Thirst (Bakjwi, 2009)


Re-mordimientos.

La última película de Park Chan-wook, el cineasta coreano, pretende explorar cada momento en su justa medida, logrando diferentes tiempos de gran intensidad. La intención es buena, sin duda, pero esta estratagema tiene un inconveniente: crea expectativas que luego no se cumplen. Cuando el tono adquiere tintes románticos, terroríficos o dramáticos, y más tarde el filme se desentiende de ellos, el espectador siente desconcierto y decepción. Lo primero puede tener su puntillo, lo segundo no. Una cinta como Desafío Total (1990) es 100% cine de acción y también pura ciencia ficción, porque claro, una cosa no quita la otra. Mientras que filmes más desequilibrados como Testigo mudo (1993), Abierto hasta el amanecer (1995), Carretera Perdida (1997) o el que hoy nos ocupa, tontean caprichosamente con varios géneros.


La historia gira en torno a los infortunios de la virtud, la bondad y buena intención de Sang-hyeon, un sacerdote que se somete a un peligroso experimento con el objetivo de encontrar una cura para una extraña enfermedad, el hombre no tarda en sucumbir a una muerte sangrienta y desagradable, pero luego revive milagrosamente. En seguida corre la voz y surge un pequeño culto a su alrededor. La gente acude a él para que sane a sus enfermos, y en verdad parece ejercer algún tipo de poder sobre los moribundos, ya que en un momento determinado cura el cáncer a un viejo amigo de la infancia. Todo este tema está tratado con interés y queda subrayado por la aptitud dubitativa del protagonista, que no sabe qué pensar al respecto y pide consejo espiritual. La película plantea diversas cuestiones de gran calado y aunque en un principio parece que les hará frente, rápidamente se olvida de ellas.


El desarrollo de los acontecimientos cambia cuando Sang-hyeon sufre una recaída y despierta convertido en vampiro, al parecer una de las transfusiones que recibió durante el experimento era la de un chupasangre. Park Chan-wook intenta dotar de realismo una trama que gira en torno al hecho fantástico, y lo hace mediante una progresiva gestión de los elementos sobrenaturales, igual que sucediera en la maravillosa Déjame entrar (2008), otro reciente filme de vampiros con una coartada argumental más convincente. Thirst no siente demasiado apego por el género al que pertenece y utiliza una rebuscada explicación para llegar a él, al mismo tiempo que elimina de la ecuación cierto attrezzo tan característico como los colmillos.


Por otro lado, el filme explora muy bien la estrecha relación entre vampirismo y cristianismo. El pecado, el deseo, la culpa, la resurrección, la sangre, el masoquismo, la autoflagelación y el fetichismo sexual, son conceptos que estarán muy presentes a lo largo de la película. «Ahora estoy sediento de todos los placeres del pecado» comenta el sacerdote, y vemos como sus impulsos sangrientos van cobrando fuerza a medida que se siente atraído por la mujer de su amigo. A partir de ahí hay algo de romance, de thriller erótico e incluso de cine de fantasmas, un vaivén de géneros que no logra desvirtuar del todo la entidad del filme, y esto se debe a la gran calidad de su narrativa poética.


La película tiene una fuerte carga mística y está bendecida por una refinada sensibilidad estética; el ritmo pausado y el estilizado entendimiento del espacio cinematográfico hacen que ésta sea toda una experiencia para los sentidos. Park Chan-wook tiene una curiosa habilidad para retratar el lado más sórdido y extraño de la naturaleza humana, y para obtener belleza de donde no debería haberla. Thirst es hermosa, simbólica y esteticista, un filme bellamente imperfecto. Existe en Asia una larga tradición de narradores cinematográficos excepcionales y que saben sacarle el mejor partido al lenguaje cinematográfico, pero con una cierta tendencia al exceso, a sobrecargar las tintas para demostrar todo lo que saben hacer y que en ocasiones como esta, acaban filmando varias películas en una. Parece que el cine de vampiros se le queda corto a un filme que siempre pretende ser algo más, pero que al final se queda a medio camino de todo.


