Tenemos que hablar de Kevin (2011)


Tenemos un serio problema con Kevin

Pues hablemos de Kevin. ¿Y qué decir? ¿Que es un niño al que no le da la gana de hablar cuando ya tiene cierta edad para hacerlo? ¿Que habrá alguna circunstancia que le impedirá articular palabra pero que nadie sabe lo que es? ¿Que lo único que le gusta es sacar de quicio a su madre? Pues después de ver la película Tenemos que hablar de Kevin (2011), de la directora escocesa Lynne Ramsay, lo único que me queda claro es que el espectador asiste a un drama psicológico en el que se mezcla el pasado y el presente como un rompecabezas para contarnos una extraña relación que hay entre una madre y su hijo, basándose en la novela homónima de una escritora norteamericana llamada Lionel Shriver. Y es que, aunque la actriz inglesa Tilda Swinton se meta de lleno en su difícil personaje (premiada por la Asociación de Críticos Norteamericanos y por los Premios del Cine Europeo), la película solo consigue mantener al espectador por la atmósfera perturbadora que la directora ha sabido acentuar de forma visual y sonora, siendo lo demás una historia a la que le falta bastante más profundidad en cuanto al asunto central.


La película empieza con un zoom lento hacia unas cortinas para pasar después a un plano picado en el que vemos a un montón de gente, incluida ella, en la fiesta de La Tomatina de Buñol. La escena también es lenta y la protagonista será totalmente impregnada de tomate, algo que seguramente la directora utiliza como presagio del futuro que le espera. Después la vemos a ella tumbada en una cama y los planos son algo aberrantes. Cuando se levanta y se dirige a la puerta de entrada el espectador ya se sorprenderá al ver que la puerta está manchada de pintura roja, igual que su coche y toda la fachada de la casa. A todo esto van apareciendo otras imágenes en las que ella tiene el pelo más corto, y que en principio representan el pasado, y en las que oímos de fondo algún que otro efecto de sonido para acentuar más la incógnita del misterio que se va presentando al espectador. A través de lo que va apareciendo en pantalla, el espectador debe recomponer toda la información e imaginarse que algo no muy bueno ocurrió en el pasado, contado con varios flashbacks, aunque poco tardará en suponer el posible final. Y en un presente muy austero y totalmente en contra, la protagonista, llamada Eva (Tilda Swinton), que fue una importante editora y escritora de guías de viaje, deberá enfrentarse a su situación marcada por su paupérrimo estado mental, provocado por el pasado que el espectador irá conociendo a lo largo del film, e intentará volver a una vida normal, algo que parece absolutamente imposible.


Hay que volver a comentar que la directora se ha esmerado más en conseguir una atmósfera algo inquietante y desasosegante, utilizando efectos de sonido y la cámara lenta, jugando con imágenes que el espectador debe ir uniendo para entender lo que se quiere contar, que en dar más empaque al quiero y no puedo de una madre que no entiende por qué su hijo se comporta como tal. Además el resto de la familia no aporta casi nada a la historia: una hermana pequeña que lo único que hace es aguantar a su hermano y el personaje del marido, llamado Franklin (John C. Reilly), que es muy vacío, aunque la relación con su hijo es mejor que la que tiene su mujer. Al chico lo vemos desde que nace, pasando por la infancia hasta la adolescencia, pero mezclando las diferentes etapas durante la narración de la historia. Y es Ezra Miller el que lo interpreta cuando tiene unos dieciocho años, cuyo físico es idóneo para el papel, con esa mirada y sonrisa que acentúa esa actitud de rebeldía que lleva consigo su personaje durante toda la película.


En definitiva, aunque visualmente la película tiene bastante mérito ya que la directora sabe utilizar la fotografía y los planos según lo que quiere resaltar, es mucho más interesante el presente que nos cuenta de la protagonista, con un estado mental y físico bastante lamentable, que no todas las escenas en las que aparecen la madre y el hijo, ya que la relación entre ambos es tan extraña como poco atrayente. Ella no sabe ser una madre como tal, como se puede ver en la escena impactante en la que para descansar de los lloros continuos de su bebé se pone en medio de unas obras, al lado del ruido de un taladro, y el dichoso niño no sabe hacer otra cosa que llevar la contraria a su madre y hacer lo que le venga en gana. Y, encima, las reacciones de ambos y el comportamiento que van teniendo a lo largo de la película se repiten tanto que el espectador no piensa en otra cosa que esperar el final.


"Un drama psicológico basado en la mala relación de una madre y su hijo, en el que se mezcla pasado y presente, cuyo resultado es fallido por centrarse la directora en conseguir una atmósfera perturbadora y no en profundizar más en esa relación"

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