El dictador (2012)


Dictador a la fuga. 

En el panorama del humor actual, Sacha Baron Cohen, se ha erigido como una rara avis dentro del grupo, debido a su altísimo nivel de incorrección política. A ello debe su fama el actor y guionista inglés, a lo que ha contribuido, en gran parte, el gran número de polémicas que siempre han rodeado al personaje. Y es que ya sea en sus películas o en sus shows televisivos, Sacha Baron Cohen parece no haber dejado a nadie indiferente, dividiendo a la audiencia entre sus seguidores, que se parten la caja con sus desternillantes burradas, y sus detractores, que suelen escandalizarse ante la falta de tacto y lo grosero de sus productos. Independientemente del resultado final de sus trabajos, algunos más acertados que otros, siempre me he sentido más próximo al primer grupo.
Haffaz Aladeen es el tiránico dictador de Wadiya, un pequeño estado norteafricano. Ni que decir cabe que el hombre vive a cuerpo de rey en su palacio, mientras su pueblo resiste oprimido, y que dispone de todos los lujos imaginables. Las cosas se le empezarán a torcer cuando un inspector de seguridad de las Naciones Unidas quiera investigar ciertas instalaciones secretas de armamento. Finalmente el dictador se verá obligado a viajar hasta los Estados Unidos para realizar un discurso en la sede de la ONU. Pero nada más llegar a América ciertas circunstancias terminarán dejando a Aladeen sin recursos y debiendo empezar de cero, en una tierra que le es extraña y unas costumbres muy alejadas de las que él está acostumbrado de su vida en palacio.

El dictador termina resultando ser un compendio de distintos tipos de humor: desde la sátira política descarnada e incisiva; pasando por el humor más tonto (en típico gag de un señor con un tablón de madera que empieza a dar golpes a la gente que le rodea sin aparentemente darse cuenta de nada de lo que sucede podría tener cabida en este film, aunque probablemente la trama se las hubiera ingeniado para que el tipo llevara el pito colgando, por fuera de los pantalones); el humor negro (llegando a negrísimo en más de una ocasión); el chiste fácil y, por supuesto, el clásico e infalible “caca, culo, pedo, pis”. Y todo ello lo logra colocando el acento en todos aquellos temas que más sensibilidades pueden herir: la religión, la diferencia de clases, la diferencia de géneros, el terrorismo, el abuso de poder, la homosexualidad, la pedofilia e, incluso, las enfermedades. ¡Menudo tipo este Sacha! Ay que ver.

Y es que, si, la película ofrece una comicidad muy irreverente. Es cierto. Pero quizás en algún momento deberíamos preguntarnos si este humor sorprende tanto debido a su propia incorrección o a que, en la sociedad actual, estamos acostumbrados un tipo de humor excesivamente blando y familiar.
 
Sacha Baron Cohen vuelve a contar con Larry Charles para dirigir la película, después de que ya dirigiera las anteriores Borat y Brüno. Cinematográficamente la cinta no es nada del otro mundo (algo a lo que no se suele dar tanta importancia en las comedias como en los dramas, vaya usted a saber por qué). Tampoco lo eran Borat y Brüno, pero tenían un pase por estar rodadas, en gran parte, en modo de cámara oculta. Esto no ocurre con El dictador, así pues tampoco hubiera pasado nada si se hubieran esmerado un poco más en ese sentido. Además la cinta cuenta con caras conocidas como las de Anna Faris (Scary movie) y Ben Kingsley (que ha pasado de interpretar a Gandhi al consejero de mayor confianza y tio de un dictador), amén de muchas otras caras conocidas que intervienen en la cinta a modo de cameo y que prefiero no desvelar.

El dictador es una cinta tan divertida como escatológica, con gags de nivel, un montón de situaciones grotescas y que resulta sumamente tonta la mayor parte de su metraje. El punto de partida no resulta nada del otro mundo: lo del extranjero acaudalado que debe empezar de cero en Nueva York, nos puede recordar a El príncipe de Zamunda; y el hecho de que durante su desaparición lo sustituyan por un doble, nos suena a El gran dictador. Pero aunque la historia nos resulte típica y gastada, no es más que un pretexto para desplegar todo el arsenal habitual de mal gusto propio de Sacha Baron Cohen. Y es un amplio arsenal, créanme. A pesar de eso, su protagonista ha conseguido contener mínimamente sus ganas de provocar al personal para darle forma de trama coherente al producto, consiguiendo mayor cohesión y regularidad que en su anterior film, Brüno. Los grandes inconvenientes que, no obstante, debe afrontar la cinta son el hecho de que lo tonto gusta, pero a la larga cansa (por suerte la peli no llega a la hora y media) y que los mejores gags ya aparecían en el trailer con lo que, debido a las ganas de vender el film, se pierde gran parte del factor sorpresa.

Resumiendo: Los fans de Sacha Baron Cohen se rendirán ante la película. Sus detractores se rasgarán las vestiduras. Pueden empezar a elegir bando.

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