La frase: «Córtales los tobillos, cuélgalos de la bañera y deja que la gravedad haga el resto. Podemos poner la sangre en un Tupperware y dejarla en el refrigerador. »

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Un tipo serio (2009)



El hombre que aburría demasiado

La decepción que puede producir una película de un director ya experimentado viene predecida por un voto de confianza basado en trabajos anteriores que uno mismo ha creido suficientemente satisfactorios. De ahí que la decepción venga siempre acompañada de disgusto y de rabia, sobre todo a causa de las altas expectativas creadas por uno mismo y también de conjeturar de forma positiva a raíz de leer o escuchar buenos comentarios sobre la película.



Y esto viene al caso de que me siento plenamente defraudado con la última película de los hermanos Coen (Joel Coen y Ethan Coen), la comedia dramática Un tipo serio, una historia que, como casi siempre ocurre en el mundo propio de los Coen, tiene muchos alicientes para hacer disfrutar al espectador o, por lo menos, para hacerle pasar un rato divertido. Nada de eso. La historia que nos cuentan de una familia judía norteamericana de los años sesenta, cuyo padre de familia, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), es un profesor de física universitario, no arranca en ningún momento, mostrando meras exposiciones de personajes un tanto peculiares bien caracterizados, pero cuyos diálogos están vacíos de contenido. A excepción de la lograda escena inicial utilizada como prólogo de la historia, y de otra escena marca de los Coen en donde se cuenta el relato de un dentista que encontró grabado en los dientes de uno de sus pacientes un mensaje de ayuda, lo demás se queda en lo superficial y sorprende que los mismos creadores de comedias de tan alto calibre como Arizona Baby (1987), El gran salto (1994) o, sobre todo, El gran Lebowski (1998), no hayan conseguido sacarme más de una o dos risas.



El desengaño es mayor durante el desarrollo de la historia porque se percibe la capacidad de los Coen para conseguir una puesta en escena muy correcta y bien llevada a su terreno. Pero en esta ocasión todo el ambiente creado no viene acompañado de su humor negro tan característico, metiendo al protagonista en un caos personal, alargando hasta la saciedad todo su calvario. Además lo que le ocurre está contado sin la gracia habitual, con demasiados silencios y sin apostar en ningún momento por el riesgo, aunque se diga que es de sus películas más extrañas. Y no faltan ni situaciones ni personajes: a Larry le comunica su mujer que se quiere divorciar para irse con un tipo llamado Sy Ableman, el personaje más interesante de la película que siempre abraza a Larry cuando lo ve; Arthur, el hermano de Larry, duerme en el sofá y se pasa horas en el lavabo, que ante la insistencia de los demás responde siempre de forma melódica: "Salgo en un momentooo" (broma repetida varias veces, sin hacer gracia la primera vez); o las escenas de los tres rabinos a los que va a visitar Larry para conseguir una respuesta a su racha de mala suerte, que parecían tener toda la intención del mundo para ser tronchantes y son todo lo contrario (salvo la escena interesante antes citada del dentista que le relata uno de los rabinos).



La verdad es que no sé si el camino a seguir por los Coen será este, pero si es así dudo de que me vuelva a surgir esa confianza que tenía puesta en ellos. Es cierto que Quemar después de leer (2008) también me dejó desorientado y poco convencido por la mezcla un tanto extraña de thriller y comedia, por lo tanto, creo que deberían insistir plenamente en el thriller, como muy bien hicieron en No es país para viejos (2007), donde un servidor disfrutó de lo lindo, sacándose la espina que tenía clavada por la nefasta Ladykillers (2004).


"Los hermanos Coen vuelven con una película aburrida, desperdiciando por completo una historia y unos personajes que podrían haber dado mucho más de sí"



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Up in the air (2009)

Volando voy, volando vengo (por el camino yo me entretengo).


