La vida de Pi (2012)


Marinero de luces.

De todas las candidatas al Oscar de este año, La vida de Pi era la película que me generaba más dudas. Por un lado me apetecía mucho ver la cinta porque se trataba de la adaptación de un gran best-seller, con un director que ha demostrado que cuando quiere puede hacer grandes cosas y que tiene un sentido del espectáculo de lo más afilado. Además la peli había resultado ser todo un éxito de crítica y público, lo que hacía aumentar mis ganas. Pero por otro lado, lo que teníamos entre manos era una historia sobre un joven indio que tenía que entablar relación con un animal salvaje (ay), que se pasa más de la mitad del metraje en una balsa a la deriva sin más presencia humana (ay, ay) y con un tráiler en el que podemos ver como una enorme ballena fluorescente se marca un salto olímpico por encima de la pequeña embarcación (ay, ay, ay). Pues bien, después de ver la película debo reconocer que sigo más o menos como estaba: entre dos aguas. Como el mismo protagonista.



Pi es un joven de clase media, hijo del guarda de un zoo privado en la India. Al principio de la peli vemos que el chaval es un rato espabilado y que, a pesar de su ridículo nombre, se las arregla bastante bien para salir adelante e, incluso, asistiremos a su primera historia de amor con una atractiva joven. Todo esto tampoco es que importe demasiado ni que sirva de gran cosa más que para alargar un poco la peli porque al poco de conocerla ya tendrá que ir despidiéndose de ella debido a que su familia decidirá emigrar a otro país. Y es que resulta que el propietario del zoo decide venderlo y el padre del prota, junto con el resto de su familia, deberá viajar hasta Canadá para negociar la venta de los animales y empezar allí una nueva vida.

Pero aquí no acabarán los quebraderos de cabeza para el joven Pi. De hecho, no habrán hecho más que empezar porque el barco en el que viajan, rumbo a su destino, sufrirá un naufragio debido a una fuerte tormenta. El muchacho conseguirá subirse a un bote salvavidas que deberá compartir con un inesperado compañero de viaje: un poderoso tigre de bengala, procedente del zoo en el que trabajaba su padre y que viajaba con ellos en el barco. Como el tigre no acaba de entender muy bien el tema este de compartir los espacios, el chico se las deberá ingeniar para no terminar siendo un piscolabis para el bicharraco. Pero el espacio es reducido, dentro de la inmensidad del océano, y tampoco es que puedan largarse a ningún otro sitio, así pues ambos pasajeros deberán aprender a convivir en la medida de lo posible para emprender juntos el largo viaje que les espera.


La peli está dirigida por Ang Lee. Su cara es la que debería aparecer en google imágenes cuando tecleamos las palabras “carrera cinematográfica peculiar”, porque el hombre, a lo largo de su trayectoria, se ha atrevido con casi todo: comedia romántica, drama de época, radiografía de la sociedad americana, western, artes marciales, superheroes, cowboys sarasas, thriller erótico... Tanta variedad no le ha alejado de los premios, más bien todo lo contrario. El hombre ya ha sido nominado tres veces a los Oscar como mejor director (incluyendo La vida de Pi) y logró una estatuilla por Brokeback Mountain. Casi nada. Sin duda lo que demuestra tener, por encima de todas las cosas, es un buen ojo innegable a la hora de escoger proyectos que resulten atrayentes tanto para crítica como para público. Con La vida de Pi lo ha vuelto a confirmar, una vez más.


Me gusta como arranca la cinta, con una historia, a medio camino entre Slumdog Millionaire y Amelie, con unos personajes atrayentes y una trama simpática. Pero todo cambia con el naufragio. El escenario ahora es otro... y es pequeño. Nos enfrentamos entonces a una historia de supervivencia, de vencer los miedos propios, de lucha interior y, sobre todo, de fe. De la fe por salir adelante, por no rendirse, por buscar alternativas, por mantener la cabeza en su sitio... y la fe en Dios. En ese Dios de caminos inescrutables que guía nuestros destinos y que nos pone a prueba con innumerables peligros, pero que jamás nos deja caer. Efectivamente, amigos. La película apesta a moralina religiosa que tira para atrás.

Esa es, precisamente, la parte de la película que no me puedo tragar. Y créanme que lo lamento, pero reconozco que me supera. La cinta está muy bien filmada, la fotografía es preciosa, el protagonista está muy convincente, los efectos especiales son extraordinarios, la peli contiene imágenes francamente preciosas, Ang Lee logra que la historia no se haga pesada a pesar de la dificultad de estar rodada en su mayoría en un espacio tan reducido como el de una barca y, además, tanto su tramo inicial como su conclusión me parecieron bastante acertados. Pero todo el discurso de la fe, de Dios, de la superación del hombre, del viaje interior, de los simbolismos, de las alegorías y de las luces fluorescentes (que más que en el océano pacífico, los protas parece que estén en Pacha Ibiza) me terminan provocando una enorme sensación de rechazo.


Resumiendo: Técnicamente impecable y con un buen arranque y una buena conclusión, la moralina que reina durante el tramo central me desgastó demasiado.

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