En un mundo mejor (2010)


Por las buenas somos todos muy buenos, pero por las malas...

Este año el Oscar a la mejor película de habla no inglesa ha ido a parar a En un mundo mejor (2010), una coproducción Dinamarca-Suecia que ya había ganado el Globo de Oro y que está realizada por Susanne Bier, una directora que también consiguió que Después de la boda (2006) fuera nominada al Oscar, y que Hermanos (2004) fuera recompensada en el Festival de San Sebastián con la Concha de plata al mejor actor y a la mejor actriz y en Sundance tuviera el reconocimiento del Premio del Público (Internacional). Con este currículum habría que tener en cuenta la trayectoria de esta directora que hasta probó suerte en Estados Unidos con su anterior trabajo, Cosas que perdimos en el fuego (2007), aunque esta vez ha decidido volver a su tierra natal para contarnos un contundente drama en el que tiene como protagonistas a dos familias rotas por diferentes circunstancias que, por cosas del destino (o como quieran llamarlo), sus vidas se cruzarán y en cuyo relato se someterán a duros momentos en los que reflexionarán por los acontecimientos a los que se verán expuestos y en los que el espectador se verá partícipe de ellos. El mismo título original, Haevnen, significa "venganza" en español, que ya es bastante explícito.


El argumento empieza presentando a un médico, Anton (Mikael Persbrandt), que trabaja en un campo de refugiados en un país africano que está sufriendo las matanzas por parte de un hombre al que llaman "Big Man". De vez en cuando vuelve a Dinamarca para ver a sus dos hijos, frutos de su matrimonio con Marianne (Trine Dyrholm), de la que se está separando. Este hecho aún es bastante reciente y él quiere arreglarlo ya que la echa de menos. El hijo mayor, Elías (Markus Rygaard), es un adolescente introvertido que en el colegio es insultado constantemente por otro chico y su pandilla. Él se encuentra más a gusto con su padre, al que parece venerar. Pronto llegará al colegio un chico llamado Christian (William Jøhnk Nielsen) que viene de Londres y con el que comenzará una amistad y cuya fuerte personalidad conllevará a otros sucesos. Su aparición es debido a que su madre ha muerto de cáncer; y, al contrario que en el anterior caso, en esta ocasión el padre, Claus (Ulrich Thomsen, que ya había aparecido en Hermanos) no tiene una buena relación con su único hijo.


Dentro de este trabajado drama hay que destacar varias cosas positivas, pero también otras un tanto típicas. Susanne Bier muestra problemas familiares que abundan en muchas historias dramáticas, y aunque lo haga de manera un tanto inteligente, mostrando ciertos detalles con algunas pinceladas, lo que está más que manido es lo que el espectador va descubriendo de la historia de Christian, que reprochará cosas a su padre que ya se han visto y oído en tantísimas ocasiones. Y Bier jugará con esa tensión y rabia mantenida por el chico que provocará otros hechos que el espectador ya se los verá venir con tiempo.


En cambio, una de las cosas más destacables de la película y que pocas lo consiguen es el tiempo que la directora da a sus personajes para reflexionar por las cosas que les ocurren. Parece algo obvio o una tontería, pero a un servidor le interesó mucho esas escenas en las que se ven a los personajes desubicados o pensando en lo que acaban de vivir. Ese silencio en el que se sumergen durante unos minutos les ayuda a pensar en sus actuaciones o en lo que se les viene encima. La película da mucha importancia a las relaciones de padres e hijos y a mostrar las diferentes reacciones que hay en el ser humano ante hechos violentos que nos superan. Los hijos aprenden casi todo de sus padres, tanto lo bueno como lo malo, por eso Anton, el personaje más importante y el mejor construido de la historia, intenta explicar a su hijo y a su amigo la manera de comportarse ante la violencia. Sus pensamientos sobre la conducta pacífica que hay que tener delante de un acto violento tendrán mucho protagonismo. La música compuesta acertadamente por Johan Söderqvist tiene un peso importante ya que acompaña muy bien durante todo momento a los acontecimientos, igual que la poderosa fotografía de Morten Søborg, ambos habituales en las películas de Susanne Bier, como el guionista Anders Thomas Jensen.


También las buenas interpretaciones de todos los actores, tanto de los mayores como de los pequeños, ayudan mucho a que el profundo drama sea totalmente creíble y contenga escenas muy emotivas y llenas de dolor y de rabia. Y la dirección de Susanne Bier, con su cámara en mano recordando su paso por el Dogma 95, logra en varios momentos que el espectador se mantenga muy expectante delante de la pantalla.


"Un duro drama bien dirigido que acierta en la reflexión de los personajes por las cosas que les ocurren, pero que cae en algunos tópicos dentro de los problemas familiares"



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