El bazar de las sorpresas (1940)


Sonrisas y lágrimas

En la vida podemos tener momentos de alegría o de tristeza dependiendo de lo que nos toque vivir, y en el film El bazar de las sorpresas (1940), producido y dirigido por el maestro Ernst Lubitsch, uno percibe ambas sensaciones de forma natural y prodigiosa viendo simplemente la rutina laboral de los trabajadores de un bazar, llamado Matuschek y Compañía, situado en Budapest a la vuelta de una esquina. Esto lo consigue hacer de manera brillante el maestro Lubitsch con la ayuda del guionista Samson Raphaelson basándose en una obra de un tal Nikolaus Laszlo. Juntos trabajaron en nueve películas y en esta en concreto, aunque el espectador esté casi todo el metraje con una sonrisa dibujada en el rostro, supieron combinar a las mil maravillas un humor a veces sarcástico y otras sutil con una historia de amor y un cierto dramatismo. Pero para ser justos con este clásico del cine habría que hacer referencia a tantos detalles que el texto resultaría demasiado extenso.
 

Casi toda la película transcurre en el interior de la tienda donde vemos la manera de ser de cada uno de los trabajadores y la relación que tienen entre ellos. De los personajes hay que destacar a Hugo Matuschek (Frank Morgan), el dueño de la tienda, a Alfred Kralik (James Stewart), el empleado más antiguo, al señor Pirovitch (Felix Bressart), un buen hombre casado y con dos hijos, al señor Vadas (Joseph Schildkraut), un vendedor presuntuoso que siempre hace la pelota al jefe, y a la recién llegada Klara Novak (Margaret Sullavan), una joven dependienta que no se llevará muy bien con su superior, el señor Kralik, sin saber ambos que mantienen una relación mediante correspondencia debido a un anuncio que ella puso en el periódico para escribirse con hombres a los que les interesara los temas culturales. Esta historia fue llevada de nuevo a la gran pantalla en 1998 por Nora Ephron en Tienes un e-mail, con Tom Hanks y Meg Ryan, en el que se intercambiaban correos electrónicos en vez de las cartas tradicionales.


La película está llena de soltura con un juego de enredos muy bien llevado y un inteligente desarrollo de la historia que contiene varios aspectos esenciales de la vida, como la importancia de tener un trabajo y el miedo a sentirse solo en fechas importantes. Los personajes están muy bien construidos y dirigidos expresamente a caer bien o mal al espectador, como el señor Pirovitch que tiene un aspecto de bonachón, con una cierta actitud de resignación en cuanto a su relación con el jefe del que escapa siempre que puede cuando les pide una sincera opinión sobre algo (es uno de los momentos cómicos de la película). Su papel está muy bien interpretado por Felix Bressart, que ya había aparecido en otra película de Lubitsch, Ninotchka (1939), y que volvería a hacerlo en Ser o no ser (1942). Otro papel a destacar es el del señor Matuschek, cuya evolución es muy interesante, debido sobre todo a la gran interpretación de Frank Morgan, que curiosamente el año anterior había ganado mucha reputación con los varios papeles que tuvo en El Mago de Oz (1939), ganándose un contrato vitalicio con la MGM a sus 49 años de edad. El papel de la chica nueva está bien encarnado por Margaret Sullavan, aunque a veces se deje llevar demasiado por la excitación de sus sentimientos. Y el personaje más importante y el más completo es el de James Stewart, cuyo trabajo en la película es excelente. Su arsenal de registros es tan amplio, a causa de las diferentes reacciones que tiene en la historia ante sucesos que le ocurren, que a veces su personaje debe de ser impulsivo y directo, y otras mucho más cauto, pero siempre sabiendo escoger la manera más natural y correcta de expresarse.


Curiosamente, esta película fue la última de las cuatro que hicieron juntos la actriz Margaret Sullavan y el actor James Stewart, cuya relación se basó en una buena amistad. Él, en una entrevista que le hicieron a sus 86 años de edad, recordó que tuvo muchas dificultades en una escena que se produce en un café entre él y ella debido a la cantidad de diálogo que había y por eso se tuvieron que hacer varias tomas para que saliera bien. Comentó también que Lubitsch decía exactamente cómo quería que se interpretase la escena pero lo difícil era que eso funcionase. Pero visto el resultado valió mucho la pena todas esas repeticiones.


"Un clásico del cine que contiene una misteriosa historia de amor y unos personajes muy bien interpretados"

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