Ariane (1957)


Siempre nos quedará París

La filmografía de Billy Wilder contiene una gran cantidad de obras maestras, y películas como Perdición (1944), El crepúsculo de los dioses (1950), o El apartamento (1960), así lo atestiguan. Pero con Ariane (1957) me he llevado una decepción, dirigida además el mismo año que Testigo de cargo, otra de sus obras maestras. Y aunque sea su primera colaboración con el guionista I.A.L. Diamond (trabajarían juntos hasta el último film de 1981, Aquí, un amigo), y aparezca una bella Audrey Hepburn (una de las actrices favoritas de Wilder), acompañada por un galán Gary Cooper (Cary Grant rechazó el papel), la historia se alarga demasiado. Eso sí, una menor película de Wilder no quiere decir un mal resultado en general, ya que contiene detalles y bromas para comentar, sobre todo el comienzo del film en el que la voz en off de uno de los protagonistas destaca París como la ciudad donde mejor se hace el amor y vamos viendo diferentes tipos de parejas besándose por las calles (ver tráiler).


El guión está basado en una novela de Claude Anet, y como ya se ha comentado la historia transcurre en París. Allí veremos el trabajo de Claude Chavasse (Maurice Chevalier), un detective privado que lleva muchos años detrás de amores ilícitos que él mismo cataloga como feos asuntos, de ahí que no quiera que su joven hija Ariane (Audrey Hepburn), que toca el violoncelo, se acerque a sus archivos. A ella, en cambio, le interesa saber cosas de su trabajo y tiene tanto interés que hasta ha leído varios de esos casos. Es entonces cuando su padre le prohíbe que entre a su despacho para que no se inmiscuya en sus asuntos. Pero, precisamente, ahora él va detrás de un tal Frank Flannagan (Gary Cooper), un norteamericano adinerado de mediana edad, muy apuesto, que llama la atención de Ariane al verlo en una foto. Por eso, cuando llega el hombre que ha contratado al señor Chavasse para saber cómo va su investigación, Ariane escucha atenta desde su habitación. El cliente (John McGiver) cree que su mujer le está poniendo los cuernos con ese hombre y al ver que seguramente es ella la que va a la suite 14 del hotel Ritz, que es donde se hospeda el señor Flannagan, decide ir a matarlo, algo que al señor Chavasse no le importa, salvo que le pague por adelantado por si va a la cárcel. Pero Ariane hará todo lo posible para que el asesinato no ocurra. Primero llamará a la policía desde una cabina del conservatorio donde ensaya, aunque el gendarme que le atiende pasa bastante del asunto, y después decidirá ir ella misma al hotel para impedirlo. Cuando minutos más tarde consigue su objetivo, comenzará entonces el interés del señor Flannagan por esa dulce joven que parece saber tanto de él y que ha llegado hasta su habitación para salvarle. Y ese misterio que ella le produce será crucial para la historia.


Pero aunque Wilder estaba muy orgulloso del resultado de la película, tengo que decir que la historia se alarga demasiado, con el poco creíble hecho de unos celos que la joven Ariane intentará producir en Flannagan, inventándose varios amores durante su vida. Y no es lo mismo ver a un Gary Cooper correcto como un mujeriego carismático (aunque ya contaba con 55 años), que algo sobreactuado cuando se pone nervioso por dichas relaciones de ella, de la que no conoce ni su nombre. También es verdad que hay puntos a favor de la película, como dicho comienzo de los besos, o la presencia de una Audrey Hepburn pletórica, cuyos gestos expresan mucho más que sus diálogos, como en la noche en la que conoce al señor Flannagan y él le comenta que no le gustan las relaciones de toda la vida y le pregunta a ella si se acuerda de su primer amor y por la cara que Audrey pone el espectador ya intuye que aún no ha habido ninguno en su vida. Por eso es difícil de creer lo que vendrá más adelante de los celos, como algo forzado y alargado.


Y en cuanto al resto de personajes, Wilder siempre ha dado mucha importancia a los secundarios, con los que sin su aparición sus historias no tendrían ningún sentido. Concretamente, en esta aparecen cuatro: están el padre detective, el cliente, Michel (Van Doude), que es un amigo del conservatorio de Ariane, y una banda zíngara que acompaña a Flannagan en sus romances por París. De estos, el padre sería el más indispensable de todos. En él se encuentra el punto cómico y simpático de la película, igual que ese comienzo tan soberbio, junto con la pasividad del gendarme que atiende por teléfono a Ariane, o sobre todo esa banda zíngara que el mismo Wilder descubrió en una taberna. Pero es que hasta ese recurso de ver tocar a la banda es usado hasta la saciedad, y eso que hace gracia verlos en todos los sitios donde se encuentra Flannagan con sus amores. Por último, hacia el final, la historia vuelve a tener algo de interés, sobre todo la escena culminante (no para todos creíble) en la que algún espectador no podrá evitar emocionarse.


"Una comedia romántica de Billy Wilder en la que brilla una gran Audrey Hepburn, pero cuya historia se alarga demasiado"



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