Corren malos tiempos, amigos. La crisis económica a nivel mundial que estamos padeciendo hace estragos y aunque algunos se aventuran a pronosticar que durante este inicio de dos mil diez ya empezaremos a ver la luz al final del túnel, la gente no se fía y muchos son los que temen perder sus puestos de trabajo. El cine, desde sus orígenes, siempre se ha nutrido de este tipo de “realidades sociales” para abastecer sus películas aunque, en esta ocasión, parece haberles cogido a todos un poco a contra pie (probablemente estuvieran excesivamente ocupados buscando nuevas secuelas, precuelas, enésimas partes o el último fenómeno literario del momento en el que poder invertir sus dineros). Uno de los primeros en hacer saltar la liebre ha sido Jason Reitman con su Up in the air.

La película empieza con unos títulos de crédito en los que el espectador podrá sobrevolar diferentes paisajes a vista de pájaro (o de avión, como ustedes prefieran), a la vez que suena una elegante canción en la que predominan los instrumentos de viento (una broma del director, sin duda) y unas finas lineas blancas van separando las vistas en las que en ocasiones se juega contraponiendo el campo y la ciudad. Sin duda alguna unos títulos de crédito muy elegantes y funcionales, aunque, confieso, me tuvieron, durante toda su duración, expectante para ver si empezaba a sonar la melodía de la serie Dallas, cuya cabecera me recordaba poderosamente. El protagonista de la película viaja mucho en avión y, cada vez que llega a una nueva ciudad, aparece sobredimensionado su nombre en grandes letras sobre la pantalla. La primera ciudad a la que llega el protagonista es, precisamente, Dallas (lo que acabó confirmando mi idea de que el sr. Reitman es un cachondo).

Decíamos que el protagonista (Batman 4) viaja mucho, siempre cogiendo vuelos, durmiendo en hoteles y sin tiempo para estar en casa. Y todo esto es debido a su oficio: despide gente. Bueno, no directamente eso. Digamos que se dedica a realizar “recortes presupuestarios” para empresas, que como eufemismo está bastante conseguido. Además también realiza conferencias para los empleados sobre como apretarse el cinturón y todas esas cosas. Vamos, que mientras a la gran mayoría de empresas les va fatal, en la suya están de vacas gordas.

De hecho, les va tan bien el negocio que su jefe (Teen Wolf 2) optará por instalar un nuevo modelo para su trabajo: el video despido, o, lo que es lo mismo, despedir a la gente vía pantalla sin necesidad de desplazamientos innecesarios a empresas en localidades remotas. La brillante idea corre a cargo de su joven empleada estrella, lo que molestará sobremanera a nuestro veterano protagonista, más favorable hacia un tipo de despido más humano y cercano. Además, el nuevo modelo de trabajo le obligaría a prescindir de los desplazamientos y le forzaría a quedarse más en un hogar al que no pertenecerse, junto a una pareja que no tiene ni desea y a una familia con la que perdió el contacto hace tiempo. ¡Y para colmo estaba a punto de lograr los diez millones de millas frecuentes de vuelo! Todo un reto personal. Digamos que no es un hombre muy de hacer lazos sentimentales estables. Él es más de ser libre. Él es más de... volar.

Total, que el jefe confía mucho en su joven empleada estrella, pero es consciente de que le faltan tablas y también confía mucho en su veterano empleado, pero es consciente de que le falta abrirse a nuevas ideas, así que los juntará y los mandará de viaje para que aprendan el uno del otro (especialmente la primera, que será lista como una ardilla, pero está un poco verde) con la intención de perfeccionar su nuevo proyecto. Así pues, sin comerlo ni beberlo, ya tenemos servida, lista para degustar, una nueva “extraña pareja”.

El director de Up in the air es Jason Reitman, que ha adaptado la novela homónima de Walter Kirn (que tampoco es que fuera un bombazo literario, precisamente). A Jason Reitman lo conocemos por ser el hijo del director de Cazafantasmas y por haber dirigido las comedias ácidas Gracias por fumar y Juno (que ganó el Oscar al mejor guión original y obtuvo tres nominaciones más, entre las que se incluyen la de mejor película y director). Todo parece apuntar a que, si sigue la proyección actual, el hombre llegará lejos.

El protagonista absoluto de la cinta es George Clooney, un actor que a lo largo de su carrera ha mostrado tres tipos de registros interpretativos: 1. El galán (Un romance muy peligroso, Ocean's eleven); 2. El desfasado (Bienvenidos a Collinwood, Los hombres que miraban fijamente a las cabras); 3. El galán desfasado, bueno, el que suele interpretar en las pelis de los Coen (O Brother!, Crueldad intolerable).

Además de a Clooney, en la película también podremos encontrar a Vera Farmiga (la madre de La huerfana); a Anna Kendrick (una de las que sale en la saga Crepúsculo) auténtica sensación del film y perfecto contrapunto cómico a Clooney; y a Jason Bateman (quien ya había trabajado a las órdenes del director en Juno).

No cogí la película yo con muchas ganas al principio, todo sea dicho, y quizás fuera por mi falta de pretensiones por lo que la película, en su primera mitad, me enganchó plenamente. Después de un principio algo dubitativo, donde básicamente se dedican a presentarnos al cínico personaje de Clooney, su estilo de vida y lo encantado que está de conocerse, entra en escena su contrapunto en la película, la joven empleada con ganas de comerse un mundo que apenas conoce. Es por eso por lo que deberá unir esfuerzos con el personaje de Clooney, quien se verá obligado a hacerle un cursillo intensivo de como despedir empleados. A esta primera mitad, de una hora de duración, le sigue una segunda mitad donde nuestro protagonista debe volver al hogar y la película, al igual que el personaje que interpreta Clooney, se resiente demasiado por el hecho de no estar entre aeropuertos. En este punto la peli aumenta en romanticismo y ñoñería por mucho de que constantemente se esté jugando con la moraleja de “cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad”. A pesar de todo, se medio aguanta y no hay un desplome masivo, con lo que se logra llegar al final de la película con un buen sabor de boca.

Resumiendo: Ácida comedia sobre los tiempos que corren, con una gran primera hora inicial y unos protagonistas que funcionan a la perfección.



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500 entradas en Quesito Rosa



¡Quién nos iba a decir cuando empezamos que llegaríamos a las 500 entradas! Ni nuestro amigo Ray Liotta se lo imaginaba. Por eso hemos querido invitarle, para que fuera él quien hablara por nosotros. Gracias a todos por estar ahí, por dejar vuestros comentarios e intentaremos seguir hasta que el cuerpo aguante.

Como siempre, nos leemos. Y como dice Liotta: ¡A cascarla!

Las malas lenguas (VII)



«Me gusta más una mala película norteamericana que una mala película búlgara. Es una verdad que rige en todos los países del mundo: los alemanes prefieren ver una mala película norteamericana que una mala película alemana. En el cine norteamericano hay por lo menos una adecuación mínima entre el savoir-faire y el objetivo que se persigue. No se siente uno estafado con la mercancía.»

Declaraciones de Jean-Luc Godard a la revista Cahiers du cinéma, 22 de marzo de 2000.

El dormilón (Sleeper, 1973)



Tiempos Modernos.

Hoy en día sería inimaginable ver a Woody Allen haciendo una película de ciencia ficción, pero claro, es que los 70’s eran otra cosa. Por aquel entonces hacía poco que Truffaut había rodado Farenheit 451 (1966) y Kubrick La naranja mecánica (1972), y el género gozaba de un status del que ya ha sido despojado. Era la época anterior a que se impusiera el modelo Star Wars (1977) y la gente iba en masa al cine a ver 2001: Una odisea del espacio (1968), mientras que ahora hacemos cola para ver Avatar (2009). Por otro lado, la carrera de Woody Allen tan solo acababa de despegar y el director neoyorkino aun no había encontrado ni su propia voz ni a su auténtica musa (Manhattan), estaba probándose a sí mismo y aprendiendo a utilizar la técnica cinematográfica. Comedias tempranas como Coge el dinero y corre (1969) y Bananas (1971) son formalmente toscas y parecen montadas a patadas, pero también resultan alegremente insolentes y libérrimas. El dormilón entraría en esta categoría, pero fue rodada justo cuando Allen ya empezaba a dominar dicho lenguaje.



Por aquella época su excéntrico personaje se las tuvo que ver con el film noir (Coge el dinero y corre), la literatura rusa (La última noche de Boris Grushenko) o, como es el caso, la ciencia ficción, y es que el humor de sus primeras comedias surgía en parte de situar a su enclenque, cobarde e inepto alter ego, en un entorno que le era totalmente hostil y ajeno. Una descontextualización que quedaba muy subrayada por el aspecto físico del cineasta judío, decididamente nada que ver con un héroe, y con las características gafas que no se quitaría bajo ningún concepto; ni en la edad media, ni en la Rusia zarista, ni mucho menos en su papel como espermatozoide.



En El dormilón da vida a Miles Monroe, el propietario de un restaurante de comida sana llamado La zanahoria feliz, que despierta en el año 2174 tras un letargo de dos siglos, consecuencia de haber entrado en el quirófano para una operación de rutina y que la cosa se hubiera desmadrado más de la cuenta (para que luego digan de nuestra sanidad pública). Todo este tiempo ha sido mantenido en estado de hibernación y conservado en papel de plata, pero ahora despierta en un mundo frío y desalmado donde todos los hombres, a excepción de los italianos, son impotentes, las mujeres son frígidas y la gente se confiesa mediante algo parecido a una máquina expendedora, una triste realidad donde probablemente no desentonarían las cabinas de suicidio de la serie Futurama. Miles, muy a su pesar, formará parte del plan de la Resistencia para derrocar al dictador de este estado policial, alguien conocido tan solo como “El Jefazo”, mientras vive su particular romance con Luna, una snob del futuro interpretada brillantemente por Diane Keaton, una de las mejores actrices cómicas de todos los tiempos.



La trama tiene algunos puntos en común con otras absurdas comedias como Top Secret (1984) o la ya antes mencionada Bananas, solo que aquí se parodia el tipo de futuro distópico que profetizaba George Orwell en su novela 1984, todo ello sazonado con un estilo heredero del cine cómico mudo y del humor judío de los hermanos Marx. Influenciado por las tendencias contraculturales de la época, Woody Allen expande su personal universo hacia el futuro, y lo hace mediante situaciones surrealistas, diálogos mordaces, conversaciones existencialistas, jazz acelerado, persecuciones alocadas, slapstick y diversos gags de confección clásica. Un tipo de humor, entre grueso e intelectual, que no siempre cuaja y que en ocasiones puede pecar de demasiado localista, pero que en otras se demuestra totalmente efectivo.



A medida que avanza la acción la trama se va volviendo más abstracta, alegórica y disparatada, y la sátira social y política gana terreno, lo que sumado a su tono jovial y al escaso metraje (apenas noventa minutos), hacen que este sea un producto entretenido y de fácil visionado. El dormilón puede no resultar perfecta, pero se ve con simpatía, en parte por la gran broma que representa y en parte por su actitud, porque tiene la extraña virtud de no creer en la ciencia, ni en los sistemas políticos, ni en Dios, tan solo en el sexo y la muerte. Un par de años más tarde Allen perfeccionaría esta fórmula con La última noche de Boris Grushenko (que no por casualidad lleva el título original de Love and Death) y luego emprendería el camino que le conduciría a rodar comedias más redondas y sofisticadas como Annie Hall (1977) y Manhattan (1979). Todos salimos ganando, pero algo se echó de menos.



La frase 1: “Mi cerebro es mi segundo órgano favorito.”

La frase 2: "Soy una persona de vida y costumbres sanas. No fumo, no bebo y jamás forzaría sexualmente a una mujer ciega".

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Donde viven los monstruos (2009)

El niño que pudo reinar.


He aquí un producto que cumple varias de las normas no escritas para convertirse en una película de éxito: película destinada a un público familiar y estrenada en fechas navideñas donde los niños disfrutan de vacaciones en el cole, cuyo argumento está sacado de un popular libro, con un director que con apenas un par de películas ha logrado hacerse un nombre dentro de la industria, y donde los sentimientos juegan un papel más que relevante. Y, a pesar de todo lo dicho, he aquí un producto que, no obstante, no puede quitarse de encima la etiqueta de “rara avis” y de producto para minorías. Efectivamente, he aquí, Donde viven los monstruos.

La película empieza presentándonos a Max y su familia. Max vive en un lugar donde nieva en abundancia, junto con su madre, demasiado ocupada con su trabajo como para prestarle la atención que él desea, y su hermana, quien en plena edad del pavo, ha dejado de jugar con él para empezar a flirtear con los jóvenes del pueblo. En una noche en la que Max se encuentra vestido con su disfraz favorito de lobo, se sentirá solo en su hogar, lo que provocará que se coja una rabieta de las de aupa y termine huyendo de su casa, corriendo sin destino aparente, hasta llegar a una extraña isla poblada por unos misteriosos seres salvajes. Para evitar convertirse en el almuerzo de los monstruos, Max les hará creer que él es un rey y como los bichos peludos esos hace ya demasiado tiempo que no tienen ninguno (y que a su llegada estaban igual de aburridos que Max) optarán por convertirlo en su líder.

El director de la película es Spike Jonze, cuya tarjeta de presentación fue Cómo ser John Malkovich del año 1999 (por la que logró una nominación al Oscar como mejor director) y más tarde dirigió Adaptation, el ladrón de orquídeas en el 2002, las dos con guión de Charlie Kaufman. Ambas películas son dos puras marcianadas, la primera más redonda y con un humor negro de lo más afilado, y la segunda más experimental, con el mejor Nicolas Cage de los últimos años y con una historia que jugaba con el concepto del “metacine”. Además, también es conocido por ser el ex-marido de Sofía Coppola, por ser co-creador y productor de la serie para la MTV, Jackass, por haber actuado en películas como The Game y Tres reyes y por haber dirigido innumerables videoclips a grupos como Sonic Youth, Weezer, The Breeders, Elastica, R.E.M, Daft Punk, Chemical Brothers, Dinosaur Jr, Björk, Fatboy Slim, Beastie Boys y un largo etcétera.

Y es que todo hace apuntar que al hombre le gusta complicarse la vida una barbaridad a la hora de escoger proyectos, así que a muchos nos cogió desprevenidos cuando se confirmó que sería el director de un libro infantil de apenas 40 páginas, escrito en el año 1963 por el señor Maurice Sendak. Claro que, bien mirado, si que puede resultar un marrón bastante serio.

Para los que puedan disfrutar la película en versión original, decir que poniendo voces a los monstruos encontraran, entre otros, a James Gandolfini (Tony Soprano) y a Forest Whitaker (El último rey de Escocia).

Muchos han sido quienes han relacionado Donde viven los monstruos con películas fantásticas de la década de los ochenta como puedan ser Cristal oscuro, La historia interminable o Dentro del laberinto, debido a que en la película, para representar a los monstruos del título, se ha preferido usar grandes muñecos reales sobre los que se les ha generado las expresiones de la cara por ordenador en lugar de optar por crear los personajes de forma totalmente digital y así evitar que el niño protagonista tuviera que hablarle, literalmente, a la nada (¿se imaginan el resultado si los monstruos hubieran sido representados como el Scooby doo de la película?) Además de en su forma, la película también respira un cierto aire a película clásica en su contenido, dando una gran importancia a la fantasía y a la imaginación, valores que, últimamente, parecían estar viviendo horas bajas en el Hollywood actual.

El mayor aliciente de Donde viven los monstruos es la libertad que respira la película por sus cuatro costados, consiguiendo que nos creamos el hecho de que quien nos la está contando sea un niño. El problema es que, en ciertos momentos, tanta libertad puede llegar a apabullar a un adulto y se tenga la sensación de que la película no se dirige a ningún lugar en concreto y que, simplemente, se dedica a dar vueltas sobre sí misma (estoy convencido de que mis sobrinos de seis y cuatro años conseguirían encontrar matices en la historia y sabrán valorar la película de una forma totalmente distinta a como pueda valorarla un servidor). Lo mejor en estos casos es dejarse llevar por la película y no darle demasiadas vueltas, analizando el resultado en su global, disfrutando de las sensaciones que provoca, de las imágenes y encuadres que se saca de la manga el bueno de Spike Jonze, potenciadas en muchos casos por la su música medidamente escogida, y del hecho de que, una vez más, la fuerza de la imaginación pueda resultar más poderosa que la realidad.

Resumiendo: Gran película destinada a un público que esté dispuesto a entrar en ella, con una apabullante sensación de libertad que, no obstante, en ciertos momentos puede llegar a jugar en su contra.



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Grandes monólogos cine (V)



Parte del monólogo final de M, el vampiro de Düsseldorf (1931), de Fritz Lang.

"Tengo...Tengo que circular por las calles, huyendo constantemente. Hay alguien que me persigue... Y ¡soy yo mismo!; me persigo...en silencio...pero yo le oigo, sí...A veces me parece que yo mismo corro detrás de mí y quiero, quiero escapar de mí mismo, pero no puedo, ¡no puedo escapar! ¡He de continuar mi camino porque si no me alcanzará! Tengo que correr, ¡correr!, por calles sin fin, y ¡quiero, quiero escapar! Y detrás de mí, corren los fantasmas de las criaturas... nunca se apartan de mí, ¡nunca! Siempre están ahí, ¡siempre! ¡siempre! ¡SIEMPRE!....Sólo tengo una solución...Matar...(...)"

Californication. 3ª Temporada.



Sobre reír y follar.

Es evidente que las comedias de Woody Allen no intentan ser realistas, nadie habla como en Annie Hall (1977) o Desmontando a Harry (1997). Lo mismo sucede con las películas de Russ Meyer, que nos remiten al personal mundo de este cineasta, repleto de hembras de armas tomar y grandes domingas. Californication también se ha convertido en uno de esos paisajes televisivos donde la realidad se distorsiona, “no permitas que la historia interrumpa la acción”, decía el director de Supervixens (1975), y la serie ha resultado ser una fiel seguidora de esta premisa. Por muy inverosímil y rebuscada que parezca, esta producción de Showtime nunca escatima en acción sexual y el espectador siempre queda satisfecho con su cuota semanal de desnudos y perversiones mientras se siente apabullado por la degradación de los personajes y el desenfreno de ciertas situaciones.



En esta, su tercera temporada, encontramos a Hank Moody (David Duchovny) ejerciendo de profesor universitario, un improbable giro argumental que solo atiende a un único propósito: la introducción de nuevas hembras con tan poca ropa como pudor, ¡más carne para el asador! Digo improbable porque, a ver, ¿quién en su sano juicio le daría trabajo de profesor a semejante tipo? Quizás Larry Flynt, pero sigamos, Hank tendrá que compaginar su atolondrada vida sexual y su labor como educador, con la tarea de padre a tiempo completo, ya que su ex, Karen (Natascha McElhone), estará en Nueva York por motivos laborales. Por si fuera poco, Becca (Madeleine Martin), la hija de ambos que hasta la fecha se comportaba como una santa, empezará a resentirse de ese mal llamado adolescencia y de que su padre se acueste con todas las chicas de buen ver que se crucen en su camino.



Por otro lado, Charlie Rumkle (Evan Handler), el compañero de correrías de nuestro amado protagonista, centrará sus esfuerzos en salvar su malogrado matrimonio, tras los acontecimientos de la pasada temporada que lo relacionaban con una estrella del porno. Rumkle también tendrá que lidiar con su nueva jefa, Sue Collini, un personaje que sin duda calará hondo en la audiencia. Kathleen Turner, aquel mito sexual de los 80’s, interpreta a esta ninfómana de aspecto rollizo como si se hubiera zampado a Ron Jeremy y luego se hubiera tomado seis botellas de coñac para digerirlo. Además, a estas alturas sigue sorprendiendo lo suelto que está Duchovny en su papel, el actor, más payaso que nunca, interpreta con convicción a este autodestructivo y narcisista escritor de lengua afilada, un personaje que no solo se folla a cuanta hembra se le pasa por delante sino que consigue montárselo también con la cámara, que definitivamente lo adora. Sí, aunque parezca mentira estemos hablando del mismo que interpretara en su día al lila de Fox Mulder en Expediente X (1993/2002).



El hecho de que cada temporada sea tan solo de 11 o 12 episodios de veintipico minutos de duración, hacen que la trama siempre apunte en una dirección concreta y nunca se pierda en los devaneos típicos de series mucho más longevas. Su progresión resulta pausada y en el fondo mantiene una estructura de comedia de enredos clásica, aunque la lleva a cabo con una incorrección superlativa. El clímax de esta temporada llega en el capítulo 8, que no por casualidad recibe el wilderiano título de El apartamento, dicho capítulo representa uno de los momentos cumbres de la serie y uno de los más provocativos, algo que cada vez cuesta más conseguir, por dos motivos. Primero, lo de ir subiendo el listón puede desenbocar en filmar penes entrando y saliendo de vaginas, y no se trata de eso. Y segundo y más preocupante, existe una tendencia cada vez más pronunciada a prescindir de Hank practicando el sexo de forma comprometida para limitarse tan solo a presentarnos los preámbulos, quien sabe si por querer otorgar de cierto romanticismo al personaje, por justificarle un poco, por autocensura inconsciente o por meras exigencias de la trama.



A pesar de todo, o precisamente por ello, Hank sigue inventándose nuevas e insólitas maneras de meter la pata sin perder ni una pizca de carisma, que es lo que define al personaje. Un capullo, al fin y al cabo, pero con encanto. La serie oprime ese tipo de teclas que hacen que veas al buen padre o esposo que podría llegar a ser, así que una parte de nosotros siempre deseará que todo le vaya bien, ese es el hilo conductor de la trama y a lo que se recurre durante cada temporada, pero que inevitablemente se salda con un coitus interruptus. Aquí no hay posibilidad de redención, y no es porque el guión no lo permita o porque sea una de las características intrínsecas al protagonista, sino porque va contra las leyes naturales de la propia serie. El día en que Hank Moody expíe sus pecados Californication perecerá, pero de momento no hay de qué preocuparse, la serie goza de muy buena salud y Hank, el escritor que nunca escribe, sigue en caída libre. Como suele decirse con una copa en la mano; ¡hasta el fondo!



La frase: “¡Es hora de que dejes de follarte a todo el campus escolar!”

La frase 2: “No soy fanático de ese término… acto de amor, hacer el amor. Prefiero joder, meter, culear, follar, rellenar, enterrar. Cualquiera, escoge uno, pero hacer el amor no.”

Mientras tanto, en Twitter...

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