por qué ni para qué. Ferguson exclama: “¡Déjeme entrar!”, mientras que Biggles por su lado le pregunta: “¿Por qué no entra de una vez?”. Así que aparte de conseguir unos bellos planos de un tipo colgado de un helicóptero sobre el Río Támesis, no sabemos que más pretende la escena. Stanislas Syrewicz, por su lado, se encarga de componer una banda sonora totalmente inadecuada y molesta. No creo que el arma sónica alemana pueda competir con un hit como Do You Want To Be A Hero.


Y qué decir del final, esa resolución torpe, ridícula y triste, ante la cual los personajes se muestran incrédulos. ¿En qué estaban pensando? Einstein solía decir que Dios no juega a los dados, pero está claro que esta película sí lo hace. Se me ocurre que John Hough necesitaría de un gemelo temporal que viajara en el tiempo para impedirle rodar este descalabro. En la última escena, la cinta contiene un chiste final a lo Indiana Jones que aun tiene su miga, pero mucho me temo que a estas alturas de la película ya no hay salvación.



La frase: “Si Alemania descubre un arma que le permita abrirse paso a través de las líneas aliadas, es probable que gane la Primera Guerra Europea. Como comprenderá el curso de la historia cambiaría y usted quedaría anclado en 1917 como un huérfano en el tiempo. Y solo Dios sabe lo que nos pasaría a los demás.”

Y que conste que esto no lo dice el Dr. Emmett Brown, sino Peter Cushing.

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Tropic Thunder (2008)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, es viernes, y hoy nos echamos unas risas con una película con una guerra falsa, que resultará no serlo tanto, unos actores a cual más lastimoso y algún buen golpe de efecto: Tropic Thunder ¡Una guerra muy perra! (lo del subtítulo es tirando a triste, aunque todavía hubiera sido peor si le hubieran puesto "una guerra por pelotas" o algo por el estilo que, últimamente, parece estar tan de moda por estos lares)... venga, va, ¡Empezamos!

En mitad de alguna jungla en el culo del mundo un equipo de filmación intenta relanzar la carrera de sus tres estrellas protagonistas con una película de la guerra de Vietnam a la vieja usanza. Dichas estrellas son Zoolander, actor de acción venido a menos, terriblemente encasillado, que sobrevive empalmando secuelas de su película más conocida, alargándola hasta la saciedad; Iron Man, actor de método empeñado en coleccionar Oscars, capaz, incluso, de pigmentarse la piel para meterse en el pellejo de un personaje de color; y Super Nacho, estrella cómica, especialista en interpretar varios papeles en sus películas y cuyo mayor recurso para forzar la carcajada al espectador son los pedos (¿alguien más está pensando en Eddie Murphy?). La cosa se complicará cuando al director, un chaval al que nadie parece hacer demasiado caso en nada y superado por las circunstancias y el ego de sus estrellas, se le ocurrirá la descabellada idea de intentar salvar su película, a la que le peligra la financiación, metiendo a los tres protas en medio de la selva, sin ayuda, y grabarlos sin que ellos se den cuenta, para lograr el mayor realismo posible y reducir gastos. ¿He dicho que la cosa se complica? Pfff, pues eso no es nada comparado con la que se les vendrá encima cuando se crucen en el camino de un grupo de narcotraficantes armados hasta los dientes que no dudarán en defender su territorio y su negocio.

Ben Stiller, uno de los actores cómicos más populares del momento (y que mantiene su estatus desde que protagonizara Algo pasa con Mary, allá por el año 1998), es el director y prota absoluto de la película. Su faceta como actor es más que pública y conocida por todo Dios, y como director a firmado tres películas hasta la que hoy nos toca: Reality Bites (una especie de himno generacional a mayor gloria de Winona Ryder), Un loco a domicilio (película recordada por ser un sonoro fracaso y que casi se carga su carrera y la de todos lo que participaron en ella) y Zoolander (una burla al mundo de la moda, que, incomprensiblemente para un servidor, se ha convertido en una especie de película de culto entre ciertos sectores). Ben Stiller nunca ha sido santo de mi devoción, ni mucho menos, a pesar de reconocer que, últimamente, le estoy cogiendo un poco más el punto (es que antes lo detestaba bastante) y empiezo a diferenciar más claramente los tres tipos de películas en las que acostumbra a participar: las de hacer caja (entre la sal gruesa y las comedias familiares, según quien pague), las de los coleguitas (el hombre tiene un buen número de amiguetes en la industria a los que no suele dudar en dar apoyo) y en las que se implica más que limitándose a actuar y cobrar el cheque (y que a veces, muy de vez en cuando, nos deparan agradables sorpresas).

