De la felicidad a la tristeza, solo hay un paso
En 2003, el director sueco Ingmar Bergman estrenó en el cine la película Saraband, que en un principio se había ideado para la televisión; por eso su último largometraje pensado y realizado para la gran pantalla fue Fanny y Alexander (1982), un drama exquisito donde volvió a demostrar su maestría, obteniendo muy merecidamente 4 Oscars: película extranjera, fotografía, dirección artística y vestuario.
La historia transcurre en la Suecia de principios del siglo XX, más concretamente en la ciudad de Upsala, centrándose en los Ekdahl, una familia dedicada al teatro que se reúne cada año por Navidad en casa de Helena (Gun Wallgren), la abuela viuda de Fanny (Pernilla Allwin) y Alexander (Bertil Guve), dos críos de unos 8 y 10 años, respectivamente, hijos de Oscar (Allan Edwall) y Emilie (Ewa Fröling). Dicho Oscar, hijo de Helena, es el gerente del teatro desde hace ya veinte años y también tiene un papel en la obra que están preparando, pero últimamente se encuentra demasiado cansado, un síntoma que empeorará y le provocará una decaída fulminante, acabando en la muerte. Su fantasma aparecerá de vez en cuando ante sus hijos. Y pasado un cierto tiempo, entrará un nuevo personaje en la vida de Fanny y Alexander, el obispo Edward que ofició en el funeral de su padre y que ha sido tan bueno y comprensivo con su madre que al pedirle el matrimonio ella no duda ni un segundo en aceptar, después de lo mal que lo ha pasado. Esto conllevará a que se vayan a vivir los tres a casa del obispo, cuyas reglas severas en cuanto a la educación y el respeto chocarán por completo con Alexander, que empezará a odiar a su padrastro, recibiendo a cambio un duro castigo.