Al límite (2010)

Yo soy la ley.

Que Mel Gibson regrese al cine, sin duda, es noticia (de hecho no lo hacía desde Apocalypto, película que dirigió en 2006); que lo haga como actor, colocándose nuevamente delante de las cámaras, también (su última aparición había sido, como secundario, en El detective cantante del 2003, y, anteriormente, como protagonista en Señales del 2002), pero que, encima, lo haga regresando al género de acción que le dio la fama, ya convierte el film, como mínimo, en algo a tener en cuenta (su última incursión fue con Payback, en el año 1999). A pesar de todo, algunos podrían llegar a pensar que poder ver a Gibson sereno durante más de hora y media ya es, en si mismo, todo un acontecimiento para su nuevo trabajo como actor: Al límite.

Gibson interpreta a Thomas Craven un agente de la policía de Boston que recibirá la visita de su hija de veinticuatro años a la que no veía desde hacía tiempo. La distancia ha causado mella en su relación, aunque rápidamente intentaran ponerse al día de sus respectivas vidas. De repente, la hija empezará a sentirse indispuesta, lo que provocará que le pida a su padre que la lleve a un hospital, pero nada más salir por la puerta un tipo enmascarado vaciará la munición de la escopeta en el cuerpo de la chica provocándole la muerte.

Pero pongámonos por un momento en la piel del sicario encargado de cargarse a la joven. Desde que la chica y su padre salen por la puerta y el asesino, frente a ellos, dispara, transcurren aproximadamente dos segundos, lo cual nos vendría a decir que el tio debía estar más que en situación. Ahora, imagínense al hombre, de noche, con pasamontañas, escopeta en mano, al lado de un arbusto, frente al porche de la casa de un agente de policía, con la mirada fija en su puerta y pensando, -no, si es que al final voy a tener que entrar yo-. La cosa no tendría más relevancia si no fuera porque, en otro momento de la película, alguien es asesinado al ser arrollado, nada más poner un pie en la calle, por un coche que circula a gran velocidad. O los asesinos conocían perfectamente el momento en que la víctima pondría el pie en la calzada (cosa que resulta imposible) o el coche iba dando vueltas a toda hostia y quemando rueda por la calle una y otra vez confiando en que, por gracia divina, en algún momento coincidieran con su objetivo. Demasiadas casualidades para mi gusto.

Volviendo a la trama, el padre, desolado, verá como sus compañeros de profesión empezarán a investigar lo sucedido, llegando a la conclusión de que debía tratarse de un error por parte del asesino (encima) y que, en el fondo, el plomo que se comió la hija debía ir destinado al padre, presuponiendo que debía tratarse de algún caso policial pendiente. El padre, con la mirada perdida, irá asimilando las explicaciones de los demás agentes, e incluso hay un momento en que uno de los detectives que lleva el caso intentará animar al padre invitándolo a un trago de whisky, ofrecimiento que no provocará ningún tipo de reacción en el personaje de Gibson, confirmando el gran trabajo de contención del actor.

A pesar de las explicaciones de los demás agentes, Thomas Craven empezará a indagar por su cuenta, siguiendo sus propias pistas (empezando por el móvil de su hija fallecida) para encontrar a los culpables y comprobando que nada es lo que parecía ser en un principio.

Para la dirección, la película cuenta con el británico Martin Campbell, todo un profesional del género de acción, que anteriormente había realizado trabajos tan conocidos como Escape de Absolom (con el gran Ray Liotta como estrella principal), La máscara del zorro y secuela, Límite vertical y los Bonds Goldeneye y Casino Royale (que ayudó a relanzar la franquicia con Daniel Craig interpretando al agente secreto). La película, además, es la adaptación de una miniserie para la BBC que en 1985 el propio Campbell se encargó de dirigir.

La película empieza de forma abrupta y en el minuto seis, sin apenas tiempo para asimilar que la cosa ya está en pleno funcionamiento, ya tenemos un cadáver y un padre que quiere respuestas. La estructura de la película, por su parte, resulta la clásica de un thriller de estas características, en la que nuestro protagonista tendrá que seguir el hilo pista tras pista, hasta destapar todo el fregao, mostrando, en general, tan pocas virtudes como defectos. Entre las virtudes destaca el hecho de comprobar que Gibson sigue en plena forma y la crudeza que demuestra el film en algunos de sus pasajes. Entre sus defectos lo inverosímil de algunas de sus secuencias (la gente siempre muere justo después de haber entregado la información necesaria al prota para que pueda seguir con su investigación, nunca antes), que la resolución te la ves venir de una hora lejos y que el final no termina de ser todo lo efectivo que uno hubiera deseado.

Resumiendo: Se trata de un thriller tan correcto como fácilmente digerible y olvidable. No me pregunten por la película dentro de un par de semanas porque, probablemente, no recordaré ni su título.



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1 piquitos de oro:

Anónimo dijo...

Yo la vi hace un par de semanas y la recuerdo perfectamente! jeje

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