Aparte de Ben Stiller, en la peli encontramos un buen puñado de caras conocidas: Robert Downey Jr, actor que empezó en el cine con ese gran clásico del séptimo arte llamado La mujer explosiva y que experimento un vertiginoso ascenso hasta que, vaya por Dios, lo encadenó con una vertiginosa caída en picado, de la que intentó salir en varias ocasiones y que, parece ser que, definitivamente, lo está consiguiendo con buenos papeles y resultados de taquilla; Jack Black, otro actor cómico reputado que ya había trabajado con Ben Stiller en Un loco a domicilio, Envidia y Tenacius D: Dando la nota; Nick Nolte, que interpreta al autor del libro en el que se basa la película; Tom Cruise, ocultado debajo de una barriga y una calva falsas, que encarna a un productor con una loable facilidad para el insulto y lo soez; Matthew McConaughey, el ex de nuestra Pe, que es el manager y amigo de la estrella de la peli, cuya mayor preocupación es encargarse de que no le falte de nada; y cameos varios como los de Tobey Maguire (divertidísimo), Jennifer Love Hewitt, Jon Voight, Jason Bateman, Alicia Silverstone o Tyra Banks. Ahí es nada.

La peli empieza demoledora, con tres trailers falsos (¿Tarantino y Rodriguez han creado escuela?) tan divertidos como efectivos, porque simplemente con eso ya pone al espectador en situación e, incluso antes de empezar la película propiamente, ya conocemos a los tres protagonistas, que tipo de actores son y de que pie cojean. Luego ya empieza la peli y el arranque sigue estando genial, con un nivel muy alto, tanto en humor (me encanta Robert Downey Jr. moqueando) como técnicamente (realmente es muy complicado encontrar una comedia, hoy en día, en la que los productores estén dispuestos a gastarse pasta más allá del salario de sus estrellas y ésta, por suerte, lo es, con escenas verdaderamente curradas). Lo que pasa es que el problema ya te lo ves venir de lejos, y no puedes evitar preguntarte: ¿conseguirán mantener este nivel durante toda la puta película? Y la respuesta llega pasada la primera media hora. No. No obstante el bajón no es tan acentuado como para mandar la película al garete y resulta entretenida, con algún buen gag de por medio que consigue pillarte por sorpresa y, ya hacia el final, logra remontar algunos puntos consiguiendo, en general, dejar un buen sabor de boca. Además, como suele pasar con algunas películas que tratan el tema de cine dentro de cine, la peli se burla acidamente de la industria de Hollywood, por no hablar de las innumerables parodias y referencias hacia películas clásicas sobre la guerra de Vietnam.

Resumiendo: Buena comedia con un arranque genial y un buen tramo final, pero que flojea en exceso durante la mitad de la película.



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Trust (1991)

Elprimerhombre ha visto Trust, de Hal Hartley, un film lleno de astucia que provoca una marcada melancolía por sus personajes, su fotografía y su inspirada música.

La historia se podría resumir perfectamente con la sorprendente escena inicial de dos minutos, en la que con cinco planos diferentes, una chica, mientras se va pintando los labios, explica a sus padres que acaba de dejar el instituto, que tiene planteado casarse con un chico que aún está estudiando y que está embarazada, insultándose con su padre y marchándose de casa, acabando toda la escena con la muerte súbita de este. Aquí es cuando entra el título de la película junto con una canción de pop rock marca de la casa de las películas del señor Hartley, amante de este tipo de composiciones que tan bien quedan en sus películas. En resumidas cuentas, el director nos acaba de demostrar su manera de entender la vida y su forma de hacer cine, una mezcla entre drama y comedia absurda, con casi siempre una inesperada resolución.

La chica que acabamos de conocer es el personaje principal de la película, María (Adrienne Shelly), que va perdida por la vida por su ingenuo conocimiento de todo lo que le rodea. Sin ir más lejos, cuando le dice a su novio Anthony que está embarazada, él se desmorona, sin pensar para nada en casarse con ella y recriminándola que nunca va a ser nadie dejando el instituto y que él seguirá practicando el fútbol americano que tanto le gusta para llegar a ser algún día un famoso lanzador. Es entonces cuando ella decide abortar. Pero no sólo recibirá este golpe, cuando vuelve a su casa se encuentra con una especie de velatorio, descubriendo que su padre murió de un ataque al corazón después de discutirse con ella. Por eso su madre no quiere volverla a ver y le dice que se vaya. Mientras vemos la evolución de este personaje, se nos plantea paralelamente el personaje de Matthew (Martin Donovan), un tipo experto en arreglar cualquier aparato eléctrico que trabaja en una fábrica de televisores, pero que está totalmente hastiado ya que no encuentra ningún estímulo que le seduzca de este empleo. Y por su forma de ser, lo deja. Lo malo es que vive con su padre, un tipo duro que está harto de que su hijo no levante cabeza para dedicarse de una vez por todas a seguir un rumbo fijo en la vida y esto provocará su enfado, con el consecuente acatamiento de Matthew ante la fuerte autoridad de su padre. Pero en una escapada nocturna, Matthew se encuentra en una casa deshabitada a María, emprendiendo juntos el posterior desarrollo de la película.

A partir de este encuentro, juntos se descubrirán más a sí mismos y el espectador se dará cuenta del potencial que tienen algunas escenas de las que está siendo partícipe. Martin Donovan parece estar en su salsa creando un personaje carismático, en su primer papel con Hartley, con el que también trabajó en Simple Men (1992), Amateur (1994), Flirt (1995) y El libro de la vida (1998). En cambio, Adrienne Shelly sólo actuó en el debut de Hartley con La increíble verdad (1989) y en este film, en el que da a su personaje una inteligente transformación, con un atuendo muy curioso, llevando casi siempre una chaqueta de la Universidad. La lástima de esta actriz, también posteriormente guionista y directora, es que fue asesinada en Noviembre de 2006 por un obrero de la construcción, corroborando algunas fuentes que el fatal desenlace se produjo por una discusión del ruido de unas obras, asegurando otras que fue al descubrir ella que le estaban robando. En fin, una pena bien grande.

La magia especial que surge de los bellísimos planos de este film ayuda a marcar esa sensación de pérdida a causa de un pasado terrible, con la esperanza de que llegue un futuro mejor aunque a sus personajes les cueste creerlo, reflejado en sus diálogos cargados de desazón. Las conversaciones son uno de los grandes aciertos de la película, utilizadas con personajes situados dentro y fuera de campo, dando importancia a lo que se dice. Como suele ocurrir en las películas de Hal Hartley, especialista sobre todo en crear situaciones inverosímiles que impactan por su momento de aparición, siempre hay alguna escena que destaca por encima de todas y en Trust hay unas cuantas, como la fantástica escena en la que María se sienta en el banco de una parada de autobús al lado de una mujer, en la que acaba siendo una de las mejores de la película por la formalidad con que está realizada y por el monólogo que se van alternando ambas, inolvidable, algo que sólo Hal Hartley puede conseguir. Y ya hizo algo parecido con su posterior film, Simple Men, con un discurso inesperado de un policía enmedio de una conversación, o en una escena en la que, sin venir a cuento, los protagonistas se marcan un baile con una canción de Sonic Youth, quedando la escena para siempre en la mente del espectador.

Pero siendo sinceros, el cine de Hartley no es para todos los públicos y además hace tiempo que parece bastante perdido, por lo que sus primeros cuatro films (aunque no he visto su ópera prima) y Henry Fool (1997) serían lo más destacable de su carrera, según también la crítica. Y es verdad que esta película va perdiendo fuelle hacia la media hora final, como estancándose un poco en la evolución lenta de sus personajes, aunque cuando menos te lo esperas algo ocurre o alguna melodía aparece que introduce de lleno la curiosidad del espectador. De ahí que tenga tanta importancia la bellísima fotografía de Michael Spiller, con esos tonos azulados que tanta fuerza dan a las imágenes, o la música de Phil Red, destacando la melodía final que junto con la escena de los dos protagonistas, llega a poner la carne de gallina.

En definitiva, un film muy interesante lleno de bellas imágenes que nos ofrece la forma original de hacer cine del señor Hal Hartley.

Un saludo!




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Zone Troopers (1986)



Zone Troopers es una película en la que unos tipos disfrazados se pasean por un bosque durante hora y media. Algunos van de uniforme, otros llevan máscaras de Halloween. A veces fuman, otras disparan. En ocasiones incluso mueren, pero eso no afecta mucho a su interpretación, ni a la historia, ni a nada. A decir verdad, no se me ocurre mucho que afecte a su interpretación, ni a la historia, ni a nada. La Empire Internacional Pictures produjo algunas cintas entrañables en el la década de los 80, pero está claro que Zone Troopers no fue una de ellas.


Nuestra película empieza en algún lugar de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, concretamente en un campamento americano. Allí los aliados matan el tiempo leyendo revistas de ciencia ficción y robándole los cigarrillos al compañero. De repente silban las balas, es un ataque nazi y una agresión en toda regla contra cualquier manera inteligente de rodar una escena de acción. Tras la descafeinada batalla solo quedan cuatro hombres en pie, que curiosamente son los mismos que nos habían presentado al empezar el filme. El guión y este grupo de soldados yanquis, vagarán sin rumbo tras las líneas enemigas hasta toparse con una nave espacial y su feo ocupante, mientras un comando de élite alemán les va pisando los talones.


Me va la marcha, lo reconozco. Y a mí que un filme cruce E.T., el extraterrestre con Los cañones de Navarone me atrae. Pero para que una peli con esta premisa funcione, necesita de mucha basura, mala baba y gamberrismo, y esta cinta se muere de anemia. ¿Dónde está el desmadre? ¿Dónde queda el despiporre? Zone Troopers sufre de una falta total de violencia gratuita, terror gráfico, sangre y despelote, cometiendo un grave error de cálculo al poner el acento en el tono bélico en vez de en su vertiente más transgresora y bizarra. Hay como un esfuerzo fallido en intentar transmitir la épica y la camarería de los grandes clásicos del cine bélico y de la literatura pulp, sumado a un exceso de confianza en lo que se puede llegar a estirar un chiste sobre marcianos. Todo resulta tan falso que no te crees nada y te importa menos. Los personajes se muestran relajados y nada les afecta, ya sean balas, bombas, monstruos del espacio exterior o el propio Hitler.


Porque en efecto, sale Hitler. Un hecho del que la cinta acaba por desentenderse totalmente. Me explico: dos de los yanquis están siendo interrogados en el campamento alemán cuando aparece el bigotudo dictador. Uno de ellos, en un arrebato de fuerza y valor, le atiza una buena tunda. Hitler se incorpora y ordena: “Llevadlos al bosque y matadlos”. ¡Qué estupidez! ¿Porqué no fusilarlos ahí mismo? Y eso sin contar que para ser el Führer, el Jefe de Gobierno y el Jefe de Estado, no es que le hagan mucho caso, ya que en la siguiente escena los han encerrado y se han olvidado de ellos, supongo que para que puedan ser rescatados, algo que no tarda en suceder, claro. Pero qué más da, la peli ya tiene lo que buscaba: un personaje que puede comentar en cada escena “¡He atizado a Hitler!”


Los actores tampoco hacen mucho por defender tal descalabro, aunque me temo que es comprensible que no se comprometan con la trama. El extraterrestre, al que alguien describe en el filme como un saltamontes de dos metros, habla emitiendo unos desagradables sonidos. Pero antes de que acabe la película, al espectador le parecerá que todos los personajes hablan de igual forma. Este elenco de héroes estereotipados y simplones se compone de un joven de sonrisa tonta interpretado por Timothy Van Patten (aquel gamberro que se las hizo pasar putas a todo el profesorado de Curso del 84). Un sargento de mandíbula firme al que da vida Tim Thomerson (Más allá del valor, Águila de Acero, Air America). Un periodista listillo y parlanchín interpretado por Biff Manard y otro tipo duro con la cara de Art Le Fleur (Cobra, El terror no tiene forma). Estos tres últimos repiten tras haber interpretado juntos Trancers, otra cinta de ciencia ficción que también salió de la pluma de Danny Bilson y Paul de Meo, dueto de guionistas cuyo mayor éxito ha sido Rocketeer y alguna entrega de James Bond. En esta ocasión el bueno de Bilson se atrevió también con la dirección. Todo muy familiar, como se puede comprobar.


A una película de estas características no se le puede perdonar que sea sosa y ésta lo es. Zone Troopers es más plana que Keira Nightingale y tiene menos consistencia que una morcilla. Todo en ella suena falso e impostado, insiste en no ir a ningún lado, en no provocar nada, tomando continuamente malas decisiones o simplemente no tomando ninguna. La cinta es un batiburrillo de géneros mal explicado y sin apenas clímax, que se deja arrastrar por los vientos del destino y que eleva la economía narrativa a la enésima potencia.



La frase: “Había un hombre en el bosque. Bueno… no exactamente un hombre. Parecía… un monstruo, con dos ojos grandes y una gran cabeza peluda y un huevo pegajoso.